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Cómo destruí la casa, por Lucas García

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Fue culpa de mi esposa. Y sí, es un truco, cada vez que pongo la torta y otro me pregunta, digo que fue culpa de mi esposa.

Pero primero aclaremos unos puntos básicos:

No soy bueno con las herramientas. Póngame un taladro en las manos y salgan corriendo. ¿Saben el del mono con la ametralladora? Yo soy el mono.

No entiendo de eso que los españoles llaman bricolaje. Para mí una tubería del agua es más complicada que la teoría del bosón de Higgs.

Mi esposa, por el contrario, es el hombre de la casa cuando se trata de esos menesteres. Le encanta pasearse por los pasillos de EPA. Una vez me pidió que le regalara una caladora como regalo de aniversario. Tú la ves discutiendo con el tipo que mezcla las pinturas en la ferretería y Miguel Ángel con la Sixtina no tiene vida.

Pero, ay, mi orgullo es mi caída. Tres cosas se suceden simultáneamente para desencadenar el drama. A mi esposa le da un catarro, hay que colgar un chinchorro y hay una fuga en el tubo del lavamanos.

Mi esposa me dice que llamemos al Sr. Manuel, un hombre que le hace arreglos a mi mamá desde años.  Mi esposa insiste en que ni de vaina lo haga yo, que tengo como cuatro manos izquierdas. Y yo dejaría pasar esa puya pero no me preguntes que pasa ese día, que cuadratura astral o desequilibrio químico del cerebro me acontece. Aquí hay un hombre, me digo, y después pronuncio una de las frases mas desgraciadas en la historia de los pueblos:

-Tranquila, que yo arreglo eso.

Cosa que tres horas más tarde sale completamente al revés.

En casa no hay ni caja de herramientas, guardamos el taladro y unos destornilladores en una bolsa. Compro ramplugs de concreto para una pared de ladrillo, mechas que no cuadran y tres tipos de superpega.

-¿Y para qué necesitas la superpega? —me pregunta mi señora.

Casi se ahoga de la risa cuando le digo que es para lo del lavamanos. Luego recupera la sindéresis para suplicarme que por favor llame al Sr. Manuel.

Yo me mantengo en mis trece. Mi seguridad tambalea cuando a medida que hago los huecos para las alcayatas veo caer secciones de pared y aquello va asemejándose a un muro después de unos fusilamientos. Luego surge una catarata tras darle con la llave al lavamanos.

-El Sr. Manuel, mi vida, por el amor de Dios —suplica mi esposa.

Cuando en el baño el nivel del agua llega hasta los tobillos y la alcayata de mis entrañas no aguanta la primera jalada y se viene con media pared, le digo a mi esposa que voy a comprar un alicate y llamo desde el estacionamiento.

-¿Qué ha pasado, Lucas? —me dice el Sr. Manuel.

-Fue culpa de mi esposa —balbuceo.