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El cambalache de 100; por Hernán Carrera

Fotografía de Roberto Mata

Fotografía de Giovanna Mascetti

Aquí, sobre esta misma esquina, decenios atrás, medianoche oscura, me atrapó en circunstancia equis y porque sí un policía: tuvo en gana refrendar su prepotencia y dejarme encerrado hasta la tarde del día siguiente en un calabozo de la prefectura que estaba, mierdosa ella, una cuadra más allá. Delito: greñudo. Agravante: insolencia: resistencia a la autoridá. Uno era greñúo y anarco y soliviantao y se las daba de arrecho y comunisto. Qué ingenuidades los veinte años, los diecialgo.

Aquí, sobre la calleja que hacia acullá se desprende, hará cosa de un año o dos, filmó Lorenzo Vigas una de las escenas duras de su muy dura Desde allá, León de Oro en Venecia, y se pregunta ahora uno, acá perdido, qué cosas pasan por las cabezas de Venecia, La Serenísima.

Aquí, último kiosco de esta esquina de San Martín, Parroquia San Juan, Caracas-Venezuela, hombros de la septentrional América, aquí, no hace sino pocos meses, semanas quizá, contaba yo, morral adentro y temeroso de atraco, los veinte billeticos para comprar mi ración diaria de nicotinas.

Que este país no cambia, dicen. Y míralos ahí, al costadito del semáforo, recostados del edificio, parados, sudados, sentados en el piso, en el filón de cualquier murito: míralos: doscientas personas, quizá el doble, todas las edades: niños de trompo y perinola y qué fastidio, viejos de bastón de cuatro patas y ACV, niñas grandes de muy buen ver, colegas de cirrosis, comerciantes, plomeros (ahí mismo está, míralo, lo conozco, Alexander, El Cuadrado), y pedigüeños, y negras finas, y despojos viriles o vitales: de todo. Y todos, todo el que por acá ronda, lo sabe, lo sabemos: en esos bolsillos flacos y en los abultados bolsos también, en los morralitos y morrales, en esa funda de almohada henchida como ubre de vaca robótica, no hay otra cosa que billete.

Billete, mano. Billetes de cien bolívares. La más alta denominación de la República. Esta, sip, Bolivariana y Revolucionaria: Venezuela Potencia. Al cambio de antier, el de la demencia pero demencia asentada y colectiva, verdadera, precio justo y sobre todo real: 0,026 dólares. Pero multiplíquese el cero coma cero por las doscientas fundas o siquiera bolsillos. Una operación malandra y relámpago, unos apenas ocho o diez o doce prepúberes enfucados de los que hay tanto por allá cerro enfrente, en El Guarataro, a dos cuadras, y sin sudor ni lágrima ni sangre podrían sacar de aquí, fácil, su par de milloncejos. Ufa, Vigas Lorenzo: te perdiste de madre posible escena.

Ellos, los malandrines, no creen en certámenes ni en góndolas: uno los sabe, los ve, pero los ve hoy pasar de largo, desdeñosos e impertérritos (¿o es interperrito que se dice?) como si ante un bonche de calleja en el que no hubiese mujer menor de treinta, cuando ya por estos lados se es, de fémina, madre ajada y se está por ser abuela.

Mañana viernes, en pocas horas porque cierran ya los bancos, por resolución presidencial, esos billetes no valdrán nada. Mañana, por resolución ante todo política (eso decía Chávez, ¿no?, que la política debe regir la economía, a despecho incluso de tanta bobera que habló aquel viejo de Tréveris), mañana el más pobre de los recogelatas que tenga hoy en mano tres billetes de cien y tome la precaución de invertir sabiamente dos de ellos en un marlboro, mañana viernes podrá sentirse magnate y encender con el tercero su cigarro.

Mañana viernes, dicen los anuncios oficiales, se le dará un golpe, o no, perdón, se le dará carajazo brutal a las mafias que atentan contra la moneda nacional: trecientos mil millones de bolívares, en billetes de cien, acumulados y empacaditos en galpones de Cúcuta y de Ginebra y Berlín para tan sólo joder a la Revolución, servirán apenas para encender la madre fogata de las nicotinas. ¿Cómo sería estar allí? Bueno, allá: si la cosa es imaginarse uno, fantasear, placentarse uno en las placentas del placer, pues a mí me gustaría fumarme todo esa humareda contemplando el Léman con una copa de Chasselas en mano, o mirando Brandemburgo y tarareando al Johann Sebastian al calor o friito de unas cervezas, mientras prorrumpen los revolucionarios paredones. Al carajo con Cúcuta, donde como mucho hay Piel Roja y mal-afamado ron viejo de Caldas.

Carajazo de trescientos mil millones. No está mal. Si la venganza es dulce, y sobre todo si hay marlboro rojo, o más si se puede soñar con un Romeo y Julieta, un Partagás, un Regalías del Cuño o Coño, o siquiera un ibérico Delicados, pues acéptese aún la cruel dulzura del Oporto, el fraude bancario ese que es el Libfraumilch.

Acá en la esquina de Albañales, entretanto, mientras saco con desparpajo y a la vista mi ruma de cien billetes de cien para engatusar al kiosquero amigo y llevarme de casi gratis, de casi humo, de mañana nada, cinco cajas de marlboro, se me malogran de pronto los sibaritismos todos cuando, joder, se me viene a la memoria el viejo de Tréveris. Sí, ese, aquel. El Carlitos. Marx, viejo pana del alma.

Un carajazo de trescientos mil millones. Nada mal, ok. Pero, cóñole, qué precio. Un país paralizado, un país desesperado por salir del efectivo que en ninguna parte se consigue. Un país idiota, esquizofrénico, que en una casilla bancaria y sólo después de horas de sudor y de zozobra y dolor de las espaldas y piernas del coño te recibe y valida tus misérrimos papelitos que dicen cien, y luego, cuando al fin suspiras, cuando vas al cajero automático del mismo banco y haces seis horas más de cola para sacar lo que te permita comprar misérrimo café, te da de nuevo… ¿qué te da? Billetes de cien.

¿Revolución? ¿Revocatorio? ¿Socialismo, neoliberalismo, PSUV, Vanguardia de qué fue que dijiste?

¿A quién interesa? Este, este no país sino bicho nuestro, esta jodida cosa que tenemos, es, joder, el reino del sarcasmo, de la ironía brutal, del carcajéate, pues.

Porque si no te ríes, lloras.

Y es muy pero muy jodido llorar así, sin Léman ni Brandemburgo ni Johann ni un coño. Sobre todo sin marlboro, sin nicotina. Sin eso que el Carlitos de Tréveris llamaba o pudo bien llamar tu opio legal. El que te salva.

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