Blog de Pedro Plaza Salvati

Crónica de un regreso a Caracas IV: más allá del absurdo; por Pedro Plaza Salvati

Por Pedro Plaza Salvati | 29 de diciembre, 2016
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Fotografía de la serie Hasta en la sopa, de Diego Vallenilla. Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

Se pulen faros

A los seis meses de la fractura de la cabeza de radio que sufrí en el regreso anterior a Caracas, me encontraba de nuevo pisando el aeropuerto de Maiquetía en la época decembrina. Mientras esperábamos a que nos buscaran, un hombre parecía haber impuesto un cerco territorial en el área donde se recoge a los pasajeros. Se movía como un trompo o como si le hubieran inyectado algún tipo de acelerador químico. No permitía que nadie montara en paz las maletas en los carros o taxi. Dos guardias nacionales observan a poca distancia sin intervenir en la dinámica monopolizada. Cuando se acerca la persona que viene a buscarnos le pedimos que ingrese al estacionamiento, que nosotros caminamos hacia arriba, que es preferible pagar el ticket para poder montar las maletas con tranquilidad dentro del carro.

La entrada a Caracas siempre sorprende cada vez que se produce el reencuentro. Uno no deja de percatarse del acentuado deterioro de las fachadas del paisaje urbanístico. Ese deterioro hace que la belleza del Ávila contraste cada vez más con la ciudad. Los letreros de Cacique tienen copado el panorama. En otras vías habré de observar, con el trascurrir de los días, además de la masiva publicidad del ron, anuncios más pequeños adheridos como garrapatas a los postes de luz, tales como el del libro Virgen a los treinta II o la presentación del show de Emilio Lovera: Emilio y el malandro asustao. Me llama la atención un grafiti con los ojos de Chávez: “Ay Nicolás, veo escasez”, como si esos ojos de ultratumba pudieran darse cuenta de la situación crítica de desabastecimiento de comida, medicinas y casi que de cualquier tipo de bien.

Al llegar a nuestro destino, nos dirigimos a un pequeño supermercado y luego a una panadería. Oigo a un hombre en la caja registradora que comenta: “Si pregunto el precio me molesto, si no pregunto el precio igual me molesto”. Luego de esperar con paciencia para pagar, me llama la atención un letrero encima de la caja registradora: “El cigarrillo da mal aliento, pérdida de muelas y cáncer de boca”. ¿No debería ser el orden justamente inverso?: cáncer de boca, pérdida de muelas y mal aliento. Orden invertido, como parecían mostrarse las prioridades del país.

Cerca de donde nos quedamos veo a un hombre con un letrero colgado del cuello: “Se pulen faros”. ¿Se pulen faros?, me digo a mí mismo, sin comprender la utilidad de pulir el faro de un carro: ¿Será la luz acaso más potente luego de la limpieza? El asunto casi se torna abstracto en mi cabeza. Al mismo tiempo lo interpreto como un retrato de las dificultades económicas por las que atraviesa el venezolano. Otro encuentro que me sorprende es el de un bailarín descalzo con un pantalón rojo y con el torso desnudo que hace movimientos de ballet en una calle de alta circulación. Detrás de él lo acompaña otro bailarín con una caja para recoger dinero con una inscripción que dice: “Escuela de danza”. Así como el pule-faros o el bailarín callejero, tanta gente se ve obligada a desplegar la creatividad para ganarse unos billetes devaluados. Hablando de billetes devaluados, en un Farmatodo veo una fotografía de Osmel Souza en la portada de una revista en la que afirma que quisiera ver su rostro en un billete venezolano. Un billete Miss Venezuela.

Tienes el VS dañado

A los dos días de nuestra llegada mi suegra se fracturó la cadera. Lo que había sido un arribo sin mayores incidentes entrelazaba mi fractura de la cabeza de radio en mayo con la fractura de la cabeza del fémur de mi suegra ahora en diciembre. Una fractura por viaje en el núcleo familiar, por lo visto. Y recuerdo lo que pensaba cuando me encontraba ya montado en el avión de regreso en el viaje anterior, luego de superar innumerables escollos para poder abordarlo, me imaginaba qué clase de país iba a encontrar cuando regresara. El país se seguía desdibujando, cada vez más dejábamos de ser lo que éramos, y no se trababa de una nostalgia utópica sino de reconocer que estábamos signados por tiempos de oscuridad en casi todos los ámbitos de la vida.

El viejo vehículo que conservamos, y que nos recuerda que tenemos una vida acá a la que deseamos regresar, tenía el aire acondicionado descompuesto. Así que padecimos del calor en medio de portentosos aguaceros hasta que logramos ponerle media carga de gas, que costó unas siete veces más de la que colocamos en mayo. Pero ese problema no era nada comparado con los extraños giros de cadera (para estar en sintonía con lo que le ocurrió a mi suegra), que daba el carro cada vez que pisaba el freno: se coleaba de un lado.

Luego de una búsqueda de talleres especializados llegué a uno que acertó el diagnóstico: “malas noticias”, me dicen, “tienes el VS dañado”. Y yo disimulaba, con lo poco que sé de mecánica: “¡No puede ser: el VS; qué mala suerte!” Como la pieza de reemplazo costaba una fortuna, la opción fue eliminar la bomba: una suerte de corazón que genera impulsos electromagnéticos y manda el líquido de la liga a los frenos del caucho. Mientras procedían en una suerte de cirugía de bypass, hambriento, me dispuse a almorzar.

Era viernes 2 de diciembre y se habían caído todos los puntos de venta del país. Tenía muy poco efectivo y no podía pagar el almuerzo con billetes. La chequera resultaba más bien un estorbo, casi nadie aceptaba cheques por los límites impuestos, además de que se decía que un cheque cualquiera siempre podía rebotar por defectos de firma. Recorrí varios establecimientos con mi tarjeta de crédito y débito y fue imposible realizar transacción alguna. En los negocios había notas que decían “Aceptamos solo transferencias”. Enviar una transferencia para comprar una hamburguesa de pollo. La tarde de ese mismo día se corría el rumor de que habían ocurrido fallas técnicas en la plataforma tecnológica de Credicard, que maneja Visa y Mastecard en Venezuela. El hecho concreto fue que no pude almorzar. Mientras, el carro seguía en la sala de operaciones con la ejecución del bypass, el ambiente en las calles era de conmoción, rabia, furia, tristeza y resignación.

Los pacificadores

Cuando conducía el viejo vehículo con aire acondicionado reparado y la liga de freno que ya le llegaba a la rueda derecha, al pasar de una estación de radio a la otra, en una de las tantas emisoras del Estado, la 94.5, se hablaba de la paz como si se tratara de una emisora religiosa. Llego a oír: “Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados los hijos de Dios. Jesús de Nazaret”. Esto quería decir en lenguaje codificado pero evidente, en pocas palabras, que los representantes del gobierno y de la MUD son los pacificadores que serán bienaventurados como los hijos de Dios.

Tengo un amigo cuyo negocio, como tantos otros, se encuentra al borde de la quiebra. Al conversar sobre la fallida marcha del 3 de noviembre se dibujaba en sus pupilas dilatadas la decepción y el desaliento. Pero no entremos en ese estado de limbo-incredulidad-desesperanza e incomprensión que atrapó a la gente luego de que se sentaran a negociar ambas partes bajo el amparo de una nocturnidad dominguera.

Caracas no suena

Enciendo la televisión y en algunos canales del Estado veo un inamovible cintillo #SomosChávezyFidel. A fines de noviembre había sido cancelado el evento musical Suena Caracas, organizado por la Alcaldía de Libertador. El mismo se postergó dentro del marco del duelo oficial decretado por el fallecimiento del líder cubano, como si se tratara de un prócer venezolano y no de un jefe de estado foráneo que trató de invadir a Venezuela en varias oportunidades en los años sesenta. Suena Caracas fue realizado unas semanas más tarde, signado por otra clase de luto: el luto por la empeorada situación económica y las siempre crecientes víctimas del hampa.

Un país que no sonaba. Porque a partir de las siete u ocho de la noche la ciudad de Caracas, como casi todo el territorio nacional, se apaga ante el asedio del hampa y de los criminales, transfigurando la festiva idiosincrasia del venezolano. En la radio había oído que en noviembre ingresaron 450 cadáveres en la Morgue de Bello Monte. No debería sorprender la cifra considerando que se trata del primer o segundo país más peligroso del mundo, que coloca al ciudadano común en un constante estado de alerta. Antes, los cafés, restaurantes, gimnasios, negocios en general cerraban mucho más tarde. El alma alegre y alebrestada presa por el terror del hampa. El silencio se apodera de todo. Cerca de las diez de la noche apenas alcanzo a oír el salvaje aullido de dos gatos peleando.

La solidaridad

En medio del ambiente torvo de la calle, paradójicamente, se consolidan sentimientos de solidaridad entre las personas de cualquier estrato social. Cuando las sociedades van mutando debido a cambios de paradigmas, se producen nuevos o reafirmados trazos definitorios de la personalidad de un pueblo. El cúmulo de sufrimiento a lo largo de los años pareciera habernos hecho más sensibles a las demás personas (y esto podría ser uno de los resultados positivos de lo vivido), como para tomar bocanadas de aire en medio lo que Tulio Hernández llama “el abrazo de la boa constrictor”; lo que ha sido el largo proceso de dominación chavista.

Esta actitud es evidente cuando casi todo el mundo trata, de una manera u otra, de ayudar a resolver un problema o asunto de otro y, además, para colmo de lo admirable, con buena cara. Buena cara ante tanta penuria. En un país donde todo se le dificulta al ciudadano, la solidaridad de los unos con los otros ayuda a capear el temporal. Este sentimiento no tiene nada que ver con actitudes decretadas, de tono impositivo, como las vallas con ocho corazones que rezan Venezuela Indestructible, promovida por el oficialismo. U otro anuncio: Los venezolanos no somos flojos. Somos fuerza emprendedora #AquínosehablamaldeVenezuela. La verdad me sorprendió este último letrero porque nunca consideré que los venezolanos fuésemos flojos. Es como sacar un lema que diga: “Los venezolanos no somos introvertidos”.

Es de notar que, así como la solidaridad estaba emergiendo como un rasgo positivo que signa al venezolano de los tiempos difíciles, otro resultado positivo es que también ha surgido una movida cultural significativa. Y es que la gente entre tanto ahogo y desespero debe expresarse: bien sea a través de las artes, corriendo maratones, haciendo yoga, manualidades o subiendo al Ávila. No deja de llamar la atención el documental que se exhibía en los cines: CAP: 2 intentos (el futuro lo escribes tú), de Carlos Oteyza.

La agresividad que se percibe en la calle es más bien selectiva: con cuidado de no meterse con otra persona por las consecuencias que puede tener un intercambio de palabras para reclamar algo. Hay “culillo”, de cierta manera. Por algo los 450 muertos en la morgue de Bello Monte en el mes de noviembre, sin contar las cifras a nivel nacional. Un transeúnte al cruzar un semáforo con el segundero ya en rojo, 3, 2, 1, le hace señas a un pequeño carro de vidrios oscuros para que se detenga. Del carro emana, quién sabe de dónde, una voz que habla desde un altoparlante oculto y le dice al hombre: “¡Quédate quieto!… ¡Quédate quieto!”. Un carro que parece un sarcófago y que hace advertencias, un carro que habla y que amenaza. El hombre, por supuesto, dejó de gesticular de inmediato y terminó de cruzar derechito.

El cuatro de diciembre asesinaron a Renny Xavier Teixeira Rodríguez, de 25 años, hijo del dueño del legendario establecimiento Rey David, que se encontraba de visita en el país en la época navideña, así como le ocurrió a Mónica Spear un fatídico seis de enero de 2015. Hay arraigos que matan. Todo depende del destino y del azar. Los casos emblemáticos suenan en los medios de comunicación, pero por cada uno de ellos hay miles de venezolanos anónimos asesinados para robarles un celular, por oponerse a un robo, porque se miró a los ojos del asaltante o simplemente por capricho. La vida vale un capricho.

Fiesta navideña

Luego de que pasaron los aguaceros iniciales de recibimiento, las mañanas se tornaban esplendorosas. La aparente contradicción del Ávila, el cielo azul decembrino, con la ciudad abatida por las dificultades. Y de pronto, por unos pocos días, empiezo a sentir que hay un leve amago o conato de Navidad. Para ello una muestra: el 10 de diciembre la Alcaldía de Chacao anuncia que habrá una parranda navideña. Cierran la calle Páez desde alrededor del mediodía. Los muchachos montan bicicletas y patinan en las calles. Una serie de atracciones sucede una a la otra: espectáculo de magia, competencias de canto entre niños con el venezolanísimo Burrito sabanero, payasos, música electrónica con un Dj al atardecer y, el punto culminante, cuando ya se encontraba encendida la cruz del Ávila como guía en la proa de un barco a la deriva, dos horas de descarga gaitera. Un repertorio inagotable de furruco, tambora, cuatro y charrasca. La gente bailaba en las calles, por un momento parecía una Venezuela normal y a la vez una Venezuela posible.

Rebasar el punto de quiebre

Al día siguiente, el 11 de diciembre, el Presidente Maduro firma un decreto ordenando el retiro de todos los billetes de 100 bolívares, que representan alrededor del 70% del circulante del país, y otorga 72 horas a los venezolanos para depositar el efectivo en los bancos privados, luego de lo cual habría un período de diez días (acortado a cinco en medio de la improvisación y el sadismo) para depositarlos en el Banco Central. Maduro monta una escena teatral (¿para distraer sobre el fracaso del diálogo?) intentando justificar la medida y dice que incautaron en la frontera un cargamento de billetes montante a 50 millones 301 mil 400 bolívares, que convertido al valor del dólar paralelo de ese día, representa como mucho la suma de unos $16.000. La ha sido medida ampliamente reseñada en los medios de comunicación nacionales e internacionales.

Las colas en los bancos, cercana la fecha al pago de la quincena una semana antes de Navidad, se tornaron gigantescas. Era común ver a personas con maletines, bolsas de todo tipo, hasta maletas enteras de efectivo esperando horas interminables, humillados, para depositar en sus cuentas bancarias los billetes de 100 bolívares que guardaban. Era insólito que antes de esta medida había colas extensas en los cajeros pero para retirar efectivo. Ahora los cajeros estaban holgados, en ocasiones vacíos, la gran masa hacía filas para el procedimiento inverso: depositar en las taquillas de los bancos y poder deshacerse de los billetes de 100. Se dieron casos tan descabellados como gente que depositó sus fondos, luego de una penosa cola, para luego dirigirse al cajero a sacar efectivo y estos le daban los mismos billetes de muerte decretada. Era también inaudito que la gente anduviera por las calles mostrando los billetes sin temor a ser asaltada: los malandros sabían que ese dinero en pocas horas no valdría nada. Emergió también la figura del bachaquero de billetes: aparecían en las colas con los billetes de 50, que sí mantendrían vigencia, y ofrecían a la gente cambiárselos por un monto inferior.

El martes 13, como una fecha premonitoria de males económicos peores por venir, se presagiaba un sacudón financiero, se hablaba de un corralito: ¿por qué sacar los billetes de circulación cuando no habían llegado al país los de mayor denominación? ¿Qué sentido tenía sustraer alrededor del 70% de la liquidez e inhabilitar a los ciudadanos de los medios necesarios, ya de por sí precarios, para realizar sus transacciones? Y lo peor de todo, los más pobres, aquellos que no tenían cuenta bancaria, eran los más afectados. De pronto en una de las tantas colas oigo gritar a un hombre, un obrero de la construcción: “¿Y cuándo coño es que vamos pa’ Miraflores?”

Más allá del absurdo

Ya para el sábado 17 de diciembre las tensiones estaban a tope. Esa fecha, que coincidía con la muerte de Simón Bolívar, se decretaba la muerte del bolívar como moneda. Ese mismo día voy a escuchar una charla sobre Borges por parte del maestro Eduardo Liendo, en compañía de Ricardo Ramírez, en la librería Lugar Común de Las Mercedes. Compartiendo un café con él antes del inicio me comenta: “Lo que ocurre en Venezuela va más allá del absurdo”. Todavía reflexiono sobre sus palabras y me pregunto qué lugar será ese más allá del absurdo. Debe ser un sitio en el que ocurren hechos como el que un encuentro clásico del béisbol entre Leones del Caracas y Navegantes del Magallanes pautado para el primero de diciembre fuese suspendido por falta de agua. Los jugadores del Magallanes al ver que no había agua para bañarse luego del juego, recogieron sus cosas y dejaron plantados a los melenudos. Tan más allá del absurdo como encontrar a un vendedor de bolsas negras en un automercado en Santa Eduviges, apenas uno cruza la salida, que vocifera: “Llévese la bolsa negra, para que nadie vea lo que se lleva”.

Llego temprano y me pongo a conversar con un vigilante de Paseo Las Mercedes que me dice que no sabe cómo va a llegar a su casa en Charallave, que no le alcanza lo que tiene en efectivo. El hombre me comenta que presenció el día anterior cuando un pasajero le pegó un tiro en la cabeza al recolector de un autobús porque no quería aceptar los billetes de cien. Me dice que la gente está pasando mucha hambre. Me comenta que es común ver a personas desmayarse de debilidad en el ferrocarril al Tuy debido a la pobre nutrición. Que muchas veces él no come para que sus hijos puedan comer. Y que como estaban en época navideña su hijo le dijo:

—Papi, cómprame un carrito pero que sea barato para que podamos tener comida en enero.

“¿Tú sabes lo que significa que un hijo le diga eso a un padre?… Se le arruga el corazón a uno”, me dice. Y agrega que muchas veces los niños en su casa juegan:

—Tengo hambre.

—Yo también.

—¿Y de quién es la culpa? —a lo que los niños responden en coro—:

—¡¡¡De Maduuuuroooo!!!

Al concluir la charla sobre Borges decido tomar otro café para recobrar el brío antes de iniciar la caminata, en vista de que no tenía suficiente efectivo para pagar un taxi. No tuve tanta suerte como con el primer café. El punto de venta, por una transacción de 400 bolívares, no pasaba. Lo intentaron cuatro veces y fue inútil. Mientras esperaba oía lo que decían los muchachos que despachaban el café: que había un paro de transporte en la práctica, que los autobuses no querían hacer las rutas y que ellos habían secuestrado un autobús para que los trajera a Caracas, que todos pagaron su pasaje pero obligaron al conductor a que los llevara. Relata que acababan de matar a dos choferes de camioneta. Uno de ellos, el que se veía más humilde, dice: “Mi pana, aquí lo que hay es que llegar de madrugada a Miraflores y meterle una bazuca”. El pueblo perdía el miedo. Al lado de ellos, un caballero atorrante, que no dejaba de hablar y que pensé que podía tratarse de una de las muchas personas que carecen de medicinas psicotrópicas por la escasez aguda, proclama: “Yo estoy listo, yo tengo 3.000 tiros de fusil guardados. Yo estoy listo para caerme a plomo”. Me pareció un invento, un hablador de tonterías la verdad, pero reflejaba el estado de ánimo que se formaba en el país.

La calle del hambre

Salgo y camino en sentido inverso por la Avenida Principal de Las Mercedes hacía Chacaíto para luego dirigirme a Chacao y veo:

niños hurgando la basura en las calles,

hombres hurgando la basura en las calles,

mujeres hurgando la basura en las calles,

un país con hambre.

El Nacional había publicado a página entera, unos días antes, el 4 de diciembre, una secuencia que parecía infantil, con dibujos, gráficos y estadísticas, cuyo encabezado era: Depresión en la granja revolucionaria, en alusión irónica a la obra de George Orwell. Se explica de manera gráfica y animada las razones por las que en Venezuela se come menos, la caída estrepitosa en el consumo de proteínas de todo tipo (pollos, huevos, cerdos, ganado vacuno, leche): “El inventario nacional perdió 11.8 millones de animales desde octubre de 2015”, es decir, en solo un año de caída en picada.

Camino y me asaltan imágenes recientes: se me viene a la mente la de un mendigo que parece un borracho francés y que vi echado al lado de una línea de taxi, como un pasajero en una espera eterna. Se me viene la imagen de un hombre que antes cuidaba los carros en una iglesia y que siempre hablaba de política con las personas a las que cuidaba el carro, ahora se la pasa caminado a la deriva, con una manta que parece una ruana, cargando una caja llena de peroles, hablando solo, durmiendo en la calle, parece un espanto. Se me viene a la mente la imagen de una familia sacando restos de comida descompuesta de una bolsa de basura, comiendo en estado de desesperación. Se me viene a la mente la mujer echada en el piso con su bebé enfrente de un café. Se me viene a la mente el letrerito colgado afuera de un pequeño negocio en Paseo Las Mercedes y que acababa de ver: “El ladrón de chocolates”, que se antojaba como el título de un cuento. En el mismo está la foto de un hombre robando chocolates tomada por las cámaras del establecimiento: “Nombre: Richard. C.I. xx.xxx.xxx Día: 31 de agosto. Hora: 1:10 pm. Robo: caja de chocolates Saint Moritz”. Se me viene a la mente la imagen de muchas personas que estimo y que han perdido peso, se encuentran delgadas, demacradas y envejecidas: “La dieta de Maduro”, dicen con humor y resignación.

El recorrido desde Paseo Las Mercedes hacia Chacaíto a pie es deprimente. Además de los que hurgan las bolsas de basura, veo a algunas personas caminar cabizbajas, desoladas, abatidas. Veo a mendigos y adolescentes durmiendo en las calles, junto a las ruinas de muchos negocios que antes fueron boyantes y ahora son casas abandonadas, como mansiones embrujadas por el Socialismo del Siglo XXI, en una avenida que era antes un emblema de prosperidad. Yo llevaba una bolsa con un libro y la gente se le quedaba viendo a la bolsa, ya sabemos: “Llévese la bolsa negra, para que nadie vea lo que se lleva”. Pero era un libro inofensivo y eso se podía ver en la bolsa translúcida. ¿A quién le iba interesar comerse un libro?

Siento que algo está a punto de estallar.

Esa misma noche Maduro retrocede y anuncia que la validez de los billetes de 100 se extiende hasta el 2 de enero. No estaba equivocado en cuanto al aire de tensión que sentía en la calle. Y como muestra de los resultados de la irresponsable improvisación del gobierno: los saqueos y destrucción de cientos de negocios en el estado Bolívar, la cantidad de muertos que dejó la furia generada por la sustracción del efectivo, unido a la escasez rampante en el país.

Trueque fallido

Es domingo, el día antes de partir, y quiero comprar El Nacional y El Universal. Me entero que once diarios impresos dejarán de circular en la temporada navideña para poder ahorrar papel periódico. Tenemos los billetes contados, hay que administrarlos. Se me ocurre la idea, forzado por las circunstancias, de ofrecerle a un kiosquero dos botellas de litro y medio de agua mineral Minalba a cambio de dos periódicos. Pero no quiso aceptar el intercambio.

La persona que vino a recogernos cuando llegamos no puede llevarnos en esta oportunidad porque trabaja en un banco y a los empleados los tienen ocupados en el operativo de los billetes. Como afirmó Laureano Márquez: “Los venezolanos están en un constante secuestro exprés”.

Debemos entonces tomar un taxi y tenemos el efectivo contadísimo. Nos dijeron que aceptaban transferencias pero si se hace una hora o media hora antes de la hora en que va a ser recogido el pasajero. Me imaginé el Internet lentísimo de madrugada, como era lo habitual, tal vez sin funcionar, algún problema con la transferencia y perdiendo nosotros el vuelo. Así que guardamos esos billetes de 50, que como mucho equivalían a 3 dólares americanos, a pesar de que el fajo visualmente era significativo. Ese era nuestro salvoconducto.

Es de madrugada. Tenemos nuestros 3 dólares en efectivo guardados como un tesoro en billetes de 50 y algo para comprar agua. El taxi nos deja en el aeropuerto. Hacemos la fila de migración. Al entrar, hay siete unidades disponibles para la revisión del equipaje pero tienen solo una operativa. Como es habitual, las autoridades haciéndole las cosas difícil al ciudadano a todo nivel y hasta el último momento. Nos tomó una hora hacer el chequeo de seguridad del equipaje de mano. Recorrimos todas las máquinas dispensadoras de agua del aeropuerto. Las que estaban funcionando irónicamente solo aceptaban billetes de 100. Las máquinas no habían sido programadas aún de acuerdo a las nuevas circunstancias. Sentado, sediento, a la espera de la llamada para abordar, me sentía cada vez más sumergido en ese extraño lugar más allá del absurdo.

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Pedro Plaza Salvati 

Comentarios (11)

Elizabeth
30 de diciembre, 2016

Caracas es una de las ciudades que requiere de comedores populares industrializados ,vehículos mas pequeños, generar empleo, ….

Joeif Duroim
30 de diciembre, 2016

Tuve que parar a respirar varias veces y al terminar quedé con la misma sed de desesperanza que tiene el autor…¿A quién le iba a interesar comerse un libro?… Tal vez por esa falta de interés en los libros, en la enseñanza es lo que nos ha llevado a esta especie de futuro accidentado que vivimos hoy.

Yumaira
31 de diciembre, 2016

Yo también he tenido que parar a respirar varias veces, para que el nudo de la garganta y las lágrimas no me ahogaran…..

juan ravelo
1 de enero, 2017

Pedro Plaza Salvati. es obvio que Venezuela, especialmente la Cuidad de Caracas, cito a Rubén Blades olor a miao y perfume. Me da lastima que esta bella capital sea así, Yo soy fan de futuro con apenas 44 años pero no siento vituperio por mi patria mal querida por muchos no se si incluirte en la larga lista, llamada desidia hay muchas personas que la amamos y la cuidamos todos los días; estamos en la búsqueda incesante de la verdad pero no podemos luchar con los atropellos de la anarquía reinante y el desaliento es una herramienta del diablo el cual tu usas con habilidad para hablar mal de Caracas tu anécdotas de vacaciones son alarmantes, simplemente es una verdad que no podemos tapar si somos un país con hambre de lucha, de trabajo, crecimiento, esperanza, queremos un cambio 360 grados, estamos en una encrucijada llamada socialismo de siglo 21(fracaso del siglo 21) pronto cambiara la historia “Dígale almundo entero que cuando Venezuela necesito libertadores,no los importó,los parió”

Gaby
1 de enero, 2017

Tristemente es verdad quiero sacar a mis hijos de acá pero con que vivimos una sociedad de mediocridad que nos vamos acostumbrando poco a poco a lo malo sin darnos cuenta. SOS Venezuela

Roberto Loscher
2 de enero, 2017

En primer lugar;me encantaría que me explicaran que significa: “cabeza de radio”. Y en segúndo: si habrá alguien que pueda leerse esta extensa…casi novela. ?

Guido De Stefano
2 de enero, 2017

Cuando un politico o los miembros de un gobierno no quieren reconocer la existencia de los padecimientos de toda una nacion, cambian el significado de las palabras: no hay crisis,el Imperio nos quiere….. la culpa es de la oposicion, etc. etc. Las usan sin darse cuenta, por eso, la politica es una de las pocas profesiones que dan prestigio a quien la abandona.

Maria G. Palma
2 de enero, 2017

Toda una bitácora de lo sucedido en esos días en Caracas y Venezuela. Brutal y desgarrador relato de lo que estamos padeciendo los venezolanos y me alegra – en medio de todo – que un compatriota pueda relatarlo al resto del planeta. Urge un giro para Venezuela… ¡El país ya no aguanta tanta ignominia!

Jaime Pons
2 de enero, 2017

Me gusta.

maria
2 de enero, 2017

que mierda de articulo, empezando porque los faros se van opacando con los años, al pulirlos obviamente pasa mejor la luz, en fin. Demasiado largo y demasiadas obviedades.

María Elena Plaza
5 de enero, 2017

Excelente como siempre las crónicas De Pedro Plaza con ese realismo narrado con ese toque de humor negro me encanta! Felicidades!

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