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Boris Izaguirre: “Cabrujas siempre dijo que yo lo había traicionado con Miguel Bosé”; por Karina Sainz Borgo

Boris Izaguirre Cabrujas siempre dijo que yo lo había traicionado con Miguel Bosé por Karina Sainz Borgo 640

Él, como Rosalinda Fox, es una persona secuestrada por su personaje, un profesional de sí mismo. Alguien en quien todo resulta, a la vez, espontáneo y premeditado; sincero e impostado; tan desmesurado como parco —la frivolidad es una forma de camuflaje—. De pie, vestido con un traje gris pizarra que le entalla un corpachón de armario, el presentador y escritor Boris Izaguirre completa la penúltima entrevista de la tarde. El reportero que está a punto de marcharse y él llevan la misma camisa: azul con rayas blancas. A Boris eso le encanta. Por eso sostiene su móvil, posa y sonríe. Luego sube el selfie al Instagram y se despide, caraqueñísimo y madrileñísimo, con un acento meloso que deja escapar a veces una zeta.

El lanzamiento de su nueva novela Un jardín al Norte (Planeta) es la razón por la que Boris Izaguirre ha regresado de un viaje relámpago a Caracas, la ciudad en la que nació y en la que hace apenas unos días ha muerto su madre, Belén Lobo. “Ningún día mi madre dejó de concienciarnos sobre lo que significaba su partida, quería educarnos en la muerte antes de dejarnos”, dice Izaguirre al hablar de Lobo, una reconocida bailarina venezolana, acaso la única mujer —o una de las pocas— elegante que le quedaba a un país desdentado.

Dueño de unas pestañas con vida propia —baten, involuntarias como lo haría un órgano vital— Boris Izaguirre habla de Rosalinda Fox —la inglesa Rosalind Powell Fox—, ese personaje expansivo que casi devora a la Sira Quiroga de El tiempo entre costuras cuando María Dueñas decidió incluirla en su novela. Pero el interés de Boris Izaguirre va mucho más allá, bastante más allá. A él parece interesarle tanto lo que Rosalinda Fox es como lo que parece, un juego de reflejos en el que él lleva ventaja.

Confitura de oro y plátano —la distancia entre lo que parece y lo que es que cabe en una adivinanza infantil—, Boris Izaguirre habla de la imagen de Rosalinda Fox. Y como el hilo de todo en él pasa por el reflejo proyectado en un espejo, el autor de Azul petróleo y Villa Diamante —novela con la que obtuvo el Premio Finalista del Planeta— no ha dudado en responder, a la pregunta sobre qué percepción tiene de Pablo Iglesias: “Podemos cogió un espejo y lo enfrentó al PP y al PSOE: a ninguno de los dos les gustó lo que vieron”.

También repasa Boris Izaguirre las muchas otras cosas que no caben en los veintidós minutos que dura esta conversación: sobre su propia percepción como narrador; acerca de José Ignacio Cabrujas —quien, dice él, le reprochó haberlo dejado por Miguel Bosé—; de Sofía Ímber —quien le dijo que se marchara, cuanto antes, de Venezuela— y también de Isaac Chocrón… un autor que a veces resuena, potente, en Boris Izaguirre.

Boris atraviesa el vestíbulo del hotel en el que se hospedaron desde Gene Kelly, Graham Greene o Ernest Hemingway hasta Paco Camino; una combinación, como las suyas, inesperada —de Jaime Bayly a Belén Estebán, con y sin beso—. Lleva una gabardina colgada del brazo y un sombrero amarillo en la mano. Avanza, coqueto, como una niña con tirabuzones que se sabe observada. Y lo es; es el hombre de cuarenta y nueve en el que esa niña habría de transformarse. Nunca una criatura fue tan hermosa y extraña como la resultante de esas dos fuerzas: y él lo sabe.

Rosalinda Fox era una ocultadora nata, ni siquiera reveló su fecha de nacimiento…

¡Sí! —interrumpe Boris entre el horror exagerado y la sorpresa que no es tal— ¡¿Cómo puede ser?! Mi madre, que fue una figura muy importante de la danza en Venezuela, cuando leía la semblanza o la reseña en prensa de otra bailarina que no decía la edad, afirmaba: “¡Yo he sido tonta por decir la verdad desde un principio!”. Le parecía brutal que alguien escondiera su fecha de nacimiento y que lo hiciera con éxito además. “Una vez que lo haces, tienes que mentir siempre. Es una esclavitud”, decía ella. Cuando leí La hierba y el asfalto, las memorias de Rosalind —a veces le llama Rosalind, otras Rosalinda—,y vi que en ningún momento daba su fecha de nacimiento me dije: “¡Esta señora es una atrevida!”.

Y de las buenas, al menos para su época.

Absolutamente. Rosalind Fox era jinete. Ella veía la vida como una carrera de saltos y mientras más alto era el salto, ella pensaba: si no puede el caballo, podré yo.

¿Le prestó cosas suyas a ella? Se lo pregunto por las constantes reflexiones que hace Rosalind sobre la apariencia.

Todo el tiempo que estuve leyendo sobre su vida, pensé que ella, como buena persona que escribe sus memorias, intentaba ocultarlo todo. ¡Claro, la apariencia!, me dije. ¿Qué reflexión interior puede tener una espía de sí misma que hablar de la importancia de la apariencia? —dice, entornando los ojos como si con el barrido de la pupila fuera capaz de arrastrar la mesa—. ¡Toda su vida ha sido eso! ¿Por qué no empezar por ahí? Es una manera magnífica de arrancar la novela: explicándole a las lectoras que la apariencia no es una tontería, que es una de las grandes armas de las mujeres. Porque la apariencia es femenina, no masculina; y que se puede utilizar siempre a tu favor, para hacer el bien o el mal. .

Buena parte de los odios entre ella y su madre residen allí: en cómo lucen. Cuanto más florece Rosalinda, más marchita parece la madre.

Al parecer, en la cultura anglosajona existe más dificultad en las relaciones madre e hija que en las sociedades latinas. Me gustó barajar esa tesitura. Que Rosalinda, que le dedica tan poco espacio a sus padres en sus memorias, tuviera una relación complicada con su madre y un enamoramiento absoluto con su padre me pareció fascinante. También creo que ésa fue una de las primeras luchas internas, modernas, que tendría en su propia vida. En aquel entonces, no era algo que se ventilara públicamente. Fue uno de los primeros gestos adelantados a su tiempo; de los muchos que tendrá.

¿Tuvo algo que ver María Dueñas en el hecho de que usted decidiera escribir sobre Rosalinda Fox?

De no haber sido por El tiempo entre costuras, Rosalind Fox seguiría siendo una anécdota de la que todo el mundo ha escuchado algo. Llevo mucho tiempo viviendo en España y puedo decir que, toda la vida, tantos mis amigos de Madrid como los de Andalucía, me han dicho que siempre hay alguien que ha sido amigo, amigo de un amigo, un primo, un tío, o una cuñada que un día vio pasar delante suyo a Rosalind Fox en Andalucía. Era una persona que estaba permanentemente en el aire de determinada élite social. Claro que sabía de ella, pero cuando aparece en El tiempo entre costuras y casi se roba la novela, pues dije: hay algo en esta mujer que es fascinante. Lo interesante es saber qué es lo fascinante de ella.

¿Qué atributo le consiguió usted?

Pues el hecho de que Rosalind gusta a las mujeres. A las mujeres no siempre les caen bien otras mujeres y sobre todo a aquellas que han sido educadas en el mundo latino. Qué hace Rosalind para que las mujeres se sientan plenamente identificadas. ¿Qué la hace ser una líder femenina? Pienso que es su arrojo, su capacidad de riesgo. No hay nada que la detenga, ni siquiera el matrimonio.

Flannery O’Connor dice que, con ciruelas reales, hace una tarta imaginaria. Esta idea de que los ingredientes están en la realidad. ¿Cuál es el añadido de Boris Izaguirre en esta historia?

-Todo… Soy un hombre que alberga un pensamiento femenino. Y yo creo que a Rosalind Fox es todo lo contrario: es una mujer capaz de tomar decisiones masculinas. Ahí nos entendimos e hicimos click. Como una lámpara: ¡Clickl!, encendía, y yo era Rosalind Fox; ¡click!, apagaba, y era Boris Izaguirre. Ella arriesgó mucho en su vida y en la forma en la que pretendía ser recordada. Por eso debe ser recordada como un riesgo total. Mi Rosalind Fox es capaz de muchas más aventuras de las que probablemente ella haya vivido en su vida real. Pero eso me parece genial: que alguien, un siglo y medio después venga a contar tu vida y que lo haga justo así.

En El vuelo de los avestruces, usted escribió “Allá en los vericuetos de la frivolidad se encuentra nuestra más profunda certeza”…

Bueno, hay que decir que yo tenía 25 años cuando escribí esa frase.

Justamente por eso: parece que toda su vida, incluyendo sus libros, se ha dedicado a pulirla y sacarle brillo, como a las dagas. ¿No, cree?

Ojalá… Yo creo que de las cosas que más le agradezco a Un jardín al Norte, pase lo que pase con ella, es que es la primera vez que he escrito sin necesidad de estar presente. Ha sido, eso: una novela. No es una novela sobre un hombre que descubre su homosexualidad en un país del tercer mundo. No es una novela sobre un autor que quiere narrar la historia de la democracia de ese país del tercer mundo a través de sus personajes. No es una novela sobre la visión de la corrupción actual y de la crisis económica en Europa… ¡no! Un jardín al Norte es una novela de aventuras, de espionaje, de amor, que atraviesa episodios determinantes del siglo XX como la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, el final del colonialismo en la India, la Segunda Guerra Mundial, pero siempre a través de los ojos y los sentimientos de la mujer que los vive. Sólo después de escribir las novelas anteriores, me sentí con el oficio suficiente para permitirme ser este escritor. Y eso se lo agradecerá siempre a Rosalind Fox…

Ahora que habla de oficio, ¿cuál cree que fue su punto de inflexión narrativa: Azul petróleo o acaso 1965?

Creo que ha sido realmente con Dos monstruos juntos. Toda mi vida he coqueteado con utilizar un elemento, personaje o situación histórica y, alrededor de eso, crear una ficción. Es una constante en todas mis novelas, pero en Dos monstruos juntos la actualidad era el tema. Era como un vampiro: lo devoraba todo. Era el personaje. Dominarla y procurar que no se comiera la historia fue parte importante de esa escritura. Ahí fue cuando me di cuenta de que hay que conseguir una manera de escribir en la que la historia sea lo importante.

Hablando de la actualidad, tengo que hacerle la pregunta. Es obligatoria:¿Qué piensa de Podemos? ¿Ve a Pablo Iglesias leyendo uno de sus libros?

Después de escuchar lo bien que lo trato… ¡es lo mínimo que podría hacer Pablo Iglesias: leerse la novela! Pero, mira, te digo mi teoría sobre Podemos. Yo tengo en España 22 años, los mismos 22 años de avance del chavismo en la historia venezolana. Podemos cogió un espejo y lo enfrentó al PP y al PSOE; a ninguno de los dos le gustó lo que vieron. Por eso quisieron, cuanto antes, quitárselo de las manos. Los de Podemos son los únicos que le han podido decir a los políticos tradicionales: la casta en la que os habéis convertido es el principio de vuestro final. Su verdadero poder es ser el reflejo de todo eso.

Quien le ha leído, quien le observa, quien le escucha ve en usted algo del dramaturgo y escritor venezolano Isaac Chocrón.

Era mi tío…

Me refiero al parentesco literario. Chocrón era un dramaturgo magnífico, pero también un novelista potente, justamente porque el género que lo sostenía era el teatro. ¿A usted le ocurre lo mismo con el melodrama?

Totalmente… y no me da ninguna vergüenza admitirlo. Pero yo no descubrí el melodrama escribiendo telenovelas. Lamento mucho que la telenovela no quiera tener la envergadura del melodrama y asumirlo de verdad. También es cierto que ésta, como género, ha atravesado a muchas generaciones y probablemente los más jóvenes no entenderían la grandilocuencia o la densidad del melodrama. Cuando vi por primera vez Lo que el viento se llevó me di cuenta de lo que era el melodrama: la escalera, la esclava negra, la hermana de Scarlett que está casada con el verdadero amor de su hermana, la muerte de una niña… Eso sólo se puede entender a través del melodrama. Como decía Ripstein, con un melodrama puedes hacer desde un musical hasta la Biblia.

Usted comenzó haciendo guiones de telenovela con José Ignacio Cabrujas, uno de los escritores venezolanos fundamentales de los noventa. Sin embargo, como padre, ¿no le parece difícil matar a Cabrujas?

¡No, no, no! De hecho, José Ignacio (Cabrujas) siempre me dijo que yo lo había traicionado con Miguel Bosé”…De verdad, lo decía siempre: Boris me dejó por Miguel Bosé. La verdad es que me ha costado mucho, durante todos estos años, conciliar la idea de que José Ignacio se haya muerto y no hubiésemos tenido un poco más de tiempo para seguir hablando. Sin embargo, hay cosas, muy pequeñas pero indelebles, que mantienen a una persona cerca de otra, por ejemplo… la ópera. Ahora que estamos hablando de melodrama. Eso era algo que él adoraba y que, yo afortunadamente, descubrí gracias a él. Cabrujas, como mi madre, tenía una cultura musical extensísima. Él me decía: Izaguirre, ¿usted qué prefiere Verdi o Puccini? Era una encrucijada muy grande. Puccini, le respondía yo; me parecía más elegante.

¿Quién fue realmente la persona que le dijo  “váyase de Venezuela” hace más de 20 años?

Sofía Ímber —Izaguirre se refiere a la destacada periodista y fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas— . Me llevó a comer a un restaurante que adora, en Nueva York, una cafetería arriba del Whitney Museum. Sofía no paraba de decir: ¡qué bella la flor, qué maravilla la servilleta! porque Sofía, que era muy Rosalind Fox, sentía fascinación por esas cosas. Fue ahí cuando me dijo: “Boris, tú te tienes que ir de Venezuela”. Recuerdo que le respondí: lo estoy intentando pero no sé cómo. Tranquilo, me dijo ella, eso vendrá solo. “Pero te tienes y es por una razón: en Venezuela vas a ser un marico más, en cambio en el mundo vas a ser un gran maricón”.

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Esta entrevista fue publicada originalmente en el diario español Vozpópuli.