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Elefantes, por Betina Barrios Ayala

«If this elephant of mind is bound on all sides by the cord of mindfulness,
All fear disappears and complete happiness comes.
All enemies: all the tigers, lions, elephants, bears, serpents (of our emotions);
And all keepers of hell; the demons and the horrors,
All of these are bound by the mastery of your mind,
And by taming of that one mind, all are subdued,
Because from the mind are derived all fears and immeasurable sorrows».
Shantideva (687-763 d.C.)

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Hay un común denominador en el malestar. Dentro de cada momento de incertidumbre, duda o parálisis solo está presente el miedo. La reticencia a lo desconocido o a aquello que sabemos es capaz de lastimarnos.

Cada vez que me quedo quieta con los ojos bien abiertos es eso lo que siento, un miedo que no me deja seguir, que no da espacio para la transformación.  Una sensación que deja todo frío, inmóvil y aburrido. Además de llenarme de una subsiguiente y amarga frustración. Recuerdo perfectamente el miedo más fuerte que he sentido hasta ahora. Estaba en el Valle Sagrado en las afueras del Cusco en Perú. Subí a una plataforma como un ascensor de rejas rojas que se movía con el viento de las montañas haciendo un ruido estremecedor. Ascendía en vertical en medio del valle unos 125 metros, y desde allí la meta era saltar al vacío. Pensé que podía hacerlo. Me subí allí muy segura. Me coloqué unos lentes para que no salieran volando los contactos que uso desde los doce años por causa de la miopía. Pero nada. No pude. Y eso que lo intenté de mil maneras: de frente, de lado, de espaldas. Con los ojos abiertos y cerrados. Hasta le dije al encargado que me empujara, pero se negó alegando que podía sufrir un infarto, Señorita. Así que me quedé con las ganas de vencer mi pánico, porque nunca pude saltar. Me agarraba con firmeza a la reja del ascensor. El hombre me decía: Suelta una mano y luego otra, pero nunca hubo otra. Pasados 45 minutos, nos dispusimos a bajar a la manera conservadora.

Desde allí todo el viaje fue recordar mi cobardía y rezar porque diera tiempo de volver a intentarlo, pero no, Señor. En esos viajes a mochila no hay lugar por el que pasar dos veces. Cuando estaba sobre esa plataforma era capaz de ver a las personas abajo en el valle con las dimensiones de una pulga. Cometí el error de mirar abajo y ver mi cuerpo completamente destrozado por el impacto. O imaginar el jalón de mi cuello con el rebote de la cuerda en el vacío infinito y verde peruano. No, no. No hubo manera. Y fue mi mente. Toda mi capacidad de imaginar el desastre, vino desde allí. Porque ese salto lo han dado infinidad de personas en este mundo. Y yo por miedosa, me lo perdí.

En filosofía existe la teoría de la Tabula Rasa, la cual sostiene que los individuos llegamos a este mundo con la mente vacía; sin reacciones o pensamientos programados para ningún tipo de situación. Para esta corriente los miedos son conductas aprendidas. Cuando era pequeña, si mi mamá se encontraba frente a una cucaracha gritaba y se subía sobre cualquier objeto que alejara sus pies de la tierra. Yo la miraba sorprendida ─pues es una mujer muy valiente─ y me acercaba al animal con toda naturalidad para aplastarlo. Luego le sonreía y me alejaba triunfante del campo de batalla del que rescataba a mi madre.  Hoy, yo tampoco puedo ver una cucaracha con vida. Mi valentía se la ha llevado mi niñez, al menos en ese aspecto.

Si algo me ha enseñado la práctica de Yoga es que la realidad vive en nuestra mente, sin duda. Allí está la capacidad de hacer o no algo. Y es a través del control mental que aparece la serenidad que destapa los nubarrones de la visión. Cada cosa que nos afecta vive en nuestra mente, es la tierra fértil de cada pensamiento que nos sorprende. Es el caldo de cultivo de nuestra paz o de nuestros tormentos.

El Yoga como filosofía práctica implica vencer el miedo. Olvidarse de una supuesta comodidad que está en detenerse cuando uno se cansa. No es así. Inclusive hay un dicho que reza que: el ásana apenas comienza cuando quieres dejarlo. Esto explica que la satisfacción tiene su nicho en los retos. En abandonar la zona de confort, aunque este sea un cliché más que repetido. Es a través de estas posturas que es posible hallar una conciencia corporal que deriva en un acercamiento a la mente. Así que hay que persistir en contra de los pensamientos negativos que piden abandonar la técnica, y así permanecer inmóvil y sereno a través de una respiración consciente y nasal. Luego, al abandonar la postura, hacerlo de forma gradual y controlada.

En el epígrafe de este texto, dispongo un extracto de las reflexiones de Shantideva en el Bodhicaryavatara, un libro budista, traducido del sánscrito al español como Guía para el modo de vivir del bodhisattva. Aquí se disponen una serie de capítulos dedicados al alcance de la plenitud, o bodhicitta, a través de la práctica de ciertos preceptos alcanzados a través de la reflexión y estableciendo continuos espacios para la duda y el cuestionamiento personal. Presenta nuestros temores como una fábula en la que los pensamientos cobran vida y pueden atacarnos, más lo único capaz de domarlos está en el interior de cada uno de nosotros: en la toma de conciencia de aquello que nos afecta y la búsqueda interior de la respuesta para ello.

El miedo también es un método de supervivencia. Muchas veces actúa como una alarma que se activa frente a situaciones intuitivamente peligrosas. Es bueno también hacer caso de ello. La sensibilidad que desarrollamos basados en la experiencia puede guiarnos en la toma de decisiones. Pero eso es distinto a dejarnos controlar por el recuerdo del pasado o la angustia frente al futuro. Es importante decidir vivir el presente con intensidad olvidándonos del miedo que nos esclaviza a cambio de una supuesta sensación de «seguridad».Todo lo que podemos hacer está impulsado por nuestra mente, por ello debemos estar alerta a sus capacidades porque allí mismo residen las cárceles de nuestro accionar. Cultivar una mente sana, libre de fantasmas pesados como elefantes es un paso adelante en el alcance de la ansiada felicidad.