- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Hoy; por Luis Enrique Pérez Oramas

Manifestantes opositores se concentran en un plantón el 14 de junio de 2017. Fotografía de Giovanna Mascetti. Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

Manifestantes opositores en un plantón el 14 de junio de 2017. Fotografía de Giovanna Mascetti. Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

Hoy está hablando la generación del 2017, y en su voz o en su grito, en su queja o en su esperanza, en su dolor o en sus muertes vienen a resonar todas las generaciones de venezolanos que los han precedido, todas las voces civiles, cívicas, todos los estertores republicanos, los cantos, los himnos, las plegarias, los poemas, las sentencias, las novelas, los dramas, los manifiestos, los discursos.

Pocas veces puede una nación verse tan claramente como lo está haciendo Venezuela hoy en una generación de ciudadanos que amanece a la fuerza indoblegable de su Resistencia, a pesar del humo enceguecedor de las bombas y del luto imperdonable de las muertes que causan. Y cuando digo que puede verse es porque la imagen que Venezuela está produciendo de sí misma es, como toda imagen compleja, doble, estriada, a veces contradictoria, el espejo roto de un atolladero inédito en la historia de la nación y, a la vez, la superficie límpida de una ilusión de país que nunca vimos venir, y que pudiera, o no, llega a ser nuestro.

Este es el presente griego, trágico, de Venezuela.

No sabemos cuánto durará el gobierno de la secta obnubilada que aún nos impone su injusticia y su irracionalidad disfrazada de lenguaradas vacuas y de trucos y trampas letales. No sabemos cuánto más podrá sostenerse la dictadura contra el país entero. Pero una cosa parece absolutamente cierta: no vencerán, ni han vencido el ánimo civil y democrático que surgió, malamente, del pozo de los traumas que ellos mismos han traído a nuestra historia.

Eso sería suficiente para celebrar el momento presente si no hubiese tanto dolor entre nosotros.

La generación de 1928 hubo de esperar su año 35, y aún después su Constituyente del 47 para ver, por muy poco tiempo, al país que había estado buscando finalmente encarnado en la egregia figura de Rómulo Gallegos. Y aún luego vinieron diez años de dictadura para poder, al fin, alcanzar la altura de una república civil que los venezolanos habíamos procurado por más de un siglo y que perdimos en el espejismo caudillesco de una figura mediocre, de otro comandante de la astucia, de otro pájarobravo de la historia. Es decir, entre aquella coronación de una reina de Carnaval, en 1928, y el inicio de la única república que pudo llevar dignamente ese nombre en Venezuela, transcurrieron 30 amargos, dolorosos años.

Los accidentes y los errores de esos tiempos deberían servirnos para entender que, si el techo de nuestras aspiraciones es muy alto, si la certeza es plena de que Venezuela cuenta con un futuro civil inexorable, puede también este tardar mucho en aparecer entre los escarceos humanos y los obtusos escarpados de la historia.

Esos escarceos, y tales escarpados, en forma de inconmensurable cobardía humana, mediocridad moral y bajeza jurídica no cesan de manifestarse cada día desde los extremismos, pero sobre todo desde el aparato subyugado de un Estado al servicio de la secta bolivariana. La sentencia del Tribunal Supremo de Justicia controlado por una camarilla en la que se manifiesta, desvergonzadamente, que una Asamblea Nacional Constituyente puede convocarse sin necesidad de consultar al pueblo a través del voto universal, directo y secreto es quizás uno de sus más fehacientes ejemplos.

¿Se habrán paseado estos jueces mercenarios por el ridículo histórico, indeleble, que van a personificar para siempre en la memoria de esta nación? ¿Sabrá Maduro y su camarilla hasta dónde se han rebajado sin remedio en el catálogo de nuestras miserias históricas? ¿Entienden los silenciosos de la vergüenza, aquellos tontos útiles que aún por soberbia o por miedo, ambas humillantes razones, no se atreven a colocar su voz del lado de la justicia, que están siendo los cómplices de la más grave traición a la patria jamás cometida por un grupo de venezolanos?

Este gobierno, heredero de un régimen de palabras hinchadas y de logros escuálidos, habrá sancionado al final de su trayectoria de escupitajos la forma más abusiva de dictadura: aquella que yace sobre el expolio, por parte de una secta criminal y de un hegemón caricaturesco, de la representación de la voluntad de un pueblo, para contradecirla.

Tanta cantaleta sobre la democracia protagónica y participativa para concluir en los abusos de una dictadura que nos regresa a la prehistoria de la representación política, no sancionada por la voluntad popular, sería motivo de carcajadas, si no fuese hasta la risa un arma letal en estos días.

A la hora en que escribo estas líneas la Organización de Estados Americanos discute la tragedia venezolana. En esta hora cientos de miles de venezolanos vuelven a las calles, con recia decisión de manifestar por la libertad y por el retorno de la república. Serán 80 días o 100. O serán meses y años. Y a esta hora la única respuesta que les ofrece el gobierno es la violencia, el fuego de las bombas, el desprecio y la muerte. Porque al gobierno, hoy, sólo le queda el bunker de los vencidos: la entrega o el suicidio. Y todo es posible en esta hora crítica de Venezuela.