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Futurología post-política; por Juan Cristóbal Castro

Futurología post-política; por Juan Cristóbal Castro 640a

Imaginemos a un historiador que viene trabajando en un proyecto sobre las desapariciones de civilizaciones subalternas. Es el año 2300 o algo así. Pensemos que está en China u otro emporio capitalista autoritario. Se interesa por la que una vez fue Venezuela, un lugar insignificante gobernado por militares y caudillos que, de pronto, durante cuarenta años tuvo en su historia un extraño tipo de gobierno llamado “republicano” gobernado por “civiles”.

Revisando documentos para entender cómo llegó a su desaparición, el investigador descubre uno publicado el 28 de diciembre de 2012, antes de las revueltas que iniciaron la insidia entre los grupos opositores: un informe hecho por investigadores, académicos e intelectuales, figuras despreciadas tanto por la oligarquía militarista en el poder como por las élites tecnócratas y mediáticas del pequeño contingente oposicionista que sobrevivía a duras penas.

El historiador se sorprende al leer algunas recomendaciones. La primera asevera que la “unidad nace con el objetivo de constituirse en alternativa eficaz para el cambio política”, pero en la práctica devino en “una mera coalición electoral”. También advierte que ya en sus inicios se había dicho que para lograr un cambio se debía ir “mucho más allá”. La segunda recomendación promueve la necesidad de ampliar “su constitución y relaciones político-sociales” para incorporar “a diversos sectores sociales, en atención a su representatividad”.

“¿Eso lo escribió la misma MUD?”, se pregunta contradiciendo todas las opiniones en la prensa opositora que había leído en los archivos que tenía. No lo puede creer. Se sienta un rato en un sofá y piensa. “¿Qué fue lo que pasó para no haber querido profundizar en ella, si estaban las claves para crecer?” y propone varias respuestas.

La primera es consecuencia de la maquinaria del gobierno. Las compras de políticos, las trasmisiones ilegales de grabaciones, las intervenciones en medios y Twitter promoviendo la división a través de rumores insidiosos, las descalificaciones, insultos, y agresiones, fomentaron un clima de sospecha entre todos e impidió avanzar en el esfuerzo unitario.

La segunda es producto de la polarización que generó “La Salida” y sus seguidores más fervientes. Esta iniciativa contrapuso a los que sí estaban peleando contra el régimen frente a los que terminaban siendo cómplices del mismo, como era para muchos la MUD; una pugna entre regeneracionistas (quienes se veían como los únicos sujetos morales que buscaban un cambio de verdad) y normalizadores (quienes centraban todo en la estrategia electoral y con ello terminaban normalizando la situación). El primer grupo estaba en lo cierto en cuanto a entender el descontento que había y la necesidad de movilización, pero se equivocaron cuando proponían una constituyente o una renuncia sin mensaje, sin símbolos, sin una lectura general del país y, además, promoviendo una ruptura con el otro bando opositor. El segundo grupo acertaba en cuanto a entender que no estaban dadas las condiciones de una rebelión popular, que había que sumar voluntades y que las elecciones eran, en la cultura del venezolano, el único medio a partir del cual se podía dar una transición concertada.

El problema es que desecharon de plano otras vías de protesta que eran necesarias, no sólo para satisfacer el descontento de la población sino para crear comunidad. También se concentraron en prodigar mensajes populistas donde lo único importante era mostrar los padecimientos de la cotidianidad del venezolano, sin querer conectarlos con la necesidad de recuperar valores civiles, propios de la república que se había perdido.

Al final el desencuentro no ayudó para trabajar en una combinación inteligente de ambas posibilidades y no se avanzó en la propuesta del informe.

La tercera respuesta que propone es producto de la anterior: la falta de coordinación y comunicación entre los distintos actores opositores, independientemente de las disputas y diferencias ideológicas. Por un lado tenías a unos llamando a la renuncia, mientras otros hablaban de elecciones, al tiempo que los estudiantes salían a las calles sin dirección, sin mensajes claros, prestos a ser reprimidos salvajemente por el gobierno que buscaba más conflicto. Todo ello promovió más el desencuentro y la frustración entre los sectores opositores.

La cuarta respuesta es producto del liderazgo opositor. La pugna entre los actores más visibles hizo que fuese difícil tener una claridad en los mensajes y los destinos de las marchas y revueltas. Al final, revivieron el voluntarismo que tanto daño ha hecho, enceguecidos por llegar a la presidencia o a ser reconocidos “por la Historia”. También a ello contribuyó el imaginario personalista de sus seguidores, quienes concibieron la política como una simple lucha por la toma del poder presidencial. Una visión promovida por “notables” intelectuales, medios adentro y afuera, irresponsables asesores de imágenes y encuestólogos de turno, sacando encuestas para ver qué candidato estaba teniendo más apoyo mientras torturaban a vecinos y niños.

La última respuesta es la falta de una reflexión crítica más asertiva por parte de la sociedad civil. No pudieron dilucidar mejor el problema entre los distintos factores opositores, además de que mostraron pésima puntería al no poder discriminar entre la MUD y los partidos que la representan, incluso los más hegemónicos, y así todo el diseño de Aveledo, y quienes constituyeron la misma comisión del informe Hospedales para mejorar la unidad fueron bombardeados como ineficientes, como que no querían mejorar y crecer, como cómplices del gobierno, quitándole la autorictas para desarrollar la propuesta del informe.

*

Y así terminan las especulaciones de nuestro historiador. Se levanta de la butaca y busca algo de tomar. Luego se sienta y de pronto tiene una súbita sospecha. “¡Claro!”, se dice cuando lee otro elemento del Informe Hospedales. Se detiene con cuidado en la frase que lo sorprende. Dice: “No hemos sabido darnos una identidad en relación a nuestra tradición política democrática”.

Entiende ahora cómo no hubo unión, desde las diferencias, por supuesto, y cómo se ha cedido “al clima de opinión construido por el Estado corporación que niega el pasado republicano de Venezuela”. También se  evitó el “debate de ideas” y la construcción de una narrativa que conectara “las propuestas del presente con lo mejor de nuestra tradición republicana y sus luchas contra el despotismo”.

Concluye nuestro historiador con razón: “A falta de república, sólo tendrás personalismos. Y los liderazgos de ese tiempo se dejaron llevar por los cantos de sirenas regeneracionistas y por eso fueron cómplices con el gobierno en desechar el pasado”.

¿Será que al final eso es lo que no quisieron realizar nuestros partidos, nuestros líderes de la sociedad civil opositora, nuestros opinadores de oficio y nuestros encuestólogos? ¿No es ésta la deuda que tienen todavía con el país, tras estos quince años de deterioro?

La historia continuará.