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El muy oportuno silencio de Ozzie, por Efraín Ruiz Pantin

Por primera vez desde que fuese contratado por los Medias Blancas de Chicago el 3 de noviembre de 2003, Oswaldo Guillén no será manager de un equipo de Grandes Ligas. Guillén, recordemos, fue despedido tras solo una temporada por los Marlins de Miami. Esto a pesar de que su contrato era por cuatro campañas y que igual tendrán que pagarle 7,5 millones de dólares. La decisión no hace sino ejemplificar cómo se rompieron las relaciones entre el venezolano y sus jefes. Que tanto dinero no fuese obstáculo fue seguramente un golpe duro para un hombre con el orgullo de Guillén. Hasta ahora, ha mantenido un bajo perfil y no ha dicho mayor cosa de su salida. “No vale la pena”, escribió en un mensaje de texto cuando le pedimos su opinión hace pocos días. Pero alguien muy cercano a él reconoció lo obvio: “Está dolido y bastante. No es fácil, sabiendo que tú eres tremendo manager, que puedes hacer ese trabajo en Grandes Ligas, que alguien te diga, ‘Te voy a pagar para que no me dirijas mi equipo’. Eso no es fácil y le duele a cualquiera”.

Así, un año después de que los Marlins le ofrecieron el cielo para llevárselo de Chicago, la pregunta ahora es si el mirandino podrá conseguir, y cuándo, una nueva oportunidad como piloto. Sin pretensiones de adivinador, acá creemos que volverá a tener bajo su mando un equipo de Grandes Ligas. Es una persona joven (48 años), ganó una Serie Mundial, fue Manager del Año y a pesar de que los Marlins terminaron este año con 69-93 el récord vitalicio de sus equipos es 678-617. Oswaldo Guillén es un buen manager. Como todo piloto, tuvo responsabilidad en el desastre que fue Miami este año. Afuera de las rayas, especialmente con el episodio de Fidel Castro, no ayudó en nada. Pero es absurdo cargarle toda la culpa por un equipo que sólo anotó más carreras que los Astros, tuvo un pitcheo por debajo del promedio, un cerrador (Heath Bell) que no fue tal y que a mitad de año salió de piezas importantes.

Su despido demuestra lo que ya sabíamos: los Marlins son una organización disfuncional y venática. Cuando Guillén dijo en septiembre que todo el mundo, desde el dueño hasta los coaches, eran responsables de lo sucedido y que debían pensar por qué habían pasado tantos managers por allí, el propietario Jeffrey Loria agarró una mal de rabia. Tampoco cayó bien que dijese que la única razón para ver a los Marlins eran los turnos de Giancarlo Stanton. Nos preguntamos, ¿no sabían a quién contrataron? ¿Eso los sorprende? Claro que lo sabían. Guillén, por su parte, parece haber creído que Loria le tendría la misma confianza y la misma paciencia que Jerry Reinsdorf, el propietario de los Medias Blancas. “Nunca pensó que la situación estaba tan mal”, nos contó el informante cuando le preguntamos si Guillén se imaginaba que le mostrarían la puerta de salida.

Guillén pasará un tiempo fuera del beisbol. Probablemente consiga un trabajo como comentarista en televisión. Eventualmente, insistimos, recibirá una nueva oportunidad. Pero no será fácil. La mayoría de los equipos están optando por pilotos de otro perfil. Los Medias Blancas quedaron felices con Robin Ventura y Mike Matheny fue un éxito en San Luis. Ambos son hombres muy tranquilos y ninguno tenía experiencia previa. Weiss tampoco había dirigido en ninguna parte. Un ex campocorto que jugó 14 temporadas en Grandes Ligas, es conocido por su carácter calmado. Redmond, el sustituto de Ozzie en Miami, apenas había sido piloto en clase A. Y ya decíamos que los que suenan en Toronto -Acta, Wakamatsu y Tracy- no son precisamente los reyes de la polémica. Todo lo contrario.

Es evidente el contraste con los dos grandes pilotos despedidos este año, Bobby Valentine y Guillén. Buster Olney escribía hace poco en Espn The Magazine que en esta época, en la que todo se sabe al segundo y en la que la inmediatez de las redes sociales no deja tiempo para controlar los mensajes, los equipos buscarán managers cada vez más aburridos.

Por difícil que suene, Guillén necesita que esa parte tan importante de su personalidad –la que dice todo lo que le pasa por la cabeza- se agazape un poco. Este tiempo fuera del terreno podría ayudarle. Hasta ahora el silencio mantenido es buena señal. “Yo creo que él va aprendiendo, por eso es que no quiere hablar nada de esto. Si hubiese sido el Ozzie del año pasado, o el de hace dos años, ya hubiese sacado un libro diciendo todo”, añadió la misma fuente. “Yo sé que él no quiere hablar de nada y alborotar más las cosas porque eso, a lo mejor, le podría dañar un trabajo en el futuro”.

Como periodistas, no tener a Guillén en el terreno será una pérdida. En este beisbol cada vez más corporativo, la lengua suelta del ex campocorto era una fuente de honestidad, diversidad y candidez muy apreciada. Oswaldo se atrevía a hablar de asuntos que otros ni siquiera pensaban. Era una rareza. Por eso será una lástima no encontrarlo sentado en el dogout esperando a los medios cada tarde. Pero lo que le volverá a dar trabajo, la razón por la que alguien volvería a confiarle el manejo de un equipo, es su capacidad para liderar un clubhouse y dirigir juegos de pelota. No para ser vocero del tema candente del día.

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Texto publicado en Meridiano