Le cuento a un pana de la ofi cómo eran las festividades navideñas en casa cuando yo era pequeño.
─ Mi viejo tenía un buen puesto en un canal de televisión ─digo─, recibíamos cestas navideñas rebosantes de whisky, frutos secos, chocolates importados.
El pana me mira con fastidio.
─ Yo no he visto una cesta navideña en años ─suspira.
Ahora que lo pienso, yo tampoco. Sobrepasado por la nostalgia llamo a mi viejo.
─ Padre ─le digo─, ¿tú recuerdas las cestas navideñas que te regalaban en el canal?
El suspiro del autor de mis días llega a través de las repetidoras cargado de tristeza.
─ ¡Ay, hijo! ¿Cuál es la tortura, vale? ¿Cuáles son tus ganas de amargarme?
─ Es que estaba conversando con un pana en el trabajo y me acordé. Las botellas de whisky y vino, los quesos franceses, las mallitas con nueces…
─ Pero bueno, Lucas, ¿y entonces? Ahora que el médico me mando una dieta sin grasas, podrías pasarte por acá y comerte un pernil y una selva negra, ¿ah? O aprovecha que ando acostado para patearme.
─ Es que los recuerdos…
─ Mira, no me hables de los ochenta. Yo guapeo hasta el noventa y pico, pero más atrás me amargo. ¡Una cesta navideña! Una cesta navideña en estos tiempos es más difícil de encontrar que el Arca de Alianza, hijo.
Le digo a mi viejo que vi unas cestas navideñas en un local de moda.
─ ¿Y viste cuánto costaban? ─salta papá─. Tú dejas el hígado allí y no alcanza ni para el celofán con la que la envuelven.
Me despido aturdido. Intento recuperar el Groove Navideño, pero el pana de la oficina comienza a estructurar su amargura.
─ ¡Ay, Lucas! No jorobes con las pascuas, vale ─me dice─. La navidad es paja. Te endeudas durante el año para venir a pagarlo todo en diciembre. Te pasas once meses pagando vainas, pidiendo crédito, dándoles a esas tarjetas hasta que aúllan. Tus jefes te explotan como mercaderes de esclavos y en diciembre te dicen que somos familia. Los bancos te hacen promociones balurdas y vas como un bolsa a comprar regalos a malls que están hasta las narices…
─ Sí, pero…
─ Pero nada, papá. En diciembre te hablan del bono navideño y el blablabla, pero ese bono ni se ve, viejo. ¿Sabes lo que soy en diciembre? Un cruce, un semáforo. La plata pasa frente a mí pero no se queda, sólo la redirecciono. Le digo que vaya para la izquierda o para la derecha y la veo desaparecer… ¡Y zuas! De nuevo a partirte el alma ooootroooo año más.
Me niego a que la Navidad se convierta en una fuente de tristezas. Me voy al local de al lado a disfrutar de mi primera hallaca. El plato navideño cuesta doscientos bolos.
─ ¡¿Y entonces?! ─estrilo, empezando a contagiarme con el desánimo.
─ Dese el gusto ─dice el dueño─. Ya va a ser navidad.