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El desastre y la solidaridad; por Rafael Rojas

Fotografía de Alfredo ESTRELLA / AFP

Fotografía de Alfredo ESTRELLA / AFP

Este 19 de septiembre, en una inquietante coincidencia, un severo terremoto ha golpeado Morelos, Puebla, la Ciudad de México y su periferia, como hace exactamente 32 años. Y como entonces, una poderosa corriente de solidaridad se ha movilizado desde la ciudadanía a ayudar a los rescatistas, los bomberos y la policía.

En mi barrio, la Condesa, en las cuadras que median entre el Parque México y la avenida Nuevo León, se reunieron cientos de jóvenes en la tarde y noche a abastecer de víveres y mantas a los damnificados.

Cada 19 de septiembre, los medios mexicanos se llenan de rememoraciones de aquellas jornadas del 85. Las crónicas de Carlos Monsiváis, en los Cuadernos Políticos recogidos luego por la editorial Era, siguen leyéndose como un testimonio de primera mano. Aquel fue un sismo más devastador: magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter, más de 10 mil muertos —aunque el propio Monsiváis aseguraba que fueron más de 20 mil—, cientos de viviendas reducidas a escombros. La concurrencia de voluntarios fue tal que la burocracia gubernamental se vio rápidamente rebasada y la sorpresa puso a circular el concepto de “sociedad civil” en la opinión pública mexicana.

Monsiváis anotaba que la capacidad de movilización que mostró entonces la sociedad civil del DF escenificaba la emergencia de un sujeto oculto tras la larga historia del autoritarismo post-revolucionario.

Solidaridad era el sentimiento que impulsaba a miles de personas a colaborar en las acciones de socorro, salvamento y ayuda a los damnificados. Es algo muy característico de la cultura cívica en México y, específicamente, en esta capital: una ciudad atestada de problemas —tráfico, contaminación, corrupción, violencia…—, pero con una de las experiencias más plenas de acceso a derechos civiles y políticos que se conoce en América Latina.

En estos días se ha confirmado aquel testimonio. En la escuela Enrique Rébsamen de Coapa fueron civiles los que rescataron a los primeros niños sepultados por la mole. En un edificio de la calle Álvaro Obregón, en la Colonia Roma, también fueron voluntarios quienes asistieron inicialmente a los topos para salvar la vida de más de 20 personas. En la Ciudad de México hay una red de asistencia ciudadana que, espontáneamente, se moviliza antes que las instituciones oficiales de protección civil y de las delegaciones del gobierno local. Cuando llegan la Marina y el Ejército ya una parte de la labor ha sido realizada.

La reportera Krupskaia Alís, de CNN en español, relató la cadena humana que un grupo de civiles creó en un edificio derrumbado en la calle Sonora, también en la Condesa. Paola Rojas, de Televisa, contó la tragedia de una fábrica de textiles en la Colonia Obrera, donde los vecinos pasaron horas cargando escombros, antes de la llegada de los bomberos. Como en septiembre de 1985, sin la intervención de esos ciudadanos, los muertos y los damnificados serían muchos más. Ahora han sido 249 y se les recordará siempre.