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Carlos Pacheco, una semblanza afectiva; por Héctor Torres

Carlos Pacheco, una semblanza afectiva; por Héctor Torres 640

La mañana del pasado sábado 28 de marzo se nos oscureció de golpe al enterarnos, apenas asomarnos a facebook, de la desaparición física de una persona muy querida en los ambientes académicos y literarios del país.

Carlos Pacheco (nacido en Caracas, en 1948) no sólo fue conocido por su compromiso y su pasión por la formación académica y por la difusión y el estudio de nuestra literatura, sino por, y especialmente, su extraordinaria calidad humana.

Además de crítico e investigador, Pacheco dedicó sus energías a la docencia en la Universidad Simón Bolívar, institución que le confirió el título de Profesor Emérito el año pasado, y en la que ejerció diversos cargos, tales como Coordinador del Postgrado en Literatura, decano de Estudios Generales y de Estudios de Postgrado, y editor de Equinoccio, sello editorial en cuyo relanzamiento puso todo su empeño.

Pacheco se licenció en Letras en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá en 1973. Luego obtendría el Magíster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Liverpool (1979). Una amable noche de abril de 2011, durante una reunión del jurado del Premio de Cuento de la Policlínica Metropolitana, en casa de ese excelente anfitrión que es Samir Kabbabe, Pacheco confesó que su sueño de niño era ser psicólogo. Y era tan vívido ese sueño, que en la puerta de su cuarto colocó el siguiente rótulo:

Dr. Carlos Pacheco

En 1989 obtendría el doctorado (PhD) en el King´s College de la Universidad de Londres, pero ya no tendría el mismo cuarto ni los mismos inocentes afanes.

La noche del pasado viernes 27, Pacheco asistió al concierto que la pianista venezolana Gabriela Montero ofrecería en Bogotá, donde residía, en compañía de Luz Marina Rivas, su esposa y cómplice de visión de vida. Al día siguiente, la pianista colocaría esta nota en su página de facebook:

“Anoche en el Teatro Colon, cuando estaba por empezar mi recital en Bogotá, un hombre a quien nunca conocí pero que obviamente fue muy querido a juzgar por su página en FB, murió de un infarto. No salgo de mi impresión y tristeza”.

Pacheco fue autor de los títulos: Narrativa de la dictadura y crítica literaria (1986), La comarca oral (1992) y La patria y el parricidio (2001). Fue, además, compilador y coautor, junto a Luis Barrera Linares, de la antología Del cuento y sus alrededores (1993 y 1997); de Nación y literatura, junto a Luis Barrera Linares y Beatriz González S. (2006); de La vasta brevedad, con Antonio López Ortega y Miguel Gómez (2009) y de la Propuesta para un canon del cuento venezolano del siglo XX, junto a Luis Barrera Linares y Carlos Sandoval (2014).

Excepto el último año, que se fue a Bogotá a dar clases en una universidad de esa ciudad, Carlos Pacheco vivió entre nosotros estos quince años que hemos padecido y sido testigos del envilecimiento y degradación de tanta gente, conocida o no, famosa o no, a favor o no. Durante estos quince años, en los que hemos pasado desde el insulto al desabastecimiento, de la confrontación a la violencia criminal, Pacheco vivió no sólo produciendo conocimientos, libros y material teórico, sino además, y por sobre todas las cosas, belleza, respeto al otro, generosidad y eso inasible y amable que, a falta de otro nombre, se conoce como “don de gente”.

Su útil y digna vida nos demuestra que, al margen del período histórico que nos toque vivir, y al margen de las condiciones en que se viva ese período, el camino que uno escoge es una decisión personal. Que la vida que se desea para sí tiene un alto componente de voluntad. Pero de una voluntad acompañada de acciones diarias que construyan esa vida. Acciones cotidianas y convencidas. Que se puede, aún en condiciones adversas, trazar una biografía impecable. Que uno es el período histórico en el que está enmarcado nuestro paso por la tierra y otra muy distinta es lo que hacemos con nuestra vida, vivamos en la época que nos toque vivir. Que cada quien puede encontrar, si así lo decide, su rincón para elaborar desde allí una vida amable y de bienestar por el prójimo.

Si así lo decide.

Carlos Pacheco así lo decidió. Su vida fue un ejemplo y una esperanza para los que creemos en esa digna y poderosa forma de la resistencia ante la barbarie llamada belleza.

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