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Gracias a Maduro; por Federico Vegas

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Dice el proverbio:

“Nada une tanto una familia como un hijo poeta. Todos se unen en su contra”.

Los dictadores tienen también este capacidad unificadora. Si además se trata de un dictador parlante hasta la incontinencia, un imitador sin pudor y con delirios de elocuencia, llega a generar un furioso rechazo que poco ayuda a pensar y un odio tan tóxico que puede llegar a favorecerlo.

En Venezuela podemos decir: “Gracias a Maduro que nos ha dado tanto”. Si Chávez fue capaz de dividir el país, Maduro se está encargando de unificarlo al someterlo a un sufrimiento profundo y ecuménico. Nunca antes el país ha estado tan unido bajo el yugo de males tan innecesarios y absurdos que afectan a todos por igual en un democrático padecimiento. Somos un país demotrágico.

Maduro se ha entregado a sus causas y sus efectos empleando a fondo las facetas de la vida humana que definió Schopenhauer: Lo que es, lo que tiene y lo que representa. No es casualidad que exclame mientras se retoca la gorra y el traje: “Me parezco a Saddam Hussein”. Y no le falta razón cuando remata la frase: “Un Hussein en vivo”.

Pareciera exagerado entonar en su nombre la canción de Violeta Parra, pero hay estrofas de “Gracias a la vida” que se ajustan. Decir que “Me ha dado la marcha de mis pies cansados”, es demasiado obvio; más revelador es cantar:

Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano,
Cuando miro al bueno tan lejos del malo,

 Los venezolanos tenemos hoy un corazón que se ha expandido dolorosamente al vivir en carne propia los frutos de una mente torpe y mala que nos ha alejado de los bienes de una tierra generosa y propicia a la felicidad. Al mismo tiempo hemos recibido un instrumento para enfrentar la más grave crisis de nuestra historia republicana:

Me ha dado el sonido y el abecedario
Con él las palabras que pienso y declaro.

En estos últimos meses se ha precisado el lenguaje con sangre. Los verbos y las definiciones confusas que ocultaban las verdaderas intenciones han desaparecido dando paso a la visión transparente de cómo una minoría armada pretende dominar a una mayoría desarmada, y en consecuencia, esa mayoría cuenta ahora con un pensamiento claro, diáfano, poderoso, para declarar que no se va a dejar doblegar.

Ya no hay disfraces, ya Maduro no “se parece a alguien”, ya es lo que representa y sostiene entre las manos sin tapujos ni espejismos. Ahora podemos llamar a los hechos por su nombre y hablar de dictadura sin divagaciones ni porcentajes. Tenemos un lenguaje nítido, inequívoco. Así comienzan los verdaderos cambios. Al principio era el verbo, y el verbo se hizo carne, y habita entre nosotros lleno de gracia y de verdad.