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Desde su distante Boconó, Francisco Pérez Perdomo llegó a Caracas, en 1948, para estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela. Allí se encontraría con otros miembros de la llamada “Generación del ‘58”; la misma que, en 1961, fundó el Grupo Sardio y, más tarde, El Techo de la ballena. Como todos ellos, Pérez Perdomo fue un convencido militante de la más extrema vanguardia literaria. Desde su primer libro, Fantasmas y enfermedades, se dio a conocer por una ajustada dicción donde confluían dos de las presencias que marcaron a buena parte de los poetas de esa época: el venezolano Ramos Sucre, y el franco-belga Henri Michaux. Poemas en prosa casi siempre, escritos en primera persona, con asuntos como el desdoblamiento, las reiteradas visitas de figuras fantasmáticas, una realidad sin bordes, alucinatoria y angustiosa. Todos temas e imágenes que, en Michaux y en sus seguidores venezolanos, se inscribían en la mejor retórica surrealista y para-surrealista.
La cuidada escritura de la poesía de Pérez Perdomo fue reconocida dentro y fuera de Venezuela. Aquí, ganaría importantes concursos; y, fuera, sería incluido, con otros cuatro vates venezolanos, en la legendaria Antología de la poesía viva latinoamericana, publicada en España, en 1966, por el argentino Aldo Pellegrini. En su prólogo, el antólogo, surrealista él mismo, destacaba los alcances de esta poética en nuestros países : “No hay duda de que el surrealismo tenía que ejercer una particular atracción en Latinoamérica por su doble carácter de lenguaje poético y concepción revolucionaria de la vida… El surrealismo ofrece a los nuevos poetas el privilegio de una deslumbradora libertad de expresión, el incentivo de la imagen insólita y su permanente carácter experimental. El mundo de lo mágico, tan fuerte en las culturas precolombinas, significa también un punto de contacto con el surrealismo”. La poesía de Pérez Perdomo es un claro ejemplo de esta retórica.
Siempre de acuerdo con esta lírica impersonal y oblicua, hermética e indiferente, reiterados atributos de la modernidad, Pérez Perdomo escribió todos sus libros, por lo menos hasta 1988, cuando comienza a observarse un prudente distanciamiento de esta ortodoxia. Ese año aparece su colección Los ritos secretos, que llama la atención, en algunos textos, por su sintaxis más relajada y asuntos hasta ahora no tratados. En el primero de los poemas, “Ese es mi nombre”, la escritura parece una crítica a todo lo publicado con anterioridad, una lírica impensable en sus años de militancia surrealista: “Francisco me nombran/esa es mi gracia/yo soy de estos lugares…” El tono confesional, introducido en Venezuela por poetas de generaciones posteriores, es adoptado con inteligencia y decoro por el poeta de Los venenos fieles. En lo sucesivo, en sus mejores momentos, será el autor de una poesía nostálgica, olorosa a provincia y zaguanes húmedos, a campo polvoriento, paredes sollozantes y momentos iluminados en la “región sin tiempo de la infancia”: “Yo tenía siete años/y jugaba papagayos en las colinas…”. No es improbable que sus poemas más permanentes, los haya escrito Pérez Perdomo cuando comenzó a distanciarse de la retórica surrealista y se dedicó a componer versos siguiendo de cerca la “verdadera voz del sentimiento”.
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