- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

El irrenunciable espíritu de libertad de Leonardo Padura; por Pedro Plaza Salvati

Fotografía de EFE

Fotografía de EFE

Coincidencias (antes del teatro)

En momentos en que los venezolanos se han propuesto recobrar su libertad perdida, Leonardo Padura afirma que el tema central de su obra es precisamente la búsqueda de la libertad. Este autor, Premio de Literatura Princesa de Asturias 2015, utiliza con frecuencia la estructura de un policial (o más bien falso policial), para retratar el estado social y espiritual de su país: “Mi mirada de la realidad cubana está mediatizada por el personaje Mario Conde, él es el encargado de dar la visión de la realidad cubana”.

Sus novelas están cargadas de paralelos con la historia universal que utiliza de manera erudita, pero no de difícil comprensión, para ilustrar la miseria material y política en Cuba, como un efecto espejo de dictaduras y sistemas opresivos que han existido en otros lugares y épocas. En El hombre que amaba los perros, por ejemplo, que en principio trata sobre la vida de León Trotsky y la de Ramón Mercader, el hombre que asesinó a Trotsky en México por encomienda de Stalin y que pasó los últimos años de su vida en La Habana, el trasfondo es sin duda retratar la vida en Cuba. Muchos de los dilemas existenciales en esta y en otras de sus novelas, cabe destacar, son similares a los de la vida actual de los venezolanos:

“Muchos de ellos sabían a qué desarraigos y riesgos de sufrir nostalgia crónica se lanzaban, a cuántos sacrificios y tensiones cotidianas se someterían, pero decidieron asumir el reto y pusieron proa a Miami, México, París o Madrid, donde arduamente comenzaron a reconstruir sus existencias a la edad en que, por lo general, ya estas suelen estar constituidas. Los que por convicción, espíritu de resistencia, necesidad de pertenencia o por simple tozudez, desidia o miedo a lo desconocido optamos por quedarnos, más que construir algo, nos dedicamos a esperar la llegada de tiempos mejores, mientras tratábamos de poner puntales para evitar el derrumbe”.

Padura, que sueña con que Cuba sea un país normal, se abstiene de declarar de manera directa sobre la situación política. A través de su depurada pluma, sin embargo, devela de manera descarnada la vida bajo el sistema cubano:

“Asediados por el hambre, los apagones, la devaluación de los salarios, y la paralización del transporte —entre otros muchos males— Ana y yo vivimos un período de éxtasis. Nuestras respectivas delgadeces, potenciadas por los largos desplazamientos que hacíamos en las bicicletas chinas que nos habían vendido en nuestros centros de trabajo, nos convirtieron en seres casi etéreos, una nueva especie de mutantes”.

En el teatro bajo la lluvia.

La conversación está pautada para lunes 29 de mayo en el histórico y hermoso Teatro Nacional. A pesar de una lluvia continua al borde de la tempestad que castiga (o bendice según el punto de vista) a la ciudad, un nutrido público se hace presente, desde jóvenes universitarios hasta personas mayores. Muchos de ellos cargaban en sus manos diversos títulos del escritor con la esperanza de llevarse consigo la firma de aquel hombre de apariencia sencilla, que decidió quedarse a vivir en su natal barrio Mantilla y desarrollar su obra desde ese bunker habanero.

Comienza el acto y cuatro autoridades dan la bienvenida, entre las que se encuentra la Vice- Presidente de la República, Ana Helena Chacón, hija a su vez de Luis Manuel Chacón, Presidente de la Asociación de Amigos de la Academia (de la Lengua). El padre de la Vice-Presidente agradece el patrocinio a las entidades y empresas que hicieron posible el evento y, muy especialmente a Sagrario Pérez Soto, activista y promotora de las artes y de la cultura.

La conversación se instaura bajo el cielo raso del teatro y la pintura Alegoría de las artes. El año de inauguración del teatro, 1897, está anclado en el techo encima del escenario, casualmente el mismo año en que España otorga la Carta Autonómica a Cuba. El interlocutor de Padura es el escritor Rodolfo Arias Formoso, quien confiesa no ser un experto en Padura pero que admite haberse sumergido en su obra, lo que demostró haber hecho con profundidad y certeza, identificando tanto la arquitectura de las principales obras como los matices centrales de cada una de ellas y hasta el humor que Padura más bien llama ironía.

Arias dice que luego de vivir cuatro años en República Dominicana entendió y se volvió adicto al béisbol y hasta le llegó a preguntar, haciendo una lúcida analogía, si el suspenso que crea en torno al desenlace de hechos novelescos (¿cuándo coño es que Mercader por fin mata a Trotsky?), se deba a su fanatismo por el béisbol. Padura confiesa que muchas veces en sus obras viene lanzando a 90 millas por horas pero cuando se aproxima algún tipo de desenlace ralentiza los lanzamientos como a 60 millas por hora. Fueron muchas las preguntas sustentadas en explicaciones a veces complejas por parte de Arias pero con la función de que se comprendiera por dónde venían las curvas o rectas que le lanzaba al cubano. Aborda el tema del uso de adjetivos, de la arquitectura narrativa, de las técnicas de escritura, de los quiebres temporales, de los paralelismos entre épocas cronológicamente muy distantes y que se emparentan como sello de marca Padura en varios de sus libros. Por momentos, inclusive, el enfoque de las preguntas pareciera haberlo puesto en aprietos, algo que solo se podía notar sutilmente dentro de la simpatía y naturalidad cubana enfatizada visualmente con la elegante guayabera blanca que portaba, con pequeños suspiros y tímidos movimientos de acomodo en la silla como en preparación para batear la pregunta y que no lo pocharan luego de tres bolas y dos strikes.

Regreso a Ítaca

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

 Constantino Cavafis

La proyección en el antiguo cine Magaly, en remodelación, de Regreso a Ítaca (2014) del director Laurent Cantet, Premio a la mejor película del festival de Biarritz, cuyo guion fue escrito por Padura, corresponde a la actividad del 30 de mayo, acompañada de una conversación entre el escritor y uno de los actores del film, Jorge Perugorría. Perugorría se hizo conocido por la aclamada película Fresa y Chocolate, que trata sobre el tema de la homosexualidad en Cuba.

La trama de Regreso a Ítaca es sencilla en apariencia pero a medida que transcurren las horas en el tiempo narrativo desde antes que caiga el sol hasta el amanecer, los dramas de cada uno de los personajes se van develando como tragedias individuales: todos convergen y son producto de la transformación de sus vidas a partir de la Revolución cubana (aunque nunca se usa esa palabra; Revolución). Se reúnen cinco amigos cincuentones en la terraza de un edificio de la Habana, con la vista al malecón. Al fondo los desvencijados techos dan una sensación de escenario teatral. El motivo del regreso de Amadeo a Cuba, luego de vivir 16 años en España, es reincidente de La novela de mi vida, otra obra de Padura, es decir: el reencuentro con la Isla tras años de ausencia.

Durante la presentación en el Teatro Nacional, el día anterior a la proyección de la película, Padura mencionaba con picardía que de lo que más conoce en la vida, aparte del béisbol, es sobre la construcción de diálogos. Y aunque los primeros minutos de la película parecieran un tanto caóticos y bordean en el aturdimiento y rechazo inicial del espectador hacia alguno de los personajes (como cuando uno se tropieza con un escándalo al abrir de golpe la puerta de una fiesta o un bar), los mismos van sufriendo una metamorfosis conducida por las conversaciones que se aposentan y se modulan. El trasfondo de los diálogos versa sobre los recuerdos y la traición a los sueños de una vida mejor, los dramas y miserias individuales de una generación perdida y sin esperanzas.

Una escena:

—Yo no tengo que explicar ni timbales… ¿Tú sabes por qué quiero volver, mi socio? Pues porque me da la gana… ¡Me da la gana! —Y grita—:¡¡Me da mi realísima gana!! —Los otros se paralizan con esta afirmación y Amadeo continúa, categórico —: Alguna vez en la vida uno tiene que hacer lo que le dé la gana y no lo que manden a hacer, lo que lo obliguen a hacer…o no hacer las cosas que uno quiere porque tiene miedo…

—Vamos a hablar en serio… Mi socio, si te quedas aquí, ¿de qué coño piensas vivir?

—De cualquier cosa —responde Amadeo sin pensarlo mucho.

—¿Vas a criar puercos? —sigue Rafa, que hace un gesto hacia la azotea de los matarifes—¿O te vas a meter en un taller clandestino a fabricar baterías con Aldo? Mírale las manos cómo las tiene, todas quemadas por el ácido.

Otra escena:

—Está claro que yo no vivo de mi salario —comienza la mujer—, porque con lo que me pagan como oftalmóloga no me alcanza ni para empezar. Vivo del dinero que me mandan mis hijos desde Miami, y de los jabones, las jabas de malanga y los pollos que me regalan los pacientes…

Vivir y escribir en la Habana

En la fila para ingresar al Centro de Cine, ubicado a pocos metros de uno de los costados del Zoológico Simón Bolívar, y muy cerca de la Casa Amarilla, el 31 de mayo una muchacha comenta que está enamorada del protagonista de la película Fresa y Chocolate pero que como han pasado los años y el actor no ha sido inmune al paso del tiempo, cuando él hable cerrará sus ojos y escuchará su voz.

La presentación de “Vivir y escribir en la Habana”, sin embargo, no contaría con la presencia de Perugorría sino de la directora del documental, Lucía López Coll, que a su vez es antóloga de relatos policiales iberoamericanos y esposa de Leonardo Padura. Padura, cabe notar, dedica insistentemente y de distintas maneras sus libros a la compañera de su vida, a su gran amor. Adios, Hemingway, se la dedica de la siguiente manera: “Esta novela, como las ya venidas y creo que todas las por venir, es para Lucía, con amor y escualidez”.

El hecho de que su esposa haya sido la directora del documental permite que se muestre el lado más humano del escritor, en su casa Villa Alicia, donde nació y todavía vive, en el barrio Mantilla. El documental lo muestra en sus rutinas: en la cocina preparando café, mirando la luz del trópico que lo abraza desde la ventana, o dedicado a la escritura con un cigarrillo en la mano al momento que con sus lentes dirige la mirada a la pantalla. Padura sale de su casa y camina por las calles de lo que parece un humilde barrio de clase media en Cuba, del que no lo saca ni la fama ni su reconocimiento internacional, anclado como un buque de luz en “el embravecido mar de la imaginación” del Caribe. Llama la atención que Padura camina como cualquier habitante de la isla, en una suerte de anonimato; no se le acerca nadie a saludarlo y tampoco saluda a nadie. Tal vez los cubanos muestran igual indiferencia que la de los neoyorquinos con los famosos, pero claro está, por distintas razones: sus preocupaciones son otras, mucho más mundanas y básicas.

La conversación la modera el reconocido escritor Carlos Cortés, invitado internacional en Venezuela a la FILCAR de Margarita este año, unos días antes de que el país se rebelara de nuevo, como en continuación a las protestas del 2014, pero esta vez al parecer de manera definitiva ante el colapso de la democracia. Padura, en la conversación manifiesta que Cuba fue el único país comunista en no caer luego de los países al este de Europa en gran parte debido al calor. El calor hace que la gente entre en modo de siesta. En una rara declaración en el 2014 dijo: “En Cuba no se ha permitido que se creen las condiciones. No existe un proyecto político en Cuba que se pueda oponer al gobierno, la propia disidencia está muy dividida, muy penetrada por la inteligencia cubana… Los niveles de violencia de la sociedad cubana nunca han sido tan altos como los de Venezuela y Ucrania. Al no pasarse de un punto específico, creo que eso ha impedido manifestaciones de este tipo, aunque haya personas que puedan estar más o menos descontentas”.

La primera pregunta la dirige Cortés a la realizadora del documental. Luego Padura aclara que entre los tres habían acordado que la primera pregunta sería para Lucía porque a ella no le gusta hablar en público, la consume la timidez y el miedo escénico. Superada la prueba de fuego de la primera (y única) pregunta a ella, la conversación se centra entre Padura y Cortés. De hecho, a decir verdad, la directora había hablado a través del documental; no tenía por qué agregar palabras. Y resultó admirable que no cayera en lo empalagoso o la parcialidad ante el perfil de su marido que se presenta de manera objetiva y muy bien lograda, y en el que opinan tanto personas de la calle como algunas celebridades de las artes en Cuba. El espectador puede ver en el documental que los libros de Leonardo Padura son tan populares en su país natal que cuando al fin llegan se producen conatos de desorden público. Los libros desaparecen en cuestión de horas. En el documental se presentan unos libreros tan asediados por los lectores que tienen un letrero que cuelgan con frecuencia, y a veces por bastante tiempo: NO HAY LIBROS DE PADURA.

Pero como dijo Cortés: Esta noche sí hay Padura. Con la cortesía que engalana su apellido le hizo diversas preguntas sobre vivir y escribir en La Habana, desde la vitalidad cubana que se permea en la literatura hasta sí se sentía vigilado en Cuba, una ciudad que Cortés consideró una suerte de alucinación barroca cuando la visitó. A esto último Padura respondió que él en Cuba, aparte de los espasmódicos momentos cuando llegan sus libros y comienzan a ser devorados por lectores tiburones, se siente más bien olvidado: “Últimamente me siento invisible”. Lo que recuerda la novela Invisible de Paul Auster, y el ensayo de Padura: “Yo quisiera ser Paul Auster”. El escritor cubano dice que en Cuba casi nunca asiste a una charla ni es invitado a ningún evento en lo que se supondría su casi obligatoria presencia. Dice que cuando ganó el Premio Princesa de Asturias hubo solo una escueta mención en un noticiero, que luego se daría más información que, por supuesto, nunca llegó a darse; porque si una censura existe en Cuba es en la televisión, afirma.

Uno de los aspectos que resultan más evidentes del documental, y que también se ve reflejado en Regreso a Ítaca, es lo difícil que fueron los años noventa, en los que Cuba entró en una situación de colapso económico luego del fin del sistema comunista en la Unión Soviética y la terminación de la asistencia a la isla. Las condiciones de vida eran francamente desesperantes, de miseria extrema, y es en estos años que Mario Conde cuenta con prolífica y obsesiva determinación la historia de lo que ocurre a través de las novelas. Y agrega Padura que las novelas y cuentos en Cuba son la verdadera crónica de esa época (contrario a la convención de los géneros literarios) dado que el periodismo no refleja ni siquiera de manera cercana, por la censura y la parcialidad, la realidad de cuba. Comenta que en años futuros cuando se desee saber sobre la pavorosa década de los noventa se deberán buscar las novelas y cuentos, no lo que dicen los periódicos (y viene a la mente el arribo al poder de Hugo Chávez en 1999 y de cómo empezó a mejorar la situación de la isla…)

Carpentier y Padura

La última noche Padura centra su discurso en la Academia de la Lengua sobre el escritor que habría de marcar su obra, tanto en la construcción de la llamada novela histórica (que el combina magistralmente con la policial) como en algunos temas que subyacen en la literatura de Alejo Carpentier, nacido en Suiza pero considerado como escritor cubano y que vivió en Venezuela desde 1945 hasta 1959. Padura dice de Carpentier que es “un autor preocupado por las estructuras y la minuciosidad”, un estilo que pudiera acuñársele a la literatura del propio Padura.

La sede de la academia está muy cerca del teatro en un antiguo edificio de espacios generosos. Como en todas las actividades de la semana, este cuarto día, 01 de junio, se conglomera un nutrido público que cruza el portal de entrada de la academia en cuyos muros reposan, afuera en la Avenida Central, vendedores de bisutería de pies descalzos, pintores, músicos de distintos géneros y donde, con frecuencia, se puede ver a Paquito el del barrio, un gallo que aprendió a reposar sin caerse sobre el hombro o la cabeza de Martín de la Trinidad Herrera. Mientras Padura lee su ensayo, que duró, como había prometido unos cuarenta y cinco minutos, se dejaban colar unas notas de trompeta provenientes del mundo externo y que por momentos parecían sincronizadas con la refinada musicalidad cubana de su dicción.

La presentación previa la hace quien fungiría hasta esa misma noche como la primera mujer presidente de la Academia de la Lengua, Estrella Cartín. Y así lo dice la página oficial de la RAE: “dejará su puesto el próximo 2 de junio de 2017, fecha en que será relevada”. Para esta estudiosa nacida en 1929 resultó una emoción intensa que su última noche fuese en compañía de un escritor de la talla de Leonardo Padura. Seguro las buenas intenciones y el azar se conjugaron ya que el escritor cubano provenía del ya renombrado festival literario Centroamérica Cuenta en Managua.

Padura, con el cariño característico del trato isleño, agradece a “Estrellita” y a Sagrario Pérez Soto por haber hecho posibles estos cuatro días maravillosos y afirma que le gustaría regresar. Y como se encontraba en un ambiente académico, centró su discurso en El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Padura es sin duda una autoridad en la materia luego de escribir un ensayo de unas seiscientas páginas sobre este autor que tanto ha influenciado su obra.

El siglo de las luces, a fin de cuentas, pregona sobre la utopía de las revoluciones (en este caso referido a la revolución francesa y la revuelta de negros de Haití) que, buscando la igualdad y la libertad, terminan traicionando sus propios principios. Carpentier, al que se le acuña el tema de lo Real Maravilloso, es presentado por Padura con un texto que tituló “Revolución, utopía y libertad en El Siglo de las luces”.

La novela que Carpentier termina de escribir en 1958 (estando todavía en Caracas) pero que publica en 1962, se interpreta a fin de cuentas como una búsqueda a la libertad individual, un signo inequívoco de la literatura de Padura. Las revoluciones cuando traicionan a sus ideales pasan por varias etapas, según se identifican en la obra de Carpentier:

1. posposición de la libertad por lo colectivo;

2. utilización de la violencia como forma de consolidar la revolución;

3. implementación de medidas y contramedidas que liquidan los cambios. Eclosión de los ideales revolucionarios. La instauración del miedo (y aquí Padura hace una paréntesis para decir que es el mismo miedo que se conecta con lo narrado en Regreso a Ítaca)

4. la corrupción del poder.

Por otra parte, cuando se analiza la vida de Carpentier resulta, al menos lamentable, la contradicción y ¿desfachatez? de escribir una obra compleja y trascendente donde se pregona la libertad por encima de todas las cosas, identificar el proceso mediante el cual las revoluciones traicionan sus propios ideales, pero que en su vida personal Carpentier haya avalado regímenes de fuerza (de derecha y de izquierda). Por un lado, cuando vivió en Venezuela tuvo cercanía con el dictador Marcos Pérez Jiménez. Hasta juntos se les puede ver en una fotografía saliendo de la inauguración de la Concha Acústica de Bello Monte mientras trabajaba como un importante ejecutivo de la firma publicitaria ARS y llevaba una cómoda vida burguesa. Cabrera Infante, entre otras muchas duras afirmaciones sobre Carpentier dijo: “Era un hombre cauto hasta la cobardía y desconfiado hasta la soledad”. Y, por el otro lado, justo cuando se instala la democracia en Venezuela, decide irse a Cuba donde se gesta una revolución (que traiciona sus ideales) y a la cual sirve en funciones públicas. Carpentier es constantemente alabado por Fidel Castro y muere siendo embajador de Cuba en París en el año de 1980.

A diferencia de Carpentier, Padura, que vive con modestia y en una extraña invisibilidad en Cuba, pareciera ser fiel a sus ideales y su forma de pensar. Así lo dijo el día anterior en el Centro de Cine “Yo no tengo doble discurso: digo lo mismo aquí y en Cuba”. Carpentier no actuó en su vida real como lo hace Padura, que concluye el discurso sobre su maestro literario con esta frase:

“La revolución es una cárcel. La negación por antonomasia de la libertad”.