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Contra la historia; por Jorge Carrión // A propósito de El Ministerio del Tiempo

Contra la historia; por Jorge Carrión 640

Llevo casi diez años escribiendo sobre ficción serial y es la primera vez que lo hago sobre una teleserie española. El Ministerio del Tiempo ha conseguido en pocos meses convertirse en un fenómeno histórico: es la producción española que más eco ha tenido en Internet y que ha provocado más relecturas y reescrituras por parte de sus fans, gracias a que ha logrado situarse en esa onda contemporánea que trasciende la emisión en directo y consigue ser conversación continua todos los días de la semana. Protagonizada por un soldado de los Tercios de Flandes, una universitaria catalana del siglo XIX y un enfermero madrileño de hoy, la obra de Javier Olivares basa su éxito en un concepto fascinante (el viaje en el tiempo sin máquina del tiempo: en un lugar de Madrid hay puertas que conectan con varios momentos del pasado), que se visualiza en una imagen aún más fascinante (unas escaleras de caracol, que se hunden en el abismo, conducen a esas puertas temporales). Ese punto de partida se completa con el hecho de que las aventuras tengan que ver con momentos cruciales de la historia española (algunos casos convocan a individuos como Lope de Vega, Torquemada, Picasso o Franco) o con recursos como los ecos pop (sus protagonistas –encargados de velar por el pasado en misiones episódicas– recuerdan a referentes como La liga de los hombres extraordinarios, Men in Black, Matrix o Alatriste). Todo ello es narrado en una sabia alternancia de aventura, introspección y humor.

Es muy significativo que las series españolas más relevantes de los últimos años sean históricas y revisionistas: Cuéntame, Isabel, Águila roja. No dejamos de darle vueltas a nuestra identidad colectiva y plurinacional; pero lo hacemos sobre todo a partir de una mirada centralista. Como en El Ministerio del Tiempo, en esas ficciones se comunica una idea de unidad española que se corresponde con el hecho de que la audiencia y la lengua de emisión también se entiendan en términos de improbable unidad. No en vano son emitidas por TVE. Que los personajes sean funcionarios y que el cometido del Ministerio del Tiempo sea defender la historia de la posibilidad del cambio, podría hacer pensar en una ficción conservadora. Pero aunque la visión de lo español como un continuo desde la edad media hasta hoy o la presencia de elementos propios de una serie comercial (personajes de distintas edades, tragicomedia, acción, apelación a la nostalgia) puedan hacer pensar que estamos ante un producto conservador, lo cierto es que tanto en la forma como en el fondo encontramos cierta innovación y progresismo.

Esa voluntad de avance no sólo se observa en detalles como la experimentación con formatos (por ejemplo, la sobreimpresión de texto en la pantalla) o la continua ironía crítica y autoconsciente (Velázquez se queja de que están restaurando mal sus cuadros: “Los están iluminando demasiado”, dice, “parecen una serie española”); sino, sobre todo, en la trama secundaria que recorre toda la primera temporada y que espero que abra, en el futuro, la ficción a un giro contestatario y rebelde. Me refiero a la que conduce el personaje más interesante de la serie, Lola Mendieta, que en el pasado fue agente del Ministerio y que ahora es autónoma o free-lance (es decir: lanza libre, mercenaria, caballero andante). En ella encontramos ecos de la figura del anarquista, del terrorista, del que ve más allá de la versión oficial y lucha por esa alternativa. Desde la perspectiva del Ministerio es un peligro. En términos clásicos sería la antagonista, el villano. Pero en realidad parece alguien que, simplemente, cree que la historia debe ser cambiada. Y las puertas permiten ese cambio. Y el Ministerio, que supuestamente defiende una historia inalterable, no duda en cambiarla para su propia conveniencia y preservación. Los tres protagonistas, con un pasado trágico, marcados a fuego por el duelo, se van a plantear sin duda si el camino de Lola no es realmente el correcto. Yo ya tengo claro que sí lo es. Unos personajes que, en vez de conservar la historia desde una institución estatal, traten de corregirla como célula independiente, no sólo pueden tener más potencia narrativa, sino —sobre todo— ser políticamente más desafiantes. Las semillas están plantadas en esta excelente primera temporada. Esperemos los frutos. Y sus sorpresas. [Este texto fue publicado en Cultura/s de La Vanguardia]