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Crimen organizado, por Lucas García

A mi viejo le roban el teléfono el martes en la mañana y en la tarde recibo un mensaje en este tenor: “Encontré este cel en la calle, lo entrego en sitio público”. El remitente quiere encontrarse con papá en la Av. Andrés Bello y entregarle el celular en persona. El pana argumenta que trabaja en Guarenas y dice que no puede verse con mi viejo en ningún otro lugar.

¿A ti que te parece? me pregunta mi viejo.

Le voy a decir que lo deje en la Hermandad Gallega y que nosotros lo recogemos luego.

El misterioso samaritano responde: “No puedo dejárselo a un extraño ¿Y si lo roban? Debemos vernos personalmente”.

Se perdió el celular… concluye papá.

Todos llegamos a la conclusión de que se robaron el celu y esto no es sino una trampa para sacarle más plata o secuestrarlo.

Otro día más en la selva de cemento.

*

En la oficina  recibimos la llamada de un agente de aduanas. Tiene nuestro número de una vez que presupuestamos un trabajo de señalización que no se dio. Nos llama para decirnos que van a hacer una venta de bienes requisados y quieren saber si nos interesa participar. Los precios son bajísimos.

Mi socio tapa la bocina con la mano y dice:

¿Qué creen?

Todos salivamos por la perspectiva de comprar laptops en tres mil bolos y pantallas planas en cuatro mil. Pero es una salivación efímera. Uno de los muchachos expresa nuestra desconfianza sucintamente:

¿De cuando a acá te llaman para regalarte algo?

No más que por curiosidad, preguntamos cómo es el sistema de pago. El supuesto funcionario nos informa que debemos depositar la cantidad total en una cuenta y en la tarde traen los peroles.

— Yo pago con la compra en la mano. dice mi socio.

— Así no es el procedimiento responde la voz en el teléfono y con todos funciona así. Hasta Makro.

Nos quedamos sin esos pantallaplanas… gruñe mi socio antes de colgar.

*

Todos los días sale un pendejo a la calle y el que lo encuentra es de él, decía mi abuelo. Hoy no nos encontraron.

El fin de semana me detienen en una alcabala. Empiezan a pedir papeles y el soldado se va a confirmar los datos al cuartel. Nunca se sabe. Mi esposa, mi hijo y yo podríamos pertenecer a un pran, ¿no?

 Mientras espero, oigo cómo un camionero negocia con uno de los agentes. El agente le dice:

— Un verdadero hijo de su madre te requisa el camión aquí mismo y te cobra la multa por ese poco de unidades tributarias. ¡Qué suerte tienes tú de que yo no sea un verdadero hijo de su madre!

El camionero sonríe y empieza a pasarle unos billetes. A mí me devuelven los papeles y me dejan pasar. El agente se disculpa por la molestia: están en pleno operativo.

— Es para combatir el crimen organizado...