Literatura

Escrituras del tú, por Alejandro Sebastiani Verlezza

Por Alejandro Sebastiani Verlezza | 23 de diciembre, 2013
Armando Rojas Guardia, fotografiado por Lisbeth Salas

Armando Rojas Guardia, fotografiado por Lisbeth Salas

 

Mientras iba pasando las páginas de Oscura lucidez, pensé en los románticos de Jena –particularmente en Friedrich Schlegel– y me dije: lo mejor será responderle al libro de Alzuru con un poema que retrate mi experiencia de lectura. Ese impulso, de pronto excesivo, preferí aplazarlo. Más bien, me pareció sensato hacer unas notas de orientación (sobre todo para mí mismo).

Me puse a revisar algunos ensayos sobre Rojas Guardia escritos por Juan Liscano, María Fernanda Palacios, Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez, Antonio López Ortega, Carlos Sandoval, Patricia Guzmán. Cada uno de ellos, a partir de diversas perspectivas, elabora con tino y solvencia regiones de sentido para irse adentrando en su escritura. Eso sí, la excentricidad y el desparpajo de Alzuru aparece como una puerta nueva que se abre dentro de este variado grupo de comentaristas. Aún así, encuentro una clave de lectura muy importante en Palacios. Cuando estudia El calidoscopio de Hermes, introduce un término que siempre se presta a las más diversas elaboraciones: moral. “Digo moral”, escribe la profesora, “buscando con esa palabra una tonalidad muy específica. No hablo de moral alguna ni de <<proyecto ético>>. Me refiero a un hacerse responsable de lo que se ha comprendido; es decir, hablo de esa moral que consiste en vivir el conocimiento además de pensarlo”.

Con un rigor festivo, “centrado en una forma excéntrica de leer, de interpretar”, tal y como señala Diómedes Cordero, Alzuru se salta casi toda la estela reflexiva que se ha producido sobre la obra de Rojas Guardia. Aun así,nunca sobra un matiz, considero que lo anotado por Palacios se conecta directamente con la poética de Oscura lucidez, un libro raro, atípico; “lectura devota”, dice Miguel Márquez, “apasionada, culta, filosófica, lúdica, auténtica, inteligente, rigurosa, metafórica, endiabladamente personal”. Si ya Paz había dicho que la reflexión sobre un poeta también puede ser un acto creación, Alzuru lleva esta propuesta a su punto más dislocado. Embriagado más por Dionisio que por el a veces prudente Hermes, Alzuru y sus extravagantes heterónimos, en medio de sus discordias, tienen entre sí al menos un punto en común. Casi a coro, dicen: “Armando Rojas Guardia es un filósofo. Con seguridad el filósofo más importante, vivo, en Venezuela”.

Quiero extender la enumeración de Miguel Márquez: Oscura lucidez es un libro tempestuoso, arriesgado, con muchas caras, lleno de curvas, exordios, cabriolas; escritura a martillazos, agónica por momentos, en una sola mano intentan expresarse varios yoes: “ellos” se pelean y se reconcilian, van contradiciéndose y amenazándose –navaja en mano. Por eso, es necesario rumiar este libro, tal vez con demasiada lentitud. Si bien se mueve en múltiples fronteras, siempre haciéndose y deshaciéndose en su escritura, es sobre todo un acto, sí, crítico, interpretativo, pero sobre todo testimonial –a través de las más variadas formas genéricas: diario, memoria, entrevista, relato, ensayo; dotado de un curioso aparato de notas eruditas sobre la experiencia estoica y el examen de consciencia, es un libro con puntos de fuga, barrancos, caminos verdes, atajos, coreos, pero también con mucho bolero, mucha salsa, mucha joda y dolor, pero sobre todo es un mano a mano, una conversa, un diálogo que también puede ser monólogo, un jamming, una descarga pensante y una“investigación” que sería imposible sin eso cómplice que genera la philia; cuando Alzuru escribe el siguiente fragmento, está hablando de cómo Rojas Guardia vive la amistad: “Los amigos son los maestros, en algunos casos; en otros, los discípulos, y a veces el par que puede acompañar en el tránsito. Los amigos tienen sentido en la vida porque ellos existen para tenderle la mano a su amigo en el momento de la perturbación, para conducirlo, nuevamente, al estado ataráxico. Se trata de la confianza de no saberse solo en el mundo, en el camino hacia la muerte. Por eso también gozan de tú a tú, en el día a día, de la tranquilidad recíproca que se gesta en el diario vivir. Los amigos gozan de la obra de arte que es el amigo y viceversa”.

James Boswell, ese escoces tan poco recordado, puede considerarse como uno de los precursores de la conversación como género literario. Uno de sus textos, descubierto tardíamente, Visita al profesor Kant, da cuenta de su particular método. Previa cita, Boswell disfrutaba de la experiencia que podía ofrecer el diálogo con el interlocutor de turno. Y Después, en su diario, iba tomando nota de sus impresiones. Parece que a Boswell no le fue tan bien con Kant. La visita fue breve. Al filósofo alemán no le gustaba pensar mucho en la sobremesa: la sangre que el estómago necesita para la digestión sube al cerebro y eso no le parecía saludable. Algo de esto tiene Oscura lucidez. Alzuru hace más de una visita a Rojas Guardia: su libro va escribiéndose a partir de lo que van conversando. Y si en algo están de acuerdo, porque entre ellos hay más de una diferencia, es en el encuentro de un tempocomún. “La modernidad”, dice Rojas Guardia al principio del diálogo, “ha instaurado dos mitos: el mito de la velocidad y el mito de la novedad. No tenemos por qué rendirle pleitesía a ninguno de esos dos mitos”.

Oscura lucidez, ya lo ha señalado Márquez, es un libro a medio camino entre la filosofía y la literatura. Después de todo, Alzuru se descubre haciendo un autorretrato cubista de Rojas Guardia. Ve su obra no tanto como un “objeto de estudio”, sino como un conjunto de fragmentos que pueden ir montándose y desmontándose. ¿Y con cuál propósito, si acaso lo hay? “El de contarme a mí mismo”, apunta, “mientras dialogo con Armando o viceversa, dialogando con Armando me cuento a mí mismo”. La escritura de Rojas Guardia, vista así, es una instalación: como si fuera una “pieza” de Soto, se entra en ella para vivirla desde su perspectiva. El acto crítico, si aún puede hablarse de tal cosa, se convierte en una experiencia del yo, capaz de inventar mundos posibles desdela fascinación intelectual. Alzuru va percibiendo que en Rojas Guardia vida y escritura están en permanente refracción:qué me pasa cuando estoy dentro de la “instalación”, es lo que finalmente termina diciendo, cómo me siento, cómo doy cuenta de esa experiencia y cómo resuena en mí –en mi vida, en lo que he leído–el diálogo con Rojas Guardia.Entrar en su escritura es irse conociendo: la lectura es una experiencia y la escritura testimonio. Un espejeo, Poco más: “Cantaré su misma canción, a su ritmo, con sus entonaciones, lo acompañaré en sus derivas. Actuaré para ustedes con el parlamento de él”.

Libro exigente, Oscura lucidez tiene un entramado laberíntico, adentrarse en sus costuras no es cosa de un día. La verdad, por todo lo que interpela, tiene algo de excesivo. No se trata de “entenderlo” sino de irlo habitando con lentitud. Es una experiencia interior y tal vez deba volver a mi primera tentación. Quizá pueda responder con un poema. Lo voy a intentar:

Oscura lucidez
uno de los tantos bordes
que hay en la consciencia

no siempre
puede nombrarse la fisura
no siempre basta un cuerpo para nombrar su exceso
(apenas un parpadeo en esa
ocasional franja que indica un sendero)

los caminos del humo
van dibujando una cinta azul
capaz de envolver todos los cuerpos
y dejar una estela
sudorosa
ácida
como esa colilla casi apagada que iba rodando de mano en mano
hasta la pánica risotada
de uno que supo volver descalzo del infierno

*

ASV, diciembre, 2013

Alejandro Sebastiani Verlezza 

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