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El día después; por Federico Vegas

Fragmento de “La batalla de Carabobo”, obra de Martín Tovar y Tovar

Fragmento de La batalla de Carabobo (1887), de Martín Tovar y Tovar

Uno de los espacios más emocionantes de nuestra Asamblea Nacional es el Salón Azul, cubierto por la cúpula donde Martín Tovar y Tovar pintó la Batalla de Carabobo. Al situarnos en el centro del salón estamos envueltos por dos ejércitos que giran a nuestro alrededor en una violenta y elíptica coreografía. Solo el paisaje permanece en su sitio como único e imparcial testigo de lo que sucedió el 24 de junio de 1821.

El mismo día de mi visita llamé a Adrián Pujol y le propuse que pintara una serie de cuadros sobre el 25 de junio de 1821 que podría titularse: “El día después”. Sería el mismo escenario de Tovar y Tovar, pero ahora se han marchado las tropas realistas perseguidas por las de Bolívar y en la llanura solo quedan los heridos y más de tres mil muertos. La naturaleza comienza a predominar sobre los lamentos y pronto retornará el mismo silencio de los árboles y matorrales de cuando nada acontecía en los campos de Carabobo.

Celebramos este encuentro de dos ejércitos como la batalla decisiva de nuestra Independencia, pero aún quedaban más de dos años de lucha en Venezuela y uno más para la culminante gesta de Ayacucho y el final definitivo del dominio español en América del sur.

Pujol no se animó con la propuesta. A los artistas solo les interesa lo que les brota de adentro. Su creación es, y lo celebro, egocéntrica. Tuve que sustraer yo mismo las tropas, las caballerías y los cañones mediante un sistema muy rudimentario. Más que extraer, parece que los ejércitos se esfuman y dejan paso a una pesadilla surrealista, lo cual no viene mal para conectar el pasado con nuestro presente. Al final me quedé con un soldado solitario y absorto. Por su posición, parece estar herido y meditar sobre su condición: “Tanto si voy a morir, como a vivir, prefiero hacerlo con los ojos bien abiertos”.

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Con tantas “esfumaturas”, voy entrando en ese mismo estado de aislada perplejidad y pienso en “el día después” que ya se acerca. Desde la perspectiva de ese soldado, comienzo a comprender que en la vida de una nación son muchos los finales y muchos los principios.

Cada día es el primero del resto de nuestras vidas y el último de los que hemos vivido. En 1821 a nuestro país le faltaba por vivir la Guerra Federal y unas cuantas dictaduras antes de llegar al cataclismo que estamos viviendo. Duelen los retrocesos y los hundimientos, pero siempre esos pasos a través de la barbarie han traído tiempos mejores.

Si al terminar la dictadura de Gómez tuvimos diez años de democracia y cincuenta años más después de la de Pérez Jiménez, el final de la presente dictadura, la más cruel y telúrica, la más farsante y devastadora de nuestra historia, nos traerá varios siglos de paz y prosperidad por esas leyes de Dios que compensan el sufrimiento y por la simple lógica humana del escarmiento. Ya lo decía Anaximandro:

Las cosas perecen en lo mismo que les dio la vida, y deben pagar unas a otras castigo y pena de acuerdo con las sentencias del tiempo, al darse mutuamente justa retribución por las injusticias que han cometido.

A la actual dictadura le ha llegado el tiempo de pagar por sus injusticias, pero antes tendremos que vivir ese “día después” en una tierra que ha sido arrasada a conciencia y convertida en botín, con la alevosía y el gozo de unos enfermos de poder que aplican una represión ciertamente “proporcional”, a quedarse en el poder así sea aniquilando a tantos como haga falta.

Todo ha sido destruido menos la voluntad del bravo, bello y glorioso pueblo que ha abierto los ojos y se niega a ser esclavo de una pandilla creadora de plagas e inmersa en el peor de los cautiverios. Los oficialistas son prisioneros de sí mismos, pues insisten, ya sin poder cambiarlo ni remediarlo, en presentarse ante su audiencia como los imaginativos y cínicos creadores de su propia degradación. Ellos mismos se han esculpido como caricaturas de maldad que dejarán imágenes de horror en la historia de Venezuela que ya nada ni nadie podrá borrar.