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Internacional Kosmopolis: ¿el festival literario más importante de la historia de BCN?; por Jorge Carrión

Internacional Kosmopolis; por Jorge Carrión 640

En sus quince años de vida y sus ocho ediciones, Kosmopolis se ha consolidado como una de las grandes citas europeas. Por su voluntad de ser un festival de “literatura amplificada”, no puede leerse solamente por sus escritores invitados, sino como una red de talleres, proyecciones, conversaciones y dispositivos de exposición. No obstante y mal que me pese, en nuestro mundo de listas es la nómina de autores el termómetro que el periodismo cultural utiliza para orientarse en estos casos. Si cumple las expectativas que genera su programa, Kosmopolis 2015 puede convertirse en el festival literario más importante de la historia de Barcelona. A la espera de escuchar a sus protagonistas, sus trayectorias justifican ese optimismo.

En el centro de la agenda brilla quien, en mi opinión, es el mejor novelista vivo y en activo –junto con J.M. Coetzee–, el hebreo David Grossman, autor de tres obras maestras: Véase: amor (DeBolsillo, 2010), El libro de la gramática interna (DeBolsillo, 2012) y La vida entera (Lumen, 2010). Tres libros que logran plenamente el objetivo de un clásico: hablar, al mismo tiempo, de lo concreto (personajes palpables, el nazismo, el servicio militar) y de lo abstracto (el amor, la adolescencia, la maternidad), de lo local (Israel) y de lo universal (lo mutante humano). Otro grandísimo escritor que también acudirá a la cita barcelonesa es Robert Coover, quien a sus ochenta y tres años es un clásico vivo de la literatura experimental norteamericana y cuya recepción en España ha sido bastante errática. Por suerte coinciden ahora en librerías una de sus primeras novelas, de corte satírico, la monumental La hoguera pública (Pálido Fuego, 2014), considerada por parte de la crítica como uno de los grandes proyectos de la literatura en inglés contemporánea; y dos de las (pen)últimas, Noir (Galaxia Gutenberg, 2013), subversión de la novela negra, y Ciudad fantasma (Galaxia Gutenberg, 2015), un inesperado western en toda regla, con inesperadas dosis de humor.

La ambición de sus novelas y su inclinación a los viajes hermanan a otros dos participantes en K15, el también norteamericano William T. Vollmann y el francés Mathias Enard. Europa Central (Penguin Random House, 2007) y Zona (Belacqua, 2009), sus respectivas novelas más importantes, parecen de hecho proyectos paralelos. Vollmann, mediante un artefacto eminentemente posmoderno, narra en contrapunto la política y la cultura de la Rusia estalinista y de la Alemania nazi, al ritmo del latido de la segunda guerra mundial. Enard, por su parte, con la música del avance de un tren, se sumerge -en clave modernista- en la conciencia de un espía que, al tiempo que nos cuenta su vida, resume la violencia histórica del Mediterráneo, también con el siglo XX en el centro de la diana (o de la memoria). Mientras que Enard se ha focalizado en la novela y en el libro ilustrado (con Pierre Marquès), Vollmann ha practicado todos los géneros, incluidos el ensayo y la poesía, aunque sólo encontremos traducidos al español relatos (muy recomendable el volumen Historias del arcoíris, Pálido Fuego, 2013) y una crónica, Los pobres (Debate, 2013).

Otra posible pareja de ambiciones paralelas sería la formada por el norteamericano Jon Lee Anderson y el argentino Martín Caparrós, dos de los grandes cronistas de este cambio de siglo. Sus operas magnas son La caída de Bagdad (Anagrama, 2005) tal vez el relato más importante sobre la guerra de Irak, y la biografía de referencia Che Guevara: una vida revolucionaria (Anagrama, 2006), ambos de Anderson; y, de Caparrós, El Interior (Malpaso, 2014), un viaje personal aunque exhaustivo por la Argentina de la pasada década, y El Hambre (Anagrama, 2015), un alucinante viaje por la carestía, la alimentación y las miserias del Planeta Tierra, en vías de traducción a quince idiomas.

La traducción, en el sentido más amplio del término, vincula las obras de otros tres invitados al festival: la mexicana Cristina Rivera Garza, el francés Camille de Toledo y la inglesa, criada en USA y de origen africano, Taiye Selasi. Los textos que han publicado en los últimos años cuestionan agudamente conceptos anacrónicos como el de “nación”, al tiempo que proponen cruces interculturales, operaciones de traducción y de apropiación, cuestionamientos literarios que son profundamente políticos. Los tres han realizado esas operaciones tanto en sus novelas como en sus ensayos –si no también en sus propias vidas. Rivera Garza, afincada en San Diego, fronteriza, ha hibridado la novela negra y el ensayo literario en ficciones como La muerte me da (Tusquets, 2008) y ha fijado su teoría –y su compromiso- en el imprescindible Los muertos indóciles. Necroescritura y desapropiación (Tusquets, 2013). Descendiente de judíos, fundador de la Sociedad Europea de Autores, Toledo –que reside en Berlín– además de dos novelas en la órbita posmoderna made in USA (En época de monstruos y catástrofes e Historia del vértigo, ambas en Alpha Decay), es autor de un brillante ensayo creativo sobre la memoria histórica y sus manipulaciones, El haya y el abedul (Península, 2011). Desde que publicara su ensayo “Bye-Bye, Babar (Or: What is an Afropolitan?)” (LIP Magazine, 2005), por último, Selasi se ha convertido en un auténtico símbolo de los diálogos transatlánticos, tanto por su ficción como por sus proyectos cinematográficos (está detrás de dos que están dando mucho que hablar, Afripedia y Exodus).

Vollmann, Enard, Anderson, Caparrós, Rivera Garza, Toledo y Selasi tienen en común la condición radicante: son artistas viajeros que tienden constantemente puentes entre culturas y continentes diversos. Parece ser esa una condición de nuestra época. Incluso la relativamente sedentaria Rachel Kushner, autora de Los lanzallamas (Galaxia Gutenberg, 2014), que estudió en Columbia y vive en Los Ángeles, reconoce la influencia de Roberto Bolaño y ambienta pasajes de su celebrada novela en la Italia contracultural de los 70. Ese nomadismo vital y estético lo encontramos también en otros invitados, que parecerían locales pero son en realidad internacionales, como Eduardo Lago, afincando en Estados Unidos, Carles Torner, director ejecutivo del PEN en Londres, o Jordi Puntí, que disfruta de la prestigiosa beca de la Biblioteca Pública de Nueva York. En la red que es todo festival dialogarán con el iraquí-berlinés Abbas Khider, el argentino-canadiense Alberto Manguel o la ucraniana-vienesa Marjana Gaponenko. El signo de nuestros tiempos.

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Este texto se publicó originalmente en La Vanguardia