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Echando gasolina; por Héctor Torres

Echando gasolina; por Héctor Torres 640

Entre nuestras peculiaridades lingüísticas se encuentra esa de decirle “bomba” a la estación de gasolina, y “bombero” al encargado de manipular los surtidores, el cual termina, con las propinas dejadas por los clientes gracias al ridículo precio del combustible en Venezuela, ganando más dinero que aquellos abnegados hombres que arriesgan su vida luchando contra el fuego.

Lo cierto es que las “bombas” no escapan al asunto de las colas y la escasez que se vive en Venezuela desde hace ya un prolongado tiempo. Ni al caos y a los brotes de incivilidad que se han registrado en algunas de esas colas, como puede presumirse que ocurre siempre que se somete al individuo a condiciones extremas de ineficacia y aglomeración. Sobre todo con estas temperaturas.

Y, por supuesto, como las bombas surten a vehículos, si las colas (otra peculiaridad lingüística nuestra para decir “fila”) de gente son un completo caos, ¿qué puede esperarse de una cola de carros, sino un caos triplicado en tamaño y agresividad al entorno?

Una muestra de ello es la cola que se produce todos los días en una bomba que queda en una esquina de una congestionada avenida caraqueña, la cual sirve para graficar cómo los venezolanos hemos venido construyendo de forma sistemática el caos en que vivimos.

Esa estación de servicio queda, como ya se comentó, en una esquina. Más precisamente, en la esquina inmediata a un cruce. Como es bien sabido por cualquier venezolano, en varias avenidas principales de Caracas (cuyas vías son de tres canales) es común que el primer canal sea usado como estacionamiento o, en su defecto, como área de servicios de los buhoneros que “trabajan” en esas avenidas. Por tanto, a efecto práctico, esas avenidas terminan siendo de dos canales. ¿Se vislumbra el caos que pasaremos a describir? ¿Todavía no? Continuemos entonces.

Como el primer canal queda inutilizado por los carros que decidieron usarlo de estacionamiento, la fila de carros para surtir gasolina sale de la estación de servicio hacia la avenida usando el segundo canal, quedando sólo disponible, para el tránsito de una avenida de alto flujo de vehículos como esa, un solo canal.

Absurdo, ¿cierto? Ah, pero espere que, como en los infomerciales que pueblan las madrugadas de los trasnochados espectadores de televisión, “aún hay más”. Resulta que el asunto no se limita a eso, que ya sería bastante para producirse una cola de respetables dimensiones, debido al repentino embudo que se forma en la avenida gracias a la cola de los carros que esperan “echar gasolina”. Como ya se comentó, la estación de servicio queda inmediatamente después de una esquina. Por tanto, ¿qué hacen los conductores que van a cruzar hacia la calle que dobla, tomando en cuenta que el primer canal fue convertido en estacionamiento por esa poderosa ley llamada “costumbre” y el segundo es usado por la cola? ¿Tomar pacientemente el canal que está siendo usado por la cola de los que van a echar gasolina y  esperar el momento de poder cruzar? Por supuesto que no.

Por tanto, cada cierto tiempo se forma un alboroto descomunal en la avenida porque un carro tranca toda posible circulación (¡Toda circulación!), atravesándose en el tercer canal de una congestionada avenida caraqueña, porque va a cruzar a la calle que queda en esa esquina, y su conductor argumenta, pese al corneteo, amenazas y reclamos de los que quedan atrapados en esa cola sin solución, que él no va a hacer la cola porque no va a la bomba.

¿Por qué a nadie se le ocurre la civilizada idea de mantener el cruce despejado, dejando espacio para que los carros que van a usar el cruce circulen? Porque, según argumentan, siempre llega un vivo y, aprovechando algún descuido de los otros, se “colea”.

No es una parábola. Sucede todos los días en una esquina de Caracas. Bomba, echar gasolina, colearse. Nuestro lenguaje parece un manual en clave acerca del destino al que estamos contribuyendo a labrar con nuestro comportamiento cotidiano.