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Carlos Velázquez o el karma de vivir; por Miguel Chillida

Fotografía Editorial Sextopiso

Fotografía Editorial Sextopiso

Carlos Velázquez, nacido en 1978 en Torreón, México, se ha vuelto, en los últimos años, una revelación de la narrativa mexicana. Su obra -al menos los dos libros que he leído hasta el momento: La marrana negra de la literatura rosa, cuentos publicados en 2010, y el libro de crónicas El karma de vivir al norte, publicado en 2012- es una inmersión en los rincones oscuros de la vida cotidiana, que no pierde el sentido del humor para lidiar con la melancolía y el absurdo. Además, Velázquez transmite una realidad enrarecida, a través de una temática y un lenguaje profundamente anclados en la vida mundana, la cual parece transcurrir como en un sueño, colectivo y personal, mezclando fantasías y delirios con hechos, hasta que todos empiezan a confundirse y resulta difícil decir dónde comienzan unos y acaban otros, así como la frontera que separa la ficción de la vida real. En otras palabras, este narrador mexicano contiene en palabras su acercamiento a una realidad ficcionalizada.

“La frontera viajaba. Se desplazaba. La aduana había dejado de ser la franja ubicada junto al Río Bravo. Se recorrió. El Sueño Americano mutó en Sueño Mexicano, mejor dicho: en el Sueño Norteño. Nos volvimos indocumentados. La frontera era una vampira psíquica. Se alimentaba de la mente. Era la nueva virgen: Guadalupuente, el proyecto de identidad para aquellos que no poseían identidad”. Líneas hechas video por Gerardo Naranjo en su película “Miss bala”.

Quizás por eso mismo, Velázquez está interesado en dar cuenta de la identidad que constituyen, casi por accidente, los seres y las cosas del pedazo de tierra que habita en un tiempo dado, sin heroísmos, a lo cual ha llamado “la condición pos norteña”. Por supuesto, esta elección parece alejarnos de la noción de obra en autores como Camus, o Sartre, según la cual una obra debe ser universal. Velázquez, por el contrario, se conforma más humildemente con lo que lo rodea, y escribe para pensar y lidiar con su karma regional. Sin embargo, hay rasgos comunes con otras latitudes. Uno de los más obvios, quizás sean las incontables referencias musicales que se cuelan en sus textos. En ese sentido, Velázquez también está dando cuenta de un mundo globalizado, en el que leyendo una línea suya, donde aparece un fragmento del clásico de The Clash “Shoud I stay or should I go” (que, por cierto, también es hilo conductor, existencial, de la serie “Stranger things”), para hablar consigo sobre su más íntima relación con lo que lo rodea, lo mismo podría alegrarse un inglés que un venezolano o un mexicano. La música, como se piensa, incluyendo al escritor Álvaro Mutis, podría ser aquí en su obra considerada como un lenguaje universal.

El texto introductorio a El karma vivir al norte se titula “I ain´t work on Maggie´s farm no more”, donde Velázquez retoma unos versos de la canción de Bob Dylan “Maggie´s farm”, la cual apareció en 1965, pero fue reinterpretada en el año 2000 por el grupo Rage Against The Machine como una metáfora del experimento neoliberal de Margaret Thatcher. Asimismo, este nombre de irónico cariño a la exmandataria del Reino Unido ha sido adoptado por bandas del hardcore punk (género que, señala Florent Mazzoleni en su libro Nirvana et le grunge américain, surge en E.E.U.U contra Ronald Reagan), como la emblemática banda escocesa The Exploited en su tema “Let´s star a war -said Maggie´s one day”, refiriéndose a la guerra por la Islas Malvinas. En México, esta metáfora orweliana de la granja ha sido retomada por el grupo de corridos Los Tigres del Norte, en el tema precisamente titulado “La granja”, en el cual relatan la historia contemporánea de México y “La emergencia del narco” que, como dice Carlos Monsiváis, “no es ni la causa ni la consecuencia de la pérdida de valores: es, hasta hoy, el episodio más grave de criminalidad neoliberal”.

Es en el paroxismo de esta historia de violencia que escribe Velázquez. Contra la locura sobrenatural que se apodera de las calles de Torreón y de su propia vida. Para dejar testimonio, como un ciudadano valiente, nada heroico. Pariente del cubano Pedro Juan Gutiérrez. Intentando explicar esa fuerza irracional que parece tomar el control de la ciudad, el país y sus vidas. “William Burroughs sostenía que el mal se encontraba en este continente antes de la llegada de los colonizadores, ingleses o españoles. En base a esta teoría denomina un espacio geográfico como la Interzona. Un territorio en el que lo maligno no estaba supeditado exclusivamente a la conducta humana, sino que era inherente a la tierra. Sus coordenadas abarcaban desde la Ciudad de México hasta Panamá. Pasajes de su obra se desarrollan dentro de esta geografía”. Escribe Velázquez, buscando indicios, pistas, huellas, rastros que lo ayuden a resolver el irresoluble crimen colectivo, por el cual Torreón paga, según él, El karma de vivir al norte. Algunos, sobre todo excéntricos a ese círculo violento de América Latina, podrían pensar que se trata de un argumento determinista, semejante a los del naturalista Georges Louis Lecrec, o ciertos grabados medievales de André Thevet. Pero quizás se trata más bien de una intuición desesperada ante el hecho de vivir en un territorio de violencia constante, siempre al borde de la paranoia.

Sin embargo, Velázquez lucha también contra esos estados adversos de consciencia, tomando como punto de partida la misma realidad y sus intrahistorias, intentando objetivarla(s). Por ejemplo, en un pasaje de este libro de crónicas -de las cuales, por cierto, parten sus ficciones-, Velázquez nos relata que un día estaba montado en un taxi con su hija -su gran cable a tierra-, y un pequeño perro se monta y deciden llevarlo a casa. Era la primera mascota que tenía, dice el narrador, y junto a su hija deciden ponerle el nombre de Mr. Jones, en homenaje a Amy Winehouse -de quien su hija “era fan irredenta”. Todas “las viejas brujas de la cuadra se comenzaron a molestar con su presencia”. Luego Mr. Jones desapareció misteriosamente, por lo cual el narrador sospechó de ellas. Sin embargo, el perro consiguió volver a la casa, ganándose la admiración del narrador. “Pero sólo nos duró un día. Algún vecino hijo de puta le echó el auto encima y lo atropelló. No supimos quién lo hizo. Tuvimos que sacrificarlo. Me la pasé deprimido un tiempo. Pinche gente. Por eso la situación estaba de la chingada. La dieta básica del norte era la violencia. Contra el que se dejara, contra nosotros mismos, contra los animales. Luego que por qué éramos la ciudad del mal karma”.

Pero también, en un caso contrario, luchando contra la predisposición al entorno, contra el estado paranoico –“el sexto sentido que habíamos desarrollado los que vivíamos en Torreón”-, nos relata una noche en que se sube a un taxi para “caerle a una morra” en cuya casa iba a bañarse, y en el camino el taxista permanece en silencio -estos eran los principales distribuidores de los carteles-, por lo cual el narrador empieza a hacerse una mente, es decir, a imaginar a partir de esos fragmentos de realidad toda una realidad subterránea, basada en historias conocidas y presuposiciones paranoicas. Finalmente, el taxista se detiene para recoger a otra persona, y en seguida se baja del vehículo. Pensando que lo iban a matar, el narrador se queda aguardado la muerte en el taxi, pero unos minutos más tarde el taxista vuelve con una bolsa de plástico llena frituras que se había detenido a venderle al otro supuesto pasajero, quien lo esperaba a la orilla de la carretera. A partir de ese momento, es el narrador quien guarda silencio, avergonzado de sospechar del taxista.

Este pasaje podría fácilmente hablar de una realidad común, en la que uno, como venezolano, por ejemplo, podría sentirse identificado. A pesar de esta afinidad contextual, interregional, no creo que se trate de ese difícil concepto de obra universal.

Otro de estos puntos en común, podría ser el del acercamiento -o, mejor dicho, alejamiento- de la realidad a través de las redes sociales, donde los habitantes de Torreón llevaban registros minuciosos de la violencia acaecida – ¿dónde? -. Podría pensarse en los impactos de lo que Jean Baudrillard ha llamado el éxtasis de la comunicación, es decir, la relación imaginaria, distorsionada, con los hechos reales, que el usuario de estas redes, o de la televisión, o cualquier otra tecnología que mediatice la realidad, establece con esta. ¿Cuál es el tejido discursivo que los habitantes de una región violenta establecen con los hechos y espacios físicos de su ciudad a través de Internet? ¿Cómo se configuran, y en qué espacio, estas nuevas interacciones, y cuáles son sus efectos psíquicos y sociales?

“La realidad era una serie de televisión. Que giraba alrededor del narco. Alguien encendía la ciudad a control remoto. Se producía un tiroteo, una persecución, la pelotera. La pesada urbe se detenía”.

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