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El hombre nuevo o el súbdito perfecto; por Wolfgang Gil Lugo

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Ilustración de Christopher Lucania

“Donde no hay justicia es peligroso tener razón”
Quevedo

La diosa Justicia debe tener los ojos vendados para poder ser imparcial. No siempre es así. La historia está llena de juicios injustos. De procesos donde la ley no está al servicio de la verdad sino que pretende eliminar a los enemigos, sean reales o imaginarios.

Entre los ejemplos destacan el juicio contra Sócrates, el juicio contra Juana de Arco, los juicios de la Inquisición contra los herejes e infieles, los juicios del estalinismo y del maoísmo contra cualquier forma de disidencia, el juicio contra Dreyfus y los juicios contra Sacco y Vanzetti.

No hay forma de gobierno que esté exenta de pecar contra la justicia. Pero si existe una relación sistemáticamente perversa, es la que se establece entre los totalitarismos contemporáneos y su forma de comprender la ley.

Camus nos recuerda que la bandera roja del comunismo fue tomada de los revolucionarios franceses, quienes la heredaron del antiguo régimen. Para sorpresa de muchos, el trapo rojo era la señal de la ley marcial de los monarcas absolutos.

En general, la ley marcial es un instrumento extremo del Estado de excepción. El Estado de excepción supone la suspensión de algunos de los derechos que la Constitución garantiza, mientras que la ley marcial implica procesos sumarios en los juicios y castigos severos, más allá de los que se imponen en situaciones normales.

En muchos casos de ley marcial, la pena de muerte es impuesta para crímenes que normalmente no serían crímenes capitales. Los llamados regularmente a ejercer la ley marcial son tribunales militares.

En las democracias puede tener lugar la ley marcial en tanto sea parte de un estatuto de excepción, normalmente regulado en la Constitución del Estado, por medio del cual se otorgan facultades extraordinarias a las fuerzas armadas o la policía en cuanto al resguardo del orden público. Casos usuales de aplicación son la guerra o para sofocar rebeliones.

El totalitarismo supone una constante ley marcial. En todo momento, el poder ejecutivo tiene derecho de vida y muerte sobre todos los ciudadanos; en otras palabras, en los totalitarismos la ley marcial no es una excepción, sino la regla. Esto se debe a su concepción de la necesidad del terror para mantener el poder.

El Nazismo contra la Rosa Blanca

La Rosa Blanca fue un movimiento de resistencia pacífica, de orientación cristiana, que creía en el poder de las ideas. Fue fundado en la Universidad de Múnich, en 1942. El fundador fue el joven, Hans Scholl, junto con otros estudiantes. Posteriormente, se unió al grupo la hermana menor de Hans, Sophie Scholl, cuando se trasladó a Múnich a estudiar biología y filosofía.

El grupo combatía las ideas del partido nacionalsocialista enviando panfletos por correo, o dejándolos en cabinas telefónicas o parqueaderos. El 18 de febrero de 1943, Sophie y su hermano lanzaron desde lo alto una pila de panfletos al patio interior de la universidad. En ese momento, ambos hermanos fueron descubiertos y arrestados.

El interrogatorio de los hermanos Scholl estuvo a cargo de los oficiales de la policía secreta. Incluso en este momento, los hermanos demostraron tener un coraje enorme: ambos intentaron asumir toda la culpa de lo sucedido. Sophie Scholl se atrevió a decirle al oficial en su cara “que no quería tener nada que ver con el nacionalsocialismo”.

En febrero de 1943, el temible juez Roland Freisler dirigió los juicios contra los jóvenes estudiantes de Múnich. Freisler, que hacía de juez, jurado y fiscal, hizo una parodia de la justicia, insultó a los jóvenes y ordenó la ejecución sumaria de los hermanos Sophie y Hans Scholl, así como de los demás miembros de la organización. Estas ejecuciones fueron llevadas a cabo de inmediato en la guillotina por exigencia directa de Freisler. Las últimas palabras de Hans Scholl fueron: “Que viva la libertad”.

Todos estos hechos fueron dramatizados en la película La Rosa Blanca de Michael Verhoeven, en 1982.

Los juicios de la Gran Purga

A fines de 1934, en la antigua Unión Soviética, el asesinato de Sergei Kirov, importante político bolchevique y aliado de la burocracia estalinista, fue la excusa para desatar una brutal represión. Se impusieron expulsiones masivas del partido y del Comintern, deportaciones, y más de un millón y medio de opositores terminarán en los campos de concentración mientras que 700.000 fueron directamente ejecutados.

Con el nombre de Los juicios de Moscú, se conoció a la serie de procesos llevados a cabo entre 1936 y 1938, en los que fueron juzgados, declarados culpables y ejecutados todos los miembros del Comité Central bolchevique de 1917. La misma suerte correría “la cohorte de hierro”, la generación intermedia que se había fogueado en los frentes de batalla de la guerra civil y una parte importante de la juventud que había tomado en serio la tradición bolchevique.

Mesianismo y terror

El totalitarismo tiene su origen en el mesianismo político. En el capítulo tercero de su libro Los enemigos íntimos de la democracia (2012), Tzvetan Todorov hace un análisis de la génesis de la Revolución Francesa. Afirma que “como los pelagianos, los revolucionarios piensan que no debe ponerse la menor traba a la progresión infinita de la humanidad” (p. 37). Eso es lo que lleva a que la Revolución degenere en terror. No sólo la francesa sino muchas de las que han existido.

En el momento que la Revolución reivindica los ideales de igualdad y libertad surge el “mesianismo político” que se propone construir el paraíso en la tierra a través de cualquier medio, incluido el terror. El autor asegura que “en su búsqueda de una salvación temporal, esta doctrina no reserva un lugar a Dios, pero conserva otros rasgos de la antigua religión, como la fe ciega en los nuevos dogmas, el fervor en sus acciones y en el proselitismo de sus fieles, y la conversión de sus partidarios caídos en la lucha en mártires, en figuras a adorar como santos” (p. 38).

Todorov nos explica que la llamada Herejía de Pelagio está en la base del mesiánico político. Según la doctrina de Pelagio, la cual fue combatida por San Agustín, el hombre no necesita de la gracia divina para salvarse. Suena razonable, pero contiene un potencial peligro: la soberbia. “Como los pelagianos, los revolucionarios piensan que no debe ponerse la menor traba a la progresión infinita de la humanidad” (p. 37). “El fin al que apuntan es tan elevado que no hay que escatimar en medios” y cita las palabras de Danton: “El ángel exterminador de la libertad derribará esos satélites del despotismo” (p. 40).

Todorov nos aclara que el proyecto totalitario se distingue de los mesianismos del pasado, tanto por el contenido ideal como por la estrategia para imponerlo. El contenido ideal no consiste solo en un cambio de credo, sino también en someter a un cambio forzado la esencia misma del ser humano: producir el “hombre nuevo”, que no es otra cosa que el súbdito perfecto. La estrategia para imponerlo consiste en “control absoluto de la sociedad y eliminación de categorías enteras de la población” (p. 49).

Todorov nos advierte que “sea cual sea la versión concreta del totalitarismo, esta destrucción sistemática aparecerá siempre, aunque está ausente en otros lugares. Así sucede con el exterminio de los kulaks como clase en la Unión Soviética, de los judíos en la Alemania nazi, de la burguesía en la China de Mao y de los habitantes de las ciudades en el régimen comunista de Pol Pot. A ello se añaden los sufrimientos que infligen al resto de la población, que tampoco pueden compararse con los sufridos anteriormente.”(p. 49).

Terror y vida desechable

Como podemos apreciar, el terror convierte la vida en algo sin valor propio. Giorgio Agamben nos explica cuáles son los supuestos jurídicos que hacen posible eso. Agamben es un filósofo contemporáneo que debe su relevancia a sus reflexiones sobre el área que ha sido denominada biopolítica, disciplina que estudia cómo se realiza el control de la sociedad no sólo a través de la ideología, sino también a través del control del cuerpo de los individuos.

La teoría biopolítica de Agamben se caracteriza por la politización de la ‘nuda vida’. Los griegos tenían dos términos para “vida” (Ver Homo sacer, p. 9). El primero es zoe, que usaban para designar a la vida como hecho natural, la que pertenece a todos los seres vivientes, es la vida que compartimos con las vacas y las bacterias. El segundo término es bios, que designaba la vida propia de las personas, los seres que tenemos una dignidad que nos hace valiosos por nosotros mismos. El primero de los términos, la vida biológica, estaba vinculado al ámbito privado y relacionado con la subsistencia, mientras que el segundo, la vida biográfica, se vincula con la esfera política, es decir, la vida en comunidad humana.

Según Agamben, la novedad de la política moderna es la inclusión de la zoe en el espacio político, de modo tal que los dos sentidos distinguidos por los griegos pasan a quedar indiferenciados. Los individuos ya no son considerados a partir de su humanidad, sino también como mera vida, nuda vida o vida desnuda, que son las distintas traducciones con las que se ha intentado verter zoe. El aspecto meramente biológico del hombre pasa a formar parte de los problemas políticos del presente. El modelo de esto son los campos de concentración.

Como paradigma de esta filosofía política, Agamben exhibe el concepto de Homo sacer. Dicho concepto lo extrae Agamben del derecho romano. “Homo sacer” es un término que traduce literalmente “hombre sagrado” (p. 18). No hay que dejarse llevar por la definición etimológica, pues su significado designa el estatuto legal de aquellos individuos que podían ser impunemente asesinados, pero cuyo sacrificio ritual estaba prohibido.

El homo sacer es, por tanto, aquel privado de su estatus de persona, su bios, su especificidad como ser humano, y sólo le queda su zoe. Ser declarado homo sacer equivale a ser simbólicamente desterrado de la humanidad. En otras palabras, el término “hombre sagrado” termina siendo irónico, pues ese personaje no ha perdido todo respeto como persona, su vida vale tanto como la de un perro vagabundo que se atraviesa en la carretera o la de una cucaracha que nos importuna en el comedor.

La justicia debe volver a tener vendados los ojos

Los antiguos tenían conciencia de la importancia de la justicia para vivir en una sociedad bien ordenada y propiamente humana. Platón y Aristóteles colocaron la justicia como la más importante virtud política. Para ambos estaba muy claro que la justicia no es algo que esta fuera de nosotros, sino que debe residir primero en nuestras almas para que pueda existir luego en la sociedad. Por eso la justicia también era primera en la ética.

La justicia humana siempre es imperfecta, nuestro deber es mejorarla dentro de lo que es posible a los humanos. Hay que hacer un esfuerzo moral, lo cual implica muchos sacrificios, para que la justicia tenga un lugar en el mundo.

El esfuerzo consiste, en principio, en separar los poderes y en tratar con equidad a todos, aun a nuestros enemigos.