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Ha muerto el profesor; por Sinar Alvarado

carlosgaviria
Como un pájaro inútil, el avión dormía sobre la pista en el aeropuerto de Villavicencio, dos horas al suroriente de Bogotá. Diez personas vestidas de amarillo (el color del Polo Democrático Alternativo) caminaron sesenta metros hasta alcanzar el aparato, agobiados por el bochorno de la tarde en Los Llanos. Uno a uno fueron abordando, y abrocharon sus cinturones mientras esperaban el encendido de los motores.

Esperaron. Esperaron.

Pero después de varios intentos, el motor no respondió. Las alas de aquel pájaro cansado se negaban a volar.

Entonces el grupo (puros congresistas de izquierda) volvió a la pista con resignación. El candidato Carlos Gaviria —de aspecto cuidado, camisa a cuadros color café, cabello y barba tan blancos— bajó de último y se ubicó junto a la escalerilla; ahí se dedicó a contar chistes y a recordar inapropiadas anécdotas de catástrofes aéreas. Así, provocador, se divirtió un buen rato, haciendo bromas de humor cruel que daba dolor interrumpir. Pero era necesario aprovechar aquella pausa obligada.

—Doctor Gaviria, sé que en el 98 le sugirieron participar en la campaña presidencial, pero usted no aceptó. ¿Por qué ahora sí?
—Cierto. Varias veces me habían hecho ofrecimientos, pero nunca había querido porque no soy un político (Gaviria habla con corrección, modula como quien se dirige a un auditorio culto). Mi sueño nunca ha sido el poder. Lo único que yo había querido, además de ser profesor, era ser magistrado.

Lo consiguió en 1993, cuando fue designado ante la Corte Constitucional, donde falló en temas controversiales como el aborto, la despenalización de la dosis personal de estupefacientes y los derechos de las minorías.

—Cuando salí de la Corte me convencieron de que le prestaría un buen servicio al movimiento encabezando la lista para el Senado.

Y aceptó. Gaviria hizo una campaña breve y logró la quinta votación más alta del país con el respaldo de 115 mil electores. Cuando completó cuatro años en el Congreso, el Polo le propuso la precandidatura presidencial, que tuvo que disputar con el también senador Antonio Navarro Wolff, un popular exguerrillero del Movimiento 19 de abril, a quien superó con el 52% de respaldo entre las bases del partido. De este modo Carlos Gaviria, el profesor, entró a la contienda presidencial de 2006 para enfrentarse a dos huesos duros: el exministro Horacio Serpa, del Partido Liberal, y Álvaro Uribe, el presidente-candidato.

Alfredo Molano, sociólogo de izquierda y viejo amigo de Gaviria desde sus días de académico en la Universidad de Antioquia, dice que el candidato le apuesta a la Presidencia para seguir educando, pero a mayor escala: “Él sigue siendo un profesor, sólo que ahora sus alumnos están en todo el país”.

Carlos Gaviria (1937) nació en Sopetrán, un pueblo caliente ubicado en el norte de Antioquia. Su padre, periodista autodidacta, se suicidó cuando él tenía apenas cuatro años. Gaviria estudió la primaria y el bachillerato en una escuelas de jesuitas que debió influir mucho en su formación religiosa. Sin embargo, más adelante, en busca de una educación más liberal, el joven huérfano se matriculó en la Universidad de Antioquia, de donde no se movió en mucho tiempo: allí hizo su carrera docente hasta alcanzar la jubilación.

Durante sus años como profesor en Medellín, Gaviria tuvo entre sus alumnos a un joven de derecha que muchos años después sería su contendor: Álvaro Uribe Vélez.

Ya en esa época, el maestro y el alumno se ubicaban en bandos opuestos del espectro político. “Uribe siempre defendía una posición autoritaria y conservadora, y yo una posición liberal de izquierda y democrática”.

Gaviria ha bromeado en un par de ocasiones y ha dicho que su antiguo pupilo no supo asimilar las clases de derecho constitucional (su bandera reeleccionista, dicen algunos, alteró para siempre el espíritu democrático de la Constitución de 1991). Alfredo Molano está convencido de que la pelea entre maestro y alumno es precisamente en torno al valor y la integridad de la Carta Magna: “Gaviria la defiende casi con la vida; Uribe la menosprecia”.

Gloria Correa, abogada amable pero de aspecto rudo, exalumna del candidato, lo recordó una tarde en Bogotá como “el profesor más respetable y con más solvencia intelectual que había en la facultad”. Gaviria, dice, era un profesor de saco y corbata, dueño de un estilo poco común en esa universidad. “Él es un hombre que escribe siempre a mano y, como todo intelectual de verdad, es completamente incapaz para la vida práctica. Él debe creer que los huevos vienen en lata”. También es un agnóstico expresivo: en la Semana Santa de 2005, durante una entrevista de televisión, en un país católico como Colombia, Gaviria puso en duda la existencia de Dios.

De vuelta en la pista, Gaviria parecía inmune al calor llanero. Todos sudaban, pero él lucía fresco y cómodo durante la espera.

—El poder nunca ha sido su sueño, algunos lo califican como un eterno crítico del poder, casi un anarquista. ¿No es una desventaja tremenda para un candidato?
—No lo creo. Lo que ocurre es que yo no repito el molde del líder político tradicional, que dice que es el mejor, y asegura que si fuera presidente sería un gran presidente. Yo por el contrario me atengo a una costumbre de las comunidades indígenas, donde nadie se ofrece para un cargo, sino que es la comunidad la que se lo solicita. Yo me siento solicitado por algunos sectores y me parece que esa solicitud es inabdicable.

En efecto, Gaviria llegó a la política casi llevado de la mano, requerido por algunos sectores de la izquierda, digamos, civilizada. “Nunca se le ocurrió que pudiera participar activamente en la política, nunca le interesó. Él fue llevado a eso”, confirmó Gloria Correa.

“Claro, algo le debe estar gustando de esta faceta cuando continúa en ella. Yo creo que él piensa que tiene algo que decir, pero estoy segura de que preferiría estar en su casa leyendo, a estar hablando en una plaza o resolviendo problemas de partido”.

El candidato estuvo de acuerdo:

—El contacto con la gente me ha enriquecido muchísimo, pero yo he sido siempre muy amante de la soledad, y la echo de menos.

Gaviria es visto de igual manera por algunos colaboradores cercanos —y por sus enemigos, que lo critican por ser alérgico a los asuntos naturales de la política tradicional, e inexperto en la administración pública. Navarro Wolff, compañero en el Senado, lo describió una mañana sentado en su despacho del Congreso. “Él es un tipo muy organizado, que siempre prepara sus intervenciones y sus materiales de trabajo. Pero no le gusta el Congreso porque es muy lento, muy desorganizado y burocrático. Cuando Gaviria salió elegido evitó las caóticas reuniones en las que se definía quién quedaba en cada comisión. La entrada dependía del apoyo de otros legisladores, de la negociación. Él se marginó de esa rapiña, pero consiguió lo que quería: la Comisión Primera, que trata los asuntos constitucionales”.

Siempre, desde que lo conozco, ha sido un tipo pulcro y muy modesto en su vida económica”, dice Alfredo Molano. “Es vanidoso y polemista; también es incapaz de negociar algo que atente contra sus principios”.

Gaviria es un intelectual que ha pasado su vida entre las páginas de los tratados de Derecho, entre las líneas sutiles de la poesía y la literatura. En suma es, como lo califican muchos, “un liberal típico, un liberal del siglo XIX”.

En torno a su inusual figura se han aglutinado distintos sectores de la izquierda colombiana: desde las amplias redes sindicales, hasta los indígenas (Gaviria los favoreció hace varios años en algunos de sus fallos), pasando por el Partido Comunista y los homosexuales, también defendidos por el exmagistrado.

Algunos analistas y reporteros de izquierda ven en esta mezcla de tendencias un lastre para las aspiraciones del candidato. Los escépticos creen que los sectores más radicales, que admiten incluso la lucha armada, terminan contaminando el talante democrático de Gaviria. Y es allí donde palpitan las preguntas claves: ¿Qué tipo de izquierda es la de este candidato? ¿Qué tipo de gobierno haría? Él responde con fórmulas conocidas en su discurso: respeto absoluto a las libertades individuales; planes sociales dirigidos a solventar la desigualdad que, según dice, es la materia prima del conflicto armado colombiano; y vigilancia del Estado sobre las actividades económicas. Para quienes preguntan cómo gobernar con el Congreso en manos de los uribistas, él, no sin cierta ingenuidad, respondió junto al avión:

—No intentaré nada distinto a la persuasión.

Durante las décadas del 70 y 80 Gaviria formó parte del Comité Regional para la Defensa de los Derechos Humanos, en Medellín. Cuando los paramilitares lanzaron una de sus ofensivas contra voceros de izquierda, varios miembros de este grupo fueron asesinados. Primero cayó el médico Héctor Abad Gómez (padre del escritor Héctor Abad Faciolince), luego Leonardo Betancourt y finalmente Luis Fernando Vélez. Todos eran amigos cercanos de Gaviria, y viendo que su seguridad estaba amenazada, él tomó el camino del exilio.

—Me fui a Argentina, donde aproveché para seguir estudiando temas que venía trabajando en mi año sabático. Yo he sido siempre un admirador de Borges, y él decía que la pasión de los argentinos es la amistad. Allá tuve la oportunidad de comprobarlo.

Salvador Vila, un español alto de barba poblada, trabaja desde hace varias semanas como asesor del candidato. Vila trabaja para CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales), una ONG que ha asesorado a Hugo Chávez y a Evo Morales, y fue recomendado para trabajar con Gaviria dada su experiencia en temas de organización electoral. Vila veía en el candidato del Polo a “un hombre que se cree realmente lo que dice, lo que no es muy común entre políticos, y menos aún entre candidatos. También me asombra la capacidad que tiene de advertir muy rápidamente el tipo de auditorio que le está esperando cuando llega a un lugar. Supongo que es una habilidad aprendida y desarrollada durante sus años como docente”.

En definitiva Carlos Gaviria era un intelectual, un erudito con carisma cuya aventura política tendía a ser pasajera. En aquel momento las encuestas lo ubicaban de segundo, justo detrás del Presidente Uribe, pero era improbable que consiguiera pasar a segunda vuelta. Aquella tarde en Villavicencio le propuse el ejercicio:

—¿Qué pasa si pierde todo en la primera vuelta?

—En ese caso no volveré a intentar una candidatura. Me iré a mi casa a leer.

Y así lo hizo. Pero antes de llegar a eso, era preciso echar a andar un avión.

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Una versión de este texto fue publicada en el diario El Nacional en mayo de 2006.