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En una de relax; por Lucas García

playa textoEstoy acostado en la arena, a punto de llegar a alfa, cuando de repente se escucha unos bajos de un regaetton como aquellas pisadas del Tiranosaurio en Jurassic Park y alguien grita:

-¡A correr y a nadar, carajo! ¡No quiero ver a nadie sentado que esta vaina no es un cine!

Y una oleada de señoras, niños y adolescentes se extiende por la playa como el primer avance aliado sobre Normandía.

Un chamo que no debe pasar de los once le muestra a otro una botella de Etiqueta Negra nuevecita.

-Mira lo que me regalo mi tío -dice con orgullo.

Yo ando inicializando el disco duro y procesando la data. En frente de nosotros se paran dos zagaletones a jugar tenis de playa. Le pegan durísimo a la pelotica y son incapaces de mantener el intercambio más de dos golpes.

-¡Que burro! -se ríe uno que se parece a Ricky Martin pero en hetero.

La pelotica se entierra a centímetros de una señora acostada que la observa como si se tratara de un meteorito recién caído.

-¡Animaaal! -brama el otro y no descabeza por los pelos a un niñito de cuatro años que chapotea en la orilla.

Mi esposa anda paseando con mi hijo, yo me muevo hacia unos cocoteros. El regaetton empieza a sonar con más fuerza. Veo a cinco personas conversando a gritos, sentados en sillas plegables al lado de unas cornetas que parecen bombas nucleares.

Me acomodo bajo una palmera. Un artesano que vende collares se me para al lado y sonríe con los dientes más sucios que he visto de este lado de un spaguetti western.

-Justo ahí se murió el turista alemán -me dice.

-¿Cómo?

-El tipo se vino desde Hamburgo, se acostó allí mismo y le cayó un coco en la frente.

-¿Ahhh?

-¿Te imaginas? El tipo se vino desde un país donde no hay ni una palmera y se viene para acá y ¡crac! ¡De una!

Yo miro hacia arriba. Unos cocos de concha verde se agitan ligeramente con la brisa. Lo que antes era una estampa tropical ahora me parece un misil teledirigido de la Pacha Mama.

-Cómprame unos collares para tu jeva -me dice el hippie.

Yo me muevo otra vez y tengo que pagar cincuenta morlacos por un toldito. No es que este regalado pero al menos mi cráneo se mantiene a salvo. Llega otra camioneta y esta vez Luis Miguel canta un bolero como para dejar sordo a medio México.

Me empieza a doler la cabeza. Pido una fría. Una señora sale chillando del mar.

-¡Una aguamala! ¡Una aguamala!

La gente entra en pánico. Una decena de personas brinca asustados por la espuma, otra decena le pega al mar. Al final es una bolsa enredada en esos aros plásticos de los sixpacks.

Mi viejo me llama al celular.

-¿Y cómo va ese fin de semana? -me pregunta.

Me bajo la cerveza de un trago.

-Aquí -contesto-, en una de relax…