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¿Estamos ante una tendencia de regresión nacional?; por Arnoldo José Gabaldón

Parte de la serie La Torre de David. Haga click en la imagen para ver la galería completa aquí en Prodavinci / Fotografía de Jorge Silva para Reuters

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Venezuela se encuentra en uno de sus peores momentos en los últimos 100 años. Si esa situación fuese el resultado de circunstancias puntuales o coyunturales, podríamos tener la certeza de que ella sería superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo constituye una tendencia regresiva de su sociedad, con dimensiones culturales, antropológicas, políticas y económicas, entre otras, rebasarla exigirá esfuerzos colectivos  muy complejos y de más largo aliento.

¿A qué denomino una tendencia  regresiva de  atraso nacional? A un proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual  un conjunto de parámetros representativos del  bienestar y evolución: espiritual, intelectual y material,  de una nación, se ven  desmejorar constantemente, conformando así una  tendencia. Me refiero por ejemplo, cuando se estanca  o disminuye su producción de bienes y servicios. Al registrar una disminución constante de la productividad nacional. Al  apreciar  como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más ostensible del atraso de una nación. Vemos mermar la producción de artículos científicos y el registro de nuevas patentes. Se  destartala la infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de impedir tal situación. Las instituciones se degradan y especialmente hemos tenido un tremendo retroceso en la aplicación de la justicia. La seguridad ciudadana se hace cada vez más aleatoria. Los servicios públicos se desmejoran.  Los índices de salud  se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades. La desnutrición infantil aumenta y marca para siempre a un porcentaje alarmante de población.  El deterioro de la calidad  de la educación  a todos los niveles, se hace visible  y la degradación ambiental, es también rampante.

Por ejemplo, ¿qué le viene ocurriendo paulatinamente a nuestra principal Casa de Estudios, la Universidad Central de Venezuela? cuando percibimos una erosión continua de sus cuadros profesorales, por el éxodo de talentos que está ocurriendo en el país, pero además se deterioran por escaso o nulo mantenimiento sus edificaciones y urbanismo que son patrimonio de la Humanidad.

Deseo llamar la atención sobre la tendencia al atraso nacional que estamos observando en las últimas tres o cuatro décadas, después de haber logrado anteriormente niveles de progreso superiores en América Latina, como puede fácilmente documentarse. Cuando una tendencia de esa naturaleza  persiste durante largos años es que puede calificarse de verdadero periodo de retrogradación histórica nacional. ¿Y puede alguien negar que eso no sea lo que hemos presenciado las últimas décadas en Venezuela? Uno de los síntomas más graves de ese proceso, es cuando el alma colectiva desfallece víctima de la desesperanza, como acusamos en la actualidad. ¿La grave fuga de cerebros que estamos sufriendo, no es una reacción social condicionada a ese fenómeno?

Lo que más perturba es que ese tipo de procesos no tienen duración anticipable. Axel Capriles (2017), cita al historiador  E.R. Dodds, quien expone en su libro: Paganos y Cristianos en una Era de Ansiedad, “cuando Marco Aurelio subió al poder, ninguna campana sonó para alertar al mundo que la pax Romana estaba a punto de terminar y ser sucedida por una era de invasiones bárbaras, guerras civiles sangrientas, epidemias recurrentes, inflación galopante e inseguridad personal extrema.” ¿Quién puede negar que el Imperio Romano había entrado a partir de ese tiempo en una tendencia profunda de regresión?

¿Por qué estamos detenidos o en pleno retroceso? Debe ser preocupación de nuestros científicos sociales, historiadores, sociólogos y economistas, entre otros, indagar a fondo sobre las posibles causas del fenómeno que estamos constatando, para que  se facilite encontrar los factores que puedan reversarlas. ¿Cuáles pueden ser algunas hipótesis a examinar? ¿Son acaso causas entroncadas con nuestro desarrollo sociohistorico más remoto? ¿Fueron factores geopolíticos o geoeconómicos, los que han contribuido a este desfalco de monstruosa magnitud a nuestra sociedad? ¿Fue la cultura rentista que se anidó en nuestro cuerpo social a lo largo de décadas después de 1920, la responsable de esta situación? ¿Hay un proceso de involución cultural que a su vez fue inducido por los hábitos rentistas? ¿Ha sido la mala calidad política-administrativa de los últimos gobiernos la responsable de la regresión nacional que se observa? A lo mejor es una conjunción de tales causas. Son por lo tanto diversas las  líneas de investigación que hay que adelantar.

Alberto Adriani, uno de nuestros más preclaros intelectuales estudiosos del desarrollo, apuntando en esa dirección, había dicho antes de la muerte del Dictador Juan Vicente Gómez, que los estilos de vida de una sociedad podían ser adversos o propiciatorios del progreso; y que la austeridad y la vida sobria eran hábitos favorables en ese sentido. En tal contexto, se declaraba contrario a los patrones de consumo suntuarios y exagerados, que ya empezaban a manifestarse en Venezuela, apenas iniciado el modelo económico rentista en los años treinta del siglo pasado. En 1931 Adriani alertaba: “Muchos de los beneficiados por los años de prosperidad y otros por seguir su ejemplo, fueron los constructores de lujosas mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumidores de automóviles, victrolas, licores, sedas, perfumes y otros artículos de lujo” (Adriani, 1998)

Esos estilos de vida y otros mucho más nocivos que se fueron engendrando con el tiempo, como la baja propensión al ahorro, el incumplimiento laboral que incide tan seriamente sobre la productividad, el despilfarro de los dineros públicos, la improvisación, la corrupción administrativa a todos los niveles  en los  sectores público y privado, el irrespeto a las instituciones y a las leyes, características entre otras, de nuestra población, fueron constituyendo la matriz dentro de la cual se ha gestado la sociedad venezolana que ha tenido actuación durante el último medio siglo.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchos países en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un mono producto de exportación, con los síntomas de un  retroceso societal. Sabemos que los primeros obedecen a ciclos económicos que son superables a través de  políticas públicas acertadas. Sin embargo, más se asemeja nuestra crisis por sus secuelas a las de  una guerra de grandes proporciones que hubiese azotado al país y que tuvo diversas manifestaciones negativas, espirituales y materiales.

Ahora bien, ese proceso no se inició con el presente régimen. Éste es un síndrome de él, como han expuesto diversos analistas. Las horrendas verrugas de ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción, despotismo, insensibilidad social, que han aflorado como sus características más conspicuas hoy, se venían gestando desde antes. Pero han llegado ahora a su clímax y por eso nos resultan intolerables, siendo urgente por lo tanto conducir un profundo cambio político. Pero hay que alertar: ese cambio aspirado por las grandes mayorías, no arrojará resultados positivos, si al mismo tiempo no se actúa sobre las causales del fenómeno esbozado.

Estas son las tristes realidades y dilemas que a la sociedad venezolana  le toca confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si acaso existen bases para sustentar algunas esperanzas de cambio positivo? Diría que sí,  pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear falsas expectativas o inducir a pensar que la hazaña es fácil. Veamos.

No se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un antídoto muy importante para luchar contra el despotismo imperante.

¿Cómo puede esperar un destino lamentable a un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entro otros? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovecharlos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Aun contamos con un sector  privado productivo, que aunque muy averiado,  puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción política y ser protagonista de un proceso de recuperación económica.

Tenemos una iglesia unida que puede coadyuvar mucho al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el desarrollo humano.

Y lo que es más importante, no todo el talento nacional se nos ha fugado y hay razonable posibilidades de que algunos de los que se han ido regresen a su patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

Poseemos una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera, que han sido tan mal manejadas y mantenidas en los últimos tiempos. La industria petrolera nacional, puede volver a ser una importante palanca del desarrollo, si la abrimos al capital privado nacional y foráneo.

Lo que nos hace falta ahora es recuperar el espíritu nacional. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. De esta crisis tenemos que sacar lecciones útiles. Replantearnos nuestras propias conductas individuales y colectivas. Apartar los malos hábitos creados por la cultura rentista. Y añorar un liderazgo luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios.

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BIBLIOGRAFIA

Adriani, A. (1998). Textos Escogidos. Biblioteca Ayacucho. Caracas. p. 230

Capriles, A. La Gran Regresión. El Estímulo, 4 de febrero del 2017.