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El Muro del Dolor en Moscú; por Rafael Rojas

El presidente ruso Vladimir Putin en la ceremonia de inauguración en Moscú del Muro del Dolor, el 30 de octubre de 2017. Fotografía de Alexey Nikolsky. AFP PHOTO / SPUTNIK

El presidente ruso Vladimir Putin en la ceremonia de inauguración en Moscú del Muro del Dolor, el 30 de octubre de 2017. Fotografía de Alexey Nikolsky. AFP / Sputnik

Con motivo de los festejos del centenario de la Revolución de Octubre, el presidente ruso Vladimir Putin ha inaugurado un memorial en homenaje a las víctimas de la represión política en la Unión Soviética, en el centro de Moscú.

El Muro del Dolor, como le llaman los moscovitas, fue levantado en la avenida Andrei Sájarov, emblema de la disidencia en la última etapa de la URSS, y contó con el respaldo de la Fundación Solzhenitsyn, del patriarca ortodoxo Kiril y de la viuda y la hija de Boris Yeltsin, quien oficializó la conmemoración del día de la represión soviética desde los 90.

En estos días, en Moscú, se conmemora la revolución bolchevique y la represión soviética, como si formaran parte de una misma trama del pasado. La doble conmemoración supone un deslinde entre revolución y régimen, o entre el proceso de cambio social, económico y político que destruyó el zarismo y el Estado comunista construido por Lenin y Stalin, que no siempre se percibe en amplios sectores de la opinión pública global. Con frecuencia, cuando se habla de la francesa, la rusa, la mexicana, la china o la cubana, se cae en el error de confundir la revolución con el régimen político que los revolucionarios construyeron.

Vladimir Putin, y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Fotografía de Alexander Nemenov. AFP / POOL

Vladimir Putin y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Fotografía de Alexander Nemenov. AFP / Pool

El monumento de Moscú ayuda a perfilar mejor las diferencias entre Rusia, como Estado postcomunista, y China, Corea del Norte, Vietnam o Cuba, que siguen siendo regímenes de partido comunista único, aunque unos más abiertos que otros al mercado o al pluralismo civil. La distinción rusa entre revolución y represión no se plantea en ninguno de los países comunistas actuales. Sería impensable un monumento a las víctimas de Mao en Beijing o a las de Fidel Castro en La Habana, por no hablar de Pyongyang, donde manda el nieto de Kim Il Sung.

Para llegar a esa diferencia tendría que producirse una apertura de la esfera pública, como la que tuvo lugar en Rusia entre los años 80 y 90, cuando a la glasnost de Mijaíl Gorbachov siguió la intensa desmitificación de la URSS en tiempos de Boris Yeltsin. En aquellas dos últimas décadas del siglo XX, el genocidio estalinista, el gulag, Siberia y todos los crímenes y atropellos a las libertades, del largo periodo soviético, entre Lenin y Brezhnev, fueron ampliamente documentados. Putin no es muy amigo de ese relato histórico, y llama a “pasar la página”, pero tampoco comulga con el negacionismo comunista.

De hecho, al inaugurar el monumento, Putin afirmó: “la represión no se compadeció ni del talento, ni de los méritos ante la patria, ni de la sincera entrega a ella. A cualquiera le podían formular acusaciones inventadas y absolutamente absurdas”. Palabras que podrían referirse a los muchos comunistas o revolucionarios purgados en China, Corea del Norte o Cuba en los últimos sesenta años. Aunque quisiera, Putin no puede revertir totalmente el avance del diálogo entre memoria y verdad en la sociedad rusa. Un diálogo que los jerarcas comunistas, donde siguen gobernando, y sus aliados en el mundo están resueltos a silenciar a la voz del amo.