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Cuando uno escucha, así suena Caracas; por Naky Soto

Un día de estrofas; por Naky Soto 640

En la mañana, después de pasear a Pepe por más tiempo del previsto, decidí agarrar una camioneta para llegar rápido a la oficina. Ningún usuario había ingresado a los rieles del Metro, así que la encontré pronto y poco congestionada. Me senté al lado del chofer y cuando empezó a rodar, entendí por qué estaba casi vacía. Todo en ella vibraba: techo, sillas, suelo, puertas, ventanas, lo que la dejaba en un rango por debajo de destartalada. Debí pelar los ojos varias veces para que el chofer se animara a explicarme el problema de conseguir repuestos y el costo de la mano de obra: “Para pagar lo que me están pidiendo, tendría que cobrar como 30 bolos por persona”. Asentí sonriéndole, sin nada que agregar. En la radio, la dramática voz de Camilo se impuso sobre los ruidos combinados (parte del valor de una pieza conocida):

♪ Perdóname,
si pido más de lo que puedo dar,
si grito cuando yo debo callar,
si huyo cuando tú me necesitas más…♫

El chofer me cachó cantando y con tristeza dijo: “Si Chávez viviera, debería estar cantándonos eso, a todos, todos los días”.

Al mediodía. El apagón me agarró terminando un documento. Nuestra oficina es un búnker, sin otra entrada de luz que la puerta. La abrimos por precaución y encendimos las pantallas de los celulares para orientarnos. Sonaron varias alarmas, incluyendo la de la agencia bancaria, que mezclaba la preocupación de los vigilantes, la rabia de los clientes obligados a abandonar la sede y el gozo de los cajeros por el receso no programado. Esperamos media hora y sin cambios en la zona, decidí trabajar en casa. El Metro era un desastre. Tomé otra camionetica. Me paré detrás del chofer, suele ser un lugar cómodo. Pero al resto de los caraqueños les encanta amuñuñarse en la puerta. No importa la cantidad de solicitudes de “Caminen para atrás, por favor“, los escalones y barras de la puerta son el espacio favorito de la mayoría. Pero la zona VIP es el montículo al lado derecho del chofer, reservado para doñas o mamacitas. En nuestro grupo le tocó el espacio a una Diosa Canales Jr., con escote, short y sandalias más playeras que urbanas, aunque la cantidad de maquillaje aplicado contradijera lo anterior. El chofer, dotado de un pescuezo muy flexible, alternaba su atención entre el tráfico y la Diosita, y tardé en entender que le estaba dedicando la canción que sonaba, picándole el ojo, haciendo de su enorme volante una especie de timbal imaginario:

♪ Te compraré un apartamento
con toda su decoración,
y que únicamente tenga
una sola habitación: ¡pa’ los dos! ♫

La Diosita sonrió para afirmar: “Eso me dijo el primer cabrón que me preñó, ¿oíste? Yo no salgo con choferes. Hazme el favor y déjame donde puedas”. El galán amilanado se orilló de inmediato y estiró la mano para un pago que no recibió. La audiencia esperó su reacción, pero la Diosita dijo rápido: “No te quejes, te ahorré el apartamento y la decoración, ¡pelabola!”.

En la tarde. Tres escolares discutían en las escaleras de la planta baja la mejor manera de declamar el Himno Nacional. Recordé el texto de Willy McKey que explica por qué nuestro himno es tan difícil de recordar. El más alto del trío, Roderick, es buen amigo de Pepe porque no le asustan los perros “ladrones” (condición veterinaria para perros que ladran mucho). La frustración de los pequeños se resumía en saberse el himno solo cantado y no entender el significado de varias palabras. Fui el diccionario de paso. Cantó Roderick:

♫ Gritemos con brío, (bis)
¡muera la opresión! (bis)
Compatriotas fieles
la fuerza es la unión… ♪

¿Qué es brío? Fuerza. ¿Por qué muera la o presión? La opresión, todo junto. Bueno, ¿qué es la opresión? Abuso, dominio. ¿Los compatriotas son solo los chavistas? [Se me pararon los pelos] No, somos todos. ¿Por qué la fuerza es la unión? [Se me aguaron los ojos] Porque para frenar el abuso hace falta mucha gente. Roderick suspiró, Pepe ladró y yo aproveché para huir.

Llega la noche. Me prometí no prender la radio, no abrir youtube, no escuchar nada más por hoy. Busqué una botella de agua, acomodé el sillón azul y abrí las ventanas del balcón, aprovechando que el tráfico había pasado. Salvo que quiso la fortuna que lo hiciera en simultáneo a un vecino, varios pisos por debajo de nosotros. Asomada en la baranda, me llamó la atención el montón de luces alrededor de una mesa que, a pesar del rojo del mantel, no era navideña. En medio de un berenjenal —como una cornucopia quebrada—, una estatua femenina, de unos 60 centímetros de alto, sostenía una copa y una espada. Había olvidado el progreso de la santería local, Santa Bárbara. Más allá de la mártir, de sus luces, velas, flores y frutas, Lavoe entonaba:

♫ Ay, con lo que no sabes, no se juega.
Y si juegas, ten cuida’o.
Eh, rompe, rompe, rompe saraguey,
que rompe todo lo malo.
Ten cuida’o y tú vas a ver… ♪

*

Caracas es una disc-jockey extravagante. Leeré, hasta que suenen tus tambores, Changó.