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Después del #6D: algo de luz entre muchas sombras; por Manuel Llorens

Después del 6D Algo de luz entre muchas sombras; por Manuel Llorens 640

El 6 de diciembre nuestra precaria democracia funcionó. El poder del voto venció a las amenazas de violencia. La posibilidad de negociar los enormes conflictos que atraviesan el país de una manera democrática e institucional dejó una puerta entreabierta.

Los días posteriores han sido de reacomodo. Los poderes reagrupan sus fuerzas con evidente dificultad. Más importante: la sociedad reacomoda sus percepciones. Las conclusiones sobre cómo opera el poder, cuáles son sus intenciones y cómo enfrentarlo desde la ciudadanía tienen que digerir el significado de estos acontecimientos.

Facebook ha sido un escenario intenso de intercambio en tiempos de polarización: invita al foro público, pero también levanta muros; convoca conversaciones, pero luego erige guetos de perspectivas homogéneas con cercas invisibles programadas; abre posibilidades para la unión, pero también para profundizar las divisiones.

Las reacciones ante la victoria y la derrota son una ventana al alma. Permiten entrever un poco de la psicología de los actores políticos que por instantes bajan la guardia ante el envión emocional de los resultados. Hemos presenciado una colección insólita de reacciones patéticas, desde la más variopintas versiones de la pataleta infantil, pasando por el delirio paranoico de varios personajes gubernamentales, la exaltación del pueblo mientras se le culpa de traidor, hasta los gestos adolescentes de estar cogiendo que algunas figuras emblemáticas de la oposición de manera insólita recomiendan como estrategia retórica para construir una conversación con el contrario.

Como psicólogo me parece crucial observar cómo se digiere la victoria y la derrota, qué tipo de pasiones levanta y, sobre todo, si agudiza la confrontación o abre espacio para la convivencia.

En medio de este inventario, en su mayoría deprimente, me tropecé con un escrito en un muro de Facebook de una desconocida. Me pareció brillar en un bosque muy desolado, como una piedra preciosa. El destinatario es una familiar y una amiga. Y dice así:

 “Ustedes no han perdido nada. Ustedes no son Diosdado. Ustedes no son corruptos, no son narcos, no son enchufados. Entonces, no se lamenten, no hay nada que lamentar. Ustedes son hermosos espíritus libertarios que imaginaron un mundo mejor y se enamoraron de la idea de igualdad, tanto, tanto, que a veces perdieron la brújula. Sí, sí… se entregaron con tanta fuerza que a veces, dejaron de escuchar y de ver. Así es enamorarse, lo sé. Porque a veces, este mundo es tan difícil, que sólo se quiere prender velas a la fe. Ustedes nunca robaron a nadie, nunca se aprovecharon de nadie. Sus cuentas tienen más deudas que el mismo país… Ustedes fueron siempre los “pendejos” que luchaban por purita convicción, por los más desfavorecidos, abandonando incluso, su propia vida, sus proyectos, su individualidad. Creyeron que era el camino correcto, pero no fue así. La igualdad no resultó como la imaginaban. No se aferren a ese “nosotros” mediático. No existe. Ustedes no son ELLOS. Ustedes son más que identidades prefabricadas al servicio del poder. Ustedes son la bondad que aún necesitamos, pero con la fuerza de la razón, la experiencia y la ingenuidad rasgada. Aceptar que estuvimos equivocados no es debilidad, es la fortaleza más grande de cualquier ser, es el verdadero motor de la vida.


Soy oposición de izquierda libertaria.


Celebro este reajuste en la balanza de poder. 


Y aún las amo.”

Verónica Angarita se llama la autora del fragmento. Es tesista de Antropología y diseñadora. Ofrece una visión distinta a la mirada polarizada que simplifica las bondades de un nosotros abstracto y las maldades de un difuso ellos. No evade el debate, se posiciona con claridad, no se esconde en un guabinoso ni-nismo, pero insiste en una mirada que permita distinciones, donde las posiciones en conflicto no implican desafecto. Me pareció que emanaba lucidez en un panorama que intenta reclarmar lealtades automáticas y posicionamientos monocromáticos, simplistas. Se resiste al reclutamiento de identidades para atizar al conflicto. Estrategia en que parece insistir una y otra vez el chavismo para disimular su derrota.

Federico Vegas escribió, analizando los resultados electorales, que “el país está cansado de tanta masculina prepotencia, de tanta guapetona incompetencia, de la desbordada vitalidad del acoso” y que en cambio está necesitado de la diosa Hestia como ejemplo de la feminidad. Hestia, diosa de los nodos, aterriza las grandes diatribas ideológicas en las relaciones cotidiana y el afecto.

Entablé una conversación con Verónica le pregunté de dónde surgió su escrito. Me habló de su alegría por un resultado que parecía impensable, la necesidad de que el poder tenga quien lo fiscalice y la reflexión sobre las distintas reacciones de su familia, dividida por la polarización. Pensó en una conversación reciente con un ser querido que había terminado mal, sintió pena de haberse excedido en sus expresiones, todo esto, mientras observaba una avalancha de “insultos mutuos” por internet. “Esa carta fue la disculpa que no hice personalmente, ni por mensaje privado, porque sabía que no iba a ser comprendida como tal, dada la brecha ideológica y la sensibilidad emocional que nublaba el panorama entre ambas”, me contó.

El escrito tuvo eco en su red, fue copiado más de cien veces y lo volvió a encontrar cortado y pegado en otros lugares que parecían desconocer de dónde había surgido. Le pregunté sobre las reacciones de las personas concretas a las que le había digerido el texto. Me respondió algo muy interesante: una de sus amigas se ofendió, pero abrió la puerta para una discusión.

“Amé su sensibilidad. Gracias a ella profundicé en una dimensión de mí y de los otros, que superó cualquier libro leído. Tuve que traducirla mucho en mi mente, pues ella tiene sus palabras y yo las mías. —No escuches palabras, escucha intención— me dije, en un esfuerzo de no perder la amistad. Su intención dijo que mi carta poseía una mirada de distancia victoriosa, que la observaba en minusvalía y aparte, aseguraba que estaba equivocada de una manera tan general, que parecía que todo en ella era una equivocación. Me dijo: —Ese escrito no se trata de mí, se trata de ti, no quiero ser parte de eso, sácame y sácate a ti misma— Tragué grueso, porque tenía razón. Pocos segundos después, asumí la responsabilidad. Es cierto, no lo había considerado, pero tienes razón, esa carta en su parte menos superficial, solo fue algo que quise escribirme a mí misma.”

Reconstituir la convivencia va a ser una tarea ardua. La discusión con la amiga es tan importante como el escrito. No bastarán palabras de afecto para recuperar lo perdido, requerirá también la dura tarea de sentarse a escucharnos, a pensar en las intenciones más allá de las palabras, de tolerar hablar en lenguajes distintos y de insistir en un camino compartido mientras se vive con diferencias quizás insalvables.

No me hago ilusiones. Creo como Federico Vegas, que necesitamos que Hestia, la diosa pacífica, nos brinde su sabiduría labrada en la cocina, en el hogar, en el nodo, para contrarrestar tanta arenga aburrida, tanta oferta engañosa de épica trasnochada. No creo, sin embargo, que la feminidad haya llegado al panorama político de manera contundente. Veo demasiados gestos de cursilería bravucona, de aviones militares sobrevolando la ciudad, de memes pintando palomas figurativas en las redes. La prepotencia empeñada en desmetir la realidad parecería ocupar mucho más espacio que la sabiduría de sentarse a examinar los detalles y matices del país. La capacidad de escucha está acallada por la gritería que reclama lealtad para intentar esconder descomunales traiciones.

Sí creo que hay una fuerza reflexiva en el país que va más allá de la superficie estéril del cliché político. Fuerza que habita en el escrito de Verónica y la discusión con su amiga. Creo que el país necesita desesperadamente que esas expresiones las ayudemos a ver la luz.