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Caldera: ¿una pulsión expiatoria?, por Juan Cristóbal Castro

En Venezuela se ha impuesto un difuso mazacote de antigüedad bolivariana y utopía socialista,
de mausoleos y cohetes, de homenajes a Zamora y al comandante eterno.
Insisten en negarnos la plenitud y complejidad de nuestra verdadera historia,
hasta embrollar y empastelar la noción de un ayer, de un hoy y de un mañana
Federico Vegas, “Un vínculo entre el pasado y el futuro”

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Quien haya leído algunas de las obras de Federico Vegas puede notar cierta nobleza en su manera de construir sus personajes. No los recarga con juicios de valor, y los deja ser sin tomar posición, algo importante de todo buen novelista. De igual modo sucede en sus intervenciones públicas. Al referirse a “personajes” del gobierno, tiende a ser respetuoso en su crítica; cuida que no se le escape algún gesto de “mala leche” y poda su estilo sin dejar de ser crítico.

Ahora bien, en estos días leí “Chiripas kafkianas” y me sorprendí en un punto del texto, por su carga figural, expresiva. Si no es porque la situación política en la que veo como nunca antes ala MUD en serios problemas de legitimidad, sobre todo en un momento que es muy importante la unidad, hubiese dejado pasar la sorpresa que me generó. A fin de cuenta, no siempre concordamos con la gente que leemos y los autores también tienen sus licencias y desvíos. Pero he decidido intervenir, desde el extranjero y con conciencia de mis limitaciones, porque me parece que revela un síntoma muy triste en una situación tan grave como la que estamos viviendo.

Sin dejar de estar de acuerdo en algunos puntos del texto, incluso en la crítica apresurada de cierto gesto populista de Caldera II, me detengo en el pasaje sobre el expresidente para ir al “grano”. Después de hacernos una lectura, digamos que sociológica y cultural de la simbología del “chiripero” que resulta muy convincente, de nuevo se detiene para hablar de él en los siguientes términos:

“… fue el patriarca de esta simbología, de este insólito y confuso arquetipo. Si bien no inventó las condiciones para su creación, sí la bendijo y la utilizó sin pudor. Su ansiedad de poder lo convirtió en el devorador de sus propios hijos políticos y en el enterrador de su partido. Su capacidad de filicidio es casi mitológica. El le dio la extremaunción a la democracia tal como la había concebido, como un sumo sacerdote que no quería morir solo”.

Cualquier experto en una análisis textual sabe que aquí el tono cambia, la carga de los adjetivos cobra otro brillo. El análisis pierde foco, porque la lectura social y cultural degenera en la responsabilidad de un único actor: el desgraciado Caldera quien bendijo el populismo del chiripero, devoró a sus hijos (el síndrome de Cronos), y acabó con la democracia para permanecer inmortal. Quien tenga una mínima intuición histórica y recuerdo del pasado, sabe que esa causalidad no fue así, además de entender que los hechos incluyeron muchos actores y responsabilidades. A mi modo de ver, este pasaje tan cargado podría entenderse en términos psicoanalistas como una especie de “pulsión” que podría decirnos cosas del autor que no sabemos y que podría deslucir lo que viene trabajando antes, porque si la reflexión que procura es la de mostrar nuestra crisis de ciudadanía, resulta poco convincente si el tema de la responsabilidad queda de un lado al adjudicársela sólo a un actor yhacerlo además con tanta “intensidad”. Pero que juzgue el lector. No soy quién para monopolizar la interpretación de un escrito; si no están de acuerdo en lo que digo, los invito a debatirlo.

Ahora bien, en lo personal creo que esta “pulsión” es muy reveladora de una tendencia de cierto grupo de opinión que ha querido erigir una matriz narrativa para explicar el chavismo, entre ellos casualmente Maduro. En este sentido, Federico habla dando voz a un grupo de gente que piensa en esos términos. Y me parece triste; si vemos con cuidado, nos daremos cuenta que es una visión bien pobre del pasado por su personalismo, porque al final pareciera estar diciendo que el populismo chavista empezó con Caldera, y seguramente detrás de eso, presumo (y espero equivocarme), está también la idea de que tuvimos a Chávez porque lo perdonó Caldera. ¿Es eso una visión de gran “complejidad” para entender la “compleja” realidad que vivimos? Pero para no especular y ser más fiel al texto y su crítica del populismo de Caldera II, tenemos el problema de que podemos decir cosas así, o parecidas, también de Carlos Andrés, de Lusinchi o de Luis Herrera. ¿O es que no fueron populistas? Si queremos armar genealogías personalistas para explicar el presente, nadie queda ileso: Carlos Andrés y el Sierra Nevada o su Coronación con Fidel,Lusinchiy el “Jaime es como tú y Recadi, Luis Herrera el Toronto y el 4:30. ¿No nos suena familiar esta manera de ver el mal llamado “puntofijismo”?  Eso es lo que venimos oyendo estos quince años, si no nos hemos dado cuenta.

No quiero pensar en un presunto prejuicio de clase que dichas afirmaciones críticas sobre el “chiripero” denotan, viendo en Caldera al blanco académico que traicionó a los liberales modernizadores y elitescos. Tampoco quiero pensar, como una amigo me mostró, que ese mismo chiripero es el que no ha podido captar la oposición con un discurso que le llegue y que lo estimule para defender valores republicanos, quizá demasiados concentrados en “no” ser como Caldera, Betancourt y demás. Ese es un tema complicado y se los dejo a otros para explorar, porque rebasa lo que dice el texto. Mi interés tiene que ver, por el contrario, en pensar qué tan productivo es hablar así de uno de los protagonistas (con sus errores y defectos)de la única historia civil que tiene Venezuela en su haber. No quiero con esto eximirlo de muchas responsabilidades, lo único que quiero preguntarle a los que piensan como ese extracto de Federico (muchos de ellos seguramente con argumentos importantes) siesa lectura es justa y válida para entender nuestra situación.

Y es que por más que le dé vuelta en mi cabeza, y piense y repiense lo que dicen algunos sobre esa crítica que muestra el extracto de Vegas, no me termina de convencer esa lectura, y me perdonanporque sé que hay muchos dolientes de ese período con justas razones, incluso amigos míos. De hecho, voy más allá: no sólo no me convence esa interpretación, sino que me parece dañina por su simplismo victimario. Es increíble que a estas alturas siga operando en nuestra breve e intermitente relación con el ayer, y en la manera de entenderlo y reflexionarlo, el paternalismo lacrimógeno, el histerismo infantil, la proyección personalista.

René Girard hablaba cómo encultura se erige la figura del “chivo expiatorio”. Según este antropólogo, los hombre se la pasan deseando apropiarse de las cosas de los otros, y para evitar el posible conflicto que ello puede desatar buscan una figura sustitutiva que deben sacrificar para dirimir las diferencias entre los bandos. Me parece que la percepción que culpa al expresidente social cristiano, como lo ha hecho notar de forma muy lúcida Sandra Caula, busca precisamente no sólo conjurar la tensión entre varios actores (partidos, medios de comunicación, poderes económicos, intelectuales), sino eximirlos de la responsabilidad histórica que tuvieron. Así se ha querido ver a Caldera como el único responsable de que una gran mayoría de venezolanos, entre ellos medios de comunicación, sectores de la industria, de la banca y la construcción, figuras públicas como artistas, intelectuales (notables) y actores, votase por Chávez. Como si Caldera en sus noches de rezo del rosario, invocara a los arquetipos jungueanos para que de la noche a la mañana ese grupo que se sintió identificado con el “chiripero” lo siguiese y la explicación de lo que ahora acontece en Venezuela fuese producto de no haber dejado a los técnicos modernizadores de CAP hacer su tarea. Claro, siempre es bueno culpar un padre malévolo y en Venezuela más si es de derecha, proveniente de la academia y con un discurso pedagógico e institucional.

Insisto entonces en mi pregunta: ¿es de verdad productivopensar el poder en estos momentos sólo como acontecimiento biográfico y personalista, donde las ideas se reducen a la pura y simple ambición presidencial, sin actores, relaciones, vínculos, complicidades o críticas? Y ella me lleva a otra interrogante: ¿qué tanto nosotros mismos nos volvemos cómplices del actual personalismo, viendo todo desde esa mirada tan infantil y simple, tan histérica? Son preguntas que muchos de nosotros deberíamos hacernos en estos momentos tan grises.

Cuando leo ese gesto desproporcionado, y esa lectura de la historia, se me hace imposible no vincularlo con unas declaraciones  recientes de Paulina Gamus sobre Caldera que me impresionaron por el grado de simpleza e histerismo que promovió, como si estuviésemos otra vez en 1998 y no hubiésemos aprendido nada. Otro ejemplo reciente lo vemos en unas aseveraciones que se deprenden de las entrevistas del reconocido libro de Martha Rivero en las que muestran vínculos entre Caldera y Uslar Pietri para crear las condiciones del derrocamiento de CAP, cuando se sabe que apenas se trataban personalmente; de hecho, los lectores de ese libro ahora han ido armando un mapa donde toda la “catástrofe” venezolana se resume en la conspiración contra el proceso modernizador de CAP II. Detrás de eso veo a Maduro sonreír, porque ha logrado su cometido al inventar recientemente una lectura del pasado similar.

Aclaro que mi problema no es con Federico Vegas. Un escritor que respeto. Mi problema es con esa lectura que todavía domina en cierto sector “opositor”, de manera ahora muy disimulada por lo que estamos viviendo. Un sector que, a mi modo de ver, no quiere responsabilizarse de sus actuaciones: las mismas que nos llevaron al Caracazo, a la elección de Chávez, al 12 de abril.

Pero no quiero explorar en la llaga. Es bueno aceptar que los grandes hombres cometen también grandes equivocaciones, y en esto estoy de acuerdo con las críticas que se le han hecho al expresidente, e incluso me pareceimportante seguir pensando sobre ello desde el argumento y la reflexión desapasionada, entendiendo los contextos. Caldera no fueun santo. Pero algo que sí fue, y que valoro cuando lo comparo a Henrique, a María Corina o Leopoldo, es que fue un político de nación, es decir, escribió, pensó, actuó en función de una ideario nacional, reconociendo una tradición cívica y ofreciendo una lectura cultural, social e histórica de nuestra situación en su momento. Así lo hizo Betancourt, o el mismo Teodoro que nunca llegó a ser presidente; cito a los tres porque me parecen los “políticos” más importantes que ha tenido la segunda mitad del siglo XX, sin menospreciar por supuesto el contingente de figuras que tuvieron al lado, incluso en bandos opuestos: tampoco me interesa ser personalista en esto.

La historia es tramposa. En ocasiones pareciera ir en contra de nosotros.Eso le pasó a Caldera. Para entender lo que digo, propongo un simple ejercicio contra-fáctico. Imagínense que estamos otra vez en 1998. Estamos en un país que ha sorteado una crisis económica con el barril a nueve, que ha logrado superar un descontento que llevó al Caracazo y dos golpes de Estado (no necesariamente inducido sólo por los “notables” y los pre-chavistas como algunos quieren presentar), que ha podido seguir con los planes de descentralización y modernización de algunas instituciones del Estado, que ha podido emprender algunas medidas económicas producto de reuniones consensuadas con trabajadores y diversos sectores de la sociedad, entre ellos los empresarios. Imaginemos que de pronto nadie apoya o vota por Chávez, o que si lo hacen (esta es otra posibilidad)éste no hubiese podido cambiar la constitución del 61, y termina su período de cinco años. Mi pregunta es clara: ¿con el chorrerón de petróleo que vendría después, y teniendo las instituciones con cierto grado de autonomía y modernización, veríamos hoy en día a Caldera igual?

Claro, no sucedió y a “lo hecho, pecho”. Caldera, CAP, Betancourt,Lusinchi, Luis Herrera, a diferencia de Chávez o Maduro, fueron demócratas, y si olvidamos eso, confundiendo su ideario con algunos de sus entuertos, que fueron muchos, nada tenemos para seguir esta lucha. Sin pasado, no hay futuro; ahí están las reservas del cambio, los gérmenes potenciales para una transformación. Eso no quiere decir que debamos estar atados a ellos, y verlos como los únicos actores. ¿Es que Obama cuando cita a los héroes de la independencia norteamericana, algunos de ellos célebres defensores de la esclavitud, está aceptado seguir todas sus ideas políticas, entre ellas la misma esclavitud? No, está retomando un ideario que actualiza en su realidad. “La tradición no es sólo un depósito muerto: tiene la capacidad de ser retomada, es decir, reactualizada y reactivada”, asegura Myriam Revaultd’Allonnes en su libro sobre la naturaleza de la autoridad El poder de los comienzos.

Mientras escribo esto en Venezuela están siendo golpeados muchachos salvajemente y en la MUD los políticos están esperando que Machado, López y Capriles se decidan a trabajar en conjunto, lo que seguro sucederá (esperamos pronto). Cualquier cosa puede venir en estos momentos, y sin Unidad podemos perder todos como pasó con el carmonazo. Una fuente de unión es la construcción permanente de un pasado común, sentirnos que somos herederos de algo, que tenemos padres y madres y que no los hemos abandonados. Pregunto entonces: ¿lecturas como las que presenta ese pasaje Vegas sobre Caldera,  que podríamos hacer con Carlos Andrés, o Lusinchi, o con tantos líderes del pasado, nos ayudan a pensarnos como nación, a entender nuestros problemas y deficiencias?

Una de las célebres argumentaciones de Hanna Arendt cuando se le criticó su supuesta condescendencia con el nazismo en su libro Eichman en Jerusalem, fue que “explicar el pasado no es justificarlo”. De hecho, como buena intelectual, defendió el derecho a mirarlo de forma compleja, y ello la llevó a repartir la responsabilidad en muchas actores, entre ellos la misma comunidad judía, sin negar por eso la profunda responsabilidad de los nazis.

¿Llegaremos algún día a ese mínimo acuerdo para reconocer lo que se logró, y lo que no se pudo lograr, en los cuarenta años de poder civil en nuestra historia republicana? Los que permanecen anclados en el histerismo fácil, desde el dolor y el resentimiento, sólo les digo lo siguiente: recuerden que con su lecturas “complejas” se nos va hacer muy difícil conseguir las reservas morales para salir de este atolladero. ¿Eso es lo que quieren? Pues díganlo y punto.

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