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El latir de un corazón de trapo, por Leo Felipe Campos

El orgullo es ciego y temerario; la estupidez, cuando nace del miedo, también. Y ambos, por desgracia, son irremediables. No pienso publicar un relato sobre los actos ocurridos en la tarde del pasado domingo en el estadio Pueblo Nuevo de San Cristóbal porque no estuve ahí, pero sí diré tres cosas: me gustan las mujeres, las tetas y el rosado. Segundo, los misóginos y los homofóbicos me generan lástima. Finalmente, un partido de fútbol sin público es una contradicción, como una fiesta sin invitados. Y eso es lo que le viene al Táchira.

Que te identifiques con un color y te definas a partir de un escudo y el deseo de triunfar y vencer a tus oponentes tiene orígenes históricos, pero que los cánticos de las barras bravas en América Latina apelen a agresiones con connotaciones sexuales supongo que se debe más bien a su escasa imaginación. Hacen falta apenas cinco minutos para leer los comentarios que dejan a diario los adolescentes anónimos en los portales deportivos para saber que lo ocurrido en Pueblo Nuevo no es de extrañar y obedece al modo de vida de estas barras bravas, para las que solo vale su honor, ese eufemismo que late como un corazón de trapo.

Si aún hay quienes creen que el fútbol es un deporte de machos, qué culpa tiene el minúsculo sector de la barra que decidió invadir el terreno porque consideraba abominable que el club de sus amores jugara con una camisa rosada. ¿Cómo podían hacerles eso a ellos, tan vigorosos, tan aguerridos? A ellos que atacan a los seguidores de su archirrival, Caracas FC, apelando al rosado como un elemento de agresión, como sinónimo de una vergüenza simple y directa. Rosado igual a marico. Rosado igual a débil. Rosado no. Rosado nunca. Del otro lado devuelven el ataque con un gesto de genuina xenofobia, les gritan colombianos, confiando en que se trata de un término ofensivo. En fin.

Cualquiera puede, cómo no, meterse un autogol, pero no chutar en su propio arco de un modo franco y despiadado. Para evitar un chalequeo y mantenerse en pie de lucha, poco importó que la del domingo se tratara de una iniciativa del Táchira en solidaridad con la Fundación Senos Ayuda, una organización que se ocupa de prevenir el cáncer de mama. Poco importó que la FVF pudiera cerrar el estadio por una cantidad específica de jornadas, y restarle uno o más puntos al equipo, una vez que se pronuncie el Consejo de Honor. Que la gerencia local y la seguridad presente pudieron hacer más es un aspecto secundario del debate. Existe, claro, pero al menos para mí, que jugué fútbol aficionado y nunca pertenecí a una barra, que tuve una madre que nació en San Cristóbal, que me llevaba al estadio y murió de cáncer, hay un elemento previo a discutir, algo esencial, más cercano a la educación y la moral que a la organización de un espectáculo.

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Texto publicado en LíderenDeportes.com.