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Danza: comunicación, lenguaje y libertad; por Marcy Rangel

Este texto fue leído durante la charla Danza, participación y resemantización del espacio público y privado realizada el 19 de febrero de 2015 en la Librería Lugar Común.

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La danza es comunicación. Comunicación íntima del bailarín que necesita expresarse a través del movimiento, y comunicación con su entorno, como un todo colectivo y social, tomando en cuenta también los pueblos en los que la cultura está soportada por el movimiento y desde allí transmiten valores éticos y estéticos. Desde el que se forma para bailar en un escenario, hasta el que –teniendo una sociedad mayoritariamente urbana– baila en una fiesta, una discoteca o un acto popular, “está continuando la vieja necesidad que ha tenido la humanidad desde sus comienzos de expresarse y participar en la vida social por medio del movimiento” (Fuentes, 2007).

La danza teatral contemporánea, dice Ana Inés Lazzaro (2011), impone nuevos significados cuando se trata como un fenómeno comunicativo porque no se basa en la palabra-texto como la comunicación tradicional. Por eso, propone a los espectadores a significaciones abiertas a partir de una experiencia sensorial.

Para que la danza tenga importancia, debe tener trascendencia. Por eso, el que un bailarín sea producto de un momento social, político y económico, contribuye a crear y transformar ese contexto. Dice María Elena Ramos en La cultura bajo acoso: “El lenguaje no es cualquier instrumento sino uno que define –y que también va construyendo– al hombre que lo expresa” (2012: 13). En ese sentido, el bailarín es una construcción cultural que contribuye a formar una serie de características que la sociedad valora como útiles. Por ejemplo: contribuye con el desarrollo emocional y educativo de los niños, forma parte del patrimonio de los pueblos, puede contribuir al crecimiento económico de la industria cultural de un país y se fomenta el interés en la formulación de proyectos para agregar valor a la danza y beneficiar a la comunidad.

Pero así como la danza es comunicación, también es lenguaje. Lenguaje que actúa mediante un diálogo que, recurriendo de nuevo a Ramos para completar la idea:

Implica un decir y un escuchar, que conlleva un preguntar y un responder en libertad. El diálogo es dialógico: necesita dos. En su vaivén va tejiendo espacio especulativo entre dos diferentes, que comparten afinidades y enfrentan divergencias. El lenguaje se forma con lo que al diálogo van aportando uno y otro, haciéndolo avanzar. Aun manteniendo cada uno sus ideas esenciales, una buena interlocución redimensiona el pensamiento y la tolerancia. (2012:18)

El lenguaje en el arte no solo tiene que ver con la obra, sino además con la utilización inteligente de ese talento para permear lugares deshabitados. En el apartado sobre el “Contexto cultural de la danza” que propone la española Sylvia Fuentes en su libro Gestión y danza, se hace énfasis al capítulo de la promoción en la obra de arte. Cómo “muchos profesionales voluntariosos han experimentado la frustración de no lograr el objetivo de interesar al público o incluso a las autoridades culturales y agentes económicos”, por lo complicado que es saber cuál estrategia va a funcionar y por el poco presupuesto que tienen las compañías (y lo costoso que resulta una campaña publicitaria formal). Incluso, continúa Fuentes, “muchas veces esta publicidad consiste en atraer a amantes de la danza (es decir, un público que ya se tiene de antemano) a los teatro y escenarios formales” lo que deja de lado a ese espectador incrédulo que no se acerca a la danza contemporánea o al ballet y eso le da rienda suelta al bailarín o coreógrafo que realiza su obra, muchas veces, sin detenerse a transgredir al espectador, lo que produce rechazo y desentendimiento o en el mejor de los casos motivación, logro, reincidencia.

La formación de públicos en torno a la danza es una tarea pendiente para los gobiernos locales y nacionales, quienes la toman como una de las artes que menor espacio tiene dentro de sus programaciones, tanto políticas como artísticas, sin contar el deslindamiento que debe haber de todas las artes de propósitos políticos y polarizadores; sin contar con la revisión de la gestión que debe dignificar al bailarín y al coreógrafo como un profesional más, con salarios, beneficios, lugares de residencia artística, espacios para el intercambio, subsidios para las compañías. También debe ser motivo de reflexión para los medios de comunicación social que, si bien tienen su propia lucha por la sobrevivencia de los impresos y la migración a lo digital, también es cierto que pocas veces en toda su historia le han dedicado espacios fijos semanales a esta rama del arte y a promover la danza no como una actividad elitista, extracurricular y de ocasión, sino como una profesión que tiene sus diferentes aristas y problemas. Por último, la gestión de la danza debe mirarse desde una perspectiva académica –que casi no existe, al menos en Venezuela– que permita registrar y teorizar los procesos, sus avances, sus retrasos, su historia.

La danza es, sobre todo, libertad en tanto permite expresar algo a través de la conjunción entre el cuerpo y la subjetividad; entre el movimiento, el pensamiento y el sentimiento, pero sobre todo la unión de la comunicación, utilizando el lenguaje, expuesto de una manera absolutamente creativa. En palabras de María Elena Ramos (2012):

Para el individuo, una cultura de la libertad conlleva autonomía en el pensar, en el decir, un actuar en acuerdo con los valores de su conciencia, un uso de su albedrío para participar sin temor a represalias, una capacidad de elegir desde el propio criterio, una independencia en la producción de la obra (y en la autenticidad al elegir los temas y formas que constituirán esa obra)” (p.22).

La libertad entonces, no es algo que el artista consigue, sino todo aquello que lo mueve; que une diferentes caracteres creadores en distintas circunstancias para expresar sus diferencias y proponer nuevas preguntas en torno al tema que les llama la atención en ese momento. Pero el escenario de un artista que promueve la libertad en su diálogo con el otro, con el espectador, debe ser también construir un mundo en el que le sea posible ser libre. De no ser así se toparía con sus propios límites al encontrarse con una realidad donde es la palabra y no el movimiento lo que abarca casi todos los lugares de expresión. Por eso es tan importante el diálogo del coreógrafo y el bailarín con el espectador, con el periodista, con el político, con la comunidad, incluso el mismo diálogo interno. “Sin diálogo pierde el lenguaje, pierde la cultura y pierde la democracia. La libertad pierde” (Ramos, 2012: 19).

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Referencias
Fuentes, S. (2007). Gestión y danza. Bilbao: Asociación Cultural Danza Getxo.
Lazzaro, A. (2011). Cuerpos imaginados: danza, transformación y autonomía. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba.
Ramos, M. (2012). La cultura bajo acoso. Caracas: Cedice.