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En respuesta a Luis Yslas, por un cuento de Oscar Marcano; por Victor Carreño

Por Víctor Carreño | 3 de julio, 2012

En su El Coloquio de los perros, Cervantes pone a discutir a estos animales sobre el arte de narrar,  y, entre otras cosas, concluyen que existen cuentos que tienen una gracia en su propia historia y otros que cautivan por la manera de contarla. Me he visto en una situación similar al preguntarme cómo describir los cuentos de Solo quiero que amanezca, de Oscar Marcano. No sé si se destaca más su escritura o sus historias. Pero diré que al releerlos, encuentro en ellas un tono en el que confluyen con frecuencia la ironía y el dolor. Pero si he empezado con la anécdota de los perros de Cervantes, es porque se adscribe a lo que Mijaíl Bajtín llama lo carnavalesco y Wolfang Kaiser lo grotesco. Lo primero apunta a la inversión de las jerarquías, la degradación de lo “elevado” (las letras, la actividad mental) a lo “bajo” (lo animal, la corporalidad), con un impulso paródico pero también integrador. En el segundo significa la confusión de dominios diferentes, lo animal y lo humano, y en ocasiones lo monstruoso. En cualquier caso partí de allí porque hay un tono alegre, festivo en esa “novela ejemplar” de Cervantes, y algo de ese tono (solo algo) asoma en los cuentos de Oscar Marcano de Solo quiero que amanezca.

En “La grotesca belleza de “El Minotauro”, de Oscar Marcano” (Prodavinci, 21 de junio de 2012), Luis Yslas ha caracterizado a un cuento de Marcano de este libro, “El Minotauro”, como carnavalesco o de un realismo grotesco, dándole el sentido que le da Bajtín a estas categorías muy afines en su famoso libro sobre Rabelais. Quisiera en estas líneas dialogar con el ensayo de Yslas. Su caracterización de estos cuentos me parece correcta, solo que también me parece insuficiente, añadiendo inmediatamente que toda lectura lo es, y el ensayo de Yslas, elegante y puntualmente escrito, no se presenta, en ningún momento, como absoluto. Mi lectura, insuficiente también, pretende solo fundamentar la posibilidad de otra mirada, quizá complementaria.

Prescindo de resumir la trama del cuento de Oscar Marcano, pues ya Yslas lo hace de manera minuciosa y hermosa, y el lector se la pierde si no se remite a ella. Sólo quisiera recordar que, en efecto, en los cuentos de Oscar Marcano tiene una fuerte presencia lo corporal, incluso hasta llegar a lo fisiológico, lo que en sí mismo no aparece como negación, sino como expresión de una vitalidad sensorial. Pero acá no acaba todo. A primera vista calza sin dificultad la cita que hace Yslas de Bajtín y su categoría del “realismo grotesco” (cercana, como dije, a la de lo grotesco, según Wolfang Kaiser), o lo carnavalesco, heredada de la cultura popular de la Edad Media. El cuento “El Minotauro” con toda la descripción festiva del encuentro, una noche, de una pareja que viene de un entusiasta celebrar y beber (pues aunque están casados, no pueden vivir juntos, detalle central sobre el que volveré luego) hasta llegar al apartamento, cantando borrachos un Miserere, y cayendo rendidos de sueño hasta el amanecer, entre huellas de saliva y flatulencias, se ajusta a la atmósfera de lo carnavalesco, según Bajtín. Pero si escudriñamos más tanto a Bajtín como al cuento mismo, quizá encontremos algo que no encaja del todo. Un poco después de las palabras citadas de Bajtín, dice el teórico ruso algo en lo que vale la pena detenerse, y cito esta vez de mi traducción inglesa del libro, traduciéndola al español: “Esta es la razón por la cual la parodia medieval es única, muy diferente de la parodia literaria, meramente formalista, de los tiempos modernos, que tiene solamente un carácter negativo y ha sido privada de su ambivalencia regeneradora” (Rabelais and His World). Bajtín no desarrolla esta reaparición de lo carnavalesco en la literatura moderna, pues no es su tema y reconoce su complejidad. Considero que exagera un poco: no creo que toda la literatura contemporánea (ni siquiera el “realismo sucio”  y otros escritores norteamericanos que Marcano ha leído atentamente) tenga ese “carácter negativo” ni creo tampoco que la narrativa de Marcano tenga solo ese carácter. Pero lo tiene de algún modo, es parte de su fuerza.

La risa carnavalesca medieval es instintiva, corporal, es explosiva y colectiva, y se contiene dentro de esos límites. Algo diferente empieza a surgir después y es la ironía. Todavía en Cervantes la risa es carnavalesca, entregada de lleno a los fluidos y goces del cuerpo, pero ya asoma la duda, el escepticismo, la sensación de soledad sobre el horizonte de la historia en que esa risa se despliega. Es por eso que Bajtín intenta distanciarse, al hablar del “realismo grotesco”, de la concepción de lo grotesco en Kayser. Ciertamente, como cita Yslas, lo grotesco puede definirse en líneas generales como lo hace el teórico alemán: “la mezcla de lo animal y lo humano, o bien lo monstruoso”. Pero Bajtín difiere  de Kayser cuando limita su análisis de lo grotesco al Romanticismo y la era moderna, viendo además al Romanticismo “a través del prisma de su propio tiempo y por tanto ofrece una visión un tanto distorsionada”. Para Bajtín, no se puede comparar el realismo grotesco de la Edad Media con lo que se presenta a partir del Romanticismo. Allá teníamos una cultura popular, acá nos adentramos en la cultura del individualismo y sus laberínticas subjetividades.

Dentro de la festividad corporal de “El Minotauro” aparece una negatividad presente también en otros cuentos de Solo quiero que amanezca. Lo que quisiera ahora es contextualizarla. Vuelvo al cuento, en él leemos: “Al revés de todo el mundo, estábamos casados pero no vivíamos juntos. No funcionaba. Nos amábamos, pero no parecía funcionar por el momento. Al menos en la convivencia”. Esta contradicción se asemeja en cierto modo a la de la convivencia en el edificio, ya que el personaje antagonista, el polaco, abusa de su poder al estacionarse en donde no le corresponde así como no paga el condominio y brutalmente rompe el vidrio de la cartelera donde se le recuerda que está moroso. La referencia al polaco no está para nada en el cuento sesgada de xenofobia; estos abusos se repiten en Venezuela en todas partes desde hace mucho tiempo y en el cuento no aparecen como excepcionales.

Una anotación en un tono muy similar sobresale en otro cuento,  “Goldfish”, que inicia el libro, en su primera edición de la Contraloría General de la República, si bien está suprimida en la segunda edición de 2002, de Seix Barral (no tengo a las manos la de 2012, de Punto cero): “Ella me había mostrado las marcas de las hojillas en sus muñecas, yo una vieja cicatriz en la encía. Me había dado por morder copas de vino. Pero eso había sido en otra época. Ahora el país andaba mal y nosotros no parecíamos diferenciarnos demasiado”. Los rabiosos instintos de destrucción individual han quedado en el pasado, ahora viven el día a día, en soledad compartida, pero en constante desacuerdo (como en la decisión de ella de abortar tres veces, contra la opinión de él).  Un país resignado a vivir en una sociedad exasperante, en un tránsito sostenido sobre una cuerda frágil.

Yslas recuerda que originalmente el libro se titulaba Lo que François Villon no dijo cuando bebía. Añado que con este título ese libro de cuentos (sin las pequeñas variantes posteriores, a veces significativas) fue publicado en 1999, siendo ganador del Premio Internacional Jorge Luis Borges, de Argentina, y el Premio Arístides Rojas, de Venezuela. Recuerdo haber hablado en a mediados de 1998 con el autor, y aunque conocí su pasión por algunos narradores contemporáneos de los Estados Unidos, recuerdo su interés por unos personajes venezolanos desencajados, a veces insufribles o de una circularidad viciosa desconcertante, y sin embargo, muy reconocibles para nosotros, que esperaban su lugar en nuestra narrativa.

El libro de Oscar se lee a otra luz si se inscribe dentro de la cuentística venezolana de los 90,  ya entonces e incluso un poco antes empezamos a notar un aire de violencia e incertidumbre, a veces manifiesta, a veces latente, que trastorna las vidas de los personajes, ya sea que vivan en edificios, como los de Méndez Guédez o Miguel Gomes, o en las barriadas caraqueñas, como en Ángel Gustavo Infante o José Roberto Duque. Es una violencia que atraviesa el fin de siglo y llega al presente, basta ver los relatos entre testimoniales y periodísticos del Caracazo, o de la violencia en las cárceles.

No quiero, sin embargo, renunciar del todo al uso de lo carnavalesco que hace Yslas para caracterizar a Marcano en estos cuentos. Solo que esta festividad carnavalesca es contemporánea, es la alegría del sobreviviente, del hombre que ríe con cicatrices en el cuerpo. “Me dolía estruendosamente la cabeza y no me la podía cortar”, dice el protagonista de “El Minotauro”. Cuando pienso en estos personajes, me imagino una gran fiesta que llega a su límite y donde alguien toca las campanas para recordar el fin. Abundan  en el libro alusiones como éstas que, medio en broma, medio en serio, recuerdan el suicidio, pero a la manera de Cioran, cuando decía que frente a una vida sin escapatoria, la idea del suicidio le parecía un alivio y hasta lo liberaba de suicidarse.

Mester de clerecía, mester de goliardía. ¿Marcano amante de la Edad Media? Son más bien guiños, pienso, con que el autor se burla cariñosamente del lector y de la academia, como cuando uno de sus personajes parodia uno de los cursos y trabajos escritos en la universidad sobre Camus: “Hablaban de recomenzar, el verbo predilecto de Camus. “Palabras”, pensé. Pero Camus no tenía la culpa” (“Goldfish”). Sí, las palabras no tienen la culpa, la realidad a veces supera a la ficción, ¿quién puede con eso? Así, mientras hace zapping, prefiere quedarse con algo más terrenal, una película con Humphrey Bogart: “Bogey. Un borracho con estilo”.

***

Víctor Carreño es escritor. Doctor En Letras Hispánicas por La Universidad De Columbia y profesor de la cátedra Historia de la estética contemporánea en la Universidad del Zulia

Víctor Carreño  es escritor. Doctor En Letras Hispánicas por La Universidad De Columbia y profesor de la cátedra Historia de la estética contemporánea en la Universidad del Zulia

Comentarios (4)

Luis Yslas
3 de julio, 2012

Estimado Víctor, como las novelas (breves) de Cervantes, tu respuesta es ejemplar. Complementas y refuerzas el comentario que hice de “El minotauro”, arrojando luces que enriquecen la lectura de la obra de Marcano, sin duda fundamental dentro de las letras venezolanas contemporáneas. En efecto, ciertos atributos de lo grotesco y lo carnavalesco presentes en varios de los cuentos de “Solo quiero que amanezca”, pasan, en todo caso, por el viaducto moderno de la ironía, de cierta mirada dubitativa que troca la risa en sonrisa, en una especie de festiva amargura de la resistencia. Espero que el intercambio de comentarios prosiga. Agradecido por tu lectura de mi ensayo, y por tu atinada respuesta.

Víctor Carreño
3 de julio, 2012

Estimado Luis: gracias y también por haberme permitido reconectarme con muchas cosas de las que hace tiempo necesitaba escribir. Se me quedaron varias en el tintero, cosas que tocas o sugieres. Contamos con una historia muy carnavalesca, tener un museo con la Suite Vollard y “El Minotauro” u otro con la única colección egipcia de Latinoamèrica, más los seres que se encuentra uno como en los cuentos de Oscar, produce por lo menos perplejidad, la sensación del mundo al revés. Queden estas y otras para futuros intercambios y encuentros.

Jonathan Bustamante
4 de julio, 2012

Sublime sus escritos. Estos intercambios se agradecen. Afortunado de ser testigo de análisis literarios tan agudos.

Antonio Blasco
8 de julio, 2012

Muchísima inteligencia es estas notas. Uno que se define a sí mismo como lector común aprende mucho con los analisis literarios de los cuentos de Oscar Marcano, para mi gusto uno de los autores más sobresalientes de la literatura de nuestro continente. No seria genial que Yslas y Carreño nos regalaran otra entrega más adelante con sus observaciones estilísticas de otro relato de Oscar para el aprendizaje de todos nosotros los lectores?, es una propuesta solamente. Gracias

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