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En torno a Luis Alva (y en memoria de Renato Capriles); por Eduardo Sánchez Rugeles

En torno a Luis Alva (y en memoria de Renato Capriles); por Eduardo Sánchez Rugeles 640

Desde que leí la noticia sobre el fallecimiento de Renato Capriles, he dedicado horas de reflexión y nostalgia a explorar el significado de Los Melódicos. En mi cronología, los nombres de Emilita Dago, Verónica Rey, Manolo Monterrey o Víctor Piñero forman parte de una lejana e inasible prehistoria. El legado fundacional de la orquesta lo aprendí por relatos de melómanos y viejos amigos de la casa. Mi visión de Los Melódicos es diferente. La orquesta aparece en los estudios de Sábado Sensacional. Iona, Diveana, Liz, Roberto Antonio y Tony, entre otros, describen en la memoria el vivaz romancero de una época proscrita, en la que la música popular venezolana enfrentó un radical cambio de paradigma. Tengo la impresión (ociosa e insomne) de que este cambio comenzó el día que Renato Capriles conoció a Luis Alva, un singular compositor y arreglista cuya biografía aún no ha sido contada.

En aquel tiempo, Los Melódicos vivían a la sombra de un gigante: la Billo’s. Siempre tuve la idea, motivada por prejuicios de familia, de que la orquesta dirigida por Luis María Frómeta tenía entre las gentes el monopolio del afecto. Los Melódicos estaban bien. El joven Porfi Jiménez, entre otros, hacía experimentos curiosos (interesantes algunos, burdos otros), pero ninguno de ellos podía compararse a la excelencia irrefutable de la Billo’s. Esta situación, a juicio de mi criterio mundano, cambió de manera sustancial a mediados de los años ochenta. El punto de inflexión fue la aparición del álbum “Juntos los grandes del baile” (1986). La foto de portada muestra un piano de cola sobre el que reposan, vestidos de gala, los perfiles de los héroes: Billo y Renato. Cada una de las orquestas tenía para sí una de las caras del LP. Lo curioso de este proyecto es que por primera vez, tras décadas de éxito continuo, los temas de la Billo’s pasaron desapercibidos. El maestro dominicano presentó el viejo modelo del Mosaico, la reelaboración del cancionero popular inscrito bajo las fórmulas de Ariel;Así, así o Juanita Bonita. Renato, por su parte, decidió apostar por algo diferente. En este contexto, se inicia la fructífera relación profesional con un joven arreglista quien, más adelante, se convertiría en el inventor del tecnomerengue y se consolidaría como un personaje esencial (e invisible) de la noventería. “Juntos los grandes del baile” se publicó en 1986. La radio ignoró a la Billo’s y explotó con creces los nuevos arreglos de Renato. Fueron días de esplendor para Mi cocha pechocha (Mauro Endara), Traca que traca (Dolcey Gutiérrez) y, en especial, una rara y originalísima versión del clásico de Richard Adler y Jerry Ross, Hernando’s HidewayFernanda Triple Seis fue el extrovertido título que el equipo de arreglistas de Renato (entre los que se encontraba el joven Alva), otorgó a esta adaptación cuyo coro, Fernanda / Fernanda / quisiera irme contigo de parranda, era una apología de la fiesta.

La transición de Los Melódicos al estilo “moderno” tuvo dificultades (teóricas y prácticas). Sospecho que Renato Capriles tenía sus reservas ante el auge de las nuevas tendencias. Los LP del período oscilan entre un estilo y otro, entre el sonido hueco del sintetizador en boga y el tradicional arreglo de trompeta. Los llamados Recuerdos (compilación equivalente a los Mosaicos de la Billo’s) seguían siendo una pieza fundamental en cada uno de los álbumes. No todo el mundo recuerda que Renato Capriles fue el responsable de presentar en Venezuela el trabajo de un autor que, con el paso del tiempo, dignificó el ejercicio merengue y se convirtió en un músico de indiscutible prestigio: Juan Luis Guerra. En esos años, Los Melódicos presentaron versiones de Si tú te vas y  que completaron la búsqueda estilística de la orquesta. En este tránsito, Luis Alva tomó la palabra. En los nuevos proyectos, participó con voz y voto. Coinciden diversas circunstancias: Luis María Frómeta fallece en medio de un ensayo, Oscar García, arreglista tradicional de la banda, decide retirarse y, además, en un giro copernicano/merenguero, Los Melódicos hacen un fichaje fundamental para su historia y para su tren delantero, una talentosa maracucha llamada Diveana Pereira.

En 1987, el abuso del fonema “che”, presentado con éxito en Mi cocha pechocha, fue llevado al límite con Papachongo (Even Gutiérrez) y forzó la identificación natural de Los Melódicos con la voz de Diveana. Meses antes de la muerte de Billo, apareció el álbum “Juntos de nuevo”, segunda entrega del citado “Juntos los grandes del baile”, con el que Billo Frómeta quiso decir presente y dar un golpe sobre la mesa. El dominicano, algo reticente ante la popularidad  menguada, presentó en sociedad el clásico ritmo de San Martín que acaparó todos los diales de las AM y las nacientes emisoras FM. Renato, por su parte, ratificó su estilo ochentero con los singles De amores ideales (O.Urdaneta/Luis Alva) y, en especial, La cacerola (Even Gutiérrez/Luis Alva).  La cacerola, aún escrita a cuatro manos, fue el primer éxito comercial de Alva con Los Melódicos. El intrépido compositor ejerció una poética minimalista y coloquial. Sin complejos ni prejuicios, apelaba al símil fácil, a la metáfora entendida como una variante del cliché. Sube (pregunta el vocalista) / ¿Quién? (responde Diveana) /Sube (insiste el otro)/ ¿Yo? (Diveana) / Y el coro: Voy con mi cacerola. Nada más. Versos bastos, sencillos. La máscara, la transparencia, diría un Guillermo Sucre aficionado al merengue.

“El sonido Street” (1988) otorga todo el protagonismo a la inventiva de Alva. El estilo básico-postmoderno se refuerza con Tabú (Luis Alva). Con desparpajo formal y estilístico, el poeta expone en la voz de Diveana un coro burdo y sencillo: Que tú / que tú / que tú / que tú / tabú / tabú / tabú / tabú. Pegajoso, sonoroso, bailable. Seré (Luis Alva), interpretado por Diveana y Tony Huerta, es otro de los temas definitorios de los nuevos Melódicos. Un año más tarde, “Distintos (1989) introduce el clásicoQué rico (Luis Alva). El poeta fetiche de Renato retoma en esta canción su vocación fragmentaria. El coro modelado por Milton, Sócrates y Eddy, sirve de interlocutor al éxtasis contemplativo de Diveana: Que ri-ico / Sabro-oso / Tan du-ulce / Que rico-rico-rico-ri-ico / Sabro-oso / Tan du-ulce / Que rico-rico-rico. Y nada más. Dos estrofas anodinas en las que se describe la fascinación por un amante y, al final, la solicitud de un beso. “Distintos” incluye dos piezas importantes: Guitarra Española (Luis Alva), pasodoble reloaded (fijo en matrimonios y quince años) y la que, a mi juicio, es la mejor canción de Diveana con la orquesta de Renato Capriles, Por ti amor, original de Palmer Hernández.

El cambio de década trae giros intempestivos. De la mano de Luis Alva, Diveana inicia su carrera como solista. En el tren delantero de Los Melódicos aparece una nueva estrella: Liz Freites. Renato Capriles y Luis Alva, en tertulia que queda para la imaginación aficionada, construyen para ella un tema hecho a la medida: Diávolo. El sintetizador incisivo da inicio al Nocturno tropical. Como el Pedro Camacho de Vargas Llosa (héroe radiofónico de La tía Julia y el escribidor), el poeta resuelve el argumento de una manera coloquial y sencilla: Cuidado / que viene / y nada lo detiene / se acerca a la puerta / muy pronto estará abierta / cuidado/ que viene y ¡YA!, expresaba alguno de los vocalistas disfrazado de vampiro en Sábado Sensacional. En esta canción, Liz hace una descripción del atractivo villano: ojos negros, mirada de locura; luego habla de su estremecimiento ante la presencia del amable malvado. Con Diavolo, figura faústica-caribeña, el tecnomerengue venezolano se consolida y se erotiza. Esta exitosa canción está incluida en el álbum “Líderes” (1990) del que también se popularizó el tema “Mi corazón” (Luis Alva), interpretado por Liz.

Con la llegada de los años noventa el modelo Alva se diversifica. El tiempo (y la creatividad) del artista se fragmenta en un centenar de proyectos que le exigen continuas reflexiones sobre las maneras de hacer y comprender el merengue.  Sus últimas colaboraciones con Los Melódicos fueron “La orquesta que impone el ritmo en Venezuela” (1991) y “Entrega inmediata” (1992) en las que, además del Suavecito de Frantoni Santana, los temas más sonados fueron sus composiciones Sal y mentaAy Amor y Zúmbalo.

La salida de Luis Alva de Los Melódicos coincide con un (siempre discutible) estancamiento de la orquesta. No hubo proyectos originales. Comenzaron las retrospectivas, la búsqueda de la memoria, la celebración de los 35 años o la reelaboración de arreglos clásicos al estilo big band (también pudo pesar el trágico fallecimiento de Floriana, una joven cantante que no recuerdo si compartió escena con Liz o si, más adelante, la sustituyó). Por otro lado, la competencia de rating con los hijos pródigos (principalmente con Diveana y Roberto Antonio), fue férrea y continua. En ese lapso, Renato tomó una decisión osada: poner a la orquesta en segundo lugar con el fin de privilegiar a su estrella. Hasta comienzos de los años noventa, las portadas de Los Melódicos apostaban por la foto de familia. En ellas, lo esencial era la banda. Iona y Diveana nunca tuvieron un primer plano (algún conocedor podrá decir con pruebas en mano si esta afirmación también es válida para los casos de Emilita Dago o Verónica Rey). Renato, eventualmente, ejercía el rol principal, aparecía en alguna contraportada o resaltado de manera artificiosa por los equivalentes ochenteros del Photoshop, pero nunca supeditó el concepto de Los Melódicos ante ninguna individualidad. Pero en 1992, Liz eclipsa al resto del grupo. “Liz con los Melódicos” se llamó el atípico LP. Portada y contraportada fueron ocupadas por imágenes de la intérprete. Luis Alva desaparece de la escena. Dime lo que está pasando (Víctor Daniel), el single promocional del álbum, tuvo cierto impacto en discotecas de aficionados; probablemente, ocupó un par de días el sitial de honor en el Hit Parade de Fiesta 106 o se mantuvo entre las cabillas del Tigre Rafael, pero la canción nunca tuvo la fuerza para competir, de tú a tú, con Tus ojos (Diveana, Luis Alva), Marejada (Roberto Antonio, Luis Alva), Yo por ti (Miguel Moly, Luis Alva), Él la engañó (Natusha, Luis Alva), Muchacha triste (Los Fantasmas del Caribe, Luis Alva) o, entre otros, Mentiritas (Karolina con K, Luis Alva). Vale decir, sin embargo, que en un compilatorio feminista noventero cuyo nombre olvidé, Liz grabó un tema de Alva que, en su momento, tuvo altas cuotas de popularidad: Ayúdame a olvidar. Investigaciones musicológicas tardías (horas de ocio en Internet) informan, además, que Luis Alva participó como productor en un sin par e irreverente clásico de las payasitas Ni fú Ni fá cuyo coro gritaba: Kikikí-cococó-gurugurugurugurugú-cuácuá.

He dedicado gran parte de mi vida adulta a rastrearle la pista a Luis Alva. En su caso, varios asuntos me llaman la atención. A pesar de ser uno de los artífices de la noventería venezolana, pocas personas saben de su existencia. En las pistas de baile, nadie lo conoce. Melómanos, bailadores y memorialistas se saben al caletre todas sus letras, pero no sienten curiosidad por su peripecia. Google, por su parte, brinda información variopinta e incompleta: un desactualizado perfil en MySpace y contados foros de lúcidos entusiastas que prefiguran en su obra las cualidades de un artista de culto.

Dejo a otros cronistas la responsabilidad de contar la historia fundacional de Los Mélodicos, sus orígenes, así como su rica y exitosa experiencia por los años sesenta y setenta. En la conciencia musical de nuestra historia quedan notables biografías por escribir y, permanentemente, reescribir (Luis María Frómeta, Manolo Monterrey, Víctor Piñero, Rafa Galindo, Verónica Rey, Emilita Dago y un abultado etcétera). Pero, como dije al inicio de este Ejercicio de Admiración, mi experiencia de la orquesta es otra. Yo pertenezco a la quinta de Los Melódicos ochenteros cuyo discurso, bajo la batuta de Renato Capriles, fue modelado por las voces de Roberto Antonio, Diveana, Liz y la creatividad de un compositor diluido en una tradición olvidadiza, selectiva y, en ocasiones, ingrata.

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