Literatura
Día 3: La hora del degüello; por Antonio López Ortega // #RafaelCadenasEnGranada
Este post es el tercero de la serie #RafaelCadenasEnGranada, escrita por Antonio López Ortega sobre la visita del poeta venezolano Rafael Cadenas a la ciudad de Granada, en España, como ganador del XII Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. Si desea leer la entrega correspondiente al Día 1, haga click acá. Si desea leer la entrega correspondiente al día 2 haga click acá. Para leer la entrega correspondiente al Día 4, acá.
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I
Hacia fin de tarde se anuncian dos importantes recitales, de cinco poetas cada uno. Algunos nombres ya son conocidos; todos los ponentes están en la medianía de edad. A estas alturas, el Festival se muda de la Universidad de Granada al imponente Centro Federico García Lorca, notable mole arquitectónica que se eleva con su modernidad de quiebres en plena Plaza de la Romanilla. Es la primera vez que el Festival se muda a la sede que le corresponde, y por la que ha tenido que esperar varios años.
En la primera mesa lee el poeta español Manuel Gahete. Un primer texto rememora la muerte de un amigo: “ojalá me halle pleno y vivo con tu dolor”; un segundo se atreve a hablar de la patria: “merecieran mis ojos tu desprecio”; un tercero habla del amor y cierra con esta frase: “soy otro desde que me miré con tu mirada”.
Gordon McNeer es un poeta norteamericano con mucha presencia en España, y casi bilingüe. Comienza leyendo un poema dedicado a una serie de muertos reconocidos: Keruoak, Plath, Hendrix, Cobain, etc. Lo titula “Los hijos de Bob Dylan” y discurre sobre el peso de la muerte en la creación. Luego dedica un segundo poema al narrador salvadoreño Jorge Galán, quien pronto publicará en España una novela cuyo referente es el asesinato de los seis sacerdotes jesuitas. Después de describir el episodio, el poema termina con esta imagen: “Sólo la luna sospechaba la verdad”.
II
En ciertos quiebres, todavía asoma el cuello esa poesía lastimosa latinoamericana que apela por la comprensión o el consuelo. Pueden ser justas las causas, por supuesto, pero al final el poema se evapora por la propias causas a las que se refiere. No importa si la poesía es buena o mala (generalmente mala), porque el oyente se queda con el dolor. La “note exotique” de la que hablaba Valery Larvaud a comienzos del siglo XX sigue alimentando al público europeo.
Lo importante, lo clave, como recordaba Guillermo Sucre en La máscara, la transparencia, no es tanto inventariar el ser como hablar de la invención del ser. Pero ese salto no todos lo dan.
III
La segunda mesa se inicia con el poeta italiano Antonio Riccardi, un notable escritor por su hondura, precisión y armazón conceptual. Se diría una poesía de la contención, en la que el sentimiento no aflora sino que se reproduce como un eco en el oyente o lector. Un primer poema gira en torno a una imagen penetrante: una mosca atrapada en una masa de ámbar. Luego lee un segundo de un personaje que siempre quiere estar detrás de los árboles; la extrañeza que provoca ese aprensión no desaparece ni siquiera en el último, sino que queda revoloteando. Hay un tercero que se centra en los hábitos de una nadadora de gorro rojo, que quedándose fuera del agua “hace crecer su origen de sirena”.
Al concluir Riccardi, le sigue su coetáneo Conrado Benigni, un poeta muy conceptual, diríase riguroso, con poemas que son más juegos de ideas y menos imágenes o sentimientos.
Una extrañeza ha sido el poeta iraquí residente de España Abdel Hadi Sadum, que lee sus poemas en lengua original y luego en español, con traducciones propias. Un poema sobre peces muertos se hace al final una pregunta ingeniosa: “¿En qué piensan los peces si no pueden narrar?”
El español Pedro Larrea discurre por registros variados, con algunos poemas más llamativos que otros. Cierra un poema amoroso con esta asertiva afirmación: “Nadie escucha sangre propia en pulso ajeno”.
La mesa cierra con el antropólogo cultural, poeta y traductor norteamericano Renato Rosaldo, que se mueve con humor e inteligencia entre poemas que refieren elementos de la cultura popular, la vida en las urbes y otras asociaciones impensables. Títulos como “Rezo a la mujer araña” o “Santa mosca” ya dan cuenta de sus exploraciones.
IV
La noche concluye con un recital unipersonal del poeta mexicano Marco Antonio Campos, cuya pausada lectura es casi hipnótica. Nos lleva del amor por México a un recuerdo de Montreal, o de una vieja imagen de los padres a un parque forestal de Chile. Poco importan las maneras o los temas al lado del sugerente lenguaje, de la finura expresiva, de la hondura de lo que se evoca. De pronto se pregunta al cierre de un poema: “¿Cómo saber si lo vivido fue?”, o salta de un estadio a otro para afirmar: “Oigo el canto de un mirlo a la hora del degüello”.
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23 de noviembre, 2016
Larbaud, no Larvaud.