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Emilio Mujica: Sin San Agustín Caracas no existe; por Cheo Carvajal #CCS450

Por Cheo Carvajal | 25 de octubre, 2017
Fotografía de Mauricio López

Emilio Mujica retratado por Mauricio López

Emilio Mujica es un reconocido líder comunitario de esta tradicional parroquia caraqueña. Tiene su “ranchito” arriba, en La Ceiba. Pero desde hace algunos años compró una de las viejas casas, en el pasaje 8, con pisos impecables, columnas labradas y techos altísimos. Allí tiene “El Fogón de Emilio”, donde se mezcla la música, la comida tradicional y la fiesta. Desde allí arranca Cumbe Tours, una manera de conectar lo que por error está desconectado. Una manera de dejar al margen los prejuicios. La casa es parte del conjunto de doce pasajes con el que debutó el Banco Obrero construyendo vivienda para obreros en Caracas, de finales de los años 20, momento en que la gente de San Agustín iba a pescar y buscar arena al Río Guaire.

Hace muchos años la violencia tocó su puerta, de manera feroz. Y él no respondió con violencia, tampoco con resignación. Respondió con entrega, con enseñanza. Siempre desde su tumbao, con su sabiduría particular. Su venganza con la vida ha sido poética: entregar y compartir alegría, enseñar, organizar, inclusive a los violentos. Y es querido por todos.

—¿Cómo llegaste a San Agustín?

—Mi abuela llegó aquí de las Islas Canarias en los años 20, ellos llegaron a Valencia, de Valencia se trasladaron a Los Teques, y de Los Teques a San Agustín. Yo llegué a San Agustín el primero de octubre de 1954.

—¿Y en qué momento comenzaste a desarrollar actividades en la comunidad?

—Muy pequeñito, recuerdo que yo pasé mucho tiempo, no viviendo en la calle, ni siendo un niño de la calle, sino en la calle, jugando a la pelota. Había muchos espacios, el río, la gente. Estábamos en la época de la dictadura y había mucha gente cerca de la casa que eran de la Liga de Colonos, la primera organización comunitaria que existió en San Agustín. Muchos integrantes eran miembros del Partido Comunista, gente de pensamiento de avanzada, de izquierda.

—¿Los adecos también?

—Tú lees documentos de la época, los comparas, y eran lo mismo. Lo que los diferenciaba eran algunas cositas, pero era gente muy preocupada por la comunidad.

—Por eso el nombre del bulevar.

—Claro, Leonardo Ruiz Pineda. Un tipo al que hay que rendir siempre honores. Un tipo que resistió, que murió. De alguna manera, por mis entrepituras de estar escuchando conversaciones ajenas, en su mayoría de adultos mayores, me empezó a picar el gusanito de la parte social. ¿Qué era eso? ¿Por qué los ricos, por qué los pobres? ¿Por qué la pobreza? ¿Por qué las necesidades? Y de alguna manera fui llegando al tema, hasta que conocí a un amigo llamado Felipe Blanco y me atrapó. Me veía peleando en las calles y comenzó a entrenarme para ser boxeador. Y de la noche a la mañana ya estaba repartiendo propaganda del Partido Comunista. Eso me hizo sentir como “ya soy”. Eso fue a los nueve años. No fue que ellos me inscribieron, yo me sentí.

—¿En qué momento fuiste un activista a conciencia?

—A los diez años ya tenía conciencia clara que había una lucha de pobres contra ricos, a los diez años ya sabía preparar un niple.

—¿Esa conciencia de “pobres contra ricos” cómo la llevas hoy en día?

—Creo que es un absurdo. Existen los ricos y existen los pobres, en cualquier sociedad existen, ahora, lo que sí he luchado siempre es contra el distanciamiento que se da entre esas dos clases. No debería existir de tal manera esa brecha, cada quien que trabaje y le eche pierna a la vida,y tendrá su fortuna.

—Te refieres a que lo que no debería de haber es exclusión.

—Tendrán mayores comodidades, pero la exclusión es lo terrible.

—Al final lo importante es luchar por el bienestar.

—Por el bienestar de la gente, no es necesario tener riquezas y dinero para ser feliz, eso es una mentira.

—¿Qué crees tú que significan los barrios en general para Caracas, y en particular el de San Agustín?

—Los barrios nacen de la miseria. La gente buscando en una época, según ellos, vivir mejor. Se ubicaron en los barrios con sus miserias, por la escasez: no había agua, ni había servicios, eso nace allí. Con el tiempo los barrios han creado su propia cultura, han tomado su conciencia, han resuelto a través de modelos organizativos creados por la gente, han logrado resolver la vida, cómo vivir en el barrio. Hoy vivir en el barrio no es tan malo, tiene sus ventajas, y es copiada y envidiada por algunas clases sociales elevadas. En el barrio se hacen cosas divinas que no se pueden hacer en una urbanización de clase alta. Digan lo que digan, esto es parte de esta vida, una cultura divina.

—¿Muchas personas envidian el “guaguancó” del barrio?

—Sí, porque muchos se quedan en lo reprimido. La vida no es un club, una piscina, un avión. No, la vida es integral, tiene muchísimas cosas, inclusive esas, pero no hay nada más divino que compartir un sancocho callejero. En el barrio se hace, en la urbanización eso no se hace.

—¿Por qué crees tú que se hace en el barrio y no se hace en la urbanización?

—Porque la gente tomó una cultura de encierro. La gente se encerró en sí misma y tienen, para mí, algunos complejos sociales: “Yo soy de una clase más elevada que tú”. Pero algunos de sus hijos han descubierto que la ciudad no es tan así, tan aburrida como la de ellos, voltean hacia los barrios y descubren que hay muchísimas cosas que son apremiantes para la vida.

—¿Cómo caracterizarías a eso barrios de Caracas, hoy? Empezaste diciendo que nacieron de esa precariedad, escaseaba todo, a veces no tenías ni escaleras para subir, y eso se fue construyendo. ¿Cómo caracterizarías hoy al barrio?

—No todos los barrios son iguales. Las comunidades de los barrios de Caracas no todas son iguales. Algunas van como avasallando a la ciudad, sin ninguna conciencia, y hay barrios que tienen, de alguna manera, conciencia. Van avanzando, como incorporándose a la ciudad, porque la ciudad niega los barrios.

Fotografía de Mauricio López

Emilio Mujica retratado por Mauricio López

—¿Me puedes decir qué barrios se han incorporado a la ciudad, cuáles no tienen ese “avasallamiento” hacia la ciudad? Aparte de San Agustín, que supongo está en esa lista.

—La Pastora, el 23 de Enero, San Juan.

—¿Por qué los otros no?

—Porque se quedan como muy foráneos, muy aislados. Si tú ves Macarao, que es uno de los principales barrios de la ciudad, se quedó muy aislado, muy distante de la ciudad. Si tú revisas, Coche está muy distante. Nos vemos aquí dentro, pero no estamos dentro de la ciudad.

—¿Qué significa eso de no estar en la ciudad cuando estás?

—Es la política de desprecio que se le aplica. Sí tú revisas Antímano, no se puede estar viviendo en pleno siglo XXI con esas características en la capital de un país como este. Si tú revisas los barrios dices: “No, esto no es posible. ¿Hay o no hay desarrollo?” Entonces esa política de desprecio te hace aislarte, te convierte en un marginal dentro de la ciudad.

—¿Mantenerse en esa condición depende más de la comunidad o de…?

—Depende más de la comunidad, depende de la claridad y de la conciencia colectiva de esa comunidad.

—¿Cómo caracterizarías esa conciencia de San Agustín en relación con la ciudad?

—Yo tengo una expresión bien clarita: Caracas no existe si no existe San Agustín. Nosotros somos más importantes que Caracas, porque estamos ubicados en el centro de ella. Pero Caracas nos mira a nosotros como con desprecio, con cuidado, y nosotros miramos hacia Caracas. En ninguna parte del mundo puedes conseguir un barrio como este de afrodescendientes, de “negritos”, como se dice, de pobres, en el casco central de la ciudad. ¿Dónde existe un barrio de negritos, de pobres, con los edificios más altos de Latinoamérica al lado, al lado del sistema de museos más grande de Latinoamérica, al lado de una importante autopista? Todo eso está ahí y San Agustín avanza, no se queda, hace propuestas, sueña la ciudad, construimos ciudad. Es un ejercicio colectivo, nosotros tenemos esa característica como habitantes, nos organizamos, hacemos propuestas. La última es convertir a San Agustín en una parroquia turística. Ya lo pusimos en práctica y ha dado buen resultado.

—En el caso de San Agustín, además, hay un patrimonio histórico importante. Estamos hablando en una casa que muchos envidiarían.

—Muchas inmobiliarias desde arriba, desde un dron de pensamiento, están siempre soñando con este territorio, por lo valioso de su ubicación geográfica, por lo que tiene para ellos este territorio, esa sería una muy buena inversión.

—San Agustín es uno de muchos barrios de Caracas donde la violencia está presente, incluyendo la violencia del Estado con sus políticas de mano dura. Si no todo sonaría muy idílico. ¿Cómo ves la violencia, dentro de la propia comunidad y del Estado hacia el barrio?

—No es que nosotros carecemos de violencia. De alguna manera la violencia es parte del diario de la parroquia. Ahora, ¿en qué porcentaje? Nosotros decimos en lo más mínimo. Hubo momentos que sí fueron violentos, y a través de organizaciones culturales, a través de organizaciones sociales, le fuimos dando respuesta a esta violencia que se nos venía acercando. Ningún gobierno, incluyendo este, ha tenido estrategia como la hemos tenido nosotros. La respuesta de los gobiernos y del Estado siempre ha sido más violencia, si antes nos aplicaban la “operación vanguardia”, ahorita aplican la OLP.

—¿Cuántas operaciones has conocido tu aquí en el barrio que recuerdes?

—Muchísimas, y he sido víctima de ellas, a excepción de la OLP. Mínimo 5 o 6 veces detenido en un día, allanamientos en mi casa, cosas terribles. Eso se sufrió y no deja de ser igual en este momento. Siempre hemos discutido con la autoridades que esa no es la forma, les hemos demostrado con ejemplos que hemos logrado pacificar, que hemos logrado incorporar a la vida social a muchos muchachos que se desviaron sin utilizar un arma, sin utilizar un uniforme, sin absolutamente nada, sino con la palabra, la propuesta. Les hemos hecho entender que hay una vía distinta, que detrás de la montaña El Ávila hay vida, hay una playa, hay un océano, hay un mar riquísimo. Y que más allá hay río, hay montaña y hay una calidad de vida totalmente distinta a la que te genera la violencia. Y lo hemos logrado.

Hemos logrado incorporar a muchísimos jóvenes a la vida sana y hemos evitado que se incorporen a ese ejército. ¿Cómo los hemos incorporado? A través de la actividad cultural, de la actividad social, nos hemos convertido como en una represa, contra todos, porque es como una corporación, eso no viene gratis. La violencia no es que nace con los chamos, no, eso es una inversión de todo el mundo tratando de dañar una sociedad. La droga es un caso, eso es una empresa. Eso es de un carajo pensante, la violencia tiene, de alguna manera, ganancias. El que tiene armas necesita vender armas, el que practica la parte judicial, los abogados, necesitan tener presos, y la funeraria necesita tener muertos. Eso es una industria. Los medios de comunicación ¿qué venden? La página roja, lo que se llama en periodismo “amarillismo”, tiene un valor extraordinario. De alguna manera a la gente le gusta leer cuántos muertos hay, qué tragedia hubo.

—Mencionaste a los medios, a los abogados, al sistema judicial, a los que venden armas. ¿Quiénes son, en este caso, los que ponen a circular las armas?

—¿Los que venden las armas? No tengo las pruebas, pero sospecho que tienen uniforme y estrella.

—¿Quién más cobra por la violencia?

—Lo voy a decir así: los inversionistas, que convierten esto en un sector de miseria. Porque no es la violencia de matar nada más, hay diferentes tipos de violencia. El que la alcaldía no te atienda los servicios es un acto de violencia, el que tú entres a una escuela y los baños no funcionen, es un acto de violencia contra los chamos, el que tú salgas de noche y el alumbrado público no funcione, es un acto de violencia, y eso te va haciendo la vida miserable. Como tú no quieres estar allí, o te organizas o te vas. A ellos les interesa que tú te vayas porque en el territorio baldío es donde obtienen su ganancia, donde hacen su gran inversión para construir el modelo de ciudad que quieren.

—Hablaste hace un rato del turismo como una forma de integración, como invitación, ¿puedes extenderte un poquito en relación con eso? ¿El turismo es una buena estrategia para integrar lo que ha estado desintegrado en Caracas?

—Sí, nosotros en San Agustín en los años 70, cuando vienen los proyectos de los gobiernos de la Cuarta República, que hablaban del desarrollo, comenzó un desalojo masivo de la parroquia. Ese es el lado sucio de la historia. Toda aquella gente que se había hecho profesional con el sacrificio de sus padres, de sus abuelos, se fueron. En mi opinión eso trajo un resultado de pobreza a la parroquia. Comienza el desarrollo de la clase media, ya sea en la zona de El Cafetal, todos esos sectores, Caricuao, entonces la parroquia se fue quedando sola. Esa parte profesional, esa gente que se había preparado, se fue y nos costó resolver a los que nos quedamos. Independientemente que las cosas han ido cambiando, ya hay muchos profesionales dentro de la comunidad que no tienen para donde irse. Antes soñaban irse, pero ahora no pueden. Esa es una ventaja para nosotros.

¿Qué le proponemos nosotros a la ciudad? Para romper con las etiquetas, los estigmas de que en la comunidades solo hay violencia, solo hay delincuencia, solo hay lo negativo, nosotros invitamos a la gente a que vengan a San Agustín y sin ningún tipo de escenografía le mostramos quiénes somos, cómo estamos, qué queremos y para dónde vamos.

—¿Qué responde San Agustín respecto a ese “qué queremos, para dónde vamos”?

—¿Qué queremos?, que vengan. ¿Para dónde vamos?, para mejor. Eso eleva mucho la autoestima. Una comunidad abandonada, despreciada, no tiene autoestima. Queremos una comunidad visitada por amigos como ustedes, profesionales, que vengan extranjeros, aquí han llegado chinos, brasileños, franceses, de todas las nacionalidades, con esta muestra de turismo. Hemos demostrado a la propia comunidad que sí es posible, porque al principio cuando le mostramos la propuesta a la comunidad —porque esto no es un sueño de hace un mes o hace un año, teníamos muchos años soñando que podíamos hacerlo, porque tenemos una riqueza, pero nosotros nos negamos a verla—, entonces, cuando le presentamos la propuesta, muchos con su expresión afrodescendiente dijeron: “¡Gua!, ¿turismo en San Agustín? Ustedes están locos”, y lo primero que declaraban era la violencia, los malandros, la gente fea, la basura, todo eso, pero cuando les mostramos la galería de lo que tenemos, realmente comenzaron a cambiar de opinión y hoy nos visitan un promedio mensual de 120 a 200 personas. Es un recorrido que se hace por la parte alta, no en galerías, no en museos, no es piscina, sino por la parte alta, sin alfombra, sin escenografía, y los resultados, al final, son de alegría. Y hay intercambio entre grupos, que se van y regresan. Se ha dado casos que los despedimos a las siete de la noche, y a las nueve están otra vez aquí, porque agarraron su carro y se devolvieron, porque les parece que esto es maravilloso. Esta casa, que se llama El Fogón de Emilio, se ha convertido en ese refugio. Entonces ya no se van a Las Mercedes, ya no se van a Altamira, sino que vienen aquí y aquí disfrutan de un bolero, cantan, beben, comen.

—¿Cuándo sucede eso?

—Cada 15 días o los sábados en la tarde, se programa entre amigos, siempre entre amigos. Están las actividades en el Teatro Alameda, están las actividades de los niños, entre otras. Es una organización muy importante porque tiene que ver con un modelo educativo. Nosotros respetamos el curriculum que presenta el Ministerio de Educación, pero construimos el nuestro, tuvimos que enseñarle al personal docente de las escuelas quiénes éramos nosotros.

Fotografía de Mauricio López

Emilio Mujica retratado por Mauricio López

—No mencionaste al grupo Madera, mucha gente cuando habla de San Agustín lo recuerda, a finales de los 70 y en los 80.

—Lo que pasa es que nosotros nacimos con una organización llamada Liga de Colonos, y de ahí en adelante surgieron muchísimas organizaciones, entre esas el grupo Madera, pero como un grupo musical, como puede existir ahora la Orquesta Celestial de Edmundo Pérez, como existe el grupo de Alexis Machado. Madera suena porque hubo una tragedia. Los panas murieron, dieron ejemplo, pero el modo organizativo social no marcha con ellos, es desde la Liga de Colonos desde los años 20. Madera es uno más, nos hacemos daño cada vez que colocamos a uno por encima de otro. Todos han aportado, todos hemos hecho, todos hemos construido y todos lograremos.

—¿Y el Afinque de Marín, y el Teatro Alameda?

—El Afinque es una organización social, entre otras. Se convierte en el espacio porque ahí se celebraban carnavales. Ahora, en ese sector se construyó en el año 43 o 45 el Teatro Alameda. San Agustín, de alguna manera, nació con esa suerte, fíjate: el Nuevo Circo, el estadio de beisbol profesional, el Teatro Dorado, el Teatro Ayacucho, todos esos grandes teatros están en San Agustín, como ahora está el Teresa Carreño, el Museo de Arquitectura, está Cruz Diez, todo eso, sigue siendo San Agustín, un privilegio.

¿Qué permitió la Alameda? Bueno, que los artistas que llegaban en esa época se quedaban alrededor de la comunidad y fueron contagiando a la gente en ese mundo. Entonces la plazoleta se quedó así, con los mejores carnavales. Ahora está el proyecto Guaguancó de Colores.

—Era, más o menos, la misma lógica de lo que me cuentas en la actualidad: convocar a la gente de la ciudad para que vinieran a San Agustín.

—Claro, porque el Afinque se convirtió en una referencia. Todos los grupos y cantantes de salsa del momento sentían como una obligación pasar por aquí, porque San Agustín tiene una característica: sabe aplaudir y al que no aplauden en San Agustín no es exitoso. Tú puedes ser excelente, pero si no ganas los aplausos de San Agustín, dígale a su productor que lo revise, algo está pasando, porque no nos van a engañar tan fácilmente, eso es así en San Agustín. Cheo Feliciano, Ricardo Ray, todos los de ese momento, de los 70 para arriba, pasaban por San Agustín. La expresión “afinque” es “vamos a afincarnos”, vamos a ver si es verdad que sabes. Somos cuna de buenos músicos, buenos percusionistas, esa relación se mantiene todavía.

—Para efectos del turismo me gustaría que habláramos del Metrocable. ¿Qué tiene a favor y qué en contra?

—Creo que dos o tres personas mostramos nuestro desacuerdo de que eso se hiciera en San Agustín. Personalmente siempre consideré que fue como un juguete que le vendieron al presidente de entonces, Hugo Chávez, y lo compró porque ese no era su dinero y lo ubicó donde él quiso, porque esa no era su parroquia. Como todo gobernante tomó decisiones sin consultar. Nosotros teníamos y aún tenemos una propuesta totalmente distinta, porque pensábamos que el Metrocable no nos iba a resolver ningún problema. Eso no era ningún sueño de la comunidad. Pero bueno, ya está hecho, a un costo bien elevado en dólares, y está el conflicto de nosotros como comunidad organizada con la empresa Metro de Caracas. Parece que a ellos no les duele el Metrocable, que ha venido deteriorándose, pueden culpar a los niños, pueden culpar a la comunidad, pero eso no ha sido integrado a la comunidad. Presta un servicio de elevar a la gente hasta allá arriba, pero la gran mayoría no disfruta de eso, ahora, yo de urbanismo no se mucho.

—Dices tú que no sabes.

—Después que está ubicado lo que nos conviene a nosotros es sacarle el mejor provecho. Sabemos que eso no está en todas partes, que está el teleférico de Mérida o el del Ávila, y nosotros tenemos uno que la gente también lo podría disfrutar. Ahí es como nosotros le sacamos provecho. Confieso que el Metrocable no ha entendido el proceso, ninguno de los gerentes de operaciones que han colocado allí ha entendido la forma y la propuesta. Ellos nos dicen: “Nosotros somos una empresa de servicio”, y cada día la cosa va para atrás. De alguna manera engañaron a la comunidad. Así como le vendió el juguete al presidente, Odebrecht engañó a la comunidad. Recurrieron a alguna gente de los consejos comunales para que los apoyaran, los llevaron a Medellín, les vendieron las bondades que hay en Medellín, pero solamente trajeron cemento, cabilla y burbujita, porque lo demás no lo cumplieron. No hay absolutamente nada que haya permitido el desarrollo real de la comunidad, puedes ver que los espacios que se desocuparon para la construcción del Metrocable hoy están llenos de ranchos, de pobreza, y las instalaciones de Metrocable cada día más deterioradas.

Engañaron a una gente que venía con el discurso de lo que vieron allá en Medellín y uno desmintiéndolo. Yo estuve dos veces en Medellín observando ese proceso, el primero que fracasó y el segundo que la gente motorizó para incorporarse, porque fue el mismo estilo, allá no incorporaron a la gente, hicieron lo mismo, y la gente que se quedó por fuera fue la que impulsó el modelo de desarrollo y turístico.

¿El Metrocable está integrado a la ciudad? Yo siento que no, la gente ha empujado para que eso dé, pero tú no consigues nada atractivo del Metrocable. Cuando se ideó fue como un servicio privado para la gente de los barrios de San Agustín, no se ideó pensando en la integración de la ciudad o del barrio, de la comunidad a la ciudad. Tú ves la publicidad del momento: “El Metro le dará servicio a 15 mil personas diarias de San Agustín”, no se hizo pensando para integrarlo a la ciudad, por eso nosotros hoy hacemos resistencia, porque la ciudad o San Agustín tienen que integrarse, San Agustín existe hasta donde llega la avenida Bolívar, hasta el Jardín Botánico, Fuerzas Armadas y ahí se queda.

—Como me lo vendiste al principio: San Agustín no tiene que integrarse a la ciudad, sino que la ciudad tiene que…

—San Agustín tiene que integrarse a la ciudad, porque sin San Agustín Caracas no existe. Entonces, para que exista Caracas, San Agustín se integra.

—Un acto de generosidad de San Agustín.

—Claro, somos echones. Nosotros éramos muy vanidosos antes, y vinieron unos panas y nos hicieron unas recomendaciones. Las tomamos y nos convertimos. Ya no somos vanidosos, somos perfectos, pero ya no somos echones.

—Están San Agustín del Norte y San Agustín del Sur, ¿solo los divide una autopista?

—Nos divide el Río Guaire y nos unen los puentes, pero nacimos de manera distinta. San Agustín nace por la parte norte, pero con una etiqueta: eran los ricos los que iban a vivir ahí, si buscas la publicidad de la época decía: “Compre en la urbanización San Agustín, la urbanización más rica de la ciudad”. Los medios de comunicación lo vendían así.

—Todavía quedan unos caserones.

—El cuento es que los vendían así: el valor económico de una casa de tres ventanas, cuatro ventanas, cinco ventanas. Por la cantidad de ventanas tenías más dinero, mejor posición social. Ahí se ubicó la clase pudiente de la ciudad, y en la parte sur se ubicaron los campesinos que venían de los Valles del Tuy. ¿Quiénes eran? Los familiares y los trabajadores que construyeron esa urbanización. Es como Pablo Pueblo, eso que construiste como albañil no te toca, eso de alguna manera marcó históricamente una división social: San Agustín del Sur es una cosa y San Agustín del Norte es otra.

—Hace rato que ya eso no es así.

—No, nosotros hicimos esfuerzos enormes y tratamos que en nuestro lenguaje exista uno solo. San Agustín del Norte y del Sur pueden existir como dirección, pero socialmente no, San Agustín es uno solo, 1.7 kilómetros cuadrados, con 47 mil habitantes con los mismos problemas, con las mismas dificultades, con los mismos beneficios. Siempre hemos intentado eso. Ahora, si tú revisas San Agustín del Norte, hoy está en desventaja con San Agustín del Sur. En el sur tenemos modelo organizativo, más avance social, en cambio el Norte se ha ido quedando. Los señores originarios fueron muriendo, se fueron mudando y los que llegaron no tenían identidad con ese sector, así que se ha ido deteriorando. No sé si nosotros, por las precariedades, nos vimos en la necesidad de organizarnos y parece que eso nos dio resultado.

—¿Qué otras formas de integración, además de la turística, te imaginas? No solo para que la gente venga a san Agustín, o a otros barrios de la ciudad, sino para que la gente pueda moverse por toda la ciudad como le dé la gana, sin mayores barreras.

—Una forma: pensemos para el otro. Construir lo que uno quiere, pero pensado en el otro. Porque la ciudad se construye como piensa el arquitecto, como piensa el urbanista, pero poco pensando para el otro. Una ciudad se construye pensando para el otro.

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