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Ética de la convicción y ética de la responsabilidad; por Gustavo Tarre Briceño

Ética de la convicción y ética de la responsabilidad por Gustavo Tarre Briceño 640

Puede parecer muy pedante el pretender analizar la realidad de la oposición venezolana a la luz de teorías políticas o filosóficas.  Estarían fuera de lugar planteamientos eruditos y citas enjundiosas.  Pero ocurre que la teoría es imprescindible para la comprensión de la praxis y que  mentes  esclarecidas han analizado problemas que son recurrentes desde que el hombre vive en sociedad.  Por eso recurrimos a Max Weber, quien en 1919 enunció su célebre distinción entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad” como las dos máximas de conducta bajo las cuales los hombres pueden actuar en política. Decía Weber que hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, es decir con fundamento esencial en los principios y valores o según la ética de la responsabilidad, que ordena tomar en cuenta las consecuencias previsibles cada acción.

Se preguntará el lector qué tiene que ver este planteamiento con la división de las fuerzas opositoras en Venezuela.  A ver:

Quienes desde el mes de febrero propiciaron la tesis que se ha denominado “La Salida”, la fundamentaron en la profunda convicción de que el régimen imperante es una dictadura en lo político y un desastre en lo socio-económico y que, por lo tanto, no podía esperarse el vencimiento de los lapsos constitucionales y que debía exigirse en la calle, la puesta en marcha de los diferentes mecanismo que la propia Carta Magna establece:  La renuncia, la Asamblea Constituyente o el referéndum consultivo.  Esta posición ha sido calificada por quienes la adversan, como “voluntarista” y por algunos como “aventurera”.

Lo que podríamos llamar el “oficialismo” de la MUD, encabezado por su entonces Secretario Ejecutivo, Ramón  Guillermo Aveledo,  asumió la ética de la responsabilidad, considerando que el criterio último para determinar el rumbo de la oposición, había de fundamentarse en la consecuencia de la acción y especialmente en sus posibilidades de éxito. Sostuvieron la pertinencia del diálogo con el gobierno. Algunos sectores “radicales” tacharon de débil y hasta de “colaboracionista” esta posición.

Sin embargo, y a pesar  de la diatriba, aquí tenemos una primera observación positiva: Ambas partes partieron, tal vez sin darse cuenta, de una visión ética de la política que contrasta con el accionar del chavismo totalmente desligado de cualquier referencia principista. Descubrimos entonces un punto a favor de las dos tendencias opositoras y recordemos además que para Weber una y otra ética no se excluyen, o que conducirse según las propias convicciones sea equivalente a la falta de responsabilidad, o al revés, que actuar responsablemente signifique claudicar de los principios en los que uno cree, sino que dependiendo de la esfera de actuación de los individuos, debe prevalecer la una sobre la otra, en razón de las consecuencias que se provoquen con nuestros actos.

Continuando con Max Weber, no olvidemos que el gran pensador alemán  planteaba que la acción de los políticos, debe conducirse primero por la ética de la responsabilidad, es decir, analizando, ponderando y teniendo en cuenta siempre las consecuencias de sus decisiones.

El duro precio que se pagó en la calle, cuya responsabilidad es únicamente de un gobierno represivo y que niega los más elementales derechos humanos, no condujo a la salida de Maduro. Punto a favor de Aveledo y de Capriles, pensará el lector. Pero no es así.  Responsabilidad quiere decir que uno asume las consecuencias de sus acciones y la ética de la responsabilidad se vincula con la ética del éxito: las acciones políticas se valoran con base en el éxito que logran y nadie, en su sano juicio, puede pensar que la política del Diálogo fue exitosa.

La verdad es que ambas estrategias, una basada en las convicciones y la otra fundamentada en la responsabilidad, fracasaron, muy posiblemente porque fueron la expresión de una división totalmente ajena a los deseos del pueblo opositor.  Lo que corresponde entonces es dejar de denunciar los defectos de la tesis contraria o de justificar los errores y dedicarse a buscar una estrategia común que trate de sintetizar ambas posiciones, lo que significa discutir y que ambos lados deban ceder. La libertad de Leopoldo López, de Ceballos y Scarano y de todos los presos políticos, así como el fin de los juicios inconstitucionales que se le siguen a  miles de estudiantes, constituyen un primero y obligatorio terreno de entendimiento.

Algunos de los que sostuvieron “La Salida” plantean ahora la convocatoria a una Asamblea Constituyente.  Nos sumamos a quienes piensan que esa propuesta presenta grandes debilidades. María Corina Machado propone la realización de un Congreso  Ciudadano, iniciativa que parece excelente siempre y cuando se lleve a cabo con la mayor amplitud y transparencia. Se equivocan quienes descalifican a priori esta convocatoria y rehúsan la discusión.  Decir que este mecanismo “no conduce a ninguna parte” es una profecía autocumplida que niega el valor de la  discusión y de la confrontación de ideas. Pero más importantes que el Congreso mismo, son las estrategias y objetivos que puedan surgir en ese foro abierto.

La tendencia “dialogante”, para darle algún nombre, no plantea alternativa, salvo la renuncia de Ramón Guillermo Aveledo y Ramón José Medina, que es consecuencia del fracaso de su propuesta y que  les honra, aunque no lo verbalicen así,  al asumir su responsabilidad.

Quienes integran esta tendencia deben al país algo más que un deslinde estéril o la idea simplista de que la oposición tiene que dedicarse “a crecer” exponencialmente para superar el ventajismo, la trampa, la corrupción y el cerco comunicacional y poco hacen para que ello ocurra.

Para concluir, una última referencia a Max Weber, quien en La política como vocación,  parecía escribir en 1920 para la Venezuela de hoy, cuando dijo que la vanidad, la necesidad de sentirse el centro de todo, conduce al político a cometer dos pecados mortales: dejar de lado el compromiso con una causa y perder el sentido de la responsabilidad.  Requieren, quienes se dedican a este noble y denigrado oficio, alcanzar la síntesis entre una fuerte pasión y un frío sentido de las proporciones.

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