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De perversiones del lenguaje y ciudadanos lectores; por Héctor Torres

De perversiones del lenguaje y ciudadanos lectores; por Héctor Torres 640

El fuego avanzó por los lados de Galipán arrasando cultivos durante varios dramáticos días sin que hubiese el equipamiento adecuado para controlarlo. Se está haciendo común que los apagones duren días enteros en diversas partes del país. La escasez de rubros alimenticios básicos como leche y azúcar alcanza niveles de calamidad. Nada más en Caracas han asesinado a casi 50 policías en lo que va de año… mientras este es el contexto en el que sobreviven los venezolanos, el poder se encuentra ocupado, en una incesante cadena nacional, cantando alguna victoria sobre algún fabuloso enemigo, celebrando que en el país creado al interior de los linderos de sus palabras, el sueño de la utopía bolivariana sigue ganando terreno.

Los venezolanos estamos asistiendo al más perverso uso que, desde el poder, puede dársele a las palabras. Porque mentir, siempre ha mentido. Es su naturaleza. Incluso confundir, amenazar, que son estrategias de guerra, ya son etapas superadas. El nuevo nivel en esa sistemática perversión del lenguaje, se ejemplifica en el caso del ingeniero Luis Vásquez Corro, detenido por advertir sobre la crisis eléctrica que se avecinaba, unos pocos días antes de que el gobierno anunciara una reducción de los horarios del sector público debido, precisamente, a la crisis eléctrica que se avecinaba.

Es decir, que quien advierta que la realidad contradice (o se adelanta a) la versión que tiene el poder, corre grave peligro: o se resignará a asumirse loco, o se resignará a saberse culpable. De algo, ya se verá de qué.

En estos días se está celebrando una nueva edición del Festival de Lectura en Altamira. Durante esta semana, el libro será el protagonista de la ciudad. Si alguien me preguntase, en este contexto que vivimos los venezolanos, para qué sirve leer, yo respondería que dos razones bastarían para estimular ese hábito. La primera es que el lector se acostumbra a entender y a respetar las distintas visiones de la vida. Que no hay una verdad única, sino tantas no digo ya como autores, sino incluso como lectores existan. Esa razón es vital para la construcción de ciudadanía.

Pero hay una más poderosa y menos publicitada, y es que la buena literatura nos vacuna contra la pésima “literatura”, oficiada a través del discurso del poder. Ejercer el hábito de consumir obras de calidad se convierte en el mejor antídoto contra la demagogia y el delirio del que es tan afecto. Quien lee y se sumerge en sofisticadas indagaciones acerca de la condición humana, quien aprende a estremecerse con líneas morosamente elaboradas, impecables en su composición y de gran alcance estético, no se conmueve con un “Venezuela se respeta, carajo”, con un “Seremos potencia”, con un “Hacia la construcción de la Patria Grande”, ni con un “estamos en el lado correcto de la Historia”.

El lector de buena literatura se convierte en un individuo exigente, desconfiado del poder y del uso que este da a las palabras, y se blinda contra las arengas manipuladoras y los experimentos perversos con el idioma.

Se amarra al firme mástil de la inteligencia.

El que tiene el hábito de leer buenos libros, desarrolla una sensibilidad más compleja. Se vacuna contra las frases hechas para azuzar las pasiones colectivas de las que son tan propensos los voceros del poder, cuyo discurso actual es una atroz mezcla de pésima poesía ñángara y arenga caudillesca nacionalista.

Podrán decir que el blanco es negro e, incluso, negar la existencia de los colores, pero el buen lector se mantendrá fiel a un corazón forjado en un íntimo diálogo con la buena literatura, aferrado a su propio criterio y a su maravillosa condición de individuo.

Y con individuos conscientes de su condición es que se construye ciudadanía responsable.