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Elisa Silva: El imaginario de una ciudad completa; por Cheo Carvajal #CCS450

Por Cheo Carvajal | 16 de agosto, 2017
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Elisa Silva retratada por Mauricio López

Elisa Silva es profesora en la Universidad Simón Bolívar y dirige la oficina Enlace Arquitectura. Con su equipo ganó en 2008 el concurso para la Rehabilitación del bulevar de Sabana Grande, de PDVSA La Estancia; en el 2012 fueron finalistas del concurso Parque Metropolitano La Carlota organizado por la Alcaldía Metropolitana de Caracas. Más recientemente, en el 2016, presentaron el libro CABA, Cartografías de Barrios, resultado de tres años de indagaciones para juntar en un documento contundente los mapas de los barrios caraqueños, entre otras reflexiones sobre este territorio urbano.

Su infancia la vivió en Venezuela. Diez años fueron suficientes para sentir el arraigo. Pero no nació acá, sino en Sant Louis, Missouri. Allá se crió a partir de los 11 años, y toda su formación académica la realizó en Estados Unidos. Un pregrado en Química e Historia del Arte, y una maestría, de cuatro años, en Arquitectura. Se graduó en el 2002 y llegó a Caracas cinco años después. Antes de regresar a la tierra de su infancia hizo un periplo interesante: trabajó dos años con el arquitecto Rafael Moneo en Madrid, luego en la oficina S.O.M., de Nueva York y luego en Roma. En el 2007 un amigo arquitecto venezolano la cuestionó: “¿Cómo te vas a venir para acá, Elisa, esto es un desastre?” Y se vino.

—Ciertamente es curioso, ¿por qué te viniste a Venezuela?

—Yo quería trabajar el tema de los asentamientos informales. Me parecía un espacio de “frontera profesional” no comprendida. Lo que yo veía no me parecía del todo acertado. Mi profesor en Harvard fue Alejandro Aravena, y a través de él fue que comencé a mirar este territorio. Llegué con esa preocupación, y casi desde el primer día comencé a trabajar en la (avenida) Morán, con Fudep (Asociación Civil Fomento del Desarrollo Popular). Luego, en la Central me aceptaron para dar clases como profesora invitada. Di un primer taller en la Morán y fue una experiencia muy enriquecedora por lo que arrojaba: temas de equipamientos, accesibilidad, espacio público. Lo de la vivienda era lo menos pertinente, porque al final la construye la propia gente. Aprendimos sobre lo que significaba el proceso de habilitación física de barrios, con la estructuración de los condominios, una perspectiva interesante de cómo organizar y llevar servicios a la comunidad en conjuntos manejables, de 12, 15 familias.

—Naturalmente la configuración en los barrios suele ser así.

—Sí, grupos que comparten una entrada, por lo general la misma familia que va ampliándose y extendiéndose. Una cosa interesante en ese proceso fue identificar los títulos supletorios para cada persona. Tardaban como un año en la parte social, para llegar a los acuerdos, y luego un año en la intervención física. Lamentablemente, al final, todos terminaban colocándole una reja al perímetro. A veces estas rejas las tenías que atravesar para llegar a alguna otra parte de la comunidad, así que durante el día la reja debía estar abierta. Igual que los vecinos de este edificio, que decidieron poner una reja al perímetro. Es difícil decirles: “No puedes”.

En 2007 ya habían parado todos los fondos del proyecto de habilitación física, y lo que se seguía haciendo era por aportes privados, por el deseo de continuar con ese proceso. Luego, allí formulé con los estudiantes unas ideas, pero lamentablemente quedaron ahí. Una era hacer un funicular. Yo había aplicado al premio Wheelwrigth de Harvard y me lo gané, así que viajé para conocer experiencias al respecto. En Río de Janeiro había funiculares, en Vila Marta, también en Valparaíso, pero con una inversión muy por debajo de la de nuestro Metrocable, con motores que cualquiera puede arreglar si se dañan. Todo el mundo acá me decía que eso no era factible. Había una gran resistencia, sobre todo del sector privado, de considerar una inversión de ese calibre.

—Tú que has logrado que tus proyectos tengan acogida en el sector privado, ¿cómo perciben el fenómeno barrio desde allí, cómo se lo imaginan a futuro?

—Desde el punto de vista teórico, se entiende que la ciudad pasó a ser el motor económico de la región, por encima de la minería o el sector industrial, más aún en el caso de Latinoamérica, donde al menos 80 por ciento de la población vive en ciudades. Cuando le ponen mirada objetiva y se dan cuenta de que en Lima, Quito o Caracas, hay una parte importante de la población que vive en asentamientos informales, se preguntan ¿qué significa eso para la ciudad? Cuando la movilidad se hace más difícil, y la gente tarda más de dos horas para trasladarse, ¿cómo repercute en la productividad de la ciudad? También, en vista del “bulto demográfico” de la población entre 20 y 40 años, que es la edad más productiva, ¿cómo se aprovecha? ¿Se está educando a la población, hay oportunidades de empleo? En macro se ve así: la necesidad de más y mejor educación, mayor inclusión, menor inequidad.

—Todos coinciden en invertir más en educación, en dotación de servicios, en generar oportunidades, en inclusión. Pero, ¿cómo se imaginan la configuración urbana del barrio?

—Sí que hay gente pensando, entendiendo la demanda, que como el barrio creció de manera orgánica, este no es ni el mayor ni mejor uso del suelo. Es importante entender cómo ha surgido este fenómeno, por eso la investigación de CABA abarca cinco décadas para identificar y prever tasas de crecimiento. Ahora, si bien ese ha sido el modo de crecimiento de la ciudad, eso no justifica que siga creciendo de la misma manera. Pero de ninguna manera creo que el sector inmobiliario apuesta a erradicar ese tejido, ni tampoco la banca multilateral. Eso es un discurso superado.

—¿No permitir que sigan creciendo forma parte de esa visión?

—La verdad es que la presión, en este momento, es casi cero, hasta hace cinco años sí había una presión por crecer, pero lo que estamos viviendo es más bien un éxodo. Las tasas son menos aceleradas que en décadas pasadas. La política de Medellín es producir una oferta de vivienda formal, inclusive dentro de zonas de crecimiento espontáneo, para ordenar y dar respuesta asequible para esta población. Y se planifica desde el inicio su conexión a sistemas de transporte público.

Cuenta nuestra entrevistada que a través de la investigación para el libro CABA se revela que Caracas tiene una densidad muy por debajo de lo que se considera una “ciudad compacta” y que aún puede absorber mucha población. Considera correcto aprovechar espacios dentro de la ciudad para densificar, sobre vías servidas de transporte público, como es el caso de Misión Vivienda Venezuela. Critica que no haya venido acompañada de equipamientos públicos y adecuación de servicios, incluyendo el transporte público, y sin acompañamiento social.

Por otra parte precisa que los nuevos urbanismos de la Misión Vivienda tienen una tipología de vivienda que no nos pertenece, que no se adecúan a nuestro clima, como en el caso de La Guaira. Considera que lo peor es su ubicación en zonas sin oferta de empleo, obligando a esa población a desplazarse e incurrir en importantes gastos cotidianos: “Esto impone una inequidad hacia las personas, a las que les cuesta más moverse; no es un modo de inclusión social, sino una exclusión de los beneficios y del disfrute de la ciudad”.

—Lo crucial es tener una estrategia a largo plazo, pensar un lugar donde las personas puedan hacer su vida. Que partan con una plataforma de oportunidades, de llegar con facilidad a centros productivos, educativos, y que en su entorno inmediato puedan tener espacios recreativos y un cierto nivel de bienestar. En ninguno de los casos eso se ha logrado: hay parquecitos, canchas, pero al final son dos horas de ida y dos de vuelta que se pierde en desplazamientos a la ciudad.

En sus andanzas siempre busca analogías, herramientas para entender y transformar. Cuenta que Amalfi, en Italia, es uno de esos barrios típicos con fachadas blancas. Tiene tiendas de altísimo nivel en un bulevar principal. Cuenta que se emocionó al ver allí “el ADN de un barrio nuestro”, porque intuyó que ese bulevar, en medio de aquella trama abigarrada, estaba sobre una quebrada, como en efecto. “Una quebrada embaulada, donde el agua sale limpia, separada de la que no lo está”. Pero al igual que nosotros ellos tampoco previeron el espacio, se embauló después. Como un espacio en La Ceiba en Barrio Unión, Petare, en el que llevan un proyecto de “Sembrando ciudad”, donde casi cabe una cancha de básquet sobre la quebrada embaulada. “Si no hubiese estado la quebrada, habría 50 casas más”.

—La valoración del espacio público, que percibimos ahora, es del siglo XX. En ese viaje que hice a Medellín, Guayaquil, Río de Janeiro, Valparaíso, Lima, los proyectos que vi, de espacio público, estaban asociados a operaciones de transporte masivo o a saneamiento ambiental. Y el impacto en los barrios donde se hicieron fue importantísimo a nivel de cambios en la percepción o en el comportamiento de las personas, inclusive en la disminución de los índices de violencia.

Elisa Silva retratada por Mauricio López

Elisa Silva retratada por Mauricio López

—El arquitecto argentino Jorge Mario Jáuregui, que reside en Río de Janeiro, en sus proyectos de transformación Favela-Barrio apela siempre a la utilización del mapa como elemento de reconocimiento, haciéndolo visible en la frontera con el barrio. El mapa es un elemento muy presente en tu proyecto “Sembrando ciudad” y obviamente en la investigación del libro CABA. ¿Cuán importante es este aspecto para el futuro de Caracas?

—Es importante construir el imaginario completo de Caracas. Que las personas que viven en Alta Florida, en Bello Monte, en Catia o en La Dolorita se sientan parte de una ciudad completa y que así la reconozcan. Un primer asunto del reconocimiento es que la puedas recorrer. A veces por discapacidad, por edad, esta ciudad excluye a muchas personas de poder moverse en ella. Y el que vive en el asentamiento informal, además porque ya son 400 bolívares para tomar el Jeep. Siempre me ha gustado lo que dice el alcalde Jaime Nebot, de Guayaquil, que la ciudad tiene la responsabilidad de darle a sus ciudadanos un lugar digno donde recrearse, poder ir a un parque sin que implique un costo exorbitante, sin que las familias se sientan excluidas. Por eso es que el centro comercial no es, en absoluto, una oferta, aunque la gente intente redimirlo. La ciudad debe producir suficientes lugares de recreación y esparcimiento para que las familias disfruten dentro de sus posibilidades su vida cotidiana.

Aclara que ese reconocimiento debe ser bidireccional, que las personas que no habitan en barrios pueden ir y reconocer el barrio, “por eso iniciativas como El Calvario Puertas Abiertas, en El Hatillo, son tan importantes”. Invita a crear destinos que convoquen a todo el mundo: ir a San Agustín del Sur a aprender a bailar salsa, ir a escuchar un grupo musical en La Dolorita, visitar un bar que tenga cervezas baratas al que puedan ir los estudiantes, “como sucede aquí en Pajaritos”.

—¿Para eso es indispensable el mapa?

—En Río de Janeiro, con el mapa que sale en tu teléfono puedes llegar a cualquier calle del morro. Ese mapa da posibilidades de moverse por la ciudad a un estudiante alemán que no la conoce. Y ese mapa no distingue dónde comienza o termina el tejido del barrio, sino que es continuo. Esta es una manera muy potente de inclusión, de igualación; también el reconocimiento para la gente dentro de ese asentamiento, que por primera vez se está viendo reflejada en ese mapa de la ciudad completa. La posibilidad de dar direcciones. Cuando hacemos recorridos con las comunidades, que es parte de la metodología de “Sembrando ciudad”, las personas de la comunidad caminan por calles que forman parte de su entorno pero que no transitan frecuentemente. (“Sembrando Ciudad en comunidades para la transformación urbana sostenible” es un programa creado y ejecutado por FUDEP Venezuela en Convenio con Citibank y en alianza con Enlace Arquitectura).

Considera Elisa que los consejos comunales han generado un daño colateral: “La comunidad percibe que debe pensar y actuar hasta los límites marcados por el consejo; así un espacio no forme parte del territorio del consejo comunal, se tiene derecho a su disfrute, y se tiene responsabilidad sobre este”.

—¿De qué crees que dependa que la gente internalice ese concepto de ciudad completa? Muchas zonas de la ciudad tienen potencialidad como destino, pero se asumen como guetos.

—Hay cantidad de urbanizaciones, que por llenar los requisitos de ordenanza, tienen su espacio infantil, pero lo que tienen son rejas, columpios rotos y monte. Y a nadie pareciera importarle mucho. Tendemos a centrarnos en las transformaciones físicas, pero detrás está el aspecto de gestión del espacio público, que es igualmente importante. La programación de actividades. Hacer equipamientos asociados con espacios públicos, que los activen. Eso lo vi sistemáticamente en Medellín, por ejemplo las bibliotecas siempre están acompañadas de un espacio público aledaño, creando una simbiosis exitosa. Tenemos que dejar de imaginar que con crear el espacio ya está dado que sea valorado y utilizado. Al ser abandonado se produce rápidamente un imaginario muy negativo sobre el espacio público, por eso la gente no quiere tenerlo.

Nos comenta que en Río de Janeiro existe una red de espacios en Favelas, AfroReggae, sostenida con fondos privados donde promueven diversas formas de arte urbano. Estos espacios suelen tener una plaza al frente que han ido configurando y donde vuelcan una programación intensa que sirve de destino para todos los habitantes de Río, por la calidad de sus conciertos. “La gente no sólo va al concierto, sino que además reconoce el entorno y lo inserta dentro de su imaginario como un brazo más de su ciudad. Así es como, poco a poco, logras ensanchar el mapa mental de cada ciudadano”.

—Cuando alguien visita por primera vez un barrio suele decir: “No me imaginaba que fuese así”. Salen del barrio con la sensación de haber roto una frontera.

—La barrera más grande a superar es decir: “Estoy dispuesta a ir”, por la razón que sea. Cuando la gente lo hace, la mayoría de las veces la reacción es de sorpresa positiva. Yo siempre destaco del tejido urbano del barrio, que luego que sales de la vía principal y te metes en las veredas y escaleras, la sensación es de las más placenteras que puede haber en la ciudad: las escaleras se convierten en bancos, se despliega la amabilidad y generosidad de las personas, que te ofrecen el baño, un café, una chicha. Este comportamiento, que es lo que tipifica a la mayoría en el barrio, impresiona mucho a los visitantes. Para muchas personas es la posibilidad de vivir por primera vez sin la presencia del vehículo, una experiencia muy liberadora. Sería interesante que estas visitas no tuviesen que darse, necesariamente, por curiosidad o por una invitación a una actividad particular, sino porque allí encuentres una oferta productiva o de servicios: el mecánico, la costurera, la venta de repuestos.

—¿En los mapas que produce “Sembrando ciudad” se muestran estos recursos que ofrece la comunidad?

—Nosotros hacemos unas maquetas donde identificamos las casas de las personas, las bodegas, las paradas del Jeep, y buscamos que el espacio que vamos a intervenir para hacerlo público consolide los usos ya presentes. Para llegar a ese punto hacemos mucho énfasis en identificar estos puntos que son producto de las dinámicas colectivas del lugar: comprar pan o recargar la tarjeta de teléfono.

Nosotros realizamos una actividad con la comunidad del barrio El Chorrito, de Valencia. Fueron meses de acompañamiento social. Fue muy exitosa porque el espacio que se identificó resultó en la idea de un parque para niños. Ese espacio estaba en la frontera entre dos sectores, pero los niños no entienden de fronteras, si ven un columpio se quieren montar y ya. Así que esto ayudó muchísimo a disminuir la separación entre los adultos de las comunidades. En nuestra metodología de trabajo buscamos incorporar la diversidad de personas, incluyendo a las que tienen alguna discapacidad, pero los niños son determinantes en nuestra búsqueda, porque es una manera muy efectiva en nuestro contexto cultural de hacer visible para la comunidad la importancia de los espacios abiertos, públicos, plurales.

Elisa Silva retratada por Mauricio López

Elisa Silva retratada por Mauricio López

—Apelando a esa imagen del columpio como objeto irrenunciable para un niño, ¿será que la ciudad la vamos perdiendo en la medida en que nos vamos separando de esa condición infantil del yo deseo?

—Mientras más oferta tengamos de ese equivalente del columpio para uno, se podrían aumentar las oportunidades de encuentro entre diversos. Sin embargo es irónico que siendo Caracas un lugar de poca oferta, comparada con otras ciudades latinoamericanas, nos consideren de las personas más amigables, porque nos abrimos al otro muy rápido.

—Mencionaste el maravilloso descubrimiento de la ciudad sin carros en el barrio. También has trabajado escenarios como la autopista, apoteosis del vehículo y de la velocidad, que divide nuestra ciudad en dos. ¿Cómo borramos esa otra frontera?

—Asociar una senda, al borde del Río Guaire, que permita que un chamo que vive en el barrio La Línea, de Petare, y que está becado en la Universidad Católica, pueda llegar en bicicleta en media hora. Todo el transitar de la ciudad, en ese espacio, produciría muchos encuentros, con muchos otros. Yo tuve la oportunidad de viajar y ver en Seúl ese proyecto famoso donde eliminaron la autopista y descubrieron el río, que tiene un espacio maravilloso entre los dos andenes. Allí vi al señor enflusado que iba al trabajo, a los viejitos en ropa deportiva haciendo ejercicio, al niño que iba a la escuela. Es hermoso tener un corredor que permita hacer ejercicio, que a la vez es atajo para llegar más rápido a un destino, o para tener un trayecto más agradable. El río Guaire está mandado a hacer para conectar la ciudad. Hay muchos puntos para hacerlo, entre Chacaíto y Las Mercedes, entre la UCAB y Antímano. Todo en ese trayecto se puede comunicar, el problema es que vemos ese espacio solo como arteria vial. Yo sueño con correr esos 30 kilómetros, 15 y 15 de ida y vuelta. Ese es el “columpio” que yo sueño.

—¿Ese es el problema, que la gente solo lo ve como arteria vial?

—En parte sí. Los proyectos que más imagina la gente siguen siendo segundos pisos para la autopista. ¿Pero por qué tanta gente tiene esa idea en la punta de la lengua, y no logramos que tengan en la punta de la lengua el deseo de hacer un parque lineal a lo largo de todo el río Guaire?

—¿Por qué piensas que no?

—El río Guaire es una cloaca para la mayoría de las personas. La respuesta a esto solo ha sido el saneamiento del río, pero siempre desde una perspectiva de ingeniería. Canalizar las aguas servidas, poner plantas de tratamientos. El proyecto, que ni siquiera se ha logrado, nunca se ha planteado más allá de eso. Esa idea de un Guaire limpio no va a llegar a menos que uno le atribuya un significado y un posible disfrute, muchísimo mayor a simplemente pasar y que no huela mal. He visto muchos proyectos desde el ámbito académico plasmados sobre ese territorio, pero me pregunto cuánta gente los conoce. Inclusive, el mismo proyecto de parque para La Carlota, que le dieron muchísima visibilidad, muchísimas personas en la ciudad ni lo conocen. Nosotros que participamos, respiramos y pensamos en eso todo el tiempo. Hay que hacer una inversión mediática mucho mayor, como se hizo en Santiago de Chile con el concurso de CAF, del “Mapocho pedaleable”. Nosotros tenemos grupos que apoyan el uso de la bicicleta en la ciudad, se han realizado bicicletadas que le han dado visibilidad al tema.

—Ejercicios académicos, activismo, pero no sucede. ¿Será que la banalización de la belleza de nuestra ciudad, enfocada en el Ávila, no nos ha permitido lidiar con este río-cloaca que resume nuestra existencia urbana? Todos desembocamos en ese río, pero parece que preferimos no vernos retratados en él.

—Parece que no logramos contagiar a otras personas. Esto me hace pensar en el símil, de que nos conformamos con la idea de que somos un país petrolero, mirada que nunca trascendimos para desarrollar con ese recurso otras formas de producción. En Caracas tenemos ese esplendido Ávila, que parecía que bastaba, que era suficiente para decir “Caracas es hermosa”, que lo es, pero parece que nos ciega. Muchas ciudades lo que tienen es el río, entonces les toca valorarlo, recuperarlo. Así ha sido en Medellín, en Santiago.

—¿Somos más consumidores que productores de imágenes?

—Es impresionante con el uso de las redes sociales, y la facilidad para que cualquiera sea “un fotógrafo”, lo fotogénica que emerge Caracas en esa mirada. El Ávila, las guacamayas, el Parque del Este. El encuadre de la cámara es perfecta: la basura está ahí, pero no sale en la foto. Es otra percepción de la ciudad que se resalta en este medio. Luego hay fenómenos como los recorridos que hace Luis Rafael Bergolla, a través de los que mucha gente descubre maravillas de Caracas, con tantas imágenes latentes. De eso tratan muchos de nuestros proyectos: detrás de un basurero hay un espacio latente, que hay que descubrir y transformar. Como en el barrio La Palomera, en Baruta, donde la gente se sorprendió que pudieran hacer aparecer un espacio maravilloso, que ni se imaginaban, y que ahora lo están cuidando muy bien, porque participaron en su transformación. Dado nuestro contexto actual, de pocos recursos y poca planificación holística, toca hacer pequeñas intervenciones con un propósito de proyectar otro imaginario, que la gente empiece a creer.

—En Caracas muchos no creen posible transformar el basurero de toda la vida, que algún día vamos a bajar los carros de las aceras, que algún día vamos a tener una ciudad segura. Si no crees en esa posibilidad, la tendencia parece ser replegarse y aliviarse con el bálsamo de una belleza de la magnitud del Ávila.

—No es tanto transformar el pequeño espacio como transformar la ciudad que tenemos en la cabeza. Hacia eso apunta Sembrando ciudad, no solo porque para eso es que alcanza el dinero, sino porque eso tiene un impacto social importante, en la producción y el cuidado de los espacios. Al final es invertir más en el software que en el espacio físico.

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Cheo Carvajal 

Comentarios (4)

Rafael Linarez
16 de agosto, 2017

Curioso que en este tema se hable de arquitectos o Urbanistas del extranjero y ninguna referencia a Josefina Baldo

Rafael Osío Cabrices
17 de agosto, 2017

Me llevo esa idea bellísima de Elisa del Guaire como parque que conecte la ciudad entre Este y Oeste. Bellísima porque además es realizable. No sé si Elisa conoce la experiencia del Canal Lachine. En Montreal, que es una isla de río, construyeron un canal en el siglo XIX para que los barcos pudieran atravesar la isla sin pasar por los rápidos del San Lorenzo. El canal funcionó durante casi un siglo pero luego otras obras lo hicieron inútil, así que se convirtió en un basurero. Hasta que el gobierno federal decidió rescatarlo y convertirlo en un parque. Lo que era una zona de abandono y miseria que atravesaba medio Montreal, ahora es una zona de inversión inmobiliaria importante de diversa gama, un gran parque de entrenimiento y ejercicio durante los meses de calor… y una vía ciclista que conecta varios municipios del Oeste con el centro histórico de la ciudad. En Caracas, es evidente que el Guaire ofrece esa oportunidad. Y en Caracas no hay invierno.

Tomás de la Barra
24 de agosto, 2017

Excelente entrevista, y Elisa clara y profunda como siempre. La tarea para recuperar una ciudad como Caracas es enorme. Elisa destaca la magnitud de la población que vive en barrios sin servicios ni accesibilidad. Es una gran materia pendiente. No hay que confundirse con la visión a veces romántica de la marginalidad urbana. En efecto, son muchos los ejemplos en que los habitantes, en la adversidad, generan espacios llenos de vida. Pero hay que cambiarles su condición de marginalidad e integrarlos a la ciudad. Como bien advierte Elisa, esto no quiere decir que se debe olvidar los espacios para la convivencia, los espacios de comunicación, los espacios que eliminen las barreras.

Estelio Mario Pedreáñez
15 de septiembre, 2017

Magnífica entrevista. Elisa Silva es lúcida y expone con claridad sus grandes conocimientos y sus ideas. Quiera Dios y los venezolanos que su sueño sobre el Guaire algún día sean realidad. El Guaire se contaminó por decisión del nefasto Juan Vicente Gómez de convertirlo en eje central del sistema de cloacas de Caracas a principios de la década de los años 10 del pasado siglo XX. Gómez (fundador del represor “Ejército Gomecista”, 1909-1958, para afianzar su criminal y corrupta Dictadura) no quería a Caracas y por eso optó por la opción “más barata” cuando su crecimiento exigió la ampliación del sistema creado en tiempos de Guzmán Blanco (otro ladrón que fue Presidente) y no por la construcción de un nuevo sistema, rescatando el Río Guaire. Si no se construye un nuevo sistema de recolección de aguas negras y residuales para Caracas será demagogia, engaño, mentiras o ilusorio, decir que descontaminarán el Río Guaire. Se puede embaular con concreto y construir el paseo peatonal y ciclista.

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