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Bailando por la libertad + Un manifiesto por la danza; por Marcy Rangel

Bailando por la libertad 1

Afshin Ghaffarian pasa casi desapercibido en Twitter, con apenas 192 seguidores y una frecuencia de actualización de sus redes sociales bastante laxa, a pesar de sus 28 años de edad. Sin embargo, su vida fue la inspiración de una película que lleva como bandera la libertad. Vive en París, pero el punto clímax de su vida se remonta seis años atrás, esos años que cuenta esta historia: el inicio de su asilo en la ciudad de la luz luego de haber vivido en la oscuridad de su país natal, Irán.

Ahora tiene una compañía de danza contemporánea que llama Reformances, la unión de las palabras “reforma” y “performance” y funciona como una suerte de oxímoron, en la que crea nuevos significados a partir del material físico y vocal que emerja a la hora de montar una puesta en escena. Tiene como base la ejecución de piezas que hablen del arte en la sociedad y en la vida particular de cada intérprete. Y es eso lo que hace a un bailarín. Más que huir de una ciudad que no lo acoge como artista, Ghaffarian descubre su inclinación histriónica en medio de la prohibición. Es su cuerpo el que funciona como territorio de la rebeldía, en palabras de Julie Barnsley, y que además idea una nueva manera de contar su vida y las trabas políticas, sociales y anímicas que enfrenta a través del movimiento.

Es una historia real la que cuenta la película Bailando por la libertad, que fue traducida con ese título para Venezuela y otros países de Latinoamérica aunque su nombre original en inglés sea Desert Dancer. Mencionar la palabra libertad dentro de la danza, e incluso dentro de Venezuela es establecer imaginariamente los límites de esos permisos que se otorgan los bailarines, y los artistas en general, al tener la oportunidad de ocupar un espacio, presentar un material y proponer un tema para una discusión íntima. En la película, el protagonista no solo descubre lo que significa bailar dentro de un país en el que se prohíbe todo hecho creativo y de análisis sino que además la tecnología es la responsable de desarrollar en él todo un instinto de supervivencia a través del movimiento. Sus referencias infantiles que comienzan nada menos que con Rudolf Nuréyev, el bailarín ruso que es considerado por muchos críticos como el mejor del siglo XX, se fusionan con el gusto de la música pop de Michael Jackson, también de los mejores en su género y su generación.

A través del Youtube, Ghaffarian aprueba esa intuición que lo lleva a moverse con videos que le recuerdan las influencias que aprendió en las clases de actuación que lograron dar pinceladas definitivas en su infancia, pero también utiliza a sus amigos como puente para desarrollar sus anhelos más profundos y llevarlos a la vez al riesgo y a la emoción.

En 2009 Afshin Ghaffarian huye de Teherán. En 2010 funda Reformances —que actualmente cuenta con 11 artistas en el elenco— y se convierte en bailarín de la Compañía Nacional de Francia, luego de recibir asilo. En 2014 se presenta esta película de Richard Raymond en el Festival de Cine de Santa Bárbara, dos semanas después del ataque terrorista a la redacción de la revista Charlie Hebdo. En Bailando por la libertad el coreógrafo es Akram Khan, responsable de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y actúa Freida Pinto, la actriz que obtuvo un Oscar por su trabajo en Slumdog Millionare.

En un testimonio que se publicó en la revista Arcadia, de Colombia, Ghaffarian cuenta que, luego de salir de Teherán, un periódico radical de Irán escribió negativamente sobre su condición de fugitivo en contra del régimen. Allí refiere que su trabajo se concentra en la posibilidad de hacer lo mejor que esté en sus manos para aportar algo al país que le cerró tantas puertas, pero que no deja de ser su primer hogar. En el marco de esas reflexiones que mueven no sólo el cuerpo, sino también el espíritu cabría preguntarse cuál es la consciencia que estamos teniendo de nuestros movimientos, si somos capaces de pensar en las consecuencias de las palabras que pronunciamos, el lenguaje corporal para expresarlas y, sobre todo, qué movimiento, qué plan, qué alcance está teniendo nuestra obra —llámese trabajo, estudio, ganas de perseverar— en el país que nos ha acogido durante todos los años que hayamos permanecido aquí.

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Mensaje del Día Internacional de la Danza. El 29 de abril es Día Internacional de la Danza y como todos los años desde que la UNESCO tuvo la consideración en 1982, celebramos el movimiento. Este año el bailaor flamenco Israel Galván fue escogido para anunciar el mensaje oficial. No es casualidad que, en el marco de esta conversación sobre Bailando por la libertad y los tiempos turbios que zigzaguean entre la postmodernidad y los conflictos sociopolíticos de cada región del planeta, haya un innovador que hable de Carmen Amaya a la vez que de El Rey del Pop. A continuación el mensaje de Israel Galván:

“Carmen Amaya, Valeska Gert, Suzushi Hanayagi, Michael Jackson…danza inclasificable. Yo no podría descifrar sus estilos de baile… los veo como turbinas generadoras de energía y esto me hace pensar en la importancia de la coreografía sobre esa misma energía del que baila. Seguramente lo importante no es la coreografía, sino precisamente esa energía, el torbellino que provoca.

Imagino una bobina tesla atrayéndolos a todos y emitiendo un rayo sanador y provocando una metamorfosis en los cuerpos: Pina Bausch como mantis religiosa, Raimund Hoghe convertido en escarabajo pelotero, Vicente Escudero en insecto palo y hasta Bruce Lee en escolopendra.

Bailé mi primer dúo con mi madre, embarazada de 7 meses. Puede parecer una exageración. Aunque casi siempre bailo solo, imagino que me acompañan fantasmas que hacen que abandone mi papel de “bailaor de soledades”. No querría decir Didi-Huberman: de soleares.

De pequeño no me gustaba el baile, pero era algo que salía de mí de una forma natural y fácil. Casi instintiva. Con el tiempo me di cuenta que el baile curaba, me hacía efecto, casi medicinal, me ayudó a no ser tan introvertido y a abrirme a otras personas. He visto la imagen de un niño enfermo de ébola curándose a través de la danza. Sé que es una superstición, pero, ¿sería eso posible?

Después, el baile, acaba convirtiéndose en una obsesión que consume mis horas y que hace que baile hasta cuando me quedo quieto, inmóvil, apartándome así de la realidad de las cosas. No sé si esto es bueno, malo o necesario pero… así es. Mi hija Milena, cuando estoy quieto en el sofá, pensando en mis cosas, con mi propio runrún, me dice: “Papi, no bailes”.

Y es que veo a la gente moviéndose al andar por la calle, al pedir un taxi, al moverse con sus diferentes formas, estilos y deformidades. ¡Todos están bailando! ¡No lo saben pero todos están bailando! Me gustaría gritarles: ¡hay gente que todavía no lo sabe! ¡Todos estamos bailando! ¡Los que no bailan no tienen suerte, están muertos, ni sienten ni padecen!

Me gusta la palabra fusión. No como palabra de marketing, confusión para vender un determinado estilo, una marca. Mejor fisión, una mezcla atómica: una coctelera con los pies clavados en el suelo de Juan Belmonte, los brazos aéreos de Isadora Duncan y el medio cimbreo de barriga de Jeff Cohen en Los Goonies. Y con todos estos ingredientes hacer una bebida agradable e intensa, que esté rica o amarga o se te suba a la cabeza. Nuestra tradición también es esa mezcla, venimos de un coctel y los ortodoxos quieren esconder su fórmula secreta. Pero no, razas y religiones y credos políticos, ¡todo se mezcla! ¡Todos pueden bailar juntos! Quizás no agarrados, pero sí unos al lado de los otros.

Hay un antiguo proverbio chino que dice así: el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. Cuando una mosca levanta el vuelo en Japón, un tifón sacude las aguas del Caribe. Pedro G Romero , después de un aplastante baile por sevillanas, dice: el mismo día que cayó la bomba en Hiroshima, Nijinsky repitió su gran salto en un bosque de Austria. Y yo sigo imaginando: un latigazo de Savion Glover hace girar a Mikhail Baryshnikov. En ese momento, Kazuo Ono se queda quieto y provoca una cierta electricidad en María Muñoz que piensa en Vonrad Veidt y obliga a que Akram Khan provoque un terremoto en su camerino: se mueven sus cascabeles y el suelo se tiñe con las gotas cansadas de su sudor.

Me gustaría poder dedicar este Día Internacional de la Danza y estas palabras a una persona cualquiera que en el mundo esté bailando en este justo momento. Pero, permítanme una broma y un deseo: bailarinas, músicos, productores, críticos, programadores, demos un fin de fiesta, bailemos todos, como lo hacía Béjart, bailemos a lo grande, bailemos el Bolero de Ravel, bailémoslo juntos.”