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Entrevista inédita a J. M. Briceño Guerrero; por José Useche y Ricardo Zambrano

Entrevista inédita a J. M. Briceño Guerrero; por José Useche y Ricardo Zambrano 640

Las obras de Manuel Briceño Guerrero se reproducen en la actualidad al igual que en sus albores como escritor, con la gran diferencia de que hoy sus palabras llegan a las manos de muchos más lectores que en aquellos primeros días, cuando muy pocos ojos curiosos rebuscaron, entre bibliotecas y librerías, por un escrito que llevase su nombre en el lomo. Y aunque en aquel entonces la soledad del anaquel castigó sus libros, estos fueron desarrollando una mágica capacidad de multiplicarse, digna de cualquier afamado ilusionista.

“Yo escribía los libros y nadie los leía”, nos contó Briceño Guerrero sobre los años en que comenzaba a publicar sus obras. Incluso su primer libro, Dóulos Oukóon, uno de sus preferidos, sufrió los desmanes de la indiferencia. Sin embargo, con una sonrisa nostálgica nos relató la historia de la multiplicación de sus obras: “Yo le di diez ejemplares al señor Canales en la Librería Selecta para que los vendiera, y a los tres meses fui a recoger la plata, y él me dijo que no se había vendido ninguno; entonces yo fui a verlos, y en vez de haber diez había once, y hasta hoy día no me explico eso”.

Nunca descubrió el misterio ni conoció de otros libros con tales capacidades mágicas, no obstante, sus libros lograron escapar de aquella soledad, no por sus  actos de ilusionismo, sino por el mundo que habita en ellos, y tanto cambió la situación que nosotros, dos jóvenes entrevistadores, buscamos al profesor José Manuel Briceño Guerrero para conversar con él sobre su obra y algunos de los temas que ella ocupa: Venezuela, Latinoamérica y la búsqueda profunda por entender nuestra cultura y nuestra sociedad.

Mérida, cuna de la Universidad de Los Andes, es la misma ciudad que sirvió de hogar a este filólogo y filósofo venezolano nacido en el estado Apure, pero que vio, como aquellos gitanos de los cuentos de la provincia, los fines y sinfines de este mundo, haciéndose conocedor de estas culturas, no sólo por cruzar esas latitudes, sino por el lenguaje, que, como el mismo profesor sentenció: “es la puerta que se abre para conocer cualquier cultura”.

Precisamente, en un salón donde antiguamente funcionaba el departamento de filosofía de la Universidad de Los Andes, fue nuestro primer encuentro con el octogenario escritor, quien alegre, prestaba sus conocimientos de idiomas y otros temas a sus alumnos. Ahí, en el pequeño salón, en una noche armonizada por un chelo que interpretaba a Bach, y continuada por la lectura grupal (de su grupo de lectura) de Hamlet, rompimos el hielo y logramos, además de conocerlo, fechar una extensa entrevista con él.

Al día siguiente, con fuerzas renovadas y frente al portón de su casa, Jacqueline Clarac, su esposa, nos daba la bienvenida a través del intercomunicador, mientras nosotros, temerosos por los perros que silenciosa y malvadamente aguardaban detrás de la reja, ansiábamos comenzar la entrevista para indagar en las ideas de uno de los pensadores más importantes del país.

Ya en la casa, luego de ver el derroche de mando y respeto que imponía sobre sus perros, el profesor nos recibió en la sala que estaba preparada para conversar. Una sala que, llena de obras de arte, creaba una atmósfera de color, luz y formas tantas, que serviría de analogía a la profundidad y complejidad del tema. Un lienzo multicultural nacido de lo heterogéneo de nuestro devenir como nación.

Los discursos de la identificación

Son varias las publicaciones de Briceño Guerrero sobre el tema de la cultura latinoamericana, pero quizá la de mayor resonancia ha sido El Laberinto de los Tres Minotauros, una obra donde se unen tres ensayos que profundizan, a través del análisis del lenguaje, las ideas y formas de ver el mundo que coexisten en nuestras naciones. Esta publicación, podríamos decir, sintetiza el pensamiento de este autor sobre Latinoamérica.

El análisis registrado en la obra, señala la existencia de un fenómeno que marca el desarrollo cultural venezolano y latinoamericano, consistente en la identificación y no en la identidad. Briceño, tras comenzar a preguntarle, explicó: “Es que habiendo una pluralidad heterogénea de influencias, de orígenes, de maneras de ser, de formas culturales, la población tiende parcialmente a identificarse con uno de esos orígenes”.

Jonuel Brigue (pseudónimo bajo el cual publica algunos de sus libros), nos define estos orígenes como: Discurso de la Europa Segunda, el Discurso de la Europa Primera o el Pensar Mantuano, y el Discurso Salvaje. Estos tres orígenes, según el autor, convergen en la sociedad venezolana contemporánea, y son producto de nuestro devenir como Nación-Estado.

La Europa Segunda es el discurso fundamental donde convergen las ideas y formas de organización de nuestra constitución como país. El filósofo, recordando los años en que escribió los ensayos, nos dijo: “Yo me puse una vez a investigar las constituciones y son copiadas de constituciones francesas, norteamericanas, que en esos países se produjeron como resultados de cambios reales, y que en nosotros quedan como puestas encima”.

Aparte del discurso donde se fundamenta la legislación y organización de nuestro Estado, está el discurso de la Europa Primera o el Pensar Mantuano; discurso anterior al conjunto de formas que nacen con la Revolución Francesa y la Ilustración, y está principalmente emparentado con formas de poder establecidas en la colonia y luego de la independencia, cuyas instituciones más representativas serían la Iglesia y la Milicia. Estas instituciones, señaló Brigue, continuaron en el siglo XX influenciando profundamente el desarrollo de nuestra sociedad.

Briceño Guerrero, asumiendo el rol de profesor que lo caracteriza, retóricamente nos interrogó: “¿Nuestros niños crecen viendo qué estatuas?“, acto seguido continuó relatando esa imagen para dejar clara la idea de fondo del Discurso de la Europa Primera: “Todo niño, las estatuas que ve, es de un hombre militar con una espada (…). La estatua que el niño ve es lo que aprende a admirar de pequeño, es un hombre armado, un militar”. De igual manera, comentó que ambas instituciones influyeron a ese nivel en la formación de nuestra sociedad, porque, de no poseerse cierto estatus económico, las únicas instituciones que garantizaban el desarrollo físico y mental a miembros de muchas familias, eran tanto la Iglesia como la Milicia.

El tercer discurso que cierra el fenómeno de la identificación es el Discurso Salvaje, el cual se fundamenta básicamente, explicó Briceño Guerrero, en el resentimiento contra los otros discursos, y en la negación de las formas de organización y poder establecidas, producto de un devenir histórico medido por sus derrotas y su opresión.

La conformación de estos tres discursos, que Briceño Guerrero desarrolló extensa y profundamente en El Laberinto de Los Tres Minotauros, son primordiales para adentrarse en su pensamiento sobre cómo entiende a Latinoamérica, y el desarrollo de Venezuela como sociedad durante los más de doscientos años de vida republicana.

Ante esta coexistencia heterogénea de discursos que conforman nuestra identidad, pero que terminan alejándose hacia una identificación con una de esas raíces, Briceño Guerrero, para destacar la contradicción entre los tres discursos, relató una vieja historia de su juventud en Carora, dónde un hombre que salía a la calle con arco, flecha y guayuco, la gente le conocía como indio a juro, término que resalta la idea de que no es indígena, sino que busca serlo y se ve ridículo. “Pero igualmente ridículo –resaltó Brigue– es que sea francés a juro o español a juro o americano a juro, y se da eso, ¿no?”. Briceño Guerrero, sin embargo, afirmó que la mayoría de la gente se identifica con la Europa Segunda, y que él mismo ha vivido de tal forma.

Contraste entre identificación y realidad

En medio del conjunto de discursos que rigen nuestro pensamiento, la identificación profunda con cualquiera de ellos crea una ruptura entre el Estado que se piensa y la sociedad en que se vive. Nuestro Estado, explicó Briceño Guerrero, nace en su constitución como una imitación de las constituciones europeas después de la revolución francesa (Europa Segunda), pero no nacen de los avances propios de nuestras sociedades. Además, esa misma imitación que a través de los años se ha impuesto y continuamente fallado, impide que se forme algo nuevo.

Esta ruptura da lugar, según Briceño, a una inestabilidad de identificación, “porque hay (…) no identidad sino identificación; entonces queda por fuera cuál es la verdadera identidad. (…) La identidad es como heterogénea. Entonces, salta fácilmente de una posición a otra, entonces la misma persona que está loca por volverse francés, se comporta de otra manera, como de origen indígena, como de origen negro, (…) y como de algo nuevo que se está formando”.

El profesor resaltó que estos saltos e incongruencias entre nuestras formas de pensar y de hacer, hacen que las instituciones no funcionen como están pensadas, porque no están pensadas por nosotros, y de ahí, muchos de los problemas que arrastra el funcionamiento caótico del Estado, como la corrupción, tema sobre el que también Briceño Guerrero trabajó.

La corrupción

En el particular y trágico apartado de la corrupción, Brigue contó que, producto de una noticia leída sobre un hecho de corrupción en un cargo político, se interesó en investigar a profundidad la razón de estos y halló que, generalmente, quienes cometen estos delitos no sienten culpa, no sienten haber cometido un delito. Siguió investigando lo cual le llevó a descubrir que, en tiempos de la colonia, estaban establecidas formas muy parecidas a las conductas de corrupción de la sociedad venezolana de los últimos tiempos.

La composición, señaló Brigue, era el nombre de esta forma instituida por el Estado colonial, en la cual se legalizaba la toma a la fuerza de terrenos y propiedades, simplemente con el pago de porcentajes del valor de la propiedad al Rey de España, siendo esta una práctica legal. Así mismo, investigando en los periódicos de la época, encontró anuncios en donde los ediles vendían sus cargos por quinientos pesos, “pero esta cuestión les puede producir al año doscientos pesos”. Esto convirtió los cargos públicos en un negocio, práctica legal en ese entonces.

Para Briceño Guerrero, con la formación de la República, constituida como imitación de avances de la Europa Segunda, se crearon dos niveles: “un nivel nuevo formal y un nivel real; entonces la persona no se siente culpable, está siguiendo un patrón anterior (…). A veces se utiliza el de arriba para pelear con el de abajo, pero a veces se utiliza el de abajo para pelear con el de arriba”.

Con base en todo esto, concluyó que tenemos una presencia de elementos culturales heterogéneos, que mientras no se configuren en nuevas instituciones, seguirán saltando de la identificación entre una y otra, sin solucionar verdaderamente los problemas coyunturales que afectan nuestro estado.

La identidad

“Estudie una hallaca y usted entiende Latinoamérica”, comentó Brigue rememorando sus días de estudiante en Viena, donde pensándose un ser insensible, puesto que entre familiares, amigos y lugares, lo único que realmente extrañaba eran las hallacas, entendió que en ella se guardaba (como en muchas otras creaciones nuestras) las claves de nuestra cultura: nuestras raíces europeas en las pasas, las raíces indígenas en el maíz y su génesis como creación de los estratos más bajos, ya que venía de los residuos de las otras comidas.

Sin embargo, para Briceño Guerrero, el problema de la identidad es un conflicto que aún no hemos podido resolver, y que difícilmente podrá hacerse desde el seno de las universidades. “Yo sospecho que hay una inteligencia transpersonal, suprapersonal, que hace que una colectividad entera desarrolle formas de conducta, y quizá eso logrará con el tiempo integrar esos elementos tan contradictorios que hay”.

La creatividad

Sentado en medio de esa sala llena de colores y formas, el profesor nos comentó que en un congreso internacional sostuvo una tesis diciendo que la invención del merengue tiene la misma jerarquía que La Crítica de la Razón Pura de Kant, hecho que sorprendió mucho a las personas en ese momento, “pero después lo pensaron y es verdad –dijo Brigue– Yo aquí me reúno y me parece importante y bello, y valioso, estudiar a Kant y estudiar la filosofía griega, la literatura en general, y ellos, de América Latina, se interesan por cosas de música, por cosas artísticas. Entonces fundamentalmente, ahí es donde ha habido creatividad”.

Partiendo de esa premisa, de la importancia de crear desde nuestro mundo, Jonuel planteaba que se tienen que abrir espacios dentro de nuestra sociedad para la creatividad, pero que provenga de abajo, del pueblo, porque quienes están en estratos más altos, son europeizantes, y tienden a imitar las formas ya establecidas.

Las formas que se han creado en Latinoamérica son principalmente expresiones artísticas, que combinan el conjunto de influencias que nos forman, para crear algo nuevo. También están las fiestas populares, las tradiciones gastronómicas, entre otras expresiones que han logrado sintetizar las raíces de nuestra cultura, por eso señaló que, mientras esa creatividad se limite y menosprecie en busca de las formas extranjeras imitadas, difícilmente se logrará resolver las contradicciones coyunturales de nuestra sociedad.

No es una fórmula exacta –dijo-, incluso: “puede ser un fracaso definitivo (…), pero (…) que un grupo de gente tomara el poder, pero que fuera de ese estrato, que no fuera (…) de las élites dominantes de poder, (…) tomara el poder y tuviera la audacia de ser creativo, de inventar cosas, porque algo tiene que inventarse”.

Una nueva institucionalidad, continuó Jonuel Brigue: “que nazca de los estratos bajos de nuestra sociedad, quienes son los que han tenido la capacidad de sintetizar nuestras raíces culturales convirtiéndolas en algo nuevo; que esos pequeños inventos se configuren en la libertad para los grandes inventos, que vengan a regir nuestra organización social, apartando las identificaciones que pasarían a configurarse en esa identidad aún un poco nebulosa”.

El día, al igual que la lista de preguntas, culminó. Así que complacidos los tres por la extensa entrevista, y tras un último café, hicimos el camino de regreso hacia el patio. Nos alejamos de los perros, que, aún silenciosos, aguardaban una posibilidad que no llegó –la de mordernos-. Al final ni un ladrido emitieron, y junto a Brigue, nos observaron atravesando el portón hacia la calle.

La obra de José Manuel Briceño Guerrero es, sin duda alguna, pieza indispensable en la búsqueda de la comprensión de una Venezuela que no logra aún ponerse de acuerdo en el camino a transitar, a diferencia de sus pasos aquella tarde, que seguros, mientras nos veía partir, regresaron a su multicolor sala para enfocarse, como toda su vida, en algún nuevo libro.