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Cinco auyamas; por Ángel Alayón

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En el suéter hay un agujero. Ahí, donde debería haber tela suficiente para proteger el cuerpo, solo queda la piel. El adolescente está de espaldas. Su rostro no puede ser mostrado según los preceptos de una ley que lo resguarda del escarnio público.

El mismo día que El Universal informa que han detenido a un adolescente por robar cinco auyamas para que su familia pudiera comer, el Gobierno lanza un nuevo eslogan: “Venezuela indestructible”.

La foto que testimonia la detención es marcial. Dos efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana se paran firmes a cada flanco del indiciado y de las auyamas, que no están maduras del todo, pequeñas, inocentes. Los dos fusiles, en cambio, lucen imponentes ante la debilidad del incriminado.

No es una imagen, es un mensaje. Es la mano dura contra el hambre.

La mala praxis económica, la corrupción y el encono del Gobierno contra el sector privado obligan cada vez a más venezolanos a primitivizarse, a dedicar sus esfuerzos y su tiempo a satisfacer los instintos más básicos. Alimentarse, por ejemplo. Incluso en contra del bienestar de los demás. Es la definición del estado de necesidad.

Capturar a un joven que roba auyamas y exhibirlo como un trofeo no habla sobre la seguridad de un país ni de la eficacia de un cuerpo del orden público. La detención de ese joven nos advierte sobre el acelerado descenso a un estado de las cosas donde el método de supervivencia de una sociedad empobrecida será la violencia.

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