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El dilema catalán; por Rafael Rojas

Fotografía de Toni Albir para EPA

Fotografía de Toni Albir para EPA

Finalmente se ha producido lo que tantos deseaban o temían: un eventual choque de trenes entre el gobierno español de Mariano Rajoy y la Generalitat y el Parlamento catalanes, de mayoría separatista. Desde la presidencia anterior, encabezada por Artur Mas, la lógica política catalana se mueve en dirección de un referéndum vinculante que ponga fin a la pertenencia de Cataluña a España y de paso a la fundación de una república independiente en esa rica región del nordeste de la península ibérica.

Ya el 9 de noviembre de 2014 se celebró en Cataluña un referéndum, que el Tribunal Constitucional español declaró ilegal, y que reseñamos en esta columna. Los resultados oficiales arrojaron que de un censo de unos 6 300 000 votantes, sólo sufragaron más de 2 300 000: cerca de un 37% de los electores. De ellos, más de 1 800 000, es decir, menos del 30% del padrón, votó por el sí. Los separatistas ganaron ampliamente el referéndum porque la mayoría de los ciudadanos catalanes con derecho a voto se abstuvo de participar en un ejercicio que consideraban ilegal o ilegítimo.

¿Qué pasará este 1º de octubre? Más o menos lo mismo, aunque, tal vez, con un resultado más favorable al sí. Difícilmente los partidarios de la separación rebasarán el 50% del electorado, pero, a todas luces, ganarán el referéndum. Por anacrónico que nos parezca, el nacionalismo está en ascenso en Cataluña y no necesariamente porque la cultura política de esa zona de España o de Europa gire a la izquierda. Carles Puidgemont, actual líder de la Generalitat, como antes Artur Mas, proviene de un partido de derechas, Convergència y Unió (CIU), la misma organización de Jordi Pujol, que gobernó Cataluña por veintitrés años consecutivos.

El nacionalismo crece en Cataluña como crece en Escocia y en la Padania italiana, en la Baviera alemana y en la Alsacia francesa. Se trata de un secesionismo excluyente, en el que se mezclan mitos rancios de nacionalismo cultural con vanas predicciones de milagrería económica en el siglo XXI. Lo curioso es que ese nacionalismo conservador es hoy respaldado por partidos de izquierda como Esquerra Republicana de Catalunya, la legendaria asociación de Francesc Macià, Lluís Companys y Josep Tarradellas, que encabezan Oriol Junqueras y Marta Rovira, sumada, tras las elecciones parlamentarias de 2015, a la coalición Juntos por el Sí.

Cataluña es ahora mismo el más evidente laboratorio de la disolución de la izquierda y la derecha, no en la globalización, como se pronosticaba hace pocos años, sino en el nacionalismo. Si a nivel ideológico, los críticos del nacionalismo tendrán siempre las de ganar, a nivel político no necesariamente es así. Los nacionalistas se aferrarán a un derecho democrático —decidir por referéndum el status de una soberanía— y colocarán al gobierno español en una posición defensiva y autoritaria. Cualquiera que sea el resultado el próximo 1º de octubre, la victimización del nacionalismo seguirá creciendo en Cataluña.