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Javier Marías y la vitalidad de la novela: A propósito de ‘Así empieza lo malo’; por Octavio Vinces

Javier Marías y la vitalidad de la novela A propósito de Así empieza lo malo; por Octavio Vinces 640

Algo que uno no debería dejar de agradecerle al escritor Javier Marías es que en cada una de sus novelas, la agudeza perceptiva e intelectual del protagonista-narrador sea un elemento esencial de la historia que se está contando, como si ésta únicamente pudiera crearse y sostenerse mediante el despliegue de una subjetividad que, incluso por momentos, corre el riesgo de parecer desmesurada. No se entiende de otra manera, por ejemplo, que los diálogos de las novelas de Marías puedan estar plagados de largas disquisiciones que se van subordinando unas a otras y cuya hondura conceptual resulta tan evidente como insólita dentro de los contextos en los que se desarrollan. No estamos ante un narrador-personaje adepto a los manierismos o a los aspavientos intelectuales, ni mucho menos a los laberintos sintácticos —tales son las faltas que le suelen imputar al autor algunos lectores aparentemente infectados por una especie de pereza congénita—; con Javier Marías la cosa nunca es tan simple. Nos encontramos más bien con una mente emprendiendo el recuento crítico del pasado o la revelación de unas memorias que se entrelazan con sus propias interpretaciones. Un protagonista-narrador capaz de recrear lo vivido a su entero y magistral capricho.

Que existan algunos peligros en este estilo narrativo parece evidente. La subjetividad siempre entraña riesgos (la autocomplacencia, el abuso del humor y la tendencia a imitarse —cuando no a plagiarse— a sí mismo, tal vez los más notorios); sobre todo cuando, como en el caso de Javier Marías, se ha optado por permanecer en el ámbito de lo cotidiano y cuidarse de no rozar los márgenes de lo fantástico. Pero invariablemente el autor sale airoso de gran manera, sin duda debido a que la fortaleza de la narración está encadenada a la presencia de un protagonista de inteligencia preclara y dotes intelectuales muy por encima del promedio. He aquí el elemento «esencial» al que me refería líneas arriba. Al igual que Jaime, Jacques o Jacobo Deza en Tu rostro mañana (1989) y Todas las almas (1989), María Dolz en Los enamoramientos (2011), Juan Ranz en Corazón tan blanco (1992) o Víctor Francés en Mañana en la batalla piensa en mí (1994), Juan Vere o de Vere, el protagonista de Así empieza lo malo (2014), se nos aparece como un narrador profundamente culto y reflexivo, capaz de llenar varias páginas en el relato de una escena cuya duración en el tiempo real puede ser más bien corta o de alterar los dichos y las palabras de los otros personajes para exponernos sus propias reflexiones y observaciones. Y esto resulta claramente excitante para el lector que acepta el reto de pensar junto con la historia, y que además se siente estimulado y atrapado al percatarse de que no tiene ante sus ojos una novela que pueda ser leída con el mismo ritmo trepidante con el que uno ve una road-movie.

El núcleo de Aquí empieza lo malo (2014) yace en un recuerdo ya bastante lejano. Estamos en el Madrid de los primeros años de la Transición, y el joven Juan de Vere trabaja como secretario personal de Eduardo Muriel, un cineasta algo venido a menos que en ese entonces tiene la edad actual del narrador-protagonista. No existe todavía el divorcio en España, y Muriel y su esposa Beatriz Noguera permanecen casados pese a que su matrimonio es ya «una larga e indisoluble desdicha», cuyas íntimas razones y consecuencias se irán revelando a lo largo de la novela.

«Thus bad begins and worse remains hehind» o «Así empieza lo malo y lo peor queda atrás». Una vez más Javier Marías echa mano de una frase shakesperiana (se trata esta vez de una extraída de Hamlet) que no sólo le da título a la novela, sino que además permanece latente en el núcleo de su trama. El joven Juan de Vere recibe de Muriel un encargo por demás delicado: ganarse la confianza del pediatra Jorge Van Vechten, un antiguo amigo del cineasta y de su familia, con el fin de sonsacarle los detalles de un pasado oscuro en el que habría incurrido en una serie de comportamientos indecentes y capaces de desdibujar su actual prestigio de hombre de bien. Durante la Transición y los años previos no son pocos los que buscan lavar su mala imagen. Hay quienes, pese a haber pertenecido al bando franquista, han logrado labrarse fama de misericordiosos y humanitarios con el bando de los vencidos. Otros que, de forma súbita e inexplicable, han saltado la talanquera y se han convertido en antifranquistas declarados. Las reglas de la Transición no permiten volver la vista atrás para que la administración de justicia pueda hacer su trabajo, pero tampoco para recordar el rol que más de uno cumplió en el pasado reciente. El doctor Van Vechten será uno de los beneficiados de aquella vocación colectiva por el olvido y el borrón y cuenta nueva.

Pero de manera inesperada Eduardo Muriel renuncia a conocer el pasado de Van Vechten, y decide que las historias que llegaron a sus oídos y despertaron su curiosidad no deberían terminar empañando la buena imagen que tiene de aquel amigo fiel y servicial. El joven De Vere no cejará en su empeño de advertir a Muriel de su error y darle a conocer lo que finalmente ha logrado averiguar. Pero la negativa de Muriel a enterarse de las fechorías de Van Vechten será terminante, porque es necesario dejar atrás el pasado, sobre todo cuando se tiene la conciencia de que éste siempre será peor que el presente: «Así empieza lo malo y lo peor queda atrás». Por lo demás son demasiados los involucrados en los crímenes de ese pasado, que hoy se antojan como seres indispensables del presente y del porvenir: «A la justicia la atemoriza siempre la magnitud, la desborda la superabundancia, la inhibe la cantidad. Todo esto la paraliza y la asusta, y es iluso apelar a ella después de una dictadura, o de una guerra, incluso de un mero linchamiento de un pueblo de mala muerte, siempre son demasiados los que toman parte», explica un pedagógico Muriel al joven De Vere.

Lo que se sabe con certeza y sin embargo se calla, la inconveniencia de revelar la verdad incómoda, la posibilidad de llevar una vida basada en el engaño o la mentira, el «estilo del mundo» en definitiva, siguen siendo algunos de los grandes temas de la obra de Javier Marías. En Así empieza lo malo (2014) nos presenta además las intrínsecas contradicciones de la Transición española, desde el ángulo de la vida íntima del matrimonio de Eduardo Muriel y Beatriz Noguera, para a partir de éstas desplegar ese estilo narrativo característico en el que la inteligencia del protagonista no cesa de producir reflexiones de alto calibre. Una forma de narrar que tiene como correlato la creación de un lenguaje inequívocamente personal y que además es esencialmente literario. Por fortuna —sí, por fortuna, aunque esto hoy en día pueda sonar a herejía—, esta forma de narrar —de escribir— difícilmente será evocativa de la narrativa propia de los medios audiovisuales. A pesar de sus constantes referencias cinematográficas, las historias de Javier Marías tal vez no sean aptas para ser llevadas de forma satisfactoria a la pantalla, precisamente porque la manera en que en ellas se despliega la mente del narrador cobra, por encima de cualquier otro factor o elemento, una importancia capital. Y esto no deja de ser una buena noticia en un momento en que el cine y las series de televisión parecen superar largamente, por trascendencia, popularidad e impacto, a la narrativa escrita. La existencia de la obra de Javier Marías puede entonces ser interpretada como una evidencia del vigor y vigencia de la novela. Por todo esto, en lo personal, no tengo duda en afirmar que estamos ante el escritor contemporáneo más importante de nuestra lengua. Que la Academia Sueca termine de enterarse, debería ser cuestión de tiempo.