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El socialismo paralítico, por Marco Negrón

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Desplazarse por el territorio nacional es tan aventurado como hacerlo en las ciudades.

Uno de los rasgos más llamativos del llamado socialismo del siglo XXI (y chocante para quienes alguna vez pensamos en el socialismo como una forma más racional de organización de las sociedades) es la abierta promoción del uso del vehículo particular que hace unos años llevó a la formulación del programa “Venezuela móvil” y ahora a una reducción de precios por decisión burocrática. Es notable que en los largos 15 años que ya dura, este régimen haya sido incapaz de formular políticas de movilidad y transporte vitales en cualquier sociedad que aspire al progreso, más allá de esos absurdos intentos de incrementar el parque automotor sin, para maximizar el absurdo, preocuparse por construir más vialidad. En un primer momento promovieron la construcción de ferrovías que algunos desprevenidos creyeron signo de progreso, pero que, visto el trazado y la ausencia de estudios de factibilidad, más parecían una mixtura de las fantasías infantiles del desaparecido caudillo con su espabilada costumbre de procurar legitimidad internacional mediante el reparto de jugosos contratos a empresas de naciones “aliadas”. Hace tiempo no se habla de ellas.

En paralelo, sustrajeron el control de los proyectos de transporte urbano masivo de varias ciudades a las autoridades locales que los concibieron y comenzaron a ejecutar, para terminar condenándolos a una prolongada parálisis. Y en vísperas electorales, el patético ministro del Transporte Terrestre lanza sobre Caracas una chapucera operación relámpago que el martes iba a ahorrar 45 minutos de cola en Las Mercedes y el viernes 30 en Los Dos Caminos, con una progresión que, similar a lo ofrecido por Maduro en materia de inflación, permitirá llegar a destino unos minutos antes de haber salido.

El país naufraga en la inmovilidad, y no solo en las ciudades: la ruina de las carreteras, el caos de los aeropuertos y el deterioro de la aviación hacen que desplazarse por el territorio nacional sea tan aventurado como hacerlo en las ciudades. Por su afición a las enormes camionetas negras, de vidrios ahumados y escoltadas por cuadrillas de motociclistas que les facilitan la violación de las normas de tráfico y ahorrarse las neurotizantes colas a las que debemos someternos los comunes mortales, la nomenklatura ni se entera.