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Cuando los “sin poder” rescatan el poder; por Wolfgang Gil Lugo

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“La libertad sólo reside en los estados en los que el pueblo tiene el poder supremo”
Marco Tulio Cicerón

En su libro filosófico, El poder de los sin poder (1978), Vaclav Havel, el líder de la revolución democrática que acabó con el comunismo en Checoeslovaquia, describe cómo los totalitarismos, por medio de la violencia y la ideología, reducen a la población a un estado mental de sometimiento extremo en el que los individuos pierden el poder para dirigir sus propias vidas. Son reducidos a la obediencia a los gobernantes y convertidos en repetidores de consignas.

No obstante, en algunos, el deseo de libertad, como el magma de los volcanes, comienza a buscar por dónde salir a la superficie. Es la experiencia del personaje Neo, protagonista de la saga Matrix, quien vive un proceso de despertar de la hipnosis ideológica.

Desde su posición de culto al Estado, para Hegel “el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere”. Al igual que Platón, considera que solo los gobernantes iluminados están en capacidad de captar lo universal a partir de lo cual se debe regir la sociedad en su conjunto. Pero la historia ha mostrado, una y otra vez, que muchas veces los gobernantes no poseen la claridad moral para dirigir el barco de la nación. Afortunadamente, se han materializado casos donde ha sido el pueblo el que ha debido corregir el rumbo de la política, y las sociedades han tenido la oportunidad de sacarse de encima las dictaduras de forma no violenta.

No hay una receta para ello. Muchas veces las condiciones se dan, pero los pueblos no siempre están listos para aprovechar la oportunidad. Se necesita una especial percepción de la situación que se está viviendo. En pocas ocasiones, las sociedades tienen la fortuna de hacer lo indicado en el momento apropiado.

Dice el viejo adagio que a la oportunidad la pintan calva. El proverbio hace referencia a la diosa grecorromana Ocasión, que se representa como una mujer hermosa de larga cabellera por delante, que le cubre el rostro, pero se descubre calva por detrás. Esta diosa representaba las buenas ocasiones perdidas, ya que si pasaba, lo haría rápidamente y no se la podría asir siquiera por los cabellos, ausentes en la nuca.

En algunos momentos históricos, esa capacidad del pueblo, para aprovechar la ocasión de indicar el camino correcto, se ha manifestado en forma de plebiscito.

Antecedentes del plebiscito

Según la etimología, el plebiscito consiste en consultar a la plebe. La voz plebiscito tiene su origen en el término latino plebiscitum. En la antigua Roma, significaba la llamada o convocatoria al pueblo llano –diferente de la fracción patricia–.

El plebiscito es una de las formas emblemáticas de la democracia directa. Ha sido utilizado por las sociedades como arma contra el autoritarismo de ciertos gobiernos, pero también ha sido utilizado por gobiernos autoritarios para perpetuarse en el poder.

La acepción número 2 del término “plebiscito” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (on line) define este vocablo como “Consulta que los poderes públicos someten al voto popular directo para que apruebe o rechace una determinada propuesta sobre una cuestión política o legal”.

Un grupo de tratadistas otorga idéntico significado a los términos “plebiscito” y “referéndum”. Otro grupo prefiere asignar plebiscito a las consultas sobre temas de política, mientras que el referéndum estaría restringido a la discusión sobre leyes específicas.

Nos gusta concebir la Grecia clásica como la cuna de la Democracia. Hay un consenso entre los historiadores al considerar que allí nació ese particular sistema de gobierno. Hay que aclarar que la democracia griega no corresponde con el ideal que existe en el imaginario popular. Aquella primera forma de régimen democrático sufría del grave inconveniente de que un importante sector social, integrado por los esclavos, las mujeres y los forasteros, quedaba al margen de los procesos de decisión política.

También existían algunas instituciones de democracia directa que, hoy en día, tacharíamos de poco humanitarias. Una de estas era el Ostracismo. El término procede del griego “ostrakon”, que literalmente significa “teja”. Los griegos empleaban este material para escribir y se encontraba fácilmente esparcido por el suelo. En dichos trozos se escribía con un punzón el nombre de un político al que se quería condenar, por considerarlo un peligro para la comunidad.

Una vez al año, todos los ciudadanos se reunían en el ágora y escribían en estas tejas el nombre del censurado. El castigo consistía en ser condenado al destierro durante diez años. Tras la votación, el convicto tenía diez días para preparar su partida y despedirse de sus seres queridos. Sus bienes eran respetados, sus propiedades seguían siendo suyas, pero debía abandonar la ciudad durante una década.

En Roma, los plebiscitos adquirieron relieve progresivamente. En un primer momento, solo tenían validez sobre temas del pueblo llano. En su origen designaba a los jefes plebeyos, votaba normas de su interés. En un segundo momento, se extendieron a asuntos de interés general y adquieren fuerza de ley, sin obligar a los patricios. En un tercer momento (289 a. C.), se hace obligatorio a todos los ciudadanos, incluyendo los nobles.

Pueblos contra dictaduras

En la contemporaneidad, el plebiscito se ha ido cargando de una nueva dinámica. No se reduce a la expresión de la opinión popular. Su significado se ha hecho mucho más trascendente. Se ha convertido en una importante bisagra histórica. No solo es el cierre de una era, sino que además es el comienzo de una nueva. El plebiscito es capaz de crear otra situación política que responde a la voluntad popular de la que emergió.

1

Chile: “No” a Pinochet

En 1988, el dictador Augusto Pinochet autorizó organizar un plebiscito para legitimar su permanencia a la cabeza del gobierno. Estaba seguro de su triunfo y tenía dos buenas razones. La economía iba bien, y además, en 1980, había arrasado en una consulta similar. Pero los tiempos habían cambiado y el general no contó con tres hechos que marcaron una nueva realidad electoral.

En primer lugar, la comunidad internacional vigiló de cerca el proceso y el gobierno se vio obligado a respetar las reglas electorales. Luego, la oposición promovió con éxito el registro de miles de cédulas de ciudadanos que nunca habían votado. Posteriormente, la campaña por el “No” convocó a todo el abanico político chileno, lo que le permitió a sus promotores dejar claro que rechazar a Pinochet no significaba regresar al socialismo.

A estos tres hechos hay que agregar la campaña publicitaria que, con humor y sencillez, persuadió a los chilenos de pasar la página de la dictadura. Dicha campaña publicitaria es el tema de la película No (1988), de Pablo Larraín.

2

Uruguay: el “No” a la dictadura uruguaya

La dictadura cívico-militar uruguaya se prolongó desde 1973 a 1984. Durante esos años, al igual que en Chile, cientos de personas fueron “desaparecidas” y el país se vio sumido en una vorágine de violaciones de derechos humanos. En el plebiscito de 1980 la mayoría de los uruguayos —un 57,20% de los votantes— dijo “No” al proyecto de reforma constitucional que pretendía legitimar al régimen. Ese voto desencadenó el proceso de apertura democrática que llevó a la celebración de elecciones libres en 1984 y culminó con la llegada a la presidencia, en marzo de 1985, de Julio María Sanguinetti.

3

Sudáfrica: el “No” al apartheid

En 1992, el presidente de Sudáfrica, Frederik de Klerk, convocó a un plebiscito en el que básicamente les preguntaba a tres millones de blancos sudafricanos si querían acabar con los 44 años de apartheid, vale decir, el sistema en el que 48 millones de negros eran ciudadanos de segunda en su propio país. El sector blanco de la población tuvo el coraje moral de renunciar a su posición privilegiada, a pesar de las amenazas que se cernían sobre su futuro.

Sin la consulta no habría sido posible una transición pacífica y el fin del ‘‘apartheid’’ habría sido mucho más largo y tortuoso. A partir de allí, las elecciones llevan a Mandela a la presidencia del país. El plebiscito creó las condiciones políticas que Mandela supo aprovechar para superar los odios y rencores, y así lograr la reconciliación nacional.

Dictadura, sociedad y arrepentimiento

Podemos inferir que una sociedad que aspira a dejar atrás una dictadura, debe cumplir con otro requisito, además del sentido de oportunidad que le brinda la coyuntura política. La conciencia colectiva debe haber alcanzado el nivel de metanoia (del griego μετάνοια, cambio de la mente), permitiendo emerger una forma de mentalidad que remplace la anterior, reconocer cuales fueron sus errores y estar en disposición de superarlos.

En la psicología analítica de Carl Gustav Jung, metanoia denota un proceso de reforma de la psique como un medio de autocuración de un conflicto insoportable a través de su desestructuración y posterior renacimiento en una forma más adaptativa. Jung creía que los episodios psicóticos en particular podrían entenderse como crisis existenciales que a veces eran intentos de autorreparación. Algo parecido es lo que sucede en países que atraviesan un gran conflicto político y social, en donde la solución solo es posible si los bandos involucrados alcanzan una perspectiva más amplia y elevada que permita el entendimiento para resolver la contradicción.

El termino griego metanoia, en los evangelios, se traduce como arrepentimiento. Hay que aclarar que el significado originario de arrepentimiento cristiano no se reduce al remordimiento por un pecado cometido, sino en la aspiración a una vida moral más elevada. Como decía Albert Schweitzer: el arrepentimiento consiste “en una renovación moral en vista de la realización futura de un estado de universal perfección moral” (El secreto histórico de la vida de Jesús, pp. 51).

Volvamos a Havel y su descripción de los ciudadanos ‘‘sin poder’’. El autor nos explica que los oprimidos comienzan a sentir la pulsión de libertad hasta que logran sacar de sus mentes los grilletes ideológicos. Ese desarrollo culmina en la rescate de la dirección de su propia vida. Se puede afirmar que es un proceso de metanoia, una transformación que comienza con la libertad interior para poder crear un mundo más libre. Como el mismo Havel afirma:

“Si el mundo ha de cambiar para mejor, debe empezar con un cambio en la conciencia humana”.

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