Literatura

“Enemigo: una palabra que sangra por todas sus letras”; por Antonio López Ortega // #CadenasDeGira

Por Antonio López Ortega | 7 de octubre, 2017

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I

Se hace reiterativo mencionar la relación de Canarias con Venezuela: es como el aire que se respira. Salen a relucir los antepasados, los parientes, los familiares que aún quedan y pasan trabajo. En las conversaciones se mezclan sentimientos dispares, como nostalgia, admiración, rabia, agradecimiento. Aquel pasado, dice uno, produjo esta riqueza, pero nada de esto podemos transferir como un mínimo gesto de agradecimiento. El habla es llana, dulce; escuchamos los mismos diminutivos. Estamos en el medio del Atlántico, dice otro, y vemos de igual manera hacia la península y hacia Suramérica. Tierra de abuelos, pero también de padres; tierra de adelantados que primero se fueron a Cuba y luego, a mediados de siglo, a Venezuela. Háblame de la tierra fértil de Yaracuy, dime si el hotel de Carirubana sigue siendo el mismo, tuve mi primer consultorio en El Tigre. ¿De qué pasado habla esta gente cuando los manuales escolares reinventan la memoria? Ese apego no se va; más bien se vuelve presente vivo.

La llegada de Rafael Cadenas, para muchos una presencia conocida, no hace sino exacerbar ese sentimiento de terredad. Ahora no se trata del país, sino de su voz mayor, como algunos dicen. ¿Merecemos este regalo –escucho a alguien que habla detrás de mí– en medio de tanta ruina? A la rueda de prensa del lunes 25, en el Círculo de Bellas Artes, va toda la prensa local. Cadenas mide las palabras, las sopesa, porque los periodistas también quieren saber del país, pero sus respuestas, cómo decirlo, no son complacientes. Cadenas prefiere apoyarse en pensadores de otros tiempos o latitudes para dejar ver sus opiniones –¿o deberíamos decir su dolor? A su llegada a Santa Cruz de Tenerife, mientras el taxi derivaba por una rambla, el maestro me decía: “Me asombra la limpieza. Me asombra la urbanidad”.

Como primera respuesta a un periodista incisivo, Cadenas recurre a un pensamiento de Karl Kraus: “Dos plagas suceden al Nazismo: La Bomba y el Totalitarismo”. Y agrega el maestro: “En tiempos de Guerra Fría, el animal humano se refugiaba en la Paz por miedo a la Bomba, pero ahora es el Totalitarismo lo que se reproduce con más frecuencia”. En otro momento, cuando alguien pregunta por el estado de la polarización, Cadenas sólo alcanza a recordar un verso extraviado en uno de sus libros: “Enemigo: una palabra que sangra por todas sus letras”.

Pero hay espacio, por supuesto, para su poesía, como también para su biografía, que siempre elude por insustancial. Ante la insistencia de otro periodista, el poeta de 87 años responde con palabras de Salvador Pániker: “Soy un anciano averiado”. Y sigue: “Siempre escribo poesía, aunque en estos últimos tiempos he escrito menos. Tengo muchas carpetas que debo revisar. Siempre he cometido el error de no ponerle fecha a lo que escribo. Y eso me lleva a esperar mucho para publicar. Horacio decía que hay que esperar nueve años para publicar”. El poeta de pronto se recoge, guarda silencio, y comienza a hurgar en su memoria. Se reanima con estas palabras: “La lectura me llevó a convertirme en poeta. Yo, a los dieciséis años, leía mucha poesía romántica. Luego pude acceder a la poesía moderna, gracias a Salvador Garmendia. Salvador era un lector extraordinario. Ambos nos sentábamos a leer a Rubén Darío en la Plaza de Altagracia, de Barquisimeto. Salvador también recitaba pasajes completos del Quijote; es más, a veces hasta los escenificaba. Asumía un personaje y discurría como tal. Siempre me ha sorprendido que a la gente le guste lo que escribo. Es algo que no termino de entender. Tengo escritos muchos poemas en prosa”.

Frente a otra pregunta, el poeta cambia el tono y discurre: “El primer compromiso de un poeta es con la lengua. Y aparte, en lo personal, yo siento un compromiso con la democracia. En el mundo actual, hay una reaparición del totalitarismo que es muy preocupante. En estos días, leí que habían inaugurado un busto de Stalin en Rusia. También en Alemania hay un rebrote del Nazismo. ¿Cómo se puede entender esto? En tiempos de ‘Tabla Redonda’ apoyábamos a la Revolución cubana, pero poco a poco nos fuimos desilusionando. No conviene avenirse con los héroes, porque siempre se convierten en tiranos. Estoy en desacuerdo con los nacionalismos; Einstein decía que eran ‘el sarampión de la humanidad’”.

Cecilia Domínguez, Rafael Cadenas y Ernesto Suárez

Cecilia Domínguez, Rafael Cadenas y Ernesto Suárez

II

La primera intervención pública, prevista para la noche del 25 de septiembre, será en el auditorio de Cajasiete, una sala moderna, cálida, perfectamente iluminada y con dominio de la madera en techo, paredes y escenario. Abre el acto el poeta canario Ernesto Suárez, muy cercano a Venezuela y a los poetas venezolanos. Poemas suyos, por cierto, se han incluido en la primera edición de la revista Sarcófago. Sus palabras son breves, precisas: por un lado, resalta la gravitación de la obra de Cadenas en la poesía canaria; por el otro, lo reconoce como el máximo referente de la poesía venezolana. Ernesto presenta ahora a la poeta Cecilia Domínguez, quien dialogará con Cadenas a lo largo de la velada. Cecilia, recientemente galardonada con el Premio Canarias de Poesía, ha preparado un cuestionario muy preciso, que le ha entregado al maestro horas antes para que pueda sopesar sus respuestas. Cecilia no oculta su emoción y le recuerda al público que la última visita del poeta a Tenerife fue en 1997, “hace veinte años”, y que luego, en 2007, ella lo pudo visitar en Caracas. “Así que vamos de diez en diez”, dice riendo y el público la secunda.

Cecilia comienza a leer el cuestionario y el poeta a contestar. Y pregunta: “¿A qué edad comenzaste a escribir?” Sobreviene uno de esos silencios sin término a los que Cadenas nos tiene acostumbrados. El poeta piensa, mira hacia arriba, se pasa la mano por la cabeza. Y dice: “Comencé a escribir a los catorce años, e incluso publiqué una especie de plaquette. Yo leía a los poetas románticos venezolanos: Pérez Bonalde, Lazo Martí. Mucho tiempo después descubrí el romanticismo alemán, que es el que más me interesa. Ya para entonces vivía en una especie de exilio interior”. Cadenas se queda callado, y Cecilia aprovecha para intercalar otra pregunta: “¿Nos puedes hablar de la secuencia de tus libros?”. Nuevamente el poeta paladea la respuesta, la va pescando, tejiendo en el aire: “Cuadernos del destierro tuvo que ver con un estado de depresión, que en aquellas épocas eran recurrentes. Luego pasé a un lenguaje más depurado, más cercano al habla, que es el que se hace presente en Falsas maniobras. Luego pasé once años sin publicar, hasta que aparece Intemperie, que también refleja un estado de depresión. Siento que con Memorial voy saliendo de ese estado de pesimismo de otros tiempos. Mi poesía cambia a partir de ese libro. Es bueno aclarar que los problemas, los obstáculos, los estados depresivos, no hay que verlos como cosas extrañas; sencillamente tienen que ver con la vida que llevamos, aunque yo todavía no sepa qué es vivir. Para mí, en todo caso, sólo se puede vivir en el presente, darnos cuenta de que estamos en el presente. Santa Teresa advertía lo siguiente en torno a las personas: ‘No están enteros en lo que hacen’. Y a su vez Mandelshtam, el gran poeta víctima de Stalin, afirmaba: ‘El aquí y el ahora son regalos que jamás deben menospreciarse’.”

Ahora el poeta se retrae, repiensa, y la tragedia de Mandelshtam lo lleva a otro rincón. “Cada revolución es un retroceso. Jaspers decía que toda revolución produce ‘una conmoción moral y política’. Frente a eso, hay que cuidar la democracia, sistema que permite la circulación de las ideas, incluso de aquellas que la pueden destruir. La democracia asegura la libertad, la diversidad. Unamuno advertía lo siguiente: ‘Me da lástima un pueblo unánime’. Y la uniformidad comienza por el empobrecimiento de la lengua. Ezra Pound recordaba: ‘Si la lengua se corrompe, la sociedad se va a pique’. Y luego Georges Orwell, el autor de 1984, decía: ‘El actual cuadro político se debe a la pobreza del lenguaje’.”

Cecilia cierra su cuestionario con una pregunta sobre la poesía venezolana actual. Al respecto, Cadenas responde: “Es tan abundante, que no la conozco toda. Los jóvenes publican mucho. Me parece que los talleres de escritura han hecho mucho bien: ayudan a acortar el largo camino del aprendizaje”.

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III

La noche del 26 de septiembre, en el Círculo de Bellas Artes, es la más esperada. Se anuncia el recital a las ocho de la noche y, cuando el poeta aparece, ya no hay sillas disponibles. Los que llegan sobre la hora se apelmazan al fondo o hacia los costados. Varios fotógrafos de prensa, otros de ocasión, y algunas cámaras de video se instalan buscando los mejores ángulos. Para evitar una larga escalera de caracol, Cadenas sube por un ascensor hasta la sala. Se abre la puerta y el poeta Ernesto Suárez lo recibe para acompañarlo hasta el presidio. Esos diez metros de recorrido pausado hacen estallar un aplauso unánime: el público lo hace de pie, reconociendo al poeta. Cadenas no entiende por qué tanto alborozo, pero de todas maneras se detiene y agradece. La noche será de una voz única, la suya, atentamente escuchada por todos. Lee poemas de Sobre abierto, de En torno a Basho, de Contestaciones, y luego se vuelve a poemas de libros anteriores. Queda vibrando en el aire un brevísimo poema, casi pincelada en el aire: “No se aparta/ de un zapato de gamuza/ la gota en celo”. La lectura es apenas interrumpida por uno que otro comentario. De Nietzche recuerda esta frase: “El Yo es una ilusión gramatical”. De Goethe rescata una frase que apunta a una poética: “Hay que ir hacia lo objetivo”

El silencio no lo quiebra ni una mosca, mientras la noche se hace más oscura. El público apenas asiente o se maravilla con cada verso: a veces se le escapa el sentido, pero se queda con la belleza; a veces cae en una hondonada, pero luego se recupera con una revelación. Al final, a manera de despedida, el poeta recuerda una secuencia del Anticristo de Nietzche: la estampa en la que se le pide al camello conjugar un verbo y dice: Yo debo; luego al león y dice: Yo quiero; y luego al niño y no dice nada, pues se queda maravillado ante cualquier cosa que vea, como si sus ojos inauguraran el mundo. Algo de niño tiene en la mirada el poeta que pronuncia la última palabra de su recital.

Antonio López Ortega ... ... ...

Comentarios (1)

Jorge Viera
8 de octubre, 2017

Bravo Antonio! Que grato relato. Exito en la gira!

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