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Crónica de un regreso a Caracas V: La ruina; por Pedro Plaza Salvati

Fotografía de Diego Vallenilla / Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

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El lugar de la oscuridad

Una fila interminable brota hacia la calle. La ansiedad se encaja en las miradas de cientos de personas que a mitad de mañana, por necesidad o sin alternativa, llevan horas estancadas en su metro cuadrado de acera frente al Centro Comercial Los Ruices. Este centro es contiguo a VTV, el canal que aplica una constante lobotomía al televidente. Dos empleados portan el logotipo “V” en sus camisas y en sus gorras. Se colean y se adelantan sin vergüenza a las personas que están en la fila desde hace varias horas y los supervisores lo permiten. La gente les grita sucios, arrastrados, malditos: ¡hagan la cola como todos los demás!; voces y brazos se elevan. Los empleados del canal del Estado aguantan el chaparrón como una lluvia de granizo justiciero o una merecida penitencia. Hacia mi derecha se acercan tres hombres: el del medio lleva un bastón y es invidente, otro lo sostiene de un brazo y un guardia del centro comercial lo hala toscamente por la hombrera de la camisa como cuando se lleva a alguien detenido. ¿Qué habrá hecho?, me pregunto. A los pocos pasos me doy cuenta de que lo están arrastrando hacia el camino de salida a la calle. Su prisión no está en su mundo de oscuridad sino más bien en lo que lleva en las manos: dos paquetes de papel toilette Sutil y dos paquetes de harina de maíz Juana.

No soy malo: lo que estoy es pelando

Me detengo en una arepera aledaña a la Avenida Francisco de Miranda para comprar un agua mineral. Cuando estoy pidiendo una voz se dirige hacia mí: “Cómprame una arepa”. Volteo la cara y veo a un muchacho que parece un universitario. Tiene su ropa sucia y manchada de calle y un morral multicolor cargado de negrura. En su mano un vaso de agua que bebe como administrando la escasez; lo único que había logrado que le regalaran en el negocio. En segundos pensé que si el muchacho portase ropa limpia y no estuviera tan sucio, pudiera ser un estudiante de cualquier universidad venezolana con la ilusión de una vida por delante, de una carrera, de una familia, no un habitante de la calle. Pero está solitario, más bien desamparado y delante de él lo que tiene es un menú que no puede pagar. Saco de la cartera la tarjeta de débito y le pido a la cajera que le despache la arepa (la cajera me dice que vea el monto en el recibo de papel, que no me podía dar la copia del cliente por la escasez de papel). El muchacho hambriento me da las gracias y me dice: “Yo no soy malo: lo que estoy es pelando”.

La continuidad de los billetes

En diciembre pasado, en el último regreso a Caracas, viví un punto álgido de la crisis cuando Maduro ordenó retirar los billetes de cien bolívares para luego retractarse ante la inminencia de un estallido social. Tres meses más tarde saco 50.000 de la cuenta para tener efectivo durante este viaje que, dividido entre 4.000 (valor aproximado del dólar paralelo o negro del momento), representa apenas unos 12 dólares. El cajero del banco me entrega los $12 en 500 billetes: 200 billetes de cien y 300 billetes de veinte. Le pregunto por los billetes de nueva denominación y me responde: “Esto es lo que hay…”. Empiezo a guardar los 500 billetes en los bolsillos de la chaqueta. En esos días de marzo el clima estaba inusualmente fresco y ameritaba por suerte llevar una chaqueta. También guardo billetes en los bolsillos del pantalón y dentro del interior sujetados por la banda elástica. Salgo del banco en estado de alerta máxima, como un terrorista cargado de explosivos.

Perder la razón

Un día al salir de la estación del metro de Chacao me encuentro de frente con el hombre que cuidaba carros y que ahora se ha convertido en un indigente. Su figura parecía la de un zamuro. Me reconoce porque antes conversaba con él, hace un tiempo, cuando todavía no había perdido el juicio y no andaba con sus pocas y únicas pertenencias a cuestas, que a veces deja escondidas detrás de un matorral o en una casa abandonada por sus dueños que se han ido del país y que no pueden venderla. Pero detrás de ese hombre derribado, abatido, mental pero no físicamente, está una voz limpia y suave que empieza a decir incoherencias, pero que antes de decir incoherencias, “Vengo de la oficina del doctor tal que queda el tal sitio”, me comenta que le faltan 350 bolívares para completar para el pan. De inmediato saco 20 billetes de veinte bolívares y le doy 400 bolívares que sostiene firme en la mano junto a otros tres billetes verdes de cincuenta que traía. Caminamos por la Francisco de Miranda como si fuéramos colegas de trabajo y a medida que proseguían las incoherencias, “Es que la gente no conocía este sistema económico”, con su voz pausada y fina, la gente se nos queda viendo, como una pareja dispareja. Escuchaba lo que decía y le llevaba la corriente de la mejor manera posible. Desde que llegué a Caracas andaba en estado de alerta pero de pronto no tenía ningún tipo de miedo o temor, como si estuviese extrañamente protegido por ese hombre que habita en la calle, que ha perdido la razón, no sé por qué me sentía imbatible, invencible. Seguíamos nuestro paso en parsimonia hasta la esquina de la panadería Pepín, momento en el que me dice “Aquí es donde yo compro el pan”, como si de un buen burgués francés se tratara, llegando a su barrio exclusivo a comprar su pan canilla. “¡Nos estamos viendo!” le digo, y el entrar al establecimiento se salta la gigantesca fila y nadie le dice nada.

Mataron al Canilla

Como si no fuese suficiente con la escasez de alimentos el gobierno arremete contra las panaderías. Bajo el argumento de una supuesta protección a los derechos de los consumidores se despliegan alrededor de 10.000 inspectores con el fin de “garantizar” el suministro del pan canilla, interviniendo de manera directa en los procesos de producción y distribución, es decir, en términos prácticos: el inicio de la escasez y muerte del pan canilla. Dentro de las medidas anunciadas por el Vice-Presidente, las panaderías deben destinar obligatoriamente 90% de la harina de trigo a producir pan canilla y otras formas de pan a precios regulados y otorgan “libertad” de utilizar el 10% restante de la harina, distribuida a precios regulados por el gobierno, para los productos que el panadero desee.  De paso, la desaparición de la harina precocida había hecho que los venezolanos compraran más pan como opción a la arepa.

Fue así como llegó la expropiación a las puertas de la panadería de Eduardo dos Santos, dueño de Maison Bakery, que se convirtió en el primer establecimiento de pan intervenido por el gobierno. Ubiquémonos: el local queda en la Esquina de Cuartel Viejo, muy cerca del Palacio de Miraflores. Dos Santos tiene 25 años al frente de su negocio, un negocio que creó, junto con otro socio, con la esperanza de una vida mejor luego de emigrar de Portugal. Al comerciante de 52 años lo acusaron de acaparar más de 300 sacos entregados por el Estado. El miércoles 15 de marzo llegaron integrantes de un colectivo y sacaron a Dos Santos de su negocio, le quitaron las llaves de su esfuerzo de 25 años, cambiaron las cerraduras y, según declaró él mismo a la prensa, le dijeron: “arráncate de aquí”. A los dos días del hecho la panadería mostraba otro nombre,“Minka”, y había una representación del Simón Bolívar deformado por la necrofilia, así como retratos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Luego los colectivos que pasaron a operar el negocio colocaron un cartel en la Santamaría que decía:

Se les informa a los transeúntes y a la Comunidad que esta Panadería se encuentra bajo proceso de intervención, por tales motivos solo se les estará produciendo Pan Salado para ser distribuido a los CLAPS de la parroquia Altagracia por orden del Estado Mayor de Caracas. Pedimos su colaboración, comprensión y apoyo. Comunidades al mando: volveremos x todos los caminos.

Se conoció a través de varios mensajes de Twitter y de fotografías difundidas que el líder del colectivo que tomó la panadería, José Solórzano, vocero de “los productores libres del pan”, es el mismo que se puede ver, más joven, en otra foto en el 2004 cuando un grupo de chavistas derribaron y partieron en dos la estatua de Colón en Plaza Venezuela. Aparece Solórzano colocándole la soga de horca en el cuello a la estatua de Colón, así como ahora colocaba la soga de horca al negocio del que ni él ni los colectivos tenían la menor idea de cómo operar. Estatua derribada, panadería derribada: la destrucción como leitmotiv de la Revolución Bolivariana. Y me recordaba de las palabras de Cabrujas: “Provengo de un pueblo de grandes ‘derrumbadores’, un pueblo demolicionista que hizo del escombro su emblema”.

El 21 de marzo se registró una protesta contundente y concurrida de los vecinos de la Avenida Baralt frente a Maison Bakery (recordemos su cercanía con Miraflores) para expresar su repudio a la expropiación y posterior venta exclusiva de pan a los CLAPs. La protesta pacífica hizo que colectivos motorizados armados hicieran acto de presencia y se colaran a la fuerza en algunos de los edificios aledaños donde viven los que protestaban. Hubo tumultos, golpizas, incluyendo “coñazos a la jeva”, según se desprende de los videos, y llegó la Guardia Nacional. La nutrida multitud gritaba “¡Las calles son del pueblo, no de la oligarquía!”, lo que quiere decir a todas luces que los colectivos y la Guardia Nacional eran ahora vistos como “la oligarquía”.

En esos días, la Crónica Negra de Últimas Noticas reporta que un delincuente altamente buscado en la zona limítrofe de La Guajira venezolana fue abatido por funcionarios policiales. Al delincuente lo llamaban “Papi Canilla”.

Vida y muerte en la cola

La acera se mancha de sangre. Hay una algarabía in crescendo y, de pronto, una funcionaria de Protección Civil lleva en sus manos a un bebé cubierto de un paño y le sigue detrás otro hombre que empuja una camilla donde está echada una mujer. Una mujer que repentinamente dio a luz haciendo fila en el Hipermercado Lahu en Coro. De tanto esperar en la fila rompió agua con el desenlace repentino que trajo el niño al mundo. La información la confirma Vanesa Flores, dirigente de Un Nuevo Tiempo en Falcón, en su cuenta de Twitter. Un reportero gráfico, Billy Castro, sube el video del momento del parto y le agrega el hashtag HechoEnSocialismo, la misma marca que el gobierno metido a empresario-comerciante-expropiador ruinoso estampa en algunos productos como Los Andes o Fama de América, esa frase-emblema. Y me imagino la historia de este niño signada por las circunstancias, dentro de unos años cuando le pregunten: ¿Y tú dónde naciste?, a lo que irremisiblemente tendría que responder: “En la cola de un supermercado para comprar comida”. Un niño #HechoEnSocialismo un viernes 10 de marzo de 2017.

Se observa la presencia de la Policía Nacional Bolivariana. La entrada del supermercado Luz en Chacao está delimitada por cintas plásticas amarillas como cuando ocurre un crimen. Miguel Edicto Torres, de 79 años, hace fila desde temprano para comprar comida y, en medio del ajetreo y la espera, de manera inesperada y repentina, como cuando la mujer dio a luz a su hijo en Falcón, fallece de un infarto. En las imágenes del incidente se puede observar su cuerpo cubierto por unas bolsas plásticas negras de basura, como si fuese algo normal y digno cubrir a un hombre muerto con unas bolsas de basura, ahora que irónicamente tanta gente comía de la basura. Su cuerpo sin vida echado en la entrada del automercado que, como paradoja, se llama Luz. Uno de sus brazos sobresale del manto negro de bolsas y se ve que tiene una camisa de rayas rojas y blancas. Un hombre muerto de 79 años es cubierto por bolsas de basura, como una metáfora de lo reducido que se había vuelto el valor de una vida en la República Bolivariana.

Más allá de la triste escena narrada anteriormente, la gente no se mueve de la fila a pesar de que el cadáver está en la entrada del establecimiento. Hombres y mujeres, muchos de la tercera edad, permanecen estoicos, como soldados que deben convivir con los cadáveres de sus compañeros y amigos en una guerra, fallecidos súbitamente por una bala o una esquirla de una granada. Sería un atrevimiento hacer juicios de valor. Hambre es hambre. La gente tenía en promedio cuatro horas de espera en el automercado Luz cuando Edicto se desplomó. En un video reproducido en las redes, en la cuenta Twitter de Lysaura Fuentes, periodista de sucesos con diplomado en Criminalística del Ministerio Público, varias personas  señalan el cadáver y una voz cuenta lo acontecido: “Esto es por culpa de una cola, por dos kilos de harina… se ha muerto por hacer una fila… dos personas en el día de hoy: uno aquí en Chacao y otro en Las Mercedes… después de cuatro horas en la cola mira cómo quedó: en el piso… gracias ti: Presidente Maduro”.

En innumerables ocasiones en este viaje presencié el agite de colas gigantescas. Casi siempre los protagonistas eran extraños a la zona donde aparecía un alimento. Conatos de golpizas, grupos de bachaqueros se reunían en pequeños círculos en las filas, planificando cómo sería su estrategia de compra-venta. Había conmoción cuando llegaba, por ejemplo, el arroz o la pasta. La cola donde vi que había mayor exaltación fue en la que se aseguraba que llegaría Harina Pan (que no pasó de ser un hecho futuro a mis ojos).

¿Cómo era posible que en Venezuela se había llegado a tal punto en el que era posible un titular de una noticia publicada por El Nacional el 25 de marzo?:

Mataron a sordomudo en cola de supermercado

“José Antonio Rodríguez, de 20 años de edad, recibió un disparo en el cuello el jueves (23 de marzo) a las 8:00 a.m. en el sector Las Flores del casco central de Santa Teresa del Tuy al forcejear con dos hombres que le robaron el dinero que tenía para comprar comida. El joven, que era sordomudo, estaba en la cola frente a un supermercado desde las 4:00 a.m”.

Donde no se quema la basura

Camino desde Chacaíto hacia Sabana Grande, cerca del lugar donde el domingo 19 de marzo un niño de 10 años y una niña de 15 años asesinaron salvajemente a puñaladas a dos sargentos del Ejército cuando salían de una tasca: Yohan Miguel Borrero Escalona, de 26 años de edad y  Andrés José Ortiz, de 23 años. La basura quemada aparece en distintos sitios del recorrido, en la calle, en el borde de la acera con la calle, cerca de la entrada del metro, en distintos lugares. Las fallas generalizadas en la recolección de basura, sobre todo en el Municipio Libertador, obliga a que las personas la tengan que quemar en plena calle. “La comunidad se ha visto obligada a tomar esta medida, aunque reconoce los daños ambientales que ocasiona, debido a los retrasos en el servicio de recolección por parte de la empresa Supra”, se lee en una nota de El Universal. La página oficial de esta compañía dice: “Supra-Caracas es una empresa prestadora del servicio de aseo urbano, recolección de residuos sólidos, barrido, limpieza y lavado de áreas públicas del revolucionario Distrito Capital suministrándole soluciones integrales en materia medioambiental. Fundada en agosto del año 2011, por disposición del Comandante en Jefe, nuestro presidente Hugo Rafael Chávez Frías”. Se reporta que en varias urbanizaciones el camión de recolección no había pasado en tres semanas y en parroquias como San Bernardino y El Valle los contenedores están desbordados.

En muchos lugares donde no se quema la basura es común ver a la gente comer desechos de las bolsas negras. Están juntos, padre, madre e hijos, sentados en círculo alrededor de la basura. Los observo mientras cenan en la penumbra que genera un poste de luz caído que parece más bien deprimido. A medida que transcurrían los días la escena se volvía frecuente: ver personas buscando alimentos dentro de las bolsas de basura. Una amiga me dice que su familia tiene el cuidado de colocar los restos de su comida dentro de pequeñas bolsas que a su vez colocan dentro de la bolsa negra grande. Lo hacen para facilitarle la búsqueda a los que hurgan por alimentos, hombres, mujeres y niños, para que no se contaminen las sobras con el resto de la basura. Y entonces surge el espíritu de solidaridad y compasión, el nuevo venezolano que emerge con un nuevo temple, con valores distintos, muy diferentes a los de la Venezuela de la abundancia pero, eso sí, con mucho menos peso corporal.

Ruperta soy yo

Una de los hechos que más me afectó en este regreso a Caracas es lo culpable que me sentí cuando me detenía a comer algo en un lugar de tránsito. Ver las caras de las personas, las miradas de resignación, algunas de que casi te puedo saltar encima, hacía que el comer una simple hamburguesa de pollo se convirtiera en un símbolo de estatus. Ya no importa si alguien carga un reloj de marca (a los delincuentes sí, por supuesto), lo que quiero decir es que la verdadera señal de poder adquisitivo hoy en día en Venezuela es el poder pagar una comida. Lo que debe ser un derecho y un acto normal en casi cualquier país se convierte en una ostentación. En los mediodías nunca había visto a tanta gente, empleados de oficinas, comer dulces, helados, ingerir algo barato con calorías como estrategia de sobrevivencia. Dejé de comer en la calle o, al menos, en lugares donde pasaba la gente.

Ruperta, la elefanta del zoológico de Caricuao se ha convertido en un símbolo del país. La desnutrición se debe a que solo recibe como alimentos auyama y lechoza, así como tantos venezolanos que solo pueden comer una fruta o una yuca que puede ser amarga y que hacia finales de marzo, según Provea, ha causado la muerte de veinte 20 personas. Recuerdo, con el humor “amargo” del Chuiguire Bipolar, cuando difunde la noticia ficticia , pero no tan distante de la realidad de los venezolanos: “El joven Manuel Díaz, que a mediados del año pasado fuera noticia por su alergia al mango (uno de los pocos alimentos diarios de muchas personas; por ello se vuelve una escena común en Caracas ver a gente lanzando piedras para tumbar mangos, como se hace en los llanos) volvió a dar de qué hablar el día de hoy, pues estando completa y absolutamente cansado de toda la situación por la que atraviesa el país, intentó quitarse la vida comiendo yuca; sin embargo, el tiro le salió por la culata, ya que lo que le vendieron como yuca amarga terminó siendo yuca dulce”. Ya no con humor ácido y muy en serio, el New York Times en su pasada edición del 25 de diciembre, un día después de navidad, informa de la muerte de un joven venezolano por comer yuca amarga: His name was Kevin Lara Lugo, and he died on his 16th birthday. Los padres de Kevin tenían días de comer poco pero caminaron a un lugar, en medio de la desesperación, donde consiguieron la yuca para celebrar el cumpleaños de su hijo con un pastel, un pastel de yuca, de yuca amarga, tan amarga como la cotidianidad que vivimos. Los venezolanos somos en estos tiempos como la elefanta del zoológico de Caricuao. Ruperta pesa ahora unas cuatro toneladas cuando su peso normal debería estar entre cinco y seis toneladas. La Encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi), realizada entre varias universidades país (UCAB, UCV, USB), concluye que para el 2016: 74.3% de los entrevistados manifestaron haber perdido 8.7 Kg en promedio. El 86.3% come solo una o dos veces al día. El 81.8% de los hogares venezolanos se encuentran en estado de pobreza.

Reponer la venda

Desciendo a la estación de metro. Compro un boleto de Bs 4 de una sola vía. El de ida y vuelta cuesta Bs 8. Convertido a 4.000, un billete de metro cuesta 0,001 dólares y el de ida y vuelta 0,002 dólares. El costo parece una broma de mal gusto. Ni con un céntimo gringo se podría físicamente comprar un boleto de metro. Pago con dos billetes de dos bolívares. Introduzco el ticket amarillo irónicamente de la misma dimensión y diseño que el del metro de París. Desciendo a la estación y la gente hace fila siguiendo las flechas que marcan el punto de abordaje de los trenes. Por algún motivo, en apariencia incoherente, me recuerdo de la máscara de calavera negra tipo Halloween utilizadas por miembros de la Dirección General de Contrainteligencia Militar en un operativo de las OLP, Operación de Liberación del Pueblo, en El Valle, pero es mi imaginación que dispara esta imagen, tal vez pensando que una criatura así podría emerger desde lo oscuros túneles del metro. Todo se ve tranquilo. Un amigo me cuenta: el metro de Caracas es gratis, gratis porque hasta en algunas estaciones han reventado los torniquetes de acceso de lo deteriorado que está. Pero también pienso: ¿qué más gratis que el costo irrisorio de $ 0,001?  En este retorno a Caracas utilicé el metro en diversas ocasiones. Los vagones no están en mal estado, alguien me comentó que eran vagones “nuevos”, y así deben serlos porque antes existían puertas de separación. Ahora parecía un solo gran vagón conectado interiormente por sub-vagones. Los trenes iban repletos. La gente parecía susceptible a los roces y acercamientos y presencié un par de conatos de pelea entre adolescentes. En esos viajes subterráneos pude ver a un niño llanero que podía tener unos siete años que tocaba maracas y pedía dinero. Había vendedores de chupetas y dulces, recitadores del apocalipsis, suplicantes de dinero.  Entre todos, quien más me llamó la atención fue un señor con verbo delicado y un pie con una venda del que sobresalía un pie anormalmente inflamado. Y decía: “Deme algo para cambiar la venda, se lo agradezco, no sabe cuánto lo necesito”. La gente le daba algunos billetes devaluados y el hombre sonreía, aseguraba que se multiplicaría en bienestar para ellos y agregaba: “Ya me falta menos para reponer la venda, ya me falta menos”.

Se acabó la gasolina y Expo Potencia

Así como en diciembre me tocó vivir la crisis de los billetes en este viaje me correspondió presenciar la crisis de la gasolina. Salimos luego de una noche literaria con la escritora Victoria de Estefano en la Librería El Buscón de Paseo Las Mercedes, y nos topamos con una cola gigante en la bomba de Las Mercedes. Luego de una larga espera llenamos el tanque por solo Bs 35 y con gasolina de 91 porque no había de 95 octanos. De nuevo hago el cálculo y habíamos llenado el tanque con $0.009. El amanecer del día siguiente trajo filas de carros que sobresalían de las bombas. Era cierta la noticia: ¡se acabó la gasolina! Se acabó la gasolina en Caracas y en muchas ciudades del interior. Los ánimos estaban caldeados, la ciudad se transformó en un enjambre de carros paralizados y gente enojada, ya se hablaba de un nuevo estallido. A la escasez de medicina, alimentos, efectivo y para usted de contar, se sumaba la emblemática gasolina. Las refinerías venezolanas generan alrededor de 21.15% del combustible que se consume en el país y el resto se tiene que importar; una potencia petrolera con las mayores reservas de petróleo del mundo que debe importar casi el 80% de su gasolina. Esa misma semana el gobierno tiene el cinismo de inaugurar una feria en el Poliedro de Caracas, amparada por una descomunal propaganda, donde se pretendía presentar los avances de los llamados quince motores de la economía, el desarrollo de las empresas del Estado y algunas del sector privado, bajo la exposición Expo Venezuela Potencia 2017. El mismo cinismo con el que se pretende vender las bolsas CLAP, cuyos productos mayoritariamente son importados y se habla del lema Hacia la soberanía alimentaria. Ni gasolina ni alimentos. Un país de ficción chavista que se construye en base al engaño y la mentira.

Hazte un selfie

En la zona de embarque de Maiquetía descubro una maqueta con una reproducción del famoso mural de Cruz-Diez de los adioses de Maiquetía, el de los corazones partidos, de las familias fragmentadas. Detrás del recuadro cinético, al fondo, dos fotografías gigantes de túneles de embarque. No me había fijado en ese stand que el IAIM ofrece al visitante para hacerse un selfie. ¿No era redundante para empezar? ¿Por qué no tener de fondo un paisaje de Canaima, de Los Andes, Margarita o Los Roques? Me quedo pensando y me imagino haciéndome un selfie, pero no estoy solo: en mi imaginación me encuentro con Ruperta, con el estudiante arruinado que me pidió que le comprara una arepa, con el indigente con el que caminé por la Francisco de Miranda para comprar el pan, con el señor Miguel Edicto Torres ahora resucitado y con su camisa de rayas rojas y blanca, con la mujer que dio a luz en Coro en la cola de un supermercado y que carga a su hijo, con el invidente que llevaban forcejeado en el Centro Comercial Los Ruices con sus dos paquetes de papel Sutil y harina Juana, con los dos militares asesinados por dos menores de edad en el Boulevard de Sabana Grande pero ahora revividos, con el señor Eduardo dos Santos que le expropiaron su Maison Bakery, con el hombre que pedía dinero en el metro para comprarse una venda para su pie inflamado, con el niño Kevin resucitado luego de morir al comerse un pastel de yuca amarga en su cumpleaños, estoy también con la familia que cenaba alrededor de las bolsas de basura bajo la tenue luz de un poste deprimido. Todos están conmigo, estamos listos para el selfie con el mural de Cruz Diez y los túneles de embarque de fondo. Les pido que sonrían para la foto del recuerdo pero la alegría no se les dibuja en el rostro, la elefanta no tiene energía para levantar la trompa, entonces les pido que digan “Ruina”. Y todos sacan la fuerza quién sabe de dónde y exclaman ¡¡¡RUIIIIINAAAAAAAAA!!!, se oye estruendoso en el aeropuerto y los pasajeros voltean a ver. Hago click y tomo la foto. Salgo de mi alucinación y me propongo contar la historia de esta fotografía.