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¡Bravo por Gabriela!; por Rubén Monasterios

¡Bravo por Gabriela!; por Rubén Monasterios 640

Knut Hamsun (1859-1952), escritor noruego.

La nota en facebook de Gabriela Montero sobre el encuentro de Gustavo Dudamel y Maduro en Jamaica (6 de septiembre), publicitado por el gobierno, no es el primer acorde de la pianista apelando a su conciencia dirigido a sus no menos famosos colegas músicos venezolanos, ni su única protesta por la nefasta gestión del chavismo; la preceden la conocida Carta, contundente, sin dejar por esa razón de expresar sentimientos de afecto y respeto hacia los destinatarios, y varias composiciones en las que la música se vuelve aullido de ansiedad y rabia. En cualquier caso, fue la nota la que me llevó a rescatar la siguiente reflexión.

La conmovedora novela de Knut Hamsun Un vagabundo toca con sordina llegó a mis manos, no sé cómo, en mis días adolescentes, y desde entonces me convertí en uno de sus más fervientes lectores; me enteraría después que el Premio Nobel 1920 admiraba a Hitler y de su actitud colaboracionista al ser su país invadido por el ejército alemán, cuando miles de noruegos, incluyendo a su rey, asumieron portar la banda con la Estrella de David con la que se pretendía escarnecer a los judíos, como protesta pasiva contra el vesánico despotismo. Pero en palabras de Hamsun, Hitler fue “Un guerrero… y un predicador del evangelio sobre el derecho de todas las naciones; un reformista del más alto rango”…

En el mismo lapso de hegemonía del nazismo, numerosos científicos, artistas y atletas alemanes de elevado talento se plegaron a Hitler; entre los deportistas, la esgrimista Helen Mayer fue la única judía que compitió por Alemania en las Olimpíadas de Berlín 1936; el Führer la aceptó a regañadientes como gesto simbólico para acallar la protesta internacional por su antisemitismo. La servidumbre de Mayer al genocida de su pueblo llegó al extremo de hacer el saludo nazi en el podio; porque triunfó, aunque no con el máximo galardón: obtuvo medalla de plata; máxima fue la mácula de sus lauros; tan inmensa que hasta el día de hoy la recordamos.

Músicos de la talla de Carl Orff, Richard Strauss y Wilhelm Furwängler, se plegaron al nazismo. Fue ambigua la posición política del último, para muchos musicólogos el más genial director orquestal de la época después de Toscanini; quiero decir, fue crítica al nazismo en privado y no del todo favorablemente explícita en público; por ejemplo, siempre rechazó hacer el saludo nazi; hay filmaciones en las que se le observa limpiándose la mano después de dársela a Goebbels e incluso se dice que salvó a colegas judíos de los campos de concentración. Aún así, durante el proceso de desnazificación, Furwängler tuvo que dar muchas explicaciones; es suyo un argumento del que todavía hoy se valen intelectuales glorificados para justificar su vasallaje a dictaduras corruptas violadoras de los Derechos Humanos: “Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible crisis; me sentía responsable por la música alemana, y que era mi misión el sobrevivir a esta crisis del modo que se pudiera. La música alemana… debía ser preservada… debía ser ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos… aun teniendo que vivir bajo el control de un régimen obsesionado con la guerra total”. El pueblo alemán “que vivió bajo el terror de Himmler, necesitaba más que nunca”… escuchar “a Beethoven y su mensaje de libertad y amor humano”. “No me pesa haberme quedado con ellos”.

Algunos talentosos y reiteradamente laureados venezolanos tendrán que recurrir a razonamientos semejantes una vez terminado nuestro infierno. Y tengo la esperanza de que tal acontecimiento ocurra a breve plazo; un pueblo no puede soportar la vida en condiciones caóticas por mucho tiempo; es imposible que un régimen conflictivo, descompuesto por la corrupción, falta de liderazgo e internacionalmente cuestionado por sus abusos y exabruptos permanezca. De modo que mitigue, Leopoldo, sus tribulaciones; no falta mucho para que usted sea sustantivamente libre, porque virtualmente, en el corazón de todo ser con una pizca de conciencia en este mundo, lo es.

El descubrimiento de la postura política de Hamsun me originó un sentimiento de tristeza y desazón, y una perturbación intelectual. Tanto como tratándose de algunos magníficos y justamente glorificados escritores y artistas venezolanos, no lograba explicarme cómo un creador de tan hermosa literatura, incisivo indagador de la poética del hambre y la pobreza, cantor de los vagabundos, precursor de Kafka en su vislumbramiento del papel de la locura en la dinámica de la existencia humana, había sido incapaz de reconocer la perversión escondida detrás de sus máscaras populistas del nazismo, del fascismo, de toda autocracia castrense, en fin; ni de anticipar lo que esa subordinación abyecta significaría en su imagen histórica.

La Historia, como suele suceder ─al menos entre los pueblos dotados de buena memoria─, le pasó la debida factura; colapsado Hitler, Hamsun fue sometido a juicio y condenado a pagar su traición a la patria; también sus compatriotas que lo habían exaltado como un símbolo nacional lo relegaron al olvido: no hay en Noruega una sola calle o plaza con su nombre.

El hecho es que en los casos notables mencionados y en otros muchos similares, los protagonistas macularon su gloria; una manera elegante de decir que habiéndose bañado de ella pusieron la cagada.