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Conspiracionismo y Terrorismo de Estado; por Rubén Monasterios

Conspiracionismo y Terrorismo de Estado; por Rubén Monasterios 640

Las teorías conspiracionistas prosperan porque el misterio es fascinante. Conocer de tramas ocultas destinadas a controlar al mundo, los complots, las maquinaciones de sectas misteriosas, los convenios secretos entre potencias, expuestos como hechos verídicos, despiertan en la gente emociones intensas, y es más bien raro el escéptico ante ese tipo de información. De modo que sin mayor reflexión, la creencia se ancla en la mente de los individuos y opera como un inductor de comportamientos.

En más de una ocasión han resultado desastrosas. Aunque también algunas resultaron productivas, reportándoles fama y fortuna a los ocupados en cultivar confabulaciones. Quizá la de mayor extensión en la cultura popular del planeta sea la concerniente a los extraterrestres y sus ovnis, cuyo arranque se fija hacia la década de los cuarenta del pasado siglo. Es esta, precisamente, una de las “productivas”.

Existen teorías conspiracionistas de las más diversas facturas. Han dado lugar a ellas Jesucristo, la Iglesia Católica, el asesinato de Kennedy, los judíos, los Caballeros Templarios, Gorbachov (fue un agente de la CIA con la misión, cumplida, de destruir a la URSS), los mayas, el clima, e infinidad de personajes y asuntos más.

Y siguen rodando. De hecho, cualquier acontecimiento importante para el colectivo puede ser su fuente. Venezuela es una mina de teorías de tal naturaleza dada la sistemática ocultación oficialista. La reserva del poder en unos casos, y en otros la desconfianza en la información originada por él, debida a experiencias previas de falsedad de la fuente, son campos de cultivos de las teorías conspiracionistas.

Entre las de actualidad en nuestro país, cobran relieve las especulaciones a partir de los ataques a instalaciones policiales mediante armas que sólo están a disposición de las fuerzas armadas, el accidente del Sukhoi en la frontera con Colombia, el traslado de alias Timochenko a la Habana en un avión venezolano… ¿Qué hay detrás de esos acontecimientos? Una teoría conspirativa de reciente data nos hace saber que la crisis en la frontera colombo-venezolana es un acuerdo secreto de ambos gobiernos, destinado a darle una ayudadita al nuevo mejor amigo, en su desesperado propósito de crear ansiedad y confusión en la colectividad con miras a las elecciones por venir. ¿Lo será realmente?

Es notable en la Historia de la Infamia la de Los Protocolos de los Sabios de Sion, la difamación antisemita más relevante, persistente y ampliamente distribuida de la época contemporánea. Se trata de un libelo publicado por primera vez en 1902 en Rusia, cuyo objetivo original fue justificar los pogromos contra los judíos. Consiste en una supuesta transcripción de las actas de reuniones de los “sabios de Sion”, en la que estos personajes detallan los planes de un complot, cuyo fin último sería dominar al mundo, a partir de penetrar la masonería y las organizaciones comunistas. Hitler creyó fielmente en ellos, los hizo lectura obligatoria en las escuelas alemanas. No los han puesto en tela de juicio los dictadores del Medio Oriente ni sus aliados de otros países; el multimillonario pro nazi Henry Ford no sólo los difundió por todo el mundo, además escribió un libro respaldándolos y ampliándolos.

Todavía en el presente circulan y se valen de ellos los empeñados en inculcar el odio a los judíos. Hamás justifica sus actos de terrorismo contra civiles israelitas a partir de Los Protocolos. En abril de 2011 la conductora de un programa en la emisora estatal Radio Nacional de Venezuela hizo referencia ellos, admitiendo sin reservas su veracidad, con el fin de darle soporte a su comentario sobre el control de la economía nacional por parte de los judíos. Su ignominia ─aunque pálida ante la exhibida por una jueza de repulsiva figuración reciente─, conduce a pensar con mucha perversidad en la comunicadora. De no haber sido ésta su intención, entonces inspira lástima por su ignorancia. En efecto, en 1921 el periodista británico del diario Times de Londres, Philip Graves, demostró su falsedad.

La historia de cómo llegó Davis a ese descubrimiento parece otra teoría de conspiración. Estaba el periodista en Estambul: una megalópolis ya de por sí propicia para la intriga. Por casualidad se cruza con un misterioso ruso que encubre su identidad con el pseudónimo de Mr. X. Sin mediar ninguna razón, este desconocido le da una copia muy manoseada de un libro en francés titulado Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu o la política de Maquiavelo en el siglo XIX, y desaparece sin dejar rastro. El libro es una sátira contra Napoleón III escrita en 1849 por Maurice Joly. Este texto le da a Davis la pista de su investigación. Meses después publica en su periódico una serie de artículos en los que revela que Los Protocolos son sólo un torpe fraude escrito por un plagiario del libro de Joly. Otras investigaciones respaldan el hallazgo.

Teoría de conspiración y conspiración real tienen coincidencias, pero son cosas diferentes. La principal y más obvia es que la primera es un producto de la imaginación de alguien, una elaboración fantasiosa. La conspiración, en cambio, es un proyecto secreto auténtico, no siempre destinado a “controlar al mundo”, aunque sí invariablemente pensado en función de la lucha por el poder en un ámbito social animado por un propósito inconfesable.

Ejemplos clásicos de conjuras reales fueron la culminadas en el asesinato de Julio César en 44 aC, y de Calígula por su Guardia Pretoriana en el 41. En la modernidad, es una conspiración sustantiva la tramada por el islamismo fundamentalista contra la democracia occidental. Un proceso en pleno desarrollo. Como suele suceder con las conspiraciones reales, ésta involucra componentes de los que nadie puede decir con certidumbre si son verdad o mentira. ¿Será cierto que entre los miles de refugiados del Medio Oriente vienen infiltrados decenas de terroristas de EI?

Entre los puntos de contacto de la teoría de conspiración y la conspiración real, figuran los objetivos y, precisamente, su vinculación al terrorismo. La teoría de conspiración, al ser una versión alternativa de la explicación oficial de un acontecimiento, pretende crear asombro, desconcierto, miedo. Busca intrigar e inducir dudas respecto a la honestidad de una entidad con poder y, en tal sentido, debilitarlo, sin llegar a resolverse en acción de naturaleza terrorista. Por su parte, todo acto de terrorismo nace de una conspiración real que sí llega a la acción sustantiva con idéntico propósito, por cuanto ─contrariamente a la creencia más generalizada─ sus metas no son tanto destruir propiedades o asesinar gente, sino las antes señaladas.

Carece de sentido un falso terrorismo, vale decir, teorías de conspiración anticipando acciones criminales que no llegan a realizarse. El terrorismo es una conspiración que necesariamente debe resolverse en actos violentos notorios. Siendo tan sólo una amenaza, a la larga se vuelve cómico. Así ha ocurrido en Venezuela con el asunto de los magnicidios. Perdimos la cuenta de las conjuras magnicidas denunciadas y jamás comprobadas por el Comandante Supersónico y su sucesor.

Otro punto, un tanto más complicado, revelador del entretejido de estos fenómenos, es el hecho de que una falsa conspiración puede ser tramada a propósito de justificar conspiraciones reales que conducen a actos terroristas. La falsa conspiración atribuida a los judíos en el libelo difamatorio, en realidad fue la estrategia de una conspiración verdadera contra ese pueblo, tramada por la Okhrana, policía política zarista, con el fin de justificar atropellos físicos y morales, expropiaciones, matanzas y demás acciones de terrorismo de Estado, esto es, de aquel emprendido por un gobierno contra el pueblo o un sector del mismo.

Un caso semejante de teoría conspirativa falsa que soporta una conspiración verdadera es el de los Caballeros Templarios. El poder económico y político alcanzado por esta orden religiosa hacia el s. XIII preocupaba al papa Clemente V, no fuera a ocurrírseles hacerse con la silla de San Pedro. Tan angustiado como el pontífice estaba Felipe V de Francia, quien les debía hasta el nombre de pila. Estos dos personajes et alii, forjaron una teoría de conspiración sobre los Templarios. Rumores difamatorios decían de su ambición por controlar la economía y el poder político mundial (¡lo que casi era un hecho!), sacrificios de niños en rituales satánicos, prácticas homosexuales, sacrilegios con la cruz y otras herejías, inevitablemente llamaron la atención de la Santa Inquisición, con los resultados de centenares de caballeros torturados y quemados en la hoguera, la disolución de la orden en 1312, y la repartición de sus riquezas entre el Papa y el Rey.

Otro aspecto en común es que tanto los actos de terrorismo a partir de conspiraciones verídicas, como las falaces teorías de conspiración, cuentan con tres componentes básicos: los conjurados, sus agentes ejecutores y la víctima.

Identifiquemos esos roles en el statu quo actual del país. Un caso idóneo, por cuanto la obsesión conspirativista del régimen chavista es proverbial. Además de la antes citada, otro de sus motivos recurrentes es la teoría de conspiración de la guerra económica.

En el contexto señalado, los conjurados son un conciliábulo de poderosos capitalistas vendepatria y sus aliados, orientados y financiados por el Imperio, naturalmente. Los agentes, aquellos que nos rebelamos ante la opresión y protestamos por las atrocidades del gobierno. ¡Hasta los damnificados han sido señalados como agentes de la conspiración contra el poder! En efecto, algún desalmado los calificó de “enemigos de la revolución” por sus airados reclamos a causa de las miserables condiciones de vida en las que los mantiene la indiferencia oficial. La víctima de las pretendidas confabulaciones es, obviamente, el gobierno, al cual se pretende desestabilizar y derrocar.

No obstante, al igual que las antes reseñadas, las proclamadas por el chavismo en contra suya son falsas conspiraciones, siendo la conspiración verídica la tramada por el gobierno para justificar su violencia contra sus opositores, y como forma de resquebrajar ─¡a carajazo limpio!─ la plataforma de seguridad psicológica de las ciudadanía, con el artero propósito de ablandarla y facilitar su manipulación. El conspiracionismo del gobierno, reiterado ad nauseam, es una táctica de poder a la que se suman, en función del ejercicio de su autocracia, la lenidad de las autoridades ante la desaforada delincuencia, el hambre y demás precariedades, las amenazas constantes, la inseguridad jurídica y social y la incertidumbre del futuro. Ese conjunto de tácticas las administra en el contexto de una solapada estrategia de terrorismo de Estado, característica de todo régimen totalitario.

En realidad, el auténtico conspirador y único terrorista entre nosotros es el gobierno. Sus agentes, las fuerzas represivas subordinadas a él y todos aquellos que por ingenuidad o inmoralidad le hacen el juego, y la víctima de su conspiracionismo es el pueblo de este infortunado país puesto bajo sus botas.