Esto no es aquí

Casa de pisar duro, por Alberto Sáez

Por Alberto Sáez | 31 de octubre, 2013

“cómo se ensancha la memoria
cuando vuelve al lugar de los inicios”.
Gina Saraceni.

La memoria es una casa que nunca dejamos de habitar, a la que siempre volvemos, observando con detalle lo que en ella hay. Casa de pisar duro (2011), poemario de la escritora Gina Saraceni, nos invita a contemplar esa casa por dentro, a través de la palabra precisa, la palabra que emociona, que reencuentra y hace entender que para poder hablar de ella —la casa— “el único lenguaje es la pasión”.

Y la pasión como un pulso que recorre el tiempo, que dice y oculta a la vez para poder hablar sobre las casas que mueren, las islas que respiran, los cuerpos que huyen a los confines más lejanos donde es posible “un único mismo corazón” y de las ciudades que, al ser azotadas por monstruos selváticos, se convierten en una “bestia que desordena las fibras de la noche”. Un poemario compuesto por tres partes: “Casalba”, “Cuerpo a cuerpo” y “Extravío en Manhattan”. Cada uno es una forma de habitar la casa, de convivir con ella, de hacerla memoria.

“Casalba” es la casa que siempre recordaremos, la de la infancia, la que deja huella, la que se llena de silencio, donde lo tangible se transforma en afecto y el afecto en tiempo transcurrido. La que “muere con el verano en la garganta”, la casa donde alguien fue feliz “aferrado al canto de los grillos”. Pero también están las ciudades invisibles que habitan en nosotros, las que consideramos propias, las que nunca hemos visto y las que sabemos nunca veremos.

En “Cuerpo a cuerpo” es el cuerpo quien recuerda y habla, quien nos muestra que la memoria no es sólo cosa de la emoción, sino que también él captura imágenes, como si de una cámara se tratara; es el cuerpo como experiencia poética, expuesto a la intemperie, “el cuerpo que llevamos a cuestas del amor”.

Y finalmente “Extravío en Manhattan”, un cierre al que Roberto Martínez Bachrich denomina una “extraordinaria épica amorosa” donde King Kong y Ann Darrow recorren New York entre el caos y el amor. Podría decirse que esta última parte puede ser la más pasional de todas las que conforman el poemario, la que más se enfrenta a la belleza, desde la agitación y la exaltación de los cuerpos que de techo en techo conquistan las alturas.

Cada verso de este poemario guarda una fuerza ilimitada que se aviva con su relectura, versos que al pasar los años seguirán incólumes en los lectores recordándonos que “lo vivo no es para este mundo” y por ende se debe habitar en el recuerdo.

Alberto Sáez 

Comentarios (1)

Luis Odon
1 de noviembre, 2013

El poemario penetra al inconciente y lo mueve, algo brota.

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